La excusa de la gobernabilidad para no combatir la corrupción

Desde la impactante detención de Lázaro Báez hasta el acto de Cristina Fernández de Kichner en Comodoro Py se produjo un debate entre analistas y politólogos respecto a la conveniencia y la viabilidad de un mani pulite en la Argentina. Después de 12 años de pensamiento único y temores de muchos a opinar públicamente, es bienvenido este intercambio de ideas, más allá de algunas trampas o picardías que se perciben.

El puntapié inicial lo dio el presidente del bloque de senadores, Miguel Ángel Pichetto, como vocero del establishment peronista, que siente pánico ante cualquier atisbo de avance contra la corrupción. Tiene razón Marcos Novaro cuando sostiene que con esta postura conservadora “no podremos cambiar nada, nos tenemos que resignar a la mediocridad de nuestro Estado y de nuestro sistema político”. Por eso, cuando Andrés Malamud dice: “Hay que combatir la corrupción con cuidado”, no hace otra cosa, más allá de su honestidad intelectual, que ser funcional a la continuidad de la impunidad que se vive en la Argentina desde diciembre de 1983.

El proceso democrático que se inició luego de la derrota de Malvinas decidió juzgar las violaciones a los derechos humanos cometidas por miembros de las Fuerzas Armadas, pero optó por no avanzar en la investigación de los muchos hechos de corrupción que fueron casi una política de Estado desde el 24 de marzo de 1976. Sólo hubo un amague con la comisión parlamentaria del negociado de la Italo, pero no fueron juzgados los ex funcionarios que se enriquecieron con el mundial de fútbol de 1978 o el descontrol en las empresas públicas. No sólo Emilio Massera no podía justificar su patrimonio en ese entonces. Continuar leyendo

Especulaciones vaticanas

“Si todo sale bien y no hay picardías como el año pasado, es probable que luego de la reunión en el Vaticano salga bendecida la candidatura de Daniel (Scioli)”, dice un importante dirigente político de la provincia de Buenos Aires. Obviamente, se refiere al encuentro que se llevará a cabo el próximo 7 de junio entre la presidenta Cristina Fernández y el Papa Francisco.

Una vez conocida la noticia, comenzaron a circular todo tipo de especulaciones respecto al interés de ambos frente a esta nueva cita en la Santa Sede. Los dos rumores que se escucharon más en el mundo político tienen que ver con una eventual presencia de Máximo Kirchner en la comitiva presidencial que visitará a Bergoglio y el aval papal al proyecto presidencial de Scioli y a la postulación de Julián Domínguez a la Gobernación bonaerense.

Es cierto que luego del encuentro de septiembre del año pasado en Santa Marta, recordado aún por las selfies entre los muchachos de La Campora, CFK y Francisco, en los aposentos que ocupa el hombre más importante del Vaticano quedó un dejo de desilusión y descontento. El jesuita, como todo hombre político, sabe olfatear el clima de su país y comprendió que “estaba pagando un alto costo político” por su respaldo permanente a la jefa de Estado, cuando la actitud del otro lado no parecía similar.

“Él sabe que hay muchos católicos y de otras religiones enojados por su proximidad a Cristina, pero no le importa en lo más mínimo”, repiten aquellos que suelen charlar con el ex arzobispo Buenos Aires. Pero sí le preocupa la actitud del gobierno argentino de querer manipularlo y hacerle permanentes operaciones periodísticas. Por eso aprovechó el segundo aniversario de su papado para mandar ese mensaje sobre la utilización política de su figura. Con estilo florentino dio a entender que no estaba contento.

También por eso decidió anunciar que no iba a recibir más políticos hasta las elecciones presidenciales. Pero según sus allegados no fue sencillo cumplir con ese cometido porque el embajador argentino en la Santa Sede, Eduardo Valdés, ya le había agendado muchos compromisos. Se muestra enojado con el representante diplomático que ha ingresado en una verdadera guerra fría con su hombre de confianza y secretario de Protocolo, Guillermo Karcher.

