A raíz de Miguel Wiñazki

Mucho se ha escrito sobre lo que ha dado en denominarse populismo, algunos trabajos de fondo y otros de difusión (como la tan eficaz Gloria Álvarez), pero en todos los casos parecería que se prefiere eludir el término “socialismo”. En ciertas situaciones porque sus autores provienen de esa tradición de pensamiento y en otras por simple moda o conveniencia dialéctica.

Lo cierto es que en mayor o menor medida, la definición medular la ofreció Marx (no Groucho, del cual no pocos parecen derivar sus elucubraciones, sino Karl): la abolición de la propiedad privada tal como reza el Manifiesto comunista en su eje central. También puede adherirse a la conjetura de la honestidad intelectual de Marx, puesto que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la revolucionaria teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870, que echó por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra, tal como nos informa Friedrich Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. Contaba con apenas 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y siendo un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación; sólo publicó dos trabajos adicionales en otro contexto: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de París. Continuar leyendo

Acerca de la persuasión

Me acaba de llegar un libro de Mark Ford titulado Persuasion. The Subtle Art of Getting What You Want. Pongo el asunto en contexto. Mark comió en casa a raíz de un congreso organizado por Inversor Global. Es el socio de quien fue otro de los comensales de esa noche, Bill Bonner. Éramos varios los que participamos en ese evento, por lo me sugirieron que lo agregue a Mark.

Me lo describieron como un billonario estadounidense, experto en administración de carteras. Por mi parte, tenía otra idea de esa comida en casa. Pensaba tratar temas muy alejados de lo crematístico, pero me pareció adecuado aceptar la sugerencia de invitarlo a Mark. Pues una vez más me equivoqué: nadie mencionó estrategias de inversión durante esa comida y Mark sobresalió por su versación en lingüística y filosofía. Es un ejemplo del “american way of life”: arreglaba techos mientras estudiaba por las suyas distintas facetas de la vida hasta que se convirtió en lo que hoy es, siempre como autodidacta, eligiendo los mejores libros para leer con verdadera devoción.

Después de esa comida, le escribí contándole el back stage de esa reunión en mi casa. Le confesé que cuando confirmó su asistencia le anticipé a mi mujer que ese invitado nos arruinaría la comida, dados los antecedentes más conocidos de ese personaje, nos desviaría de los temas que quería escudriñar con los otros comensales. También le dije de mi craso error, puesto que lo considero una de las personas más interesantes que he conocido y que su participación contribuyó grandemente a que la velada de marras fuera interesante para todos. Continuar leyendo

La inmoralidad del socialismo

Los sistemas sociales en última instancia debe ser juzgados por sus fundamentos éticos, es decir, por su capacidad de respetar la dignidad del ser humano, por la consideración a las sagradas autonomías individuales y, por consiguiente, a las mejores condiciones de vida posibles en este mundo, espirituales y materiales según sean las preferencias de cada cual dada la liberación máxima de las energías creativas.

Los socialismos en cualquiera de sus variantes significan quitar en mayor o menor medida la libertad de las personas por parte del monopolio de la fuerza que llamamos Gobierno. No tiene sentido alguno hablar de moral cuando no hay libertad. No es moral ni inmoral aquel acto que se realizó por medio de la violencia y es pertinente recordar que la libertad significa ausencia de coacción por parte de otros hombres. No es correcto extrapolar la idea de libertad en el contexto de relaciones sociales a otros campos como la biología o la física.

Como hemos subrayado antes, no se deja de ser libre en el sentido de las relaciones sociales cuando se comprueba que hay personas que alegan que no son libres de bajarse de un avión en pleno vuelo o de ingerir arsénico sin sufrir las consecuencias, ni son menos libres los que están aferrados al tabaco. En este contexto, carece de significación sostener que los pobres no son libres para comprarse un automóvil de lujo, con lo que se confunde la idea de la libertad con la de oportunidad. Sin duda que el lisiado no puede ganar una competencia de cien metros llanos, pero esto nada tiene que ver con la libertad en el contexto de las relaciones sociales. Continuar leyendo

