Un calculado show político

Alejandro Arbeláez

Acaba de concluir en la ciudad ecuatoriana de Tulcán el primer encuentro binacional de presidentes y ministros de Colombia y Ecuador. El encuentro, liderado por el presidente Rafael Correa y respaldado por el presidente Juan Manuel Santos, pretende pasar la página de tensiones binacionales surgidas por cuenta del grupo terrorista FARC y su presencia en la zona de frontera, y busca centrar la actuación de ambos gobiernos en aquellas cosas que unen a sus países, no que los dividen, como es el hecho de compartir586 kilómetrosde frontera, una patria común en vida del libertador Simón Bolívar y profundas afinidades sociales, culturales y económicas entre sus pueblos.

Recordemos que el gobierno de Ecuador rompió relaciones diplomáticas con Colombia en marzo de 2008 debido al bombardeo que las Fuerzas Militares colombianas realizaron a un campamento guerrillero ubicado en el lado ecuatoriano de la frontera, donde, desde hacía más de tres años, se refugiaba el terrorista Raúl Reyes, segundo comandante de las FARC.

Desde su refugio ecuatoriano, Reyes hacía relaciones internacionales a favor de la guerrilla, ordenaba carros-bomba en Colombia, controlaba el negocio del narcotráfico y manejaba como mercancía política, la vida y muerte de los secuestrados en su poder. Ello, a pesar de las múltiples órdenes internacionales de captura que tenía en su contra y de la información de inteligencia que, en reiteradas ocasiones, el gobierno colombiano entregó a las autoridades ecuatorianas para que actuaran en consecuencia.

Ante la inacción del gobierno Correa y la sucesión de ataques perpetrados contra civiles y militares colombianos por Reyes y demás terroristas, el entonces presidente de Colombia Álvaro Uribe y su ministro de Defensa y hoy presidente Santos ordenaron bombardear el campamento fronterizo de las FARC, hecho que desató la ira ecuatoriana, venezolana, boliviana, nicaragüense y hasta del mismísimo Lenin si viviera, y generó una grave crisis diplomática que sólo vino a superarse dos años y medio después cuando, en noviembre de 2010, se restablecieron las relaciones entre ambos países, una vez Uribe dejó el poder y Santos, ya desmarcado de su antiguo jefe y habiendo utilizado el prestigio de éste sólo para hacerse elegir, se presentó ante el gobierno Correa como un conciliador vecino que trataba de remediar los problemas causados por su antecesor.

El encuentro Correa-Santos constituye un paso adelante en el fortalecimiento de las relaciones binacionales y los diversos procesos de integración acordados por sus ministros deben ser apoyados.  Sin embargo, obviar en la discusión la presencia de las FARC en suelo ecuatoriano, como de hecho ocurrió, es evitar el tema común realmente más importante para ambos países por los riesgos que conlleva.

Las FARC son el cartel de cocaína más grande del mundo y utilizan el territorio fronterizo para consolidar su imperio narcotraficante, atentar contra el pueblo colombiano, desestabilizar su democracia y evadir la persecución de las autoridades.

Cifras de Naciones Unidas muestran cómo si bien en Colombia se vienen reduciendo año a año los cultivos de coca, estos crecen sin embargo en los departamentos de Nariño y Putumayo fronterizos con Ecuador, sitios que, con28.800 hectáreassembradas, concentran el 43% de la coca nacional y continúan su expansión ante la imposibilidad de fumigar aéreamente en la franja de frontera por petición expresa del gobierno Correa, argumentando riesgos ambientales. Como si lo anterior no fuera suficiente, estos dos departamentos limítrofes registran una grave actividad terrorista que tan sólo durante el último año se ha incrementado en Nariño un 161% y en Putumayo un 138%, debido en gran medida a la retaguardia que el suelo ecuatoriano representa para las FARC.

El narcotráfico es el combustible que financia el terrorismo y el terrorismo es la principal amenaza a la democracia y al pueblo colombiano, por no hablar de la región. Sólo cuando las FARC no encuentren refugio en los países de frontera y su imperio narcotraficante sea perseguido en todos los rincones de la región, Colombia, su pueblo y su democracia podrán estar a salvo; mientras tanto, cualquier encuentro binacional desarrollado que no aborde el espinoso tema será un recital de buenas intenciones o un calculado show político, al ignorar o evadir el asunto que, por su impacto más une en su tragedia y divide en sus relaciones a las dos naciones hermanas: la presencia en sus territorios del grupo terrorista FARC.