Karcher hace tiempo que se dedica a frenar las supuestas operaciones que le endilgan a Valdés con intenciones de “usar la figura de Su Santidad para cualquier necesidad política del oficialismo”, dicen vocero eclesiásticos. Los cortocircuitos se agudizaron cuando el embajador hizo trascender en medios K que Bergoglio respaldaba a CFK días después de las tremenda muerte del fiscal Alberto Nisman. Algo similar ocurrió con la repercusión que tuvo la foto que se sacó Sergio Burstein, dirigente de la colectividad judía cercano a los K, el miércoles 18 de febrero horas antes de que se iniciara la marcha de los fiscales en homenaje a Nisman. Aunque Valdés se defiende y dice que el jefe del Vaticano nunca le transmitió que estuviera molesto.

Por todas estas razones, Francisco decidió replantear su estrategia tildada por muchos de cierta simpatía con el kirchnerismo. Claro, quiso tomar distancias con mucho equilibrio y bajo perfil. Así fue como se comunicó telefónicamente con la madre de las hijas de Nisman, Sandra Arroyo Salgado, para darle el pésame. Pero sabía por sus charlas con Domínguez que la Presidenta se quería reunir con él lo antes posible, pedido que a su criterio no podía negar. “Tiene que aceptar muchas cosas porque en la primera de cambio la señora puede enojarse y romper la buena relación que cultivaron”, dicen en su entorno.

En este contexto se anunció el encuentro del 7 de junio, con Bergoglio preocupado pero obsesionado con evitar conflictos, y Cristina recuperada después de la crisis de Nisman y diseñando su estrategia electoral. ¿Finalmente estará Máximo en la foto? No parece que el jefe de La Campora se desviva por viajar a Roma y traer la selfie que anhela cualquier político con aspiraciones electorales. Pero la especulación continuó y muchos, al desconocer si será de la partida el hijo de CFK, lo vinculan a una negociación que le asegure a Scioli el aval del kirchnerismo para su candidatura presidencial.

A nadie le escapa en el mundillo político que el gobernador de Buenos Aires es el presidenciable preferido del hincha de San Lorenzo más famoso del mundo. “Daniel es el que más se deja pastorear”, suele señalar Bergoglio a sus amigos como una virtud que caracteriza a Scioli. Además, el ex funcionario del menemismo Aldo Carreras sigue siendo el nexo entre ambos. El ex motonauta y su amigo Domínguez como mandatario bonaerense parece ser el escenario que más le agrada, sobre todo porque cree que esos hombre pueden garantizar la normalidad y salir de las crispación K sin conflicto con Cristina.

Es cierto que el Papa además se lleva bien con Mauricio Macri, pero su corazoncito peronista lo acerca más a Scioli. Se sabe que no lo quiere a Sergio Massa. Todo parece indicar que, le guste o no, va a terminar siendo un protagonista clave en el proceso electoral para influir aún más en la transición. En silencio, con medias palabras y muchos gestos, el jesuita se verá obligado a jugar un partido donde uno de los equipos ya le puso los botines y los largó a la cancha.

Macri, el comodín del tablero electoral

Es cierto que la mayoría de las encuestas indican que, si hoy se realizaran las elecciones presidenciales, la segunda vuelta sería entre Sergio Massa y Daniel Scioli. Sin embargo, hay varios factores que lo ponen a Mauricio Macri en una situación estratégica: puede ser el fiel de la balanza o verse favorecido por la eventual creación de una gran coalición no peronista.

El proyecto presidencial del jefe de gobierno porteño ha comenzado a generar tantos rumores y expectativas, especialmente luego del lanzamiento del Frente Amplio UNEN, que ya nadie le quita protagonismo ni lo descarta como alternativa para 2015. El escenario de mínima indica que Macri, teniendo una performance normal, puede ser el árbitro en la primera vuelta al quitarle votos a Massa y al candidato de FAUNEN y ese caudal electoral sería decisivo para el balotaje.

Obviamente, esta hipótesis no es del agrado de la dirigencia del PRO. Por eso, en la intimidad, la mayoría de los macristas aseguran que su jefe finalmente no será candidato de su propio espacio sino más bien de una coalición más amplia. Por ahora, que es tiempo de posicionarse, no lo van a decir en público pero un lanzamiento presidencial con los colores amarillos del PRO ya luce como una utopía.