Amar al prójimo

Antes de entrar al fondo del asunto que ahora nos convoca, es de interés precisar que el aspecto medular del amor implica trasmitir alimento para el alma, que es lo más preciado del ser humano; sin duda que además de ello hay ayudas físicas y otras consideraciones que rodean el bienestar de las personas. Alimento del alma porque es lo que caracteriza la condición humana, esto es, estados de conciencia o la mente que permiten el libre albedrío y distinguen a la persona de aspectos puramente materiales y configuran lo de mayor jerarquía. Los kilos de protoplasma no deciden ni hacen posible las ideas autogeneradas, la racionalidad, la argumentación, la existencia de proposiciones verdaderas y falsas, la moralidad de los actos y la misma libertad. Los seres humanos no somos loros. El alma, la traducción de ‘psique’ en griego, es lo más preciado del hombre y lo que lo separa de todas las otras especies conocidas.

La ayuda al prójimo, la caridad, puede ser material o de apostolado y se define en el contexto de un acto voluntario realizado con recursos propios, sean estos crematísticos o de trasmisión de conocimientos para la aludida alimentación espiritual (depende de las circunstancias, se debate si en verdad es mejor regalar un pescado en lugar de enseñar a pescar). Continuar leyendo

El estatismo de la FAO

Desde su creación, la Food and Agriculture Organization (FAO) en 1945 ha mostrado su marcada inclinación a la adopción de medidas socialistas y una aversión al sistema de libre empresa y la propiedad privada. Hay infinidad de documentaciones que ponen de manifiesto lo dicho en el contexto de las Naciones Unidas como son las obras de Edward Griffin, Orval Watts y la experiencia personal de William Buckley, Jr. como delegado en aquella organización internacional, pero uno de los trabajos críticos de la FAO de mayor calado aun es el preparado por la Heritage Foundation de Washington D.C a través de la pluma de Juliana Geran quien se doctoró en la Universidad de Chicago y enseñó en las Universidades de Stanford y Johns Hopkins y dirigió el Institute of World Politics de la Universidad de Boston, trabajo aquél publicado con el sugestivo título de “The UN´s Food and Agriculture Organization: Becoming Part of the Problem”.

Con estos antecedentes de la FAO puede entenderse hoy, por ejemplo, el chiste de pésimo gusto que esa entidad haya premiado en este 2015 a los gobiernos de Venezuela y Argentina por la eficaz tarea para aliviar el hambre en esos países (sic).

En el muy extenso documento mencionado se destacan muchos puntos que no pueden cubrirse en una nota periodística, de modo que solo mencionaremos algunos que dividimos en doce secciones al correr de la pluma. Primero, se ha politizado la FAO en grado creciente al tiempo que se ha incrementado en grado exponencial su presupuesto y la cantidad de funcionarios contratados y “cada vez más hostil a la libre empresa. Suscribe la ideología colectivista patrocinada por las naciones más radicalizadas”.

Segundo, en la misma línea argumental la “FAO fracasa con sus consejos a los gobiernos cuyos políticas impiden el progreso agrícola […] y establece Programas de Cooperación Técnica que básicamente consiste en un centro político que es usado discrecionalmente por la dirección que provee estadísticas erróneas y engañosas, junto a medidas que desalientan a que trabajen allí profesionales calificados”.

Tercero, el caso más resonante del fracaso de la FAO fue el de la hambruna en Etiopía “en el que la FAO participó sin declarar nunca que las causas del problema eran las políticas económicas socialistas que condujeron a la catástrofe […], en aquel momento, además [de los malos consejos], quien dirigía la FAO apuntaba a sacarse de encima al representante de Etiopía al efecto de posibilitar su reelección en el cargo, lo cual logró por tres períodos de seis años cada uno”.

Cuatro, el presupuesto de la FAO constituye “una fuente de controversias permanentes porque no permite la información que permitiría una idea clara de donde se asignan los recursos proporcionados por los gobiernos con los recursos de los contribuyentes, lo cual hace que la correspondiente evaluación resulte imposible”.

Quinto, los casos de distintas naciones africanas respecto al apoyo a políticas estatistas respecto al agro, así como el caso de Tailandia en la misma dirección también en el área rural y lo mismo en China, políticas fallidas que se extienden a otras naciones como Guatemala, India y Costa Rica “todo contrario a los abordajes de la empresa privada en lo que respecta al freno al progreso agrícola”.

