Los mayores errores de la gestión Kicillof

El ministro de Economía, Axel Kicillof, fue entrevistado recientemente por Joaquín Morales Solá y nos dejó -en 35 minutos- interesantes argumentos para defender su administración de la política económica.

En la entrevista arremetió una vez más contra los economistas ortodoxos, defendió la política de desendeudamiento, de reindustrialización y de inclusión social, enfatizó el fuerte crecimiento económico que el país experimentó desde 2003, recordó la recuperación de YPF y Aerolíneas Argentinas. Se apoyó sobre ciertos economistas como Miguel Ángel Broda, Orlando Ferreres y Carlos Melconian para señalar que la economía está bien, creciendo un 1 %, que la inflación se desaceleró de un 40 % a un 25 % -sin recetas ortodoxas-, que las reservas están estables, que no hay problemas con los vencimientos de deuda, lo que deja una buena herencia para el próximo Gobierno, garantizando continuidad del modelo luego de 2015.

Cuando se le cuestionó el bajo crecimiento, el ministro de Economía explicó el complejo contexto internacional que nos acompaña, con caída en los precios de los commodities, con las locomotoras de China y Estados Unidos bajo ciertas dificultades y con Brasil en recesión.

Es precisamente ese contexto el que lo obligó a decidir aplicar una política contracíclica desde principios de 2014 para estimular el consumo interno mediante planes y programas, apoyado en un supuesto consenso de los economistas en las recetas keynesianas que se presentan en todos los manuales de macroeconomía y política económica. Continuar leyendo

Tres razones para desinflar la burbuja del Estado

Cuando los historiadores económicos se refieren a las grandes crisis económicas del siglo XX -y lo que va del siglo XXI- identifican cada caso con una burbuja. En la crisis de los años 1930, por ejemplo, los historiadores observaron burbujas bursátiles e inmobiliarias. La crisis dot-com de 2001 en Estados Unidos fue la burbuja bursátil de las acciones relacionadas a internet. La gran recesión de 2008, también en Estados Unidos, fue el desenlace de la burbuja inmobiliaria gestada desde fines de 2001. La crisis europea actual fue la de una burbuja inmobiliaria, seguida de una burbuja del gasto público que se ha pinchado en varios países, pero queda aún una brecha importante por corregir. Vale aclarar que las economías solo lograron recuperarse de las distintas crisis mencionadas cuando las burbujas se terminaron de desinflar y emprendieron un proceso de formación de capital a través del ahorro y la inversión.

En la Argentina de hoy la crisis que viene será asociada a la burbuja del gasto público, que se fue gestando desde 2003 y especialmente a partir de los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, con sucesivos planes y programas.

Sin ánimo de ser exhaustivo, aunque presentados cronológicamente, recordamos ya en agosto de 2003 el Plan Manos a la Obra de Néstor Kirchner, seguido por la prolongación del Programa Remediar, la creación del Museo de la Memoria, el Plan Federal de Salud, el Plan Nacer Argentina, el Plan Espacial Nacional, el Programa de Becas del Bicentenario, el Programa de Apoyo de Infraestructura Universitaria, el Programa Argentina Trabaja, Fútbol para Todos, la asignación universal por hijo, el Fondo del Bicentenario para pagar la deuda externa, el Programa Conectar Igualdad, el Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario, Pakapaka, Tecnópolis, la recuperación de YPF, Procrear, el Programa Sumar (que fue una ampliación del Programa Nacer) o el Plan Raíces, entre otros. Continuar leyendo

El turno de Kicillof

No comprendí el optimismo que despertó en los medios el nombramiento de Capitanich al frente de la Jefatura de Gabinete hace sólo un par de meses. Es cierto que dialogó con la prensa en estos dos meses más de lo que sus antecesores lo hicieron en los años previos. Pero la situación argentina amerita cambios de fondo, no cambios de estilo. Y esos cambios de fondo brillaron por su ausencia.