Es poco probable que el macrismo logre en los próximos meses cooptar dirigentes de peso, gobernadores e intendentes de otras fuerzas (sobre todo de la UCR), como para darle mayor estructura y peso territorial a la postulación del mandatario porteño. Claro, nadie en el entorno de Macri quiere jugar el año que viene un rol electoral testimonial como hacia la UCEDE en los años 80. Saben que tienen un candidato muy competitivo, bien posicionado y que aún no ha llegado a su techo electoral a nivel nacional.

Pero la tarea de sus operadores será muy paciente y casi de relojería para lograr la construcción de una alianza más amplia y con más construcción territorial. La movida se comenzará a definir en los primeros meses del año próximo, probablemente después del verano. Con encuestas en mano esperarán que Mauricio mida más del 20% para definir la estrategia. Aunque la gran apuesta será la elección desdoblada del nuevo jefe de Gobierno en la Ciudad, donde debutarán las PASO para cargos locales.

Si los comicios por la sucesión de Macri son en junio -esa es la última información que circula-, deberían fijar la fecha de las primarias entre marzo o abril y el cierre de listas sería a fines de enero. Este cronograma adelantaría los tiempos electorales y desde el PRO apuntan a ganar esa contienda para darle un fuerte espaldarazo al proyecto presidencial del ex presidente de Boca Juniors.

También se abren muchos interrogantes y especulaciones sobre una eventual coincidencia entre el macrismo y UNEN para hacer competir a sus candidatos en las PASO locales. Esa alternativa podría generar una competencia abierta entre Gabriela Michetti, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Alfonso Prat Gay, dirigentes jóvenes, con grandes coincidencias y buena llegada a la opinión pública. Pero no habría que descartar que compitan por separado y los ganadores se enfrenten en junio. Probablemente el resultado de las primarias porteña de marzo o abril pueden condicionar la conformación de esa coalición a nivel nacional o algún coqueteo con Massa ya que el Frente Renovador carece de candidatos y estructura en el distrito metropolitano.

No cabe ninguna duda que las urnas porteñas serán la clave para la implementación o no de una alianza entre el PRO y UNEN o con el masismo ya que las listas nacionales deben presentarse en junio para competir en las PASO de agosto. Todo va a depender de la intención de voto con que lleguen a esa fecha cada uno de los presidenciables ¿Aparecerá el pragmatismo suficiente para romper prejuicios? Esa será la llave para entrar a la Casa Rosada y recibir el bastón presidencial de Cristina.

Hasta el momento parece que en el macrismo ven factible un acuerdo con la UCR y la Coalición Cívica. Dudan de la voluntad de Hermes Binner y saben de antemano que Fernando Solanas y otros sectores de izquierda romperían el acuerdo. Pero Elisa Carrió y no pocos radicales (Ernesto Sanz, Oscar Aguad, Enrique Nosiglia) prefieren confluir al final con Macri aunque eso genere una fractura en UNEN.

De todas formas, algunos integrantes del entorno de Macri todavía especulan con una alianza con el massismo, alternativa poco viable porque no se llevan nada bien los jefes políticos de ambos espacios. Aunque parecería esta una construcción más natural porque los dos compiten por el mismo electorado y no parecen tener grandes diferencias. Pero el menú de opciones para el jefe del PRO es muy amplio. Sólo resta esperar y observar los movimientos en el tablero.

Neustadt y otro fracaso del estatismo

A fines de la década del 80´ los fracasos económicos del Proceso y del gobierno de Raúl Alfonsín generaron el hartazgo en la opinión pública frente al estatismo ineficiente. Ese estado de ánimo social fue percibido y explotado mediáticamente por Bernardo Neustadt en radio y tv con altísimos picos de rating. No hizo otra cosa que poner en la agenda lo que fastidiaba a la gente, mientras que muchos de sus colegas no entendieron lo que pasaba o prefirieron mirar para otro lado.