Sexto, en muchos sectores la FAO ha suspendido incluso la cooperación con el sector privado puesto que sus autoridades declaran que “los gobiernos pueden mejorar la planificación del área agrícola […] lo cual ha sido hoy abandonado incluso en algunos sectores de la economía china”.

Séptimo, la FAO “estimula el establecimiento del control estatal de precios como en los casos de Egipto, Tanzania, Ghana y Malí […] a lo que frecuentemente se añade el consejo de acumular granos operado por los gobiernos que naturalmente afecta al sector privado”.

Octavo, reiteradamente la administración de la FAO “reclama una redistribución de ingresos a nivel mundial […] situación que sugiere se haga a través de gobiernos o sus organismos internacionales desde los países desarrollados a los subdesarrollados que como es sabido ha producido graves problemas”.

Noveno, la FAO apunta al crecimiento poblacional, “la mentalidad maltusiana” como una de las causas de los problemas económicos en lugar de “concentrarse en el deterioro de los marcos institucionales”.

Décimo, también los consejos de la FAO respecto a plagicidas, fertilizantes y enfoques errados sobre la ecología en general han conducido a desajustes y crisis “en casos como los de Mozambique, Somalia, Nigeria y Libia en el contexto, como ha dicho una fuente de un funcionario que quiso quedar en el anonimato, que se han desdibujado cifras respecto al retorno sobre la inversión para hacer aparecer como atractiva la política aconsejada”.

Décimo primera, no solo se consignan las políticas contraproducentes de la FAO en su campo de acción sino que “interviene en otros sectores como son sus consejos en cuanto a la estatización del transporte”.

Y, por último, décimo segundo en este resumen, como conclusión la autora de este largo y documentado trabajo sostiene que “la FAO debe dejarse morir, que sería una justificada y buena muerte”.

La FAO ha insistido a poco de su instalación en la conveniencia del impuesto a la renta potencial y la reforma agraria (1955) sobre lo cual hemos escrito en otra oportunidad, conceptos que ahora parcialmente reiteramos en el contexto de la organización internacional de marras.

En las truculentas lides fiscales, desafortunadamente lo más común es la idea de lo que se ha dado en llamar “el impuesto a la renta potencial”. El concepto básico en esta materia es que el gobierno debería establecer mínimos de explotación de la tierra ya que se estima que no es permisible que hayan propiedades ociosas o de bajo rendimiento en un mundo donde existen tantas personas con hambre. El gravámen en cuestión apunta a que los rezagados deban hacerse cargo de un tributo penalizador, el cual no tendría efecto si las producciones superan la antedicha marca.

En verdad este pensamiento constituye una buena receta para aumentar el hambre y no para mitigarlo. Si pudiéramos contar con una fotografía en detalle de todo el planeta, observaríamos que hay muchos bienes inexplorados: recursos marítimos, forestales, mineros, agrícola-ganaderos y de muchos otros órdenes conocidos y desconocidos. La razón por la que no se explota todo simultáneamente es debido a que los recursos son escasos. Ahora bien, la decisión clave respecto a que debe explotarse y que debe dejarse de lado puede llevarse a cabo solo de dos modos distintos. El primero es a través de imposiciones de los aparatos estatales politizando el proceso económico, mientras que el segundo se realiza vía los precios de mercado. En este último caso el cuadro de resultados va indicando los respectivos éxitos y fracasos en la producción. Quien explota aquello que al momento resulta antieconómico es castigado con quebrantos del mismo modo que quien deja inexplorado aquello que requiere explotación. Solo salen airosos aquellos que asignan factores productivos a las áreas que se demandan con mayor urgencia.

Las burocracias estatales operan al margen de los indicadores clave del mercado y, por ende, inexorablemente significan derroche de los siempre escasos factores de producción (si hacen lo mismo que hubiera hecho el mercado libre y voluntariamente, no hay razón para su intervención ni para los gastos administrativos correspondientes y, por otra parte, la única manera de conocer que es lo que la gente quiere en el mercado es dejarlo actuar). Este desperdicio de capital que generan los gobiernos naturalmente conduce a una reducción de ingresos y salarios en términos reales puesto que las tasas de capitalización constituyen la causa de los posibles niveles de vida, con lo que en definitiva el impuesto a la renta potencial incrementa los faltantes alimenticios de la población.

