El gran inquisidor

Alexander Martín Güvenel

“Cuando advierta que para producir usted necesita obtener autorización de quienes no producen nada; (…) entonces usted podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad esta condenada”. Este fragmento, extraído de una frase de la escritora ruso estadounidense Ayn Rand, puede describir con exactitud el accionar del secretario de comercio interior Guillermo Moreno, quien, para sorpresa de muchos, presentó su renuncia en el día de ayer.

Hizo un culto de la informalidad en la administración de la cosa pública; la movilidad y la oralidad (como expresión de la palabra hablada) fueron su marca registrada. Difícil es encontrar medidas dispuestas por Moreno que estén plasmadas en un papel. Su arbitrario manejo del flujo de comercio exterior, en caso de que hubiera sido escrito, hubieran resultado prueba suficiente para quienes ya han denunciado a la Argentina por sus prácticas comerciales ante la Organización Mundial del Comercio.

Si bien los medios de comunicación afines al gobierno, creados al calor de las ventajas y dádivas otorgadas desde el Estado y con sus “periodistas” militantes a la cabeza, fueron quienes cargaron con el grueso de la tarea de construir un relato que hiciera más amigable a los ojos ciudadanos la realidad del modelo, Guillermo Moreno fue quien a capa y espada intentó, con éxito esquivo, resolver los problemas cotidianos; él fue quien se ocupó de la “letra chica”. Creía firmemente en el concepto del comercio administrado. Era capaz de tomar el teléfono para presionar por la fabricación de una autoparte que no quería que se importara, impedir el ingreso de un jamón español o interrogar a un enfermo para averiguar si realmente necesitaba la medicación que solicitaba.

Así como la Santa Inquisición fue para la Iglesia Católica el tribunal eclesiástico establecido para investigar y castigar los delitos contra la fe, “el napia” también embistió contra aquellos que osaron contradecir las premisas del relato. Bien lo saben las consultoras privadas, a quienes aplicó cuantiosas multas por difundir datos de inflación reales, en contraposición a los “dibujados” por el Indec. A raíz de una de estas multas fue denunciado por Jorge Tudesca, socio de la consultora Finsoport a la cual el secretario había acusado difundir datos que inducen al error a los consumidores violando así supuestamente la Ley de Lealtad Comercial. En el marco de esta causa, el juez Claudio Bonadío acusó a Moreno de aplicar esas multas solamente para conseguir silencios en cuanto a estadísticas se refiere. Este expediente puede que lo conduzca al renunciado secretario a un juicio oral en los próximos meses.

Guillermo Moreno fue quien mejor encarnó la fantasía de que la voluntad política puede sobreponerse a cualquier limitación y por eso personificó para muchos jóvenes militantes al superhéroe capaz de torcer la empecinada realidad. Indudablemente disfrutaba esquivando las buenas maneras en las relaciones interpersonales y, en algún punto, las reacciones y comentarios que aquello generaba retroalimentó también con fuerza ese personaje.

Si a Moreno le pidieran que controlara la tasa de natalidad en Argentina estaría ya recolectando las piedras con las cuales derribar a las cigüeñas. Sin dudas fue un soldado de una causa perdida de antemano por un diagnóstico errado que él no había formulado. Como ejecutor le caben las culpas de quien ignora que detrás de las variables económicas hay cuestiones que no se pueden controlar y que lo mejor que puede hacer cualquier gobierno es brindarles un marco que las contenga, redundando así en beneficio para todos.

Es importante que quede claro que el saliente secretario es tan sólo un símbolo de la política económica desarrollada por este gobierno. Es tal vez quien mejor represente la arbitrariedad, el voluntarismo, la informalidad y la falta de reglas claras con las cuales Néstor y Cristina han querido manejar el comercio. Cierto es que estos rasgos se han ido agudizando con el transcurrir del mandato pero son propios del perfil “genético” del kirchnerismo gobernante.

Este modelo de gestión centralizado y agobiante es impulsado directamente por la presidente, quien tenía en Guillermo Moreno a un incansable multiplicador de fracasos, con puntos salientes en el Indec, el control de precios, la fuga de capitales, el cepo cambiario, los Cedines, las restricciones a la importación, la destrucción de mercados como el del trigo y la carne, la Supercard, la proliferación de tipos de cambio paralelo, etcétera. Fue un ladrillo más en la pared de la desconfianza pero es hoy quien sirve como chivo expiatorio. Fue también un convencido ejecutor de la idea cristinista de que los empresarios reaccionan mejor ante el látigo que ante la seducción.

Cabe recordar que él sentía o escenificaba un aire de superioridad por su condición de secretario de Estado. Con la imprescindible anuencia de la jefa de Estado transformó sus caprichos en políticas públicas (los viajes de negocios a destinos inhóspitos son su marca registrada). La presidenta optó ahora por un destino diplomático para quien hizo de los malos modales una marca registrada. De aquí en adelante esas “virtudes” serán parte de la embajada argentina en Italia.

Seguramente ahora los empresarios no temblarán cada vez que les suena el teléfono, las asambleas en Papel Prensa no serán tan tensas y escandalosas y las entidades de consumidores no deberán soportar más sus insultos, pero el fondo del problema sigue vigente. La presidenta cree firmemente en el poder castigador del Estado en la actividad económica y, lamento desilusionar, la salida de Moreno no va a hacer que esto cambie.