La destrucción de valores

En su célebre discurso sobre Florencia, Giovanni Papini subraya que los habitantes de esa ciudad se han convertido en “porteros de salas mortuorias”, porque no han hecho nada por agregar valor artístico a los Giotto, Leonardo, Botticelli, Dante y Miguel Ángel de otros tiempos. Afirma que esos habitantes sólo lucran con sus ancestros sin preocuparse por ningún valor agregado; sin embargo, el propio Papini ha hecho lo contrario con sus escritos monumentales.

En nuestro mundo de hoy se observa que como eje central no solamente que se ha hecho muy poco por conservar los valores esenciales de la civilización, sino que se ha hecho bastante por demolerlos. No hay más que mirar a los Stalin y Hitler y sus imitadores de nuestra época para horrorizarse frente a tanta miseria y muerte.

Los modales han cambiado, el uso de lenguaje soez se hace cada vez más común, empleado por muchos que no se percatan que lo referido a la cloaca convierte a todo en un estercolero. El valor de la palabra empeñada ha decaído significativamente. La institución familiar para formar almas se ha deteriorado en grado superlativo. El homicidio en el seno materno (mal llamado aborto, como si se hubiera interrumpido algo que nunca fue) está a la orden del día. Continuar leyendo

A propósito de Charlie Hebdo

Toda persona con un mínimo de sentido común ha quedado horrorizada con el  ataque terrorista a la redacción de la célebre revista en París mencionada en el título de esta nota. Un acto espantoso en el que fueron asesinadas doce personas.

Este tema tiene dos aristas clave. La primera consiste en estar alertas frente a la buscada intención de confundir una religión con un acto criminal. Ya bastante ha sufrido la humanidad con guerras religiosas que en nombre de Dios, la bondad y la misericordia han achurado, degollado, amputado, torturado y quemado a cientos de miles de seres humanos. Los fanatismos religiosos a través de inquisiciones y demás atropellos a las libertades individuales se han constituido en bandas contrarias al mínimo respeto al derecho de cada cual para seguir el camino que estime pertinente siempre y cuando no lesionen igual posibilidad a otros.

En el caso que nos ocupa, es relevante apuntar que hay mil cuatrocientos millones de musulmanes en el mundo y la inmensa mayoría repudia el terrorismo y la devastadora alianza del poder con la religión y el consiguiente adoctrinamiento y acciones agresivas hacia otros pensamientos y preferencias. Aquellas mayorías siguen la tradición de la tolerancia, demostrada, por ejemplo, en España durante los ocho siglos de gobierno musulmán, circunstancia en la que el progreso ha sido portentoso en filosofía, medicina, derecho, economía, agricultura, música, geometría, álgebra y arquitectura. Afirman que el jihad es la guerra interior contra el pecado y citan el Corán que dice que quien mata a una persona será tratado como que mató a la humanidad y quien salva a una es como si salvara a la humanidad (en 5:31). Esto va para estar en guardia de la siempre estigmatizadora y xenófoba derecha.

El sentido del humor es central en la vida, especialmente la capacidad de reírse de uno mismo. Los acomplejados y débiles mentales no resisten el humor que muchas veces es más punzante que una faena de investigación que pone al descubierto debilidades y corrupciones de quienes sienten que deben estar o están en el centro del poder político y sus aliados circunstanciales.  Demás está decir que la impronta liberal no significa que se deba ser imprudente, pero no excluye la imprudencia, la impertinencia, el amarillismo y la zoncera siempre que no esté involucrada la lesión de derechos de otros. Cada uno asume la responsabilidad por lo que hace y así fabrica su reputación. El modo de expresarse de uno no es el modo de otro, pero todos deben tener el derecho de hacerlo en una sociedad abierta. En lo personal, la burla y el sarcasmo a sentimientos religiosos de otros o de los propios, de agnósticos o de ateos me disgusta grandemente pero parafraseándolo a Voltaire nada debería hacerse para prohibir semejantes manifestaciones, ni ninguna otra.

Por otro lado, en general, la ridiculización, la ironía y la satirización tienen muchas veces más fuerza que la articulación de argumentos serios. En esta nota rendimos homenaje a la tarea periodística que solo responde a los dictados de la conciencia de quien habla, escribe o dibuja.

La segunda arista se refiere a la indispensable libertad de prensa, para lo cual introduzco algunas partes de un artículo de mi autoría publicado en “La Nación” de Buenos Aires (abril 10, 2012). Esta libertad debe ser respetada y cuidada como política de elemental higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no solo porque el ventilar y debatir ideas es indispensable para acrecentar conocimientos y conocer opiniones varias sobre muy distintos temas, sino porque brinda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitación y abuso de poder.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado” alegando “traición a la patria”, “insolencia” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes” por parte de los representantes de la prensa.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, lo cual no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades  ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros, lo cual puede incluir ofensas difamatorias. Esta plena libertad de prensa desde luego incluye al humor y la caricatura, como es el caso hoy de Charlie Hebdo en donde se ha producido la tragedia que comentamos.

