El día que Cristina volvió

Cristina ha vuelto. Mauricio Macri y Claudio Bonadío le construyeron el escenario perfecto para que pueda montar su propio 17 de octubre. Se la vio con sus fuerzas intactas. Enfrentó los estrados judiciales sin fueros que la protegieran y sólo enarbolando su posición de ciudadana. En esas condiciones habló ante miles de seguidores que estaban allí testimoniando su afecto político.

Tan sólo un gobierno desorientado que hasta aquí se ocupó de hablar del pasado profundizando la crisis del presente, sumado a un juez que carga enfrentamientos con la ex Presidenta, pudieron hacer que vuelva a ocupar el centro de la escena política cuando encuestadores y analistas afirmaban que estaba quedando marginada de ese escenario.

Cristina ha demostrado que va a dar pelea. Que no ha llegado la hora de su retiro. Dijo muchas cosas en un discurso en el que otra vez, como siempre, cargó en los medios de comunicación y en los formadores de opinión la labor “desinformante”. Ella está convencida (o pretende convencernos) de que su gestión presidencial y las controversias que atraviesa sólo resultan de la mala acción de la prensa. Y eso no es absolutamente cierto.

Dijo muchas cosas ciertas. Como por ejemplo su señalamiento al modo poco profundo como los grandes medios han tratado el caso del los Panamá Papers y como convalidaron las débiles excusas presidenciales. También tuvo razón al señalar el mal manejo de la política monetaria llevando las tasas de interés a niveles que eliminan toda posibilidad de crédito.

Viendo un territorio vacante, se paró en el lugar del opositor. Fue tan cruda como exacta en la descripción de los primeros cien días del gobierno macrista. Se animó a hablar del modo como persiguen funcionarios tan sólo por no pensar igual que los que gobiernan y hasta se animó a decir que nunca un gobierno fue capaz de producir como este “tantas calamidades”.

Habló mucho más. Tuvo párrafos dedicados al Presidente y al grupo empresario que regentea su padre y del que él mismo es accionista. Recriminó al sindicalismo no reaccionar ante los despidos y las pérdidas de puestos de trabajo que se experimentan cotidianamente. Hasta imputó a la Justicia su falta de imparcialidad y el actuar en connivencia con el Gobierno Nacional.

Pero lo más significativo de su discurso fue su apelación a unir fuerzas en un “frente patriótico” que confronte con el oficialismo. Tal vez ese sea el aspecto político más llamativo de sus palabras. Cristina está advirtiendo la insuficiencia que tiene hoy el Frente para la Victoria (Justicialismo incluido) para encarar los tiempos que se vienen. Advierte el riesgo de diáspora que existe, si el hecho de acompañarla supone explicar y hacerse cargo de los hechos que ahora le cargan.

Ella misma es consciente de la dificultad de generar ese espacio. “No sé como hacerlo… tengo algunas ideas”, balbuceó.  Reconstruir ese espacio significa poder suturar las heridas que en estos últimos años causó la “soberbia cristinista”. Esa arrogancia desplazó a gran parte del peronismo cansado del maltrato de sectores juveniles que se adueñaron del Estado. Esa misma arrogancia expulsó a todo aquel que siendo parte del espacio se animó a marcar diferencias. En esos años, sólo los obedientes sobrevivieron al amparo del paraguas oficial.

Lo cierto es que después de creerla grogui, Cristina se paró frente al mundo. Se ocupó de recordarles a todos que aun lidera un espacio importante de la sociedad argentina y que está dispuesta a no ceder ese rol.

Así, con un gobierno demudado ante los hechos, con un juez descolocado ante su arbitrariedad y con una sociedad azorada, fue el día en que Cristina volvió.

De la política maniquea a la lógica del acuerdo

Llegó el día. Mauricio Macri asumió la Presidencia de la Nación.

Cristina ha concluido su mandato presidencial. Se despidió del cargo con un impresionante acto en la Plaza de Mayo en el que reafirmó el mismo ideario que sustentó en su gobierno.

Con esa lógica que signó sus días de Presidenta, Cristina alcanzó otro de sus objetivos: logró que “la abanderada del movimiento nacional y popular” no entregase los atributos del mando al “representante de la antipatria”.  No le importó el veredicto de las urnas ni el daño institucional que con ello generaba. Solo quiso simbolizar que su fuerza no se rendía ante quienes, a su juicio, representan los peores intereses.

Cristina ha hecho todo esto para dejar un mensaje claro a la sociedad argentina: ella será la oposición. Se opondrá al “neoliberalismo” y al “prepotente” que la maltrata por teléfono. Gran parte de su séquito ha interpretado el mensaje y por eso muchos no acompañaron la jura de Macri en el Congreso.

Concibiendo la política como una eterna disputa, Cristina se prepara para confrontar con los intereses que supuestamente encarna el nuevo gobierno. Continuar leyendo

Sobre el delirio y la realidad

Ha dicho Cristina que con la marcha del 18F ha nacido el “Partido Judicial”. A su juicio, ese día ha asomado un nuevo actor político que busca desestabilizar a través de un “golpe blando” dado a través de resoluciones judiciales que afectan a funcionarios de su Gobierno.

No es la primera vez que Cristina atribuye una “actitud desestabilizadora” a quienes critican su gestión. Ella misma reafirmó su tesis diciendo que en otro momento tuvieron esa vocación los “generales mediáticos” que sobredimensionaron las movilizaciones ciudadanas ocurridas tras la muerte de Axel Blumberg y tras el dictado de la Resolución 125.

