La diabetes, los ricos y el consumo de cerdo

Adam Dubove

Esta semana, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se refirió a la diabetes como una enfermedad que afecta a “gente de alto poder adquisitivo”. Por supuesto, sus declaraciones no tienen sustento alguno en la medicina. La realidad nos dice otra cosa: un 70% de los enfermos de diabetes se encuentran en países subdesarrollados, según informa la Federación Internacional de Diabetes, y las poblaciones más pobres son más proclives a tener la enfermedad.

No es la primera vez que CFK hace el ridículo en materia de cuestiones médicas. En 2010 aseguró que la ingesta de carne de cerdo mejoraba la actividad sexual, en otra afirmación con nulo sustento en los hechos. Otros líderes de la región también han hecho afirmaciones en este sentido, como Evo Morales, presidente de Bolivia, que ese mismo año afirmó que los pollos tienen hormonas femeninas y esa sería “la causa” de la homosexualidad en muchos hombres que comen pollo. En 2008 fue el turno de la química; en ese entonces Fernández de Kirchner se refirió a la fórmula del agua, H2O, como “hache dos cero”.  Más recientemente, Nilda Garré, Ministra de Seguridad, adhirió a la teoría de “la inoculación del cáncer”, en referencia la muerte de Hugo Chávez

Lamentablemente, la ligereza de los análisis hechos por los políticos no se limita a cuestiones donde su influencia real es casi nula. Afirmar que la diabetes es una enfermedad de ricos o que el consumo de cerdo mejora la actividad sexual no tendrá como efecto que los médicos comiencen a recomendar la pobreza como forma de prevenir la diabetes o la ingesta de cerdo como forma de mejorar la actividad sexual. Sin embargo, otras opiniones, sin sustento alguno en la realidad, tienen consecuencias nefastas sobre la sociedad.

En el plano de la economía, por ejemplo, no reconocer que la inflación tiene su origen en la expansión de la oferta monetaria (es decir, la emisión de moneda) golpea de lleno el bolsillo de los argentinos, cuyo salario continúa desvalorizándose. Consecuentemente, las soluciones propuestas, siendo el diagnóstico incorrecto, no resolverán ese problema. Claro que en el caso de la inflación no se trata de simple ignorancia: hay una intencionalidad política. Mientras  el gobierno desvía la atención del origen del problema con un “congelamiento de precios”, denuncias por cadena nacional, o con la idea de implementar una tarjeta de crédito estatal monopólica, continúa financiándose a costa del empobrecimiento de la gran mayoría de los argentinos.

Por supuesto que los efectos nocivos de la petulancia de los políticos en creer tener respuestas para todos no se limita a lo económico. Muchas veces las libertades fundamentales se ven afectadas por esta actitud. Un claro ejemplo es el de la prohibición de las drogas. En este caso, el afán de dictar cómo deben vivir los demás puede tener consecuencias mucho más graves que el supuesto problema del que se intenta ofrecer una solución. Sin ir más lejos, la expansión de la violencia mafiosa en todo el país, y en especial en los barrios más marginados, la crisis del paco y la superpoblación en las cárceles, encuentran su origen en esta política tan desacertada que únicamente es mantenida por la necesidad que tienen los políticos de mostrar que tienen soluciones para todo, y para todos.

De la boca de un político pueden salir las teorías más absurdas, pero ninguno admitirá con humildad “yo no sé”. Pocos pueden reconocer que no tienen ni pueden tener todas las respuestas. Peor aún, las soluciones que suelen implementar en general no son las adecuadas, de lo contrario no necesitarían ser aplicadas por la fuerza, aprovechando el monopolio de la violencia.

Desde otro punto de vista, todos los días encontramos soluciones a los problemas, obstáculos y deseos que se nos presentan sin necesidad de someternos a la arrogancia de los políticos ni forzándonos a aceptar sus visiones. Estas respuestas provienen de individuos o conjuntos de personas, que pueden ser empresarios, comerciantes, cooperativistas o cualquier otra forma de asociación, que se ven obligados a ofrecernos soluciones efectivas si quieren obtener algún rédito por su actividad. Ayudan al consumidor y se ayudan a sí mismos, sin considerarse salvadores o grandes mesías que vienen a poner fin a los problemas. Hablan con sus acciones. Todo esto siempre y cuando el poder político no interfiera en el proceso de mercado, como está habituado a hacer, pervirtiéndose entonces los incentivos. Y cuando el poder político se fusiona con actores del sector privado, los que no tienen influencia política son los que salen perdiendo.

Por todo esto, cuando los políticos abandonen sus posturas  mesiánicas de poder saberlo todo, de tener planes para todo y de confiar en ellos mismos y sus círculos cercanos para ofrecer soluciones, y opten por ceder ese poder a 40 millones de argentinos, 911 millones de americanos o 7 mil millones de seres humanos interactuando en libertad, los resultados serán asombrosos, aunque nadie los pueda predecir.