Esta plena libertad incluye presentaciones irreverentes y, sobre todo, el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema vigente, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en qué momento se debiera prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios, aplicados también al caso de Charlie Hebdo con su frecuente inclinación de izquierda militante, lo cual resulta irrelevante para lo que decimos de la libertad de prensa.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al gobierno de turno o a los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, y cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado. 

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo, que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

Fenómeno parecido sucede con la pornografía y equivalentes en la vía pública que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, hacen que no haya otro modo de resolver las disputas como no sea a través de mayorías circunstanciales. Lo que ocurre en dominios privados no es de incumbencia de los gobiernos, lo cual incluye la televisión que con los menores es responsabilidad de los padres y eventualmente de las tecnologías empleadas para bloquear programas. En la era moderna, carece de sentido tal cosa como “el horario de protección al menor” impuesto por la autoridad, ya que para hacerlo efectivo habría que bombardear satélites desde donde se trasmiten imágenes en horarios muy dispares a través del globo. Las familias no pueden ni deben delegar sus funciones en aparatos estatales como si fueran padres putativos, cosa que no excluye que las emisoras privadas de cualquier parte del mundo anuncien las limitaciones y codificadoras que estimen oportunas para seleccionar audiencias.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris en el que los Papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg, no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) energúmenos que arremeten con fuerza contra el periodismo independiente (un pleonasmo pero en vista de lo que sucede en varios puntos del planeta, vale el adjetivo).

La libertad de expresión constituye el eje central de la sociedad abierta, los espíritus totalitarios no comprenden ese valor inmenso al efecto de respirar el purificador oxígeno de la libertad; bien ha escrito Thomas Jefferson que “nuestra libertad depende de la libertad de prensa la cual no pude ser limitada sin perderlo todo”.

Una perla en la biblioteca

Días pasados buscando un libro me encontré con la grata sorpresa (afortunadamente suele ocurrir con alguna frecuencia) de una obra publicada por seis estudiantes universitarios, en 1974. Se titula The Incredible Bread Machine que, ni bien fue parida, tuvo los mejores comentarios en la prensa estadounidense y de académicos de peso y, consecuentemente, logró una venta sustancial en varias ediciones consecutivas y traducciones a otros idiomas. Los autores son Susan L. Brown, Karl Keating, David Mellinger, Patrea Post, Suart Smith y Catroiona Tudor, en aquel momento de entre 22 y 26 años de edad.

Abordan muchos temas en este libro, pero es del caso resaltar algunos. Tal vez el eje central del trabajo descansa en la explicación sumamente didáctica de la estrecha conexión entre las llamadas libertades civiles y el proceso de mercado. Por ejemplo, muchas personas son las que con toda razón defienden a rajatabla la libertad de expresión como un valor esencial de la democracia. Sin embargo, muchos de ellos desconocen el valor de la libertad comercial al efecto de contar con impresoras y equipos de radio y televisión de la mejor calidad si no existe el necesario respeto a la propiedad privada en las transacciones. Estos autores muestran la flagrante incongruencia.

Además, como nos ha enseñado Wilhelm Roepke, la gente está acostumbrada a fijar la mirada en los notables progresos en la tecnología, en la ciencia, en la medicina y en tantos otros campos pero no se percata que tras esos avances se encuentra el fundamento ético, jurídico y económico de la sociedad libre que da lugar a la prosperidad.

Este es un punto de gran trascendencia y que amerita que se lo mire con atención. Se ha dicho que los que defienden el mercado libre son “fundamentalistas de mercado”. Si bien la expresión “fundamentalismo” es horrible y se circunscribe a la religión y es del todo incompatible con el espíritu liberal que significa apertura mental en el contexto de procesos evolutivos en los que el conocimiento es siempre provisorio sujeto a refutación, es útil traducir esa imputación al respecto irrestricto a los deseos del prójimo puesto que eso y no otra cosa significa el mercado. Quien lanza esa consideración en tono de insulto es también parte del mercado cuando vende sus servicios, compra su ropa o adquiere su alimentación, su automóvil, su computadora o lo que fuere.

