¿Costo de la transición?

Parecería que todos o casi todos los analistas de la economía y la política se circunscriben a lo que estiman es una transición puesto que consideran que no resulta posible ir directo a la meta (porque es “políticamente incorrecta”). 

Pero en esto viene un primer asunto que no es para nada menor: muy pocos se refieren a la meta porque en realidad nunca pensaron en qué consiste, más bien solo son capaces de concebir lo que creen es “una transición” aunque, como queda dicho, no saben de dónde a dónde. Ya hemos citado antes a Séneca quien ha consignado que “no hay vientos favorables para el navegante que no sabe hacia donde se dirige”.

Por todo esto es que se navega en la mediocridad, más bien haciendo la plancha con pretendidas correcciones que son muy menores o insignificantes que frente a cualquier barquinazo se vuelve a las andadas ya que no se han hecho correcciones de fondo modificando instituciones. Son apenas picotazos a una estructura que se mantiene intacta. Continuar leyendo

Desenredar la madeja

Hay quienes están muy ocupados y preocupados con la transición desde un sistema estatista a uno menos paternalista o directamente más cercano a la sociedad abierta. En esta nota miraré el asunto desde otro ángulo, en el sentido de sostener que la transición no es el problema sino saber hacia qué meta debemos dirigirnos. Una vez comprendidos los objetivos, la transición se hará lo mejor posible, es decir, lo que permita la opinión pública al efecto de acercarse a la libertad. Pero esa transición, precisamente, se podrá hacer en pasos mayores en la medida en que se haya trabajado bien en explicar las metas.

Los debates sobre políticas de transición son interminables y muy farragosos cuando, como queda dicho, el ojo de la tormenta radica en saber hacia dónde debemos encaminarnos. Con razón ha dicho Séneca que “no hay vientos favorables para el navegante que no sabe hacia dónde se dirige”. No es que haya que abandonar por completo las ideas de transición, se trata de un tema de prioridades, las cuales están enormemente desbalanceadas a favor de las políticas que pretenden desplazarse de un punto a otro sin tener en claro cuál es ese otro. Y lo alarmante es que muchas veces se pretende navegar con las mismas instituciones y políticas que se desea reemplazar sólo que con “funcionarios buenos”. Con eso no vamos a ninguna parte ya que como nos han enseñado autores como Ronald Coase, Douglass North y Harlod Demsetz, el asunto es de incentivos que corresponden a instituciones y no de personas que son en verdad del todo irrelevantes al efecto de lo que venimos considerando.

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