Esta conclusión es del todo aplicable a la tan cacareada “reforma agraria” en cuanto a las disposiciones gubernamentales que expropian y entregan parcelas de campo a espaldas de los cambios de manos a que conducen arreglos contractuales entre las partes en concordancia con los reclamos de la respectiva demanda de bienes finales, lo cual ubica a los bienes de orden superior en los sectores necesarios para tal fin. Ese desconocimiento de los procesos de compra-venta inherentes al mercado también perjudica gravemente las condiciones de vida de la gente, muy especialmente de los más necesitados.

Los procesos de mercado recogen información dispersa y fraccionada entre millones de personas a través de los precios, sin embargo, los agentes gubernamentales puestos en estos menesteres invariablemente concentran ignorancia con lo que se desarticula el mercado, lo cual genera las consiguientes contracciones respecto a lo que se requiere y sobrantes de lo que no se demanda, dadas las circunstancias imperantes.

En este tema de los impuesto a la tierra hay una tradición de pensamiento que surge de los escritos de Henry George por lo que se considera que los impuestos a la tierra se justifican debido a que ese factor de producción se torna más escaso con el mero transcurso del tiempo (solo puede ampliarse en grado infinitesimal) mientras que el aumento de la población y las estructuras de capital elevan su precio sin que el dueño de la tierra tenga el mérito de tal situación. Por ende, se continúa diciendo, hay una “renta no ganada” que debe ser apropiada por el gobierno para atender sus funciones.

Este razonamiento no toma en cuenta que todos los ingresos de todas las personas se deben a la capitalización que generan otros y no por ello se considera que el ingreso correspondiente no le pertenece al titular. Esto ocurre no solo con los beneficios crematísticos (los ingresos no son los mismos del habitante de Uganda del que vive en Canadá, precisamente debido a que las tasas de capitalización de terceros no son las mismas) sino de beneficios de otra naturaleza como el lenguaje que existe en el momento del nacimiento del beneficiario y así sucesivamente con tantas otras ventajas que se obtienen del esfuerzo acumulado de la civilización.

En alguna oportunidad se ha legislado “para defenderse de la extranjerización de la tierra” lo cual ha hecho también la FAO, como si los procesos abiertos y competitivos en la asignación de los siempre escasos factores productivos fueran diferentes según el lugar donde haya nacido el titular, y como si los lugareños que declaman sobre nacionalismos no descendieran de extranjeros en un proceso de continúo movimiento desde la aparición del hombre en África. Esta visión de superlativa ceguera y de cultura alambrada es incapaz de percatarse que las fronteras y las jurisdicciones territoriales son al solo efecto de evitar la concentración de poder en manos de un gobierno universal, y no porque “los buenos” son los locales y “los malos” los extranjeros (atrabiliaria clasificación que, entre otras cosas, reniega de nuestros ancestros).

Es de esperar que en debates abiertos se perciba que los procesos de mercado son los más efectivos para reducir el hambre y no la politización de un tema tan delicado que barre con las señales para asignar recursos del modo más adecuado a las necesidades, especialmente de los más débiles. Respecto a las peligrosas falacias que rodean al tema específico de la ecología, las he tratado en mi trabajo titulado “Debate sobre ecología” que puede localizarse en Internet.

En torno a los modelos nórdicos

Los socialistas arcaicos y desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los años sesenta, en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la experiencia comenzó hacia finales de los treinta).

Sin embargo, no tienen en cuenta que a principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se los atienda “gratis” en sus países de origen, por ejemplo, se quedaban ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así sucesivamente).

Otro fracaso rotundo fue en el campo educativo donde a partir de los noventa se eliminó el monopolio estatal y se abrió a la competencia. Debido al referido sistema donde creció exponencialmente el Leviatán comenzó a debilitarse notablemente la Justicia y la seguridad.

Como queda dicho, a partir de los noventa se privatizaron todo tipo de empresas, en primer término, la electricidad, el correo y las telecomunicaciones con lo cual el gasto público se redujo junto a la presión impositiva.

Por otra parte, en gran medida se liberó el mercado laboral con lo que el desempleo bajó considerablemente y se redujo el trabajo informal a que naturalmente se recurría antes de la liberación (en los tres países mencionados llegaba a más de un tercio de la fuerza laboral).

