Maximus

Alexander Martín Güvenel

Seguramente para algunos el título les recuerde al personaje interpretado por Russell Crowe en la gran película Gladiador pero lamentablemente el protagonista de estas líneas no es ni tan leal ni tan heroico ni tan valiente ni tan abnegado ni tan estoico. Me refiero obviamente al hijo mayor de la presidente Cristina Fernández y del difunto ex presidente Néstor Kirchner.

De un perfil bajísimo y amante de ejercer el poder en las sombras, el hijo varón de Néstor y Cristina maneja la agrupación juvenil con más peso del oficialismo, La Cámpora. Desde allí se ramifica hacia todos los estamentos del Estado, donde los militantes de dicha agrupación ocupan cargos de diferente calibre. Junto con el asesoramiento directo a su madre, ésta es la conexión que tiene con la política. De todos modos es en la función de manager de los negocios familiares donde siempre se sintió más cómodo.

El 2015 se presenta como un año seriamente complicado para la familia presidencial y va a requerir de Máximo un compromiso público mayor del que exhibió hasta el momento. En un país donde la Justicia está altamente politizada da la sensación de que va a tener que involucrarse de manera abierta en la arena política para poder llevar en buenos términos los negocios privados de la familia. En cualquier escenario que se presente, es altamente probable que la presidente pierda una importante cuota de poder y, como se sabe, hay dos sectores que esto nunca lo perdonan: el peronismo y la Justicia.

Son muchos y variados los vínculos que todos los días salen a la luz entre Lázaro Báez y la familia Kirchner como para arriesgarse a perder poder. No es eterno el dique de contención que ejerce la procuradora Alejandra Gils Carbó desplazando a aquellos fiscales que quieren ejercer su trabajo con independencia. Para proteger a su familia de los embates de una Justicia menos presionada, Máximo va a tener que ensuciarse en el barro de la política, le guste o no.

A pesar de ensalzar la militancia política, saben quienes han compartido sus ámbitos de trabajo que Cristina Fernández nunca ha tenido afecto por la labor en equipo, y que no se ha caracterizado por cultivar amistades políticas; sus relaciones en ese ámbito se dividen entre enemigos y súbditos. Esto no viene solo desde que su marido ejerce la presidencia luego heredada por ella, sino que fue su participación en el Senado la que comenzó a mostrar que la actual jefa de estado, en política, no se relaciona con pares, ni siquiera de su propio bloque, siempre trabaja como una isla. La construcción política es, para ella, una construcción individual.

En una de las entrevistas que, antes de su problema de salud, brindó a algunos periodistas elegidos por ella misma dio una definición que pasó algo desapercibida para la mayoría de los analistas. Efectivamente, a Jorge Rial le dijo que sólo confiaba en sus hijos. Esto, que a simple vista parece algo más que natural en la vida de una persona que no se dedica a la política, adquiere otra relevancia en su caso. Cristina Fernández conduce un partido (Frente para la Victoria) sin herederos en los cuales quiera depositar su confianza. Por el contrario, parece decidida a destrozar la credibilidad de quienes podrían aspirar a sucederla en el cargo.

Es el jefe de Gabinete Jorge Capitanich un ejemplo claro y contundente de esa trituradora política en la que se convirtió el gobierno. No es casual que la presidente conserve cierta imagen positiva desde una posición casi prescindente mientras que sus funcionarios se “queman” con la inflación, saqueos, cortes de luz, inseguridad y demás vicisitudes que todos quienes habitamos el país padecemos a diario. El licenciado gobernador de Chaco fue una estrella tan fugaz en el firmamento político nacional que hoy transita sus días