Cristina tiene enormes dificultades para admitir la realidad. Tanto es así que por momentos la niega y, como si fuera presa del delirio, recrea un contexto que en nada se parece a lo que todos vivimos. No es razonable pensar que aquella marcha que movilizó a cientos de miles de argentinos que reclamaban justicia ante la muerte de un fiscal tuvo el propósito de desestabilizar al Gobierno nacional. Habrá habido unos pocos que insultaron a la Presidente o que tuvieron gestos incalificables hacia ella. Pero sólo eran marginales. En su inmensa mayoría quienes allí marchaban tenían un común denominador: reclamar el esclarecimiento de aquella muerte y exigir que la Justicia no padezca interferencias.

¿Y por qué ese reclamo? Porque el fiscal murió cinco días después de haber imputado judicialmente a la Presidente y un día antes de ir al Congreso a fundamentar su denuncia. Porque la Presidente, tras el deceso del fiscal, dijo que no dudaba que había sido victima de un homicidio. Y dijo algo más: que creía que la muerte obedecía a una disputa entre servicios de inteligencia que dependen de su propio Gobierno. Ante lo inexorable del hecho y frente a semejantes definiciones presidenciales, ¿cómo pensar que la sociedad no iba a sensibilizarse con la victima e iba a movilizarse para reclamar justicia?

Fue el accionar del gobierno en general y de la Presidente en particular la causa determinante de la movilización social. No fueron los fiscales ni el “Partido Judicial” los que motorizaron la marcha. Fue el malestar que generó la reacción oficial ante la muerte la que lo hizo.

Salvo Cristina y sus laderos, nadie en Argentina habló de “desestabilización” ni de “golpe de Estado”. Así, el Gobierno plantea la “idea golpista” y después se victimiza de lo que él mismo ha sugerido. Con ello la indignación crece porque sólo un cínico puede ver en una marcha silenciosa una acción que ponga en riesgo la institucionalidad.

Cristina debería revisar sus criterios de análisis porque fallan desde hace tiempo. Porque aquellos “generales mediáticos” a los que acusó sólo reflejaron sucesos que efectivamente ocurrieron. Y aunque tal vez potenciaron los hechos, jamás los inventaron. La marcha de Blumberg fue tan impactante que el entonces presidente Kirchner tomó en cuenta el dato y, pocos días después de que se hizo, recibió al convocante para solidarizarse y ofrecerle colaboración. Las marchas vinculadas a la Resolución 125 o la del 8N también fueron multitudinarias y así fueron mostradas. Y por mucho que pudieron los medios haber magnificado la dimensión de esas manifestaciones, el rumbo de la política no se vio alterado por ello. Kirchner concluyó su mandato con un alto nivel de aprobación y Cristina ganó categóricamente dos elecciones presidenciales tras esos episodios.

La misma lógica cabe aplicar al modo en que analiza el fin último del “Partido Judicial”. Es inadmisible pensar que la evolución de procesos judiciales se conviertan en un riesgo para las instituciones. Nadie jamás puede sentirse amenazado en un juicio, simplemente porque en el mismo siempre gozará del derecho a defenderse y toda decisión podrá ser recurrible a instancias superiores.

Y aquí volvemos otra vez a lo ya dicho. Ningún fiscal y ningún tribunal inventó los hechos que originaron el “caso de la falsedad documental en la venta de un auto”, el “caso Ciccone” o el “caso The Old Found/Formosa”, que se debaten en los tribunales como consecuencia de las inconductas de Amado Boudou y sus amigos. Para que esos procesos pudieran avanzar, primero fue necesario que el Vicepresidente actúe del modo que lo hizo en cada caso. Siendo así, enjuiciar a un funcionario con semejantes “cualidades” lejos de debilitar las instituciones las fortalece.

En la Justicia no está imputada la democracia. Están imputados funcionarios públicos que deben dar cuenta de sus actos. Creer que Cristina o Boudou son la democracia es, tal vez, el mayor castigo que pueda recibir la institucionalidad. Ese sí es un golpe a la lógica de la república.

El secreto que debe descubrir Cristina pasa por salir de su encierro y admitir la realidad. Y entender que las críticas y los reclamos no conllevan voluntades golpistas si no solo vocaciones de cambio. Porque cuando las convivencia social se perturba por hechos traumáticos o por debates altisonantes, es necesario cambiar para retomar la senda que conduzca a la paz social.

Porque, al fin y al cabo, Cristina debería saber que a la realidad no hay que ocultarla o maquillarla para que luzca acorde a sus necesidades políticas. Hay que asumirla y cambiarla si hace falta, pero nunca es buena idea negarla. Porque como ya dijera un catalán famoso, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Entre el sueño y la decepción

Es difícil analizar desapasionadamente en esta Argentina colmada de fanatismos. Aquí todo parece haberse vuelto absoluto y los matices parecen haberse disuelto en el blanco o en el negro de los extremos. Los espacios para la reflexión cedieron terreno al punto que el análisis crítico parece fenecer frente al “país idílico” del que habla el gobierno o ante el “país caótico” del que hablan los opositores.

No es fácil reflexionar sobre la “Década K” en ese contexto. Uno debe escapar el exitismo de los que ven en ella una “década ganada” y de la irascibilidad de los que observan en esos años una decadencia que tampoco tiene la dimensión con que la presentan.

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