Ahora es el turno de Kicillof, que estratégicamente supo hacer silencio y dejar caer la imagen de su socio en el gobierno sin ver deprimida la propia. Pero él es el ministro de Economía, y las noticias no son buenas en la órbita que maneja: las reservas siguen cayendo, el dólar blue se volvió a disparar, la inflación no cesa, la escasez de productos es cada vez más visible y el desequilibrio fiscal no encuentra financiamiento.

La Argentina necesita cambios estructurales, pero la apuesta oficial -especialmente de la presidente- va por otro camino. Se trata de llegar al 2015 sin abandonar la línea que caracterizó al gobierno todos estos años. Bajo esa premisa, conjeturo que veremos un fracaso atrás de otro, con caras nuevas recurrentemente que intentarán lo imposible. Kicillof no podrá escapar a lo sucedido con sus antecesores. El problema central, una vez más, es el exacerbado gasto público. La teoría de las finanzas públicas nos enseña que para financiarlo hay tres instrumentos centrales. Impuestos, deuda y emisión.

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Axel Kiciloff, mi profesor

Inicié mis estudios de grado en 1997 en la Licenciatura en Economía que dictaba la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por ese entonces no sabía quiénes eran Marx, Keynes, Friedman o Hayek, aunque sí me identificaba desde temprano con lo que hoy entiendo son las ideas de un liberalismo clásico. Mi formación en la UBA fue bastante pobre, pues apenas me acerqué a Marx y a Keynes, pero “nada” escuché de Friedman y Hayek. El “neoliberalismo menemista” ya estaba en su última fase y no había curso en el que no se criticara al neoliberalismo, la convertibilidad, la apertura económica y la privatización. Julio Olivera era un prócer olvidado que merecía el Premio NobelMarcelo Ramal era el profesor marxista que comenzaba a abandonar la academia para ingresar en la política. Pablo Levín era “el mejor profesor” de la facultad según el Centro de Estudiantes. ¡Axel Kicillof era la gran promesa!

Llegué a cuarto año en el 2000 y tuve que elegir dos materias optativas. La lista era extensa y la elección era difícil pues estaban “Cálculo financiero”, “Mercado de capitales”, “Economía agraria”, “Instituciones al derecho público” y “Economía marxista”, entre muchas otras. Para ese entonces mi formación ya era más rica, o al menos, puedo decir, me había acercado bastante más a Keynes, Friedman y Hayek. El mérito de ese “enriquecimiento” debo decir que no se lo debo a la UBA, sino a seminarios privados que tuve la suerte de cursar en UCEMA, ESEADE y UCA, y gracias al esfuerzo de fundaciones privadas. Desde joven me interesó la economía comparada, conocer los argumentos de ambos lados. Fue así que decidí optar por “Economía marxista”, dictada en ese momento por Pablo Levín y su ayudante, Axel Kicillof.

Pablo Levín era un hombre mayor y participó muy poco del curso. Recuerdo sólo dos cosas: 1) recomendó su libro sobre “El capital tecnológico”, publicado en Ed. Catálogos (1997); 2) su explicación de la teoría del valor de Aristóteles. Explicó que para Aristóteles el intercambio sólo podía ser justo si las dos cosas que se cambiaban tenían exactamente el mismo valor. Y luego pidiendo disculpas por el término que utilizaría dijo que salvo “una puta casualidad” las cosas que se intercambian nunca tienen el mismo valor. Muy rápidamente Levín pasó a ser un mito para mí.

Pero el curso tuvo su valor. Es que Axel Kicillof ofrecía la claridad que a Levín le faltaba. Recuerdo que llegó con El capital y nos preguntó qué preferíamos: si estudiarlo completo, o dedicar atención sólo a los primeros capítulos, haciendo un análisis muy profundo, de tal modo que después cada uno pueda recorrer el camino por su cuenta en los años siguientes. Pero antes de escuchar una respuesta, sugirió tomar este segundo camino. Recuerdo haber sido el único que prefería estudiarlo completo. Aprobé el curso con una síntesis crítica del capítulo I de El capital –sobre mercancía-, pero no recibí ningún comentario.