Por tanto el tan cacareado ejemplo de los países nórdicos en cuanto al “éxito” del socialismo queda sin efecto en todas sus dimensiones.

Hay una nutrida bibliografía sobre el fracaso del mal llamado “Estado Benefactor” (mal llamado porque la beneficencia es por definición voluntaria y realizada con recursos propios), pero tal vez los autores más destacados son Andres Linder, Nils Sanberg, Eric Boudin, Sven Rydenfelt, Mauricio Rojas y Nils Karlson, quienes muestran que, en promedio en las tres décadas principales del experimento socialista el gasto público en esos países rondaba el 64% del PBN y el déficit alcanzaba el quince por ciento de ese mismo guarismo. Un sistema también basado en la estatización del sistema denominado de “seguridad social” que operaba bajo el método de reparto que actuarialmente está de entrada quebrado y la insistencia en la tan reiterada “re-distribución de ingresos”.

Escriben los autores mencionados que en una medida considerable se han abandonado las antedichas políticas para reemplazarse por la apertura de mercados sustentados en marcos institucionales liberales que los hacen los más abiertos del mundo.

Incluso uno de los patrocinadores del socialismo en los países nórdicos -Gunnar Myrdal- finalmente escribió que tenía “sentimientos encontrados en lo que desembocó el sistema ya que las leyes fiscales han convertido a nuestra nación [Suecia] en una de tramposos”.

La apertura hacía los mercado libres, entre muchas otras cosas, incentiva la creatividad para llevar a cabo actividades hasta entonces impensables. Por ejemplo, recientemente en algunos de los países nórdicos ya no existe el problema de la basura ya que la reciclan para contar con más electricidad y calor, al contrario, compran basura de otros países.

Lo dicho hasta aquí sobre el estatismo no incluye las truculentas variantes de los países africanos y latinoamericanos más atrasados en los que se encubre una alarmante corrupción tras la bandera de la mejora a los pobres que se multiplican por doquier.

El antes aludido Nils Karlson, a pesar de ser noruego (un país que cuenta con el apoyo logístico de la riqueza petrolera) en su magnífica obra titulada The State of the State. An Inquiry Concerning the Role of Invisible Hands in Politics and Civil Society, sostiene que “El crecimiento en el tamaño del Estado es uno de los sucesos más destacados del siglo veinte. En todas las democracias occidentales, el estado se ha tornado más y más grande, en términos relativos y absolutos. Típicamente esos estados modernos se autodenominan estados benefactores caracterizados por varios tipos de sistemas distributivos, regulaciones y altos niveles de gastos públicos. En algunos de esos países el gasto del sector público alcanza más de la mitad del producto nacional bruto y los impuestos, en algunos casos, se llevan más de la mitad de los ingresos generados en la sociedad. Incluso las esferas más privadas han sido penetradas por el estado. Las sociedades se han politizado más y más”.

El también mencionado Neil Sandberg apunta en su libro What went wrong in Sweeden? que uno de los factores desencadenantes de la crisis fue su política monetaria representada por “la rápida implementación del keynesianismo” por lo que “Suecia abandonó el patrón oro antes que otras naciones”. Muy especialmente en los múltiples trabajos de los referidos Eric Boudin y Mauricio Rojas se incluyen en detalle otras políticas también responsables de los problemas suecos y la forma en que se revirtieron.

¿Por qué ha ocurrido este desvío grotesco de la tradición de gobiernos limitados a la protección de derechos a la vida, la propiedad y las autonomías individuales? Gordon Tullock produjo un ensayo titulado “The Development of Government” (todavía recuerdo a la vuelta de un viaje mi disgusto con la traductora por cómo tradujo literalmente al castellano el referido trabajo en la revista Libertas: “El desarrollo del gobierno”, en lugar de “El crecimiento del gobierno”; como escribe Victoria Ocampo, “no se puede traducir a puro golpe de diccionario”). En todo caso, Tullock alude a la impronta de Bismarck como la manía del aparato estatal de lo que se conoce como “seguridad social” (en verdad inseguridad antisocial), al nacimiento del impuesto progresivo y a las guerras donde muestra en sus cuadros que el gasto posguerra baja pero siempre queda a un nivel más alto del período antes del conflicto bélico. Esto lo refleja en los cuadros que acompañan a su trabajo, especialmente referidos al período 1790-1995 en Estados Unidos con comentarios de estudios de economías comparadas.

