Cambiar el Día de los Derechos Humanos: de la memoria al futuro

Alberto Asseff

Memoria, verdad, justicia, valores imprescindibles. Futuro, meta ineludible. La memoria desvinculada de la esperanza de futuro nos apareja el grave riesgo de paralizarnos en el pasado. Lo peor es que nos puede anclar en lo más siniestro de lo pretérito, en enfrentamientos a sangre y fuego, no ya meros conflictos o diferendos políticos, esos que la competencia por darle la dirección al país naturalmente conlleva.

La memoria a la que se alude el 24 de marzo es la del horror. Por eso, establecer en esa fecha el Día de la Memoria y de los Derechos Humanos ha sido un redondo y quizás deliberado error. Estamos conmemorando el fin de una anarquía político-económica, el comienzo de la represión paraestatal y el inicio de una dictadura que elevó exponencialmente el terror y que fracasó categóricamente en los planos político, económico y también militar (rendición en Malvinas). Es un día de autoflagelación. Memoramos nuestras peores y más abyectas divisiones. Nos reunimos para recordar el horror, algo sencillamente irracional. Francia no se detiene para evocar la entrada nazi en París, sino para honrar al desembarco de Normandía y luego la liberación. Si hiciera lo primero, nunca se habría producido la reconciliación simbolizada por el histórico encuentro entre Charles de Gaulle y Konrad Adenauer y el acuerdo del Carbón y el Acero, embrión de la Unión Europea.

El 24 de marzo no hay nada que festejar. En esto coincidimos todos. Pero tampoco nos inspira nada bueno, virtuoso, esperanzador. Detenernos en esa fecha es masoquista y es azuzar la desunión nacional. Salvo quienes apuestan a eso de “cuanto peor, mejor”, nadie de buena fe y de mejor voluntad quiere que ahondemos nuestros enfrentamientos, la comúnmente llamada grieta. La inmensa mayoría desea la unión.

Sólo para ayudar al futuro valen algunos recuerdos. Estoy convencido de que Domingo Perón quería a un radical en la Vicepresidencia. Amagó con ello para la elección del 11 de marzo de 1973 (tenía en su mente un nombre que alguna vez mencionaré), pero finalmente se inclinó por Vicente Solano Lima. Empero, para los comicios del 23 de septiembre de ese año, tengo certezas y pruebas de que había optado por Ricardo Balbín y que mayoritariamente la Unión Cívica Radical se definía por la aceptación. ¿Por qué fue Isabel la candidata? Simple: se movilizó Norma Kennedy apañada por José López Rega y coparon el Congreso Justicialista que se realizaba en el Teatro Cervantes. Al día siguiente, Perón recibió al Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) en su casa de calle Gaspar Campos. Yo asistí. Comenzó la conversación con un rotundo: “Me hicieron una cabronada”, aludiendo a la candidatura de su mujer.

La conjetura retrospectiva es siempre equívoca, pero con Balbín en la Presidencia, ¡vaya a saberse si se hubiera producido el golpe! Lo cierto es que ese asalto al poder se produjo y con el diario de varios lunes posteriores somos conscientes y contestes de que fue un desastre.

Proponemos al 10 de diciembre como la fecha a celebrar. Es abarcadora de la memoria —nos recuerda que “nunca más” una dictadura—, de la verdad —sabemos todo lo que pasó, subrayando todo, para que no se sesguen ni la memoria ni la verdad—, de la justicia —el juicio a las Juntas, responsables del contraterror ilegal— y del futuro, que nos ilusiona porque ese día se restauró la democracia argentina.

El 10 de diciembre nos convoca a unirnos, a ilusionarnos, a mejorar individual y colectivamente, a comprometernos, a asumir responsabilidades, a no enrostrar, reprochar y denostar, sino a empeñarnos en depurar —sí, sanear— nuestra democracia para que por fin con ella se coma, se cure, se eduque y también se trabaje —porque cada vez hay más oportunidades de empleo —, se construyan hogares (físicos y espirituales, fortaleciendo a la familia), se viva dentro de la ley, con derechos humanos y todo el plexo normativo cumplido sin excepciones, hagamos más ciencia y tecnología (modernidad), ocupemos mejor nuestro espacio, incluyendo el marítimo. En fin, el 10 de diciembre suscita la epopeya de engrandecer al país —¿nos habremos olvidado de ello?—, de hacerlo justo, de aprovechar sus potencias, todo en democracia. No omito que la democracia anhelada proveerá muchas y buenas políticas públicas conducidas por un Estado con carrera administrativa, sin ñoquis ni acomodados. Habrá militancia, pero no rentados en el devastado Estado.

Urgentemente, hay que trasladar el Día de los Derechos Humanos al 10 de diciembre para que podamos celebrarlo todos con la vista puesta en el futuro. Que los nostálgicos del terror y de la fracturas entre argentinos se reúnan los 24 de marzo. Serán cada vez menos, se extinguirán de a poco. La mayoría nos recogeremos todos los 10 de diciembre para hacer un inventario de lo que hicimos y de todo lo que nos falta.