En 2002 terminé la licenciatura, pero siempre seguí a Kicillof de cerca. Puedo confirmar su militancia constante dentro de la Facultad y el reconocimiento general que adquirió como académico. Constantemente ofrecía talleres de lectura para los estudiantes, profundizando en autores clásicos como Adam Smith, David Ricardo, Alfred Marshall, John Maynard Keynes y hasta el mismo Karl Marx. El Centro de Estudiantes siempre lo apoyó. Recuerdo que defendió su tesis doctoral sobre los “Fundamentos de la Teoría General”, para lo cual realizó extensas investigaciones entre 1998 y 2005. No pude asistir a ella, pero compré el libro que publicó en 2007 y que lleva ese título, y de hecho, suelo recomendarlo a mis alumnos cuando hago alguna referencia a Keynes o su Teoría General. Si uno se pregunta por qué un libro tan confuso, mal escrito e inconsistente -según indican los especialistas- tuvo tremendo impacto, en este libro puede encontrar una respuesta.

Kicillof fue uno de los pocos jóvenes que en la UBA obtuvo cargos docentes en forma constante. Domina la microeconomía, también la macroeconomía y la teoría monetaria y es un experto en la historia del pensamiento económico. Diré que es de los pocos académicos que intenta ignorar los manuales tradicionales y, en su lugar, va a las fuentes, algo que aprendió del mencionado Pablo Levín. Recuerdo que hace unos años recibí un correo electrónico suyo convocando a un taller de lecturas en la misma UBA para desarrollar una “Macroeconomía marxista”. En ese momento yo mismo elaboraba mi tesis doctoral, y trataba de incluir un estudio comparado de los distintos enfoques macroeconómicos. Incluía la macroeconomía del trabajo de Keynes, también la macroeconomía del dinero de Friedman, las expectativas racionales de Lucas y la macroeconomía del capital de Hayek-Garrison, pero nada sobre Marx. Asistí al evento, pensando que podía enriquecer mi tesis con ello.

La reunión tuvo lugar en un subsuelo de la Facultad y recuerdo que asistieron unas 60 personas, con una importante “vocación marxista”. Circularon panfletos y comentarios en extremo anticapitalistas, a los cuales no estaba muy acostumbrado. La presentación introductoria de Kicillof no podía dejar de ser histórica y no podía dejar de criticar los programas de estudio que no incluían a Marx todo lo que él hubiera querido. Recuerdo haber dicho que estaba en desacuerdo, pues yo mismo era egresado de la UBA y no había estudiado otra cosa que Marx-Keynes, pero se me ignoró. A los pocos minutos se habló del marginalismo de Menger-Jevons-Walras, y recuerdo que Kicillof me preguntó si estaba bien decir que Menger era neoclásico. Le dije que no, pero también me ignoró y siguió adelante. Kicillof ya me reconocía como a un austriaco. Después de esto tuvimos un diálogo por mail donde le envié el artículo sobre el Methodenstreit de Jesús Huerta de Soto, para que observe las diferencias entre la Escuela Austriaca y la Escuela Neoclásica, pero si bien me lo agradeció, nunca supe si lo leyó.

También recuerdo un debate entre Juan Carlos de Pablo y Juan Carlos Cachanosky que tuvo lugar en ESEADE en 2006, para discutir la relevancia de la Teoría General de Keynes, después de 70 años de su publicación. Kicillof estaba sentado al fondo y al terminar me le acerqué para consultar su opinión sobre esta discusión. Su comentario resumía que había tenido un inesperado bajísimo nivel. Por supuesto que yo disentía, pero las críticas a Keynes habían sido muy fuertes y el público era tan hostil a sus ideas como lo fueron aquellas de la UBA con las mías.