De cualquier modo, una idea que cuajó entre los redistribucionistas es lo que podemos bautizar como “la tesis Pigou” por la que el autor aplica la utilidad marginal a la noción fiscal para sustentar la progresividad. Así se dice que como un peso para un pobre no es lo mismo que un peso para un rico, si se sacan recursos de éstos últimos y se los entrega a los primeros, los ricos se verán perjudicados mientras que los pobres serán beneficiados en mayor proporción que la pérdida de los primeros por las razones apuntadas. Sin embargo, una aplicación correcta de la utilidad marginal hará irrelevante lo comentado puesto que la utilidad marginal significativa en este caso es la de los consumidores a quines no le resulta indistinto quien administra los escasos factores de producción con lo que la aludida redistribución (sea por métodos impositivos o de cualquier naturaleza) contradice sus indicaciones en las votaciones diarias en el mercado, por lo que habrá desperdicio de recursos y, consecuentemente consumo de capital junto a menores salarios e ingresos en términos reales.

Por nuestra parte, miramos dos motivos que se encuentran tras algunos de las consecuencias señaladas por Tullock en su ensayo. Estos dos motivos fundamentales son los marcos institucionales y la educación.

Mencionemos muy resumidamente estos dos componentes tan contundentes que se suceden tanto en países nórdicos como en cualquiera que adopte las recetas del “Estado Benefactor”. En ambos casos, en última instancia, se trata de incrustar más clara y frontalmente el saqueo en la política.

Lo primero se refiere a la falsificación de la democracia y monarquías constitucionales convirtiéndolas en cleptocracias. Sin nuevos límites al poder, el sistema puramente electoral y sin el alma del respeto de las mayorías a los derechos de las minorías, se convirtió en una trampa mortal para las autonomías individuales. Con solo levantar la mano en el Parlamento, las alianzas y coaliciones arrasan con los derechos. En otras palabras, constituye un escándalo pavoroso que la respuesta a tanto desatino consista en quedarse de brazos cruzados esperando la demolición final. Es indispensable pensar en otros controles, por ejemplo, como los que hemos sugerido en base a las propuestas de otros autores.

El segundo punto es tener en un primerísimo primer plano la importancia de la educación. Desde que tengo uso de razón se machaca que ese tema es para el largo plazo y que debemos ocuparnos del presente, sin percatarse que, precisamente, el presente está movido por los valores y principios que hemos sido capaces de exponer, es decir, la compresión y aceptación de los fundamentos de la sociedad abierta depende de lo que ocurra en el ámbito educativo. Y no es cuestión de declamar sobre las bondades de la educación sino de proceder en consecuencia y poner manos a la obra, sean países nórdicos o no. Es la tarea dura y no saltearse etapas y ocupar cargos políticos que por más que se simule “meterse en el barro” es para la foto y los halagos del poder.

Es imperioso ocuparse de marcos institucionales libres y de la educación en los valores de la sociedad abierta y no estar como los gobiernos venezolanos y argentinos en la búsqueda de enemigos en quienes endosar la responsabilidad de sus fracasos, tal como aconsejan hacer autores totalitarios como Carl Schmitt y Ernesto Laclau para distraer la atención de los verdaderos problemas y arrear con estrépito a los aplaudidores sin dignidad ni autoestima.

Evolución: una apostilla

Es difícil entender la postura de quien se declara opuesto al evolucionismo. Dado que los seres humanos estamos años luz de la perfección en todas las materias posibles, entre otras cosas, debido a nuestra colosal ignorancia, la evolución es el camino para intentar la mejora de la marca respecto de nuestra posición anterior, en cualquier campo de que se trate. Lo contrario es estancarnos en el empecinamiento al mostrarnos satisfechos con nuestros raquíticos conocimientos. Es cierto que en el transcurso de la vida, tomando como punto de referencia el universo, en términos relativos es poco lo que podemos avanzar, pero algo es algo. No hay tema humano que no sea susceptible de mejorarse.

