El desarrollo en la agenda electoral

La agenda electoral es tan caprichosa como inextricable. Ese temario no lo imponen ni la necesidad ni la realidad, sino un modo fotográfico de cristalizar el escenario. Nadie parece propenso a exponer la película completa.

La tendencia es a abordar lo que presuntamente le importa a la gente, relegando todo lo que sea estratégico. Supuestamente esos asuntos de largo aliento son lejanos para el electorado. Así, se habla de seguridad, pero no de sus causas; de asignación universal por hijo, pero no del proceso de degradación social que sufre el país; de pobreza, pero no de la ignorancia creciente a la que se está sumergiendo a nuestra población; de los magros haberes de los jubilados, pero no del desarrollo económico que engrosaría el trabajo registrado y abultaría los ingresos de la ANSES.

Cualquiera puede inferir que si en solo un año en Florencia Varela hubo  5.600 niñas-madres, las ulterioridades de ese hecho son sombrías ¿Cómo será la crianza de esos bebés? ¿Tendrán un hogar? ¿Dispondrán de igualdad de oportunidades?

Hace más de dos años que el sector privado no crea empleo. El trabajo no registrado supera el 30% del estamento económicamente activo ¿Cómo, entonces, mejorar los míseros haberes del 90% de los jubilados que perciben el mínimo? Para colmo, la ANSES enajena sus mejores acciones y sus tenencias dolarizadas en desmedro de la solidez de la Garantía de Sustentabilidad del sistema.

La Argentina ciertamente exige incrementar su índice de natalidad y una estrategia inmigratoria que refuerce su lábil y relativamente envejecida demografía. Empero, ¿la vía para aumentar los nacimientos es que las niñas de 12 años tengan hijos? El justo instrumento de la AUH debería afinar sus reglas para desestimular  estos alumbramientos, obviamente educando para que no existan relaciones carnales y embarazos prematuros. En suma, una políoca asistencial que posibilite superar la promiscuidad, esa cueva donde anidan todas las acechanzas que posteriormente se traducen en tantos males sociales.

¿Por qué la agenda electoral no trata acerca de la violencia social ascendente? ¿Cómo se explica que no se hable siquiera una frase respecto del fortalecimiento de la familia? ¿Será que se cree que familia y desarrollo están desvinculados? ¿Que  no existe ligazón entre delito y ausencia de hogar?

El temario electoral tampoco tiene demasiadas propuestas en lo atinente a descentralización administrativa ¡Ni hablar de lo escaso que es el análisis de la problemática del federalismo, ese muerto insepulto! ¿Se entenderá que la ausencia de federalismo es una cuestión secundaria?

De infraestructura – caminos, puertos, energía, puentes – se exterioriza  poquísimo y sobre todo no se exponen ni siquiera promesas. No se dice ni se compromete, por caso, que se harán tantos miles de km de autovías o que se plasmará el túnel de baja altura al Pacífico por Mendoza  ¿Cuánto cuestan los camiones haciendo cola para descargar en los puertos cada vez más insuficientes?

De otra cosa que no se dice ni palabra es de productividad. Término embrujado como pocos, vedado para la locución electoral. No obstante, o mejoramos nuestra productividad – ecuación que tiene en la logística un factor preponderante – o nuestra economía no podrá desparramar prosperidad.

De inflación apenas se dice que carcome los salarios, pero poco se explicita cómo combatirla e inclusive hay más voces que la santifican que las que la condenan. Supuestamente la inflación s el costo que nos factura un alto consumo. Se gambetea la verdad: una economía inflacionaria es una enferma crónica que exige tratamiento muy serio y sostenido.

De PYMES apenas se las recuerda cuando emerge, lacerante, la crisis de las peras y manzanas en el Valle del río Negro o la de  los olivares de La Rioja y otras provincias. No se enfatiza que las más grandes economías – como la alemana – se sustentan en más de 60% de su PBI generado por las pequeñas empresas y su red ¿Dónde está el plan para que se levanten un millón de pymes en una década?