El asunto es que en general no se percibe el significado del “orden extendido” para recurrir a terminología hayekiana. Tal como nos dice Michael Polanyi, cuando se mira un jardín bien tenido o cuando se observa una máquina que funciona adecuadamente, se concluye que hay mentes que se ocuparon del diseño respectivo. Eso es evidentemente cierto, pero hay otro tipo de órdenes en lo físico y en la sociedad que no son fruto de diseño humano. Tal es el caso sencillo del agua que se vierte en una jarra que llena el recipiente con una densidad igual hasta el nivel de un plano horizontal. Y, sobre todo, remarca también Polanyi el hecho de que cada persona siguiendo su interés personal (sin conculcar derechos de terceros) produce un orden que excede en mucho lo individual para lograr una coordinación admirable.

En otras oportunidades he citado el ejemplo ilustrativo de John Stossel en cuanto a lo que ocurre con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Imaginando el largo y complejo proceso en regresión, constatamos las tareas del agrimensor en el campo, los alambrados, los postes con las múltiples tareas de siembra, tala, transportes, cartas de crédito y contrataciones laborales. Las siembras, los plaguicidas,  las cosechadoras, el ganado, los peones de campo, los caballos, las riendas y monturas, las aguadas y tantas otras faenas que vinculan empresas horizontal y verticalmente. Hasta el último tramo, nadie está pensando en el trozo de carne envuelto en celofán en la góndola del supermercado y sin embargo el producto está disponible. Esto es lo que no conciben los ingenieros sociales que concluyen que “no puede dejarse todo a la anarquía del mercado” e intervienen con lo que generan desajustes mayúsculos y, finalmente, desaparece la carne, el celofán y el propio supermercado.

Es que el conocimiento está fraccionado y disperso entre millones de personas que son coordinadas por el sistema de precios que, en cada instancia permite consultarlos al efecto de saber si se está encaminado por la senda correcta o hay que introducir cambios.

Los autores del libro que comentamos, se refieren a este proceso cuando conectan la libertad con el mercado abierto, al tiempo que se detienen a considerar los estrepitosos fracasos del estatismo desde la antigüedad. Así recorren la historia de los controles al comercio desde los sumerios dos mil años antes de Cristo, las disposiciones del Código de Hamurabi, el Egipto de los Ptolomeos, China desde cien años antes de Cristo y, sobre todo, Diocleciano de la Roma antigua con sus absurdos edictos estatistas.

Los autores también se detienen a objetar severamente el llamado sistema “de seguridad social” ( en realidad de inseguridad anti- social) que denuncian como la estafa más grande, especialmente para los más necesitados,  a través de jubilaciones basadas en los sistemas de reparto. Efectivamente, cualquier investigación que llevemos a cabo con gente de edad de cualquier oficio o profesión comprobaremos lo que significan los aportes mensuales durante toda una vida para recibir mendrugos vergonzosos, ya que puestos esos montos a interés compuesto puede constatarse las diferencias astronómicas respecto a lo que se percibe.

Incluso, aunque se tratara de sistemas de capitalización estatal (que no es el caso en ninguna parte) o de sistemas privados forzosos de capitalización (que si hay ejemplos), se traducen en perjuicios para quienes prefieren otros sistemas o empresas para colocar sus ahorros. Al fin y al cabo, los inmigrantes originales en Argentina, compraban terrenos o departamentos como inversión rentable hasta que Perón las destruyó con las inauditas leyes de alquileres y desalojos, perjudicando de este modo a cientos de miles de familias.

Por otra parte, las legislaciones que obligan a colocar los ahorros en empresas privadas elegidas por los gobiernos, no solo bloquean la posibilidad de elegir otras (nacionales o extranjeras), sino que esta vinculación con el aparato estatal indefectiblemente termina en su intromisión en esas corporaciones, por ejemplo, en el mandato de adquirir títulos públicos y otras políticas que, a su vez, hacen que los directores pongan de manifiesto que no son responsables de los resultados y así en un efecto cascada sin término.

Por supuesto que hay aquí siempre una cuestión de grado: es mejor tener una inflación del veinte por ciento anual que una del doscientos por ciento, pero de lo que se trata es de liberarse del flagelo.

En definitiva, haciendo honor al título, la obra comentada ilustra a las mil maravillas la increíble máquina de producir bienes y servicios por parte de los mercados libres. Concluyen afirmando que todo este análisis “no significa que el capitalismo es un elixir que garantiza que se resolverán todos los problemas que confronta el ser humano. El capitalismo no proveerá felicidad para aquellos que no saben que los hace felices […] Lo que hará el capitalismo es proveer al ser humano con los medios para sobrevivir y la libertad para mejorar en concordancia con sus propósitos”. Y, demás está decir, no se trata de un capitalismo inexistente como el que hoy en día tiene lugar donde el Leviatán es inmenso, fruto de impuestos insoportable, deudas y gastos públicos astronómicos y regulaciones asfixiantes.