Pero aquí viene un tema crucial: el simple paso del tiempo no garantiza nada, se requiere esfuerzo de la mente para progresar, básicamente en cuanto a la excelencia de los valores. También en la ciencia que no abre juicios de valor (simplemente describe), en su terreno específico, el científico genuino tiene presente la ética ya que sin el valor de la honestidad intelectual se convierte en una impostura. El progreso es sinónimo de evolución pero no es un proceso automático, como queda expresado, hay que lograr la meta con trabajo. Continuar leyendo

La paradoja de las ideas

Resulta paradójico en verdad que se diga que la suficiente difusión de las buenas ideas son el único camino para retomar un camino de cordura y, sin embargo, se concluye que es altamente inconveniente pretender expresarlas ante multitudes. Parecería que estamos frente a un callejón sin salida, pero, mirado de cerca, este derrotismo es solo aparente.

Muchas han sido las obras que directa o indirectamente aluden a este fenómeno. Tal vez las más conocidas sean The Loney Crowd de David Reisman, The Courage to Create de Rollo May, La rebelión de las masas de Ortega, la horripilante antiutopía de Huxley (especialmente en su versión revisada) y, sobre todo, La psicología de las multitudes de Gustave Le Bon.

Ortega escribe en el prólogo para franceses de la obra mencionada, (once años después de publicada) que “mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del intelectual es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que el político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban” y en el cuerpo del libro precisa que en el hombre masa “no hay protagonistas, hay coro” y en el apartado titulado “El mayor peligro, el Estado” concluye que “El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina del Gobierno”.

Por su parte, Le Bon -autor también de La psicología del socialismo, sistema al cual tendería el poder de las muchedumbres y La civilización de los árabes, donde pone de manifiesto las extraordinarias contribuciones que en su momento realizó esa civilización en cuanto a tolerancia religiosa, derecho, medicina, arquitectura, economía, música, filosofía y gastronomía- en el trabajo citado sobre las multitudes afirma que “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas” pero que, al mismo tiempo, “poco aptas para el razonamiento, las multitudes son, por el contrario, muy aptas para la acción” y, en general, “solo tienen poder para destruir” puesto que “cuando el edificio de una civilización está ya carcomido, las muchedumbres son siempre las que determinan el hundimiento” ya que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”.

Entonces ¿cómo enfrentar la disyuntiva? Los problemas sociales se resuelven si se entienden y comparte las ideas y los fundamentos de la sociedad abierta pero frente a las multitudes la respuesta no solo es negativa porque la agitación presente en las muchedumbres no permite digerir aquellas ideas, sino que necesariamente el discurso dirigido a esas audiencias demanda buscar el mínimo común denominador lo cual baja al sótano de las pasiones. Como explica Ortega en la obra referida, “el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo y como él se siente a si mismo anónimo -vulgo- cree que el Estado es cosa suya” y lo mismo señala Hayek en Camino de servidumbre en el capítulo titulado “Por qué los peores se ponen a la cabeza”.

Desde luego que, como hemos apuntado en otras ocasiones, la paradoja no se resuelve repitiendo los mismos procedimientos puesto que naturalmente los resultados serán los mismos. El asunto es despejar telarañas mentales y proponer otros caminos para consolidar la democracia y no permitir que degenere el cleptocracias como viene ocurriendo de un largo tiempo a esta parte.

En este sentido, hemos tomado las ideas de varios intelectuales de fuste que sugieren adoptar diversos métodos a través de los cuales se agregan vallas de peso para limitar el poder. Si lo sugerido no se acepta deben adoptarse otras medidas pero no quedarse de brazos cruzados esperando magias de la más baja estofa. Uno de los puntos que hemos reiterado es la propuesta de Montesquieu en el capítulo segundo del libro segundo de su El espíritu de las leyes, donde escribe que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” a lo que puede añadirse con provecho la idea propuesta por Edmund Randolph y Elbridge Gerry en la Convención Constituyente estadounidense en cuanto al establecimiento de un triunvirato en el Poder Ejecutivo con lo que, además de los incentivos que genera el sorteo para que se limite el poder (ya que cualquiera que se postule puede eventualmente acceder al cargo), desaparecen en esta área los discursos demagógicos de energúmenos gritones, enojados y transpirados dirigidos a multitudes vociferantes y el se abrirían espacios adicionales para que el debate de ideas se circunscriba a audiencias interesadas en mejorar la marca y no en corear lugares comunes alejados de la excelencia.