Tenemos 95 planes sociales -sería hora para que se sinteticen en dos o tres mucho más efectivos como ayuda y más sencillos de manejar y controlar-, pero por ejemplo en el mencionado distrito de Florencio Varela su Parque Industrial no posee ni una sola industria radicada ¿Contrasentido? ¡Claro que sí! Nuestra Argentina es un sinfín de sinrazones, principiando que teniendo anchurosos recursos padecemos infinitas carencias.

Hablar de libertad de comercio implica una fulminante amenaza: ser tachado de demoliberal del noventa. Como quien escribe nada tuvo que ver con esa década puede enfatizar que jamás saldremos adelante sin libertades, inclusive la de comerciar. No sólo porque tienen rango constitucional, sino porque sin ellas no hay futuro.  Nuestro Mercosur tiene tratados de acceso libre a 11 mercados. Chile -que no pertenece a nuestro acuerdo- dispone de 56 ¿Significa que Chile superó sus desequilibrios socio-económicos? ¡Claro que no, pero va en buen camino mientras nosotros perdimos el rumbo!

En la agenda electoral no se analiza el rol del Estado, salvo para refrendar lo que viene haciéndose en estos doce años. Daría la impresión que existe inepcia para deslindar control más regulación de intervencionismo más asfixia. Sin embargo, sería teóricamente sencillísimo: queremos un Estado tan capaz y eficiente que esté en todas partes, pero que no se sienta ni se vea. Que su mano sea tan justa como invisible, en contraste con el actual Estado que interviene y se mete en todo, pero se le escurren la corrupción, los desvíos de fondos, la idoneidad para acceder a sus funciones, la desnaturalización de los planes sociales, la calidad educativa, el trabajo registrado, el Código Penal – letra casi muerta para la inmensa mayoría de los delitos-, la disciplina social, las inversiones de riesgo – se le fugan, a pesar de cepos, trabas y hasta la Gendarmería en la City, miles de millones de dólares producto de nuestro trabajo – y muchísimo más.

La estrategia -esto es las políticas de mediano y largo plazo que son directrices para las decisiones cotidianas- tiene más déficit que el monumental desbalance fiscal de más de 81 mil millones de pesos de lo que va de 2015.

Estas líneas son apuntes que aspiran a agrandar la agenda sobre la hipótesis de que las ‘urgencias’ se solucionan con medidas de fondo y no con parches

Gobernabilidad con cambio

El país quiere y requiere cambios. Como mínimo ese es el anhelo del 70%. Empero, el mismo país se anonada con sólo imaginar un escenario convulso. Existe una fina línea entre cambio y convulsión. Ese deslinde se llama hallar los puntos que trazan el equilibrio.

Las reformas son indispensables e ineludibles. Agregaría, urgentes. En algún trabajo de hace un lustro señalamos “las 12 + 1 Reformas” (fue para eludir el número 13, por las dudas…) que reclama la Argentina. Van desde la vuelta a los valores y la cultura del cumplimiento de la ley – con la abrogación de la ‘viveza’- hasta la correcta ubicación del rol del Estado en sinergia con la iniciativa privada, pasando obviamente por la meta de la calidad educativa y el regreso al trabajo que apareja nada menos que dignidad y libertad para las personas.

Esas reformas exigen un fuerte liderazgo político  sustentado por consistentes instituciones. No tendremos la oportunidad de enderezar el rumbo del país – quebrar la inercia declinante trocándola por una dinámica resurgente – sin un líder, pero no cualquier líder y a cualquier costo. Un ‘caudillo’, un sistema decisional personalista sería un espejismo de liderazgo, no destrabaría el estancamiento argentino y por supuesto no garantizaría la gobernabilidad.

Gobernabilidad significa suficiente poderío como para sostener los cambios sin que otros factores e intereses socaven la estabilidad política. Pero también es un poder con límites institucionales, es decir que no sólo respeta la Constitución, sino que sus resoluciones son adoptadas con firmeza y consenso.

