La perversión de la dignidad

Adam Dubove

Uno de los pasatiempos favoritos de los regímenes populistas es modificar el significado de las palabras. El escritor británico George Orwell, interesado en la manipulación del idioma para su uso político, concluyó que el lenguaje político está diseñado para que “mentiras que suenen a verdades o que el asesinato aparezca respetable o el puro viento aparezca como sólido”. El análisis de Orwell a pesar de haber sido publicado en Inglaterra en abril de 1946 trasciende fronteras y periodos históricos.

En la Argentina, desde el surgimiento del kirchnerismo se intentó construir una historia épica en torno a las acciones del gobierno totalmente disociada de la realidad, también conocida como “El Relato”, y la manipulación del uso del lenguaje se acentuó. Algo que queda expuesto simplemente sintonizando el aparato mediático oficialista.

Entre las posibles víctimas semánticas, la palabra “dignidad” es una de las favoritas. Sería injusto afirmar que el uso, abuso y manipulación de esta palabra por parte de la clase política sea un terruño exclusivo del kirchnerismo, la dignidad inunda el menú principal que se ofrece desde la política. Vivienda digna, trabajo digno, salario digno o una jubilación digna, son algunas de las promesas que se repiten entre los que están en el poder y los que aspiran a obtenerlo.

El Diccionario manual Larousse de la lengua española explica que en nuestro idioma una cosa es digna cuando “resulta suficiente o decoroso”. Pero como en boca de un político las palabras mutan su significado, esta palabra no se ajusta a ninguna de las definiciones que figuran en el diccionario, dignidad se convierte en un criterio de evaluación. Algo digno ya no quiere decir suficiente o decoroso. En la política, la dignidad es la medida que establece el gobierno sobre qué es suficiente para la subsistencia.

Además, es únicamente cuando los bienes o servicios son provistos por el Estado que estamos ante cosas dignas. Entonces, las viviendas que ofrecen el Estado son viviendas dignas, el trabajo bajo control del Estado es la única forma de asegurarse que se trate de un trabajo digno, y las jubilaciones son dignas cuando es el Estado el que las paga y las garantiza. O por lo menos eso es dice el relato.

Pero la realidad es muy diferente. Dignidad, en otra definición del diccionario, también se refiere al “respeto y estima que una persona tiene de sí misma y merece que se lo tengan las demás personas”. Es acá cuando la realidad y el relato chocan de frente a 200 km/h, porque la jubilación o la vivienda digna del relato son algunos de los factores de porque no es posible acceder a una de la realidad.

En estos dos casos, los planes del gobierno nacional para otorgar una jubilación o acceso a créditos hipotecarios congenian para impedirle a sus beneficiarios tener un inmueble a su nombre o recibir una jubilación para vivir con dignidad –la dignidad de mundo real. Sin dudas, algunas familias sorteadas para obtener el crédito se verán beneficiadas por el otorgamiento de hipotecas a tasas negativas, como las que ofrece el Plan Procrear, su máxima aspiración sea vivir por sobre la línea de pobreza extrema, y no en las condiciones que ofrece el siglo XXI en varias regiones del planeta.

Mientras tanto, aquellos que no sean favorecidos por la lotería de los créditos deberán conformarse con la situación en la que se encuentran. La noción de que para acceder a un crédito hipotecario la única alternativa es salir sorteado para poder obtener un préstamo de un programa estatal es parte del relato kirchnerista, pero también de los relatos alternativos que se proponen desde la oposición. Fuera de ese mundo de fantasía el principal obstáculo que impera entre el acceso al crédito para la vivienda y la gente es el gobierno.

En Argentina hay un constante régimen de incertidumbre, concepto acuñado por el economista Robert Higgs, quien describe una situación de desconfianza acerca de la protección de derechos de propiedad. En un régimen de incertidumbre, estos pueden puede ser afectados mediante cambios regulatorios (por ejemplo, las regulaciones para la compra de dólares), decisiones judiciales (como la reciente sentencia de la Corte por la Ley de Medios), burocracia administrativa, aumentos de impuestos, o la política monetaria, especialmente la inflación.

Bajo este contexto, sumado al pobre historial del Estado argentino para garantizar una estabilidad a largo plazo, el acceso al crédito se torna un sueño para los que no son afortunados en el azar. El régimen de incertidumbre repele a los inversores, desalienta el ahorro y afecta a la productividad, todos factores asociados a la posibilidad de acceder a una vivienda aceptable para los estándares de los tiempos en los que vivimos.

Un detalle no menor es que la línea de créditos Procrear está siendo financiada por fondos de la ANSES, es decir, el dinero para financiar los créditos proviene de la caja destinada a pagar jubilaciones. Es decir que mientras se regala dinero (porque uno termina devolviendo menos de lo que tomó prestado), además se están desfinanciando al organismo que paga los haberes jubilatorios. La ecuación es perversa.

En la jubilación digna del relato no está contemplada la posibilidad de que cada uno pueda planear su futuro, todo queda en manos del Estado. Por otro lado, el esquema piramidal impuesto desde la estatización de las AFJP –que además contribuye al régimen de incertidumbre– garantiza la insostenibilidad del sistema de reparto. Como si esto fuera poco, la caja de la ANSES es utilizada para girar fondos al Poder Ejecutivo para financiar programas como Fútbol para Todos, Conectar Igualdad, la Asignación Universal por Hijo e incluso para hacer pagos de la deuda externa o financiar gastos corrientes del Estado nacional y de las provincias. ¿De qué jubilación digna están hablando?

La falta de claridad, los conceptos difusos y el cinismo a la hora de comunicar son recurrentes en el discurso político. Por eso, Orwell advierte que “en nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. […] Por tanto, el lenguaje político debe consistir principalmente de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras”. Recordar y analizar esto cada vez que se escucha a un político es el  primer paso para impulsar un cambio.