La perfección no está al alcance de los mortales, de lo que se trata en esta instancia del proceso electoral es minimizar los desbordes del Leviatán. Tal como ha dicho John Stuart Mill, “toda buena idea pasa por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción” el asunto es no tener miedo a lo “políticamente incorrecto” y actuar conforme a la honestidad intelectual y, desde luego, estar abierto a enmiendas pero no quedarse paralizado esperando un milagro para revertir los problemas que a todas luces son provocados por deficiencias institucionales que surgen de incentivos perversos en cuanto a coaliciones y alianzas que desnaturalizan la idea original de proteger derechos de la gente.

Hay quienes en vista de este panorama la emprenden irresponsablemente contra la democracia sin percatarse que en esta etapa cultural la alternativa a la democracia es la dictadura con lo que la prepotencia se arroga un papel avasallador y se liquidan las pocas garantías a los derechos que quedan en pie. Confunden el ideal democrático cuyo eje central es el respeto de las mayorías por el derecho de las minorías, con lo que viene ocurriendo situación que nada tiene que ver con la democracia sino más bien con dictaduras electas.

Como también hemos subrayado antes, en última instancia, los políticos son cazadores de votos (son cuasi megáfonos) por lo que están inhibidos de pronunciar discursos que los votantes no comprenden y, en su caso, no comparten. Para abrirles un plafón a los políticos al efecto de que puedan modificar la articulación de sus discursos, es menester trabajar sobre las ideas para que la opinión pública cambie la dirección de sus demandas, alejados de muchedumbres que exigen frases cortas y lugares comunes que no admiten razonamientos serios.

Para terminar, relato una anécdota al efecto de ilustrar lo que ocurre con una persona atenta a ideas distintas y, sobre todo, honesta intelectualmente. En una oportunidad cuando diserté en la Universidad de las Américas en Washington DC, como un anexo al programa de disertantes sobre economía y ciencia política, la embajada argentina pidió autorización para que hablara el agregado militar. Así, hizo uso de la palabra el general Jorge Martínez Quiroga quien se refirió al terrorismo en la Argentina.

Para mi sorpresa, en su presentación no mencionó a los Montoneros. Luego de la disertación, en el período de preguntas, le dije a Ricardo Zinn, quien estaba sentado al lado mío, que no se podía dejar pasar esa grave omisión, con lo cual estuvo de acuerdo. Entonces pedí la palabra y le expresé al referido general que me llamaba la atención que no haya aludido a ese grupo terrorista, más habiendo asesinado a su camarada de armas el general Pedro Eugenio Aramburu. La respuesta fue muy insatisfactoria y plagada de ambigüedades, vacilaciones y nerviosismos. Luego del acto, el general Martínez Quiroga me llamó al efecto de mostrar su disgusto con mi reflexión pública y agregó que tenía expresas instrucciones del general Videla, entonces presidente de facto de la nación, de que no mencionara al peronismo en el contexto de la agresión terrorista de Montoneros (en esa breve y agitada conversación me percaté de sus ideas nacionalistas-estatistas).

Al tiempo, ya en la Argentina, curiosamente me invitó a almorzar el general Martínez Quiroga, quien había sido designado Director de la Escuela de Defensa Nacional, almuerzo que se prolongó hasta bien entrada la tarde y que se repitió dos veces más. Llamativamente para mí, después de transcurridos unos meses del último almuerzo, me designó profesor titular de economía en la institución que dirigía, a la cual asistían civiles y militares, donde en el ejercicio de la cátedra tuve varias trifulcas con algunos participantes. A partir de esa época, el general Martínez Quiroga comenzó a asistir a todos los actos académicos de colación de grados en ESEADE al efecto de escuchar al profesor invitado de la ocasión y, más adelante, escribió un libro titulado El Poder que me envió con una muy afectuosa dedicatoria. En otros términos, una persona que venía de una tradición ubicada en las antípodas del liberalismo fue modificando su pensamiento en una forma que puso de manifiesto su honestidad intelectual a pesar de verse comprometido en posturas contrarias a las que sustentaban sus jefes. Hablamos con él de los bochornosos e inaceptables procedimientos a que se recurrió en nuestro país en la lucha antiterrorista.