Debemos probar que es posible ser firmes y a la vez dialoguistas. Disponer con vigor, pero con consenso. El secreto de esta combinación es sencillo: el líder escucha a todos para luego determinar el camino. Todos los que dieron su opinión quedan contenidos y aunque a algunos la conclusión no los satisfaga, saben que el líder ha prestado oreja. En ese contexto, prima la confianza colectiva respecto de la justeza del rumbo porque el decisorio ha contemplado al conjunto.

La gobernabilidad se emparenta con la confianza. Y con la eficacia de la gestión. La confianza es el sustrato de la gobernabilidad y un ayudante esencial de la eficacia de la administración.

Somáticamente hablando nuestro país sufre del zigzagueo o vaivén. Ir y venir, por definición implica estancarse, neutralizar y derrochar energías.  Ha sido una lastimosa regla vernácula que a un período de gobierno fuerte le sucedió otro débil. El desafío es cómo lograr un nuevo liderazgo institucionalista.

Un régimen de sólida vigencia institucional, pero sin un enérgico timonel prima facie aparece como muy difícil para la idiosincrasia argentina. Asimismo, un sistema del tipo caudillesco o personalista nos seguirá retrasando en la región y en el mundo, sin depararnos progreso. Nos mantendríamos en ‘más de lo mismo’.

Gobernabilidad no es ceder a todos y cada uno de los reclamos sectoriales. Tampoco resolver a partir de una mesa donde apenas se sientan dos y a veces sólo uno. El arte de gobernar exige dominar el ‘punto de cocción’, ese que únicamente conocen quienes saben cocinar. Y se deleitan cocinando. Hay muchas academias culinarias, pero ese arte suele trasmitirse de madres a hijas – excusas por discriminar inicuamente a mi género-, más que aprenderse en libros y teorías. Es similar al arte de gobernar que es innato y también es una delicia. Otra vez vale insistir que gobernar no es sinónimo ni de imponer ni de dominar, sino de encastrar voluntades, vertebrarlas.

Una cosa es tener placer ejerciendo el dominio y otra gobernando. Quizás por eso observamos en este tiempo a muchos empoderados con rostro abrumado, como desbordados por el escenario cada vez más complejo. Es que ellos tienen vocación por dominar y la realidad les presenta diariamente muchos puntos de escape por donde se les escurre su intención y su codicia dominadora. Contrastantemente, nosotros pedimos gobernantes con caras alegres porque su gestión y la realidad se mantienen en constante convergencia.

Nos va el futuro argentino – hoy francamente oscuro – en lograr esa síntesis entre liderazgo e institucionalidad republicana. Esta fórmula podría enunciarse como conductor o guía democrático. El porvenir proseguiría enajenado y sombrío si en lugar de esa simbiosis se produjere cualquiera de estas opciones: un jefe dominante o un presidente desestabilizado por la pérdida del control de los resortes básicos para poder gobernar.

Hagamos todos los esfuerzos y pongamos toda nuestra aptitud cívica para obtener en los finales de 2015 una articulación de energía desde el poder en el marco de robustas instituciones.

La clave es no entregar ni abdicar ninguna de los dos, ni la gobernabilidad ni el cambio.

El desorden es el resultado de las malas políticas

No intentes poner recta

la sombra del árbol torcido.

Parece útil consignar algunas definiciones previas. La “mano” ante la inseguridad no debe ser ni dura ni benigna, sino justa y legal. Más que nuevas leyes -que siempre son perfeccionables- necesitamos actitud, voluntad y profesionalismo. Tanto en jueces, policías, burócratas diversos y por supuesto autoridades y políticos. Precisamente, el país reclama que las leyes se cumplan porque el desajuste entre su letra y la realidad es literalmente bochornoso. El orden lo debe reponer la política, no los militares o la policía. El problema agudo que nos aqueja es la fragilidad institucional. Por sus grietas traspone el creciente desorden. Los militares suelen ser asociados al orden, pero la experiencia nos indica irrefutablemente que si trastrocan su rol lo probado es que generan desquicios inenarrables, incluyendo la quiebra de la paz social. Es que el orden es obra de la política, de la de buen cuño. Correlativamente, el desorden es el resultado ineluctable de la mala política.

