¡Es la confianza, estúpido!

Alexander Martín Güvenel

En los regímenes parlamentarios, la moción de confianza es un instrumento que tiene el primer ministro para solicitarle apoyo al órgano legislativo ante una determinada política que quiere implementar. Habitualmente se recurre a esto cuando el gobierno está debilitado y, de no obtener esa moción, el Ejecutivo queda en una posición de languidez. En presidencialismos como el nuestro no existe esta figura político-institucional y por lo tanto la confianza resulta algo más abstracto. Sin embargo, es algo que puede marcar el destino de una administración y los cientistas políticos habitualmente lo vemos reflejado en el concepto de gobernabilidad.

La desconfianza que se cierne sobre el gobierno de Cristina en estos momentos abarca distintos ámbitos de la actividad pública. El kirchnerismo le ha pedido a la sociedad desde los inicios de su mandato que deposite en sus manos un amplio poder sin cuestionar demasiado sus formas, y la sociedad, todavía golpeada por la fenomenal crisis de 2001-2002, lo hizo sin dudar. Cuando la marcha de la economía acompañó al gobierno (con un fenomenal contexto mundial detrás) no generó resquemores, pero cuando las papas queman “el pueblo quiere saber de qué se trata”. Desde los partes médicos, que por su escasez y contradicciones varias generan todo tipo de especulaciones sobre el real estado de salud físico, psíquico y emocional de la presidente, hasta el rumbo económico, que está tironeado en distintas direcciones por quienes se supone son los cinco funcionarios (Kicillof, Marcó del Pont, Echegaray, Lorenzino y Moreno) a quienes la presidente escucha en la materia, y pasando por las luchas internas de quienes pretenden erigirse como los continuadores del modelo (con mayor o menor apego al kirchnerismo original), todo esto es motivo de incertidumbre para la ciudadanía.

En materia económica es quizás donde más afecte esta falta de confianza. La fuga de capitales, iniciada con el comienzo mismo del gobierno de Néstor Kirchner allá por el 2003, se agudizó en lo que va del año hasta hacerle perder al Banco Central cuantiosas reservas de las cuales antes se jactaba. Las dudas en esta materia estaban presentes incluso cuando los votos iban caudalosamente hacia el Frente para la Victoria. Una gran oportunidad perdió Cristina Kirchner de llevar a la economía esa confianza institucional y política que le brindaba el favor ciudadano. Recordemos que en la campaña del 2007 la por entonces candidata a presidente dijo que le gustaría apuntar hacia el modelo alemán y todos sabemos que eso no ocurrió. En economía, los discursos y declaraciones no sirven si no están apoyadas por una conducta constante en un sentido claro. No importa cómo se le hable a la gente, ésta siempre va a responder con el bolsillo.

En materia inflacionaria lo que sucede es grave por varias razones. En primer lugar por ser uno de los pocos países del mundo que tienen más de un dígito de inflación anual; en segundo lugar, por negar la inflación a través de la intervención en el INDEC; en tercer lugar porque esta fábula esconde bajo la alfombra a millones de pobres; y en cuarto lugar por querer combatirla con métodos (por llamarlos de una forma amable) que sólo generan mayor incertidumbre. Básicamente, lo único que hicieron en este aspecto fue cambiar el termómetro porque no les gustaba la fiebre que indicaba. Muchos de los funcionarios que ejercían su cargo durante esa primera intervención afirmaban, off the record, que el motivo de la manipulación del índice de inflación era para no pagar de más a los bonistas. Paradójicamente, esa misma intervención del INDEC es la que exagera los números del crecimiento del PBI y obliga así a pagar los cupones de un crecimiento inflado; no sé si la mentira tiene patas cortas pero sí sé que son muchas.

Los acuerdos firmados con algunas empresas en el marco del CIADI, la búsqueda de algunas líneas de crédito externo y las negociaciones con el FMI para que monitoree nuevamente la economía y supervise la confección de un índice de precios (IPC) nacional que reemplace al increíble IPC metropolitano, traerían en otro contexto algo de previsibilidad a la economía argentina pero, como ejemplifica un reconocido economista cuando le preguntan por la confección del nuevo IPC por parte del gobierno: “es como otorgarle la reconstrucción de las Torres Gemelas a Bin Laden”; sencillamente, poco creíble. Propios y ajenos sabemos que la intervención del INDEC no fue un error involuntario sino que fue una decisión arbitraria para transformar un organismo prestigioso y con cierta independencia en su accionar en un apéndice del relato.

Se da una paradoja interesante con el liderazgo que ejerce Cristina Kirchner. El hecho de concentrar todas las decisiones en sus manos hizo que, ante su ausencia, lo que prevaleció en los actos de gobierno fluctuara entre la parálisis y el descontrol. Sus funcionarios estaban acostumbrados a recibir órdenes taxativas de la presidente y por lo tanto han quedado a la deriva durante todo este mes y medio de ausencia por enfermedad. Su mando no genera confianza en sus delegados y tampoco ella se siente respaldada por sus dependientes, por eso es tan diferente lo que dicen sus ministros cuando un micrófono está encendido de lo que dicen cuando éste se apaga. Al mismo tiempo, y como lo confesó la presidente en la entrevista que le hizo Jorge Rial, ella sólo confía en sus hijos.

¿Podría una presidente que siempre que llamó al diálogo a la oposición fue para imponer criterios y vanagloriarse de sus logros convocar ahora a un encuentro franco para solucionar temas urgentes del país como la inflación, el narcotráfico y la inseguridad? ¿Es creíble la Argentina de los Kirchner para los organismos internacionales, los países vecinos y los amigos históricos cuando durante toda la década se ocuparon sistemáticamente de ningunearlos? Son preguntas que la realidad se encargará de responder cuando, a partir del próximo lunes, la presidente salga de su obligado reposo.