El resto de la historia es conocida. Carlos Menem pretendió subirse a esa ola con privatizaciones y desregulaciones teñidas de sospechas de corrupción pero además siguió endeudando al Estado y avalando un gasto público inviable. Esa nueva decepción, con la hiperdesocupación y el aumento de la pobreza, provocaron un cambio de paradigma y la sociedad se aferró al estatismo que reinstalaba Néstor Kirchner. Esta vez el bienestar lo iba a garantizar el sector público.

No cabe ninguna duda de que gran parte de la sociedad argentina es muy cambiante en sus humores y pasa de un extremo al otro sin pestañear. Por eso no debe sorprender que la mayoría de las encuestas que se han conocido últimamente deja entrever no sólo un fuerte rechazo a la gestión de la presidenta Cristina Fernández sino además un creciente hartazgo sobre iniciativas que han sido la base medular del modelo económico K.

Luego de una década de extraordinarios dispendios publicitarios y adquisición de medios de comunicación para difundir el relato y ganar “la batalla cultural” frente al “neoliberalismo y los grupos concentrados” el balance no es muy positivo para la Casa Rosada. Los sondeos indican que una amplia mayoría de los consultados se muestran pesimistas por el manejo de la economía, temen a la inseguridad y a la inflación. Pero fundamentalmente no confían en el gobierno nacional o se muestran decepcionados.

Todo parece indicar que el epílogo de la administración de CFK tendrá como ingrediente altas dosis de mal humor social especialmente en los sectores medios y bajos donde la pérdida de poder adquisitivo y el flagelo de los crímenes se sufren cada día más. Esto explica el demoledor rechazo a la reforma del Código Penal que impulsa la jefa de Estado o que su mimado Axel Kiciloff sea el dirigente con peor imagen negativa luego del cuestionado Amado Boudou.

Ni hablar del desencanto que se registra en los trabajos de opinión pública sobre el funcionamiento de la educación, la salud y, obviamente, la seguridad. Preocupa mucho que un 30% esté de acuerdo con los reprochables “linchamientos” o que un 43% no se sienta representado por ningún partido político. Los analistas y consultores consideran que algo se está gestando en el imaginario de amplios sectores en los centros urbanos. Para el kirchnerismo se trataría de un giro a la derecha pero el fenómeno social se asemeja más a un hartazgo del estatismo.

La gente se queja en la calle de la “ausencia del Estado” frente al avance de la inseguridad y al mismo tiempo muchos se fastidian por la asfixia económica que les genera la presión impositiva y eso que aún no recibieron las facturas de servicios públicos con la quita de subsidios. Tarifazo que también va a impactar fuerte en las expensas de las propiedades horizontales. En estas supuestas contradicciones surge la percepción del fracaso del modelo estatista.

En ese sentido, conviene tener en cuenta que Sergio Massa ha subido en las encuestas de la mano de su ofensiva contra la reforma al Código Penal y reclamando la suba del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias. La inseguridad y la presión fiscal motivan el apoyo al ex intendente de Tigre quien probablemente no pueda modificar nada desde su minoritario bloque del Frente Renovador en la Cámara de Diputados. Claro, sabe marcar agenda con mucho oportunismo, quizás rozando con la demagogia, porque es lo que reclama la calle.

A medida que el relato gobernante se va deshilvanando aparecen cada vez más espacios disidentes luego de una década de fuerte hegemonía mediática del kirchnerismo. La sociedad quiere escuchar algo distinto a lo que le cuentan en los entretiempos de Futbol para Todos. No es casual que el tándem Marcelo Longobardi-Jorge Lanata arrase con la audiencia radial todas las mañanas. Y por eso Marcelo Tinelli los ha convocado para grabar la apertura de su programa de TV.

Quizás están ocupando el rol contracultural que asumió Neustadt hace dos décadas. Nadie sabe si este fin de ciclo derivará en un giro a la derecha o una “restauración conservadora” pero la tendencia anticipa que el próximo presidente asumirá muy condicionado a no repetir muchos de los errores del modelo K. Eso no significa que van a volver las privatizaciones de Menem para desprenderse de YPF o Aerolíneas Argentinas. En todo caso el kirchnerismo empieza a perder su “batalla cultural” pero no se sabe a ciencia cierta quién la va a ganar.