Nuestras patologías son toda de raíz política y sólo una buena política podrá curarlas, en una faena tan paciente como compleja porque se trata de mutar nada menos que la matriz cultural facilista, acomodaticia y frívola. Esto tiene que trocar por esfuerzo, compromiso y decisión. La buena política es mucha responsabilidad y no sistemáticamente endilgar los fracasos a los otros, sean de adentro o de afuera. Asimismo, la buena política exige mucha interiorización y estudio, a 180º de la ligereza e improvisación con la que se encaran nuestros asuntos colectivos en estos tiempos.

Cualquier solución en las variopintas cuestiones que nos problematizan exige planes de mediano y largo plazo, pensados con consenso y ejecutados con permanente diálogo. Estamos convencidos que el diálogo tiene la apariencia de cosa sencilla, pero es harto difícil plasmarlo porque implica humildad y ésta brilla por su gran ausencia en el “estrellato” dirigente argentino.

Luego de este introito, vale adentrarse en la “seguridad ampliada”. Nuestra Constitución fija como uno de los objetivos programáticos de la Nación “proveer a la defensa común”. Nuestra ley vigente erige una muralla disociadora entre seguridad interior y defensa exterior. Sin embargo, los peores delitos y las más graves amenazas perforan ese muro con enorme facilidad.

Terrorismo, crimen organizado transnacional, narcotráfico, redes de corrupción y lavado de dinero sucio, comercio de armas (incluyendo las de destrucción masiva), trata de personas, mercado de órganos, enfermedades endémicas y epidemias, vulnerabilidad cibernética, accidentes marítimos en ocasión de transporte de materiales sensibles (incluyendo nucleares) no son nítidamente separables. Se imbrican en el interior, proviniendo del exterior. La seguridad y la defensa son distintas, pero están vinculadas. La pobreza es también una inmensurable amenaza que se origina en causas endógenas, combinada con exógenas. Sería largo analizar esta imbricación.

Nosotros tenemos, por caso, 18 servicios de inteligencia y una “comunidad informativa” que funciona más como áreas estancas que coordinadamente. Para colmo, se los usa cual feudos y no para tributar a nuestra seguridad. Ante la proliferación de actores, que ya ni siquiera son Estados, la respuesta defensiva -que es para afirmar la paz y brindar seguridad a los ciudadanos- debe concertarse. En 1983 la Asamblea de la ONU aseveró que seguridad y defensa tienen zonas sobrepuestas que las hacen indivisibles. La globalización del crimen requiere una defensa integrada.

Lo antedicho significa que las patrullas callejeras y los monitoreos en tiempo real para prevenir/reprimir el delito le pertenecen a los agentes y vehículos policiales, no a las tanquetas militares. Empero, la coordinación entre Seguridad y Defensa es de una necesidad inocultable si es que aspiramos a darle tranquilidad a los habitantes y protección a la Nación.

Afortunadamente, hoy se puede reflexionar sobre estos asuntos porque concluyente y definitivamente las fuerzas armadas son un órgano de y al servicio de la Constitución. Ya no son una amenaza para el orden legal. Consecuentemente, además de reequiparlas y tecnologizarlas –excusas por el neologismo -, debemos precisar su funcionalidad como parte indisoluble de la seguridad, sin perjuicio de su papel principal como brazo de la Defensa Nacional.

Empezamos con definiciones, terminemos con otras dos. La defensa nacional es mucho más que un asunto militar y si deseamos tener una sombra recta, deberemos inexorablemente enderezar lo torcido. Que en nuestro país es tan abundante como sus recursos desaprovechados.

Pobreza para todos y todas

Definitivamente, en la Argentina tenemos teóricos, con hondas raíces ideológicas –tan persistentes como anacrónicas – que no pueden ni aprender ni aprehender la realidad. Por caso, aún no han podido entender que la transformación china, de la mano de Deng, comenzó con la libertad económica, bajo la mirada de un Estado presente a la hora de orientar y suscitar vías y metas. Pero fue la libertad el elemento que permitió esa la colosal mutación. Y es esa libertad la que promueve y sustenta la prosperidad, sin perjuicio de que cíclicos abusos especulativos – no sofrenados a tiempo – suelen conmover los sostenes del equilibrio. Empero, nadie cuestiona a la libertad, limitándose a corregir desvíos y perversiones que engendran desórdenes. A nadie se le pasa por la cabeza que la receta es estatizar todo. A esa “medicina” nadie quiere volver, ni vuelve.