En 2010 publicó otro libro que también compré y recomiendo a los interesados en el campo de estudio: Siete lecciones de historia del pensamiento económico. No mucho tiempo después, Kicillof pasó a ocupar un cargo en el Directorio de Aerolíneas Argentinas. Me sorprendió mucho, pues lo consideraba un académico serio (aun sabiendo que no tiene numerosas publicaciones en revistas científicas bien rankeadas). Por supuesto que estábamos y estamos en las antípodas, pero no podía imaginarme a un intelectual en dicho cargo. Seguí bastante los debates en torno a Aerolíneas Argentinas, interesado particularmente en escuchar sus argumentos. Se lo criticó por los déficits anuales que acumulaba la compañía, pero él siempre argumentó que tomó una empresa en quiebra con 10.000 millones de dólares de déficit, el que se fue reduciendo año a año. Explicó que una aerolínea de bandera siempre iba a perder dinero, pues el objetivo no es ganarlo, ni equilibrar las cuentas, sino conectar a todas las provincias del país, aun aquellas en donde mantener los vuelos no es rentable. De allí surgió mi pedido de una política de cielos abiertos, debate que aún está fuera de discusión. También recuerdo informes suyos criticando al INDEK, pero desde que se acercó al kirchnerismo no volvió a emitir opinión sobre esta institución, ni volvió a mencionar sus propios informes.

Desmintió varias veces el cargo de ministro de Economía que le imputaban los medios, pero hoy ya ocupa el cargo de viceministro y tiene un acercamiento e impacto real sobre las decisiones de la presidente. Su exposición pública va en aumento y lógicamente no pierde la claridad que lo caracteriza. Al contrario de la política tradicional, Kicillof es una persona de ideas claras. Si accede a una entrevista, le cuesta mentir, no puede ser confuso y es muy transparente. Hace sólo unos días le preguntaron sobre la estatización de las pensiones y de YPF. Con mucha naturalidad explicó que lo único que se está haciendo es revertir el proceso tomado durante el “noventismo neoliberal”, con su apertura irracional y con sus “salvajes” privatizaciones, para devolverle al Estado las funciones que puede y debe cumplir.

Como se ve, el debate es de filosofía política, de libro de texto. ¿Qué funciones debe cumplir el Estado? Detrás del noventismo y del kichnerismo hay diferentes respuestas, y se procede en consecuencia, sin atender en ninguno de los dos casos a la Constitución Nacional, ni a las instituciones. Son las ideas, entonces, las que hoy nos permiten entender que este proceso de estatizaciones apenas está comenzando. Lo único que le pido a los lectores es que no caigan en el fatal error de pensar que noventismo y kichnerismo son las únicas opciones. Insisto en conjeturar que el desenlace de este modelo no será muy diferente del anterior.

 

Constitucionalismo versus constitucionalismo popular

A pocos meses de las elecciones legislativas argentinas que definirán si Cristina Fernández de Kirchner podrá o no presentarse para una posible reelección en 2015, conviene repasar dos formas de constitucionalismo alternativas.

Bajo el “constitucionalismo popular” se dice que “cada proyecto nacional requiere de un régimen constitucional que lo exprese, que consolide los derechos conquistados y a la vez proyecte el país en que quiere vivir.” El constitucionalismo popular que hoy se plantea desde agrupaciones y organizaciones políticas, sociales y sindicales, es un paso más para hacer la ley en beneficio propio. Se busca ajustar o amoldar la reforma constitucional a las prácticas del actual gobierno en el modelo económico vigente. De lo que se trata realmente es de legitimar aquello que hoy es inconstitucional: la expropiación de las pensiones, la nacionalización de YPF bajo un procedimiento inadecuado, la prohibición de comprar divisas en el mercado y de ahorrar o gastar los ingresos ganados en base al esfuerzo propio en lo que uno desee, una posible nueva reelección, entre tantas otras.

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