No ha servido para nada ninguna experiencia exógena comprobable. Ni de las buenas ni de las funestas. Entre nosotros no valen ni China, por un lado, ni Venezuela ni Cuba, por el otro y, claro está, tampoco Alemania, Japón, Italia o Polonia, que se eyectaron de la devastación bélica de la mano de la libertad. Inclusive, no es asimilada la de Perú o Colombia, en plena ascensión, felizmente. En nuestro país insistimos con prácticas tan fracasadas como arcaicas.

Empecemos por afirmar algo básico: si al cancerígeno mal inflacionario le diagnostican que su genésis se encuentra en supermercadistas y grandes empresarios dominados por la avaricia, jamás podremos domesticar y menos erradicar a esa grave patología. Los teóricos no comprenden el abecé de la economía: no se puede gastar más de lo que se produce. El sobregasto -para colmo 90% improductivo y parasitario- más temprano que tarde desequilibra la macroeconomía y culmina desestabilizando la de las familias y la de todos y cada uno.

Profundizando esa concepción desfigurada, ahora proponen darle al Estado herramientas omnímodas para intervenir en las empresas, indicándoles cuánto y cuándo deben producir, obligándolas a trabajar a pérdidas, a vender imperativamente lo que acopian y facultando a la autoridad pública a aplicar multas de hasta tres veces las ganancias con lo cual las mandarán, sin estaciones intermedias, directamente a la quiebra. Es lo que acaeció en Venezuela con su mecanismo de “desarrollo endógeno”: 20 mil empresas quebradas y más de mil expropiadas. País petrolero sembrador de pobreza, por las costas, los llanos y las montañas. El Estado arruina a los emprendedores, movilizadores de la actividad y creadores de trabajo, mandando a la calle sin empleo a miles de personas. O se hace cargo de empresas para que las espaldas públicas se vayan encorvando de tanta sobrecarga. ¡Viva el déficit! sostienen los teóricos, convencidos que al consumo se lo estimula lanzando chorros -sin alusión alguna a los otros chorros- de billetes en una emisión incesante, tipo polirrubro 24 horas.

Toda esta desopilancia se impulsa en nombre de la defensa del consumidor. La ley específica, prudente y equilibrada, -la 26361 de 2008- ya no les alcanza. Ahora hay que darle competencia absoluta al gran Estado para que asfixie todo atisbo de iniciativa privada. Es que con las ideas propias del neolítico que anidan los teóricos, en rigor todo empresario es un “buitre” en potencia y hay que exterminarlo antes de que crezca.

Además, a una imprenta de capital norteamericano que estaba perdiendo dinero y consecuentemente, peticionó -con arreglo a la ley vigente- entrar en un plan de crisis, el Ministerio de trabajo se lo negó infundadamente. En lugar de apelarse a las normas, se anunció que le aplicarían la ley antiterrorista. Es evidente que el mensaje es erga omnes, para todos: en la Argentina el capital que se invierte para producir y trabajar es a priori hostil y si es extranjero, literalmente enemigo.

La ley de defensa de la competencia -25156 de 1999- creó un Tribunal Nacional compuesto por 7 miembros nombrados por estricto concurso público. Todavía no se constituyó. Esto habla con elocuencia de que los teóricos desprecian ese eje fundamental de la economía sana que es la libre competencia, mil veces mejor reguladora del mercado que 10 mil gendarmes o 100 mil brigadistas de precios cuidados. Asegúrese la libre competencia y se habrá dado un paso gigantesco hacia el equilibrio de la macroeconomía y hacia el acotamiento de la inflación.

Espantar al capital inversor, que especula sanamente con ganar a partir de producir bienes y generar trabajo, es el camino inexorable hacia un resultado penosísimo, tenebroso, turbulento, sombrío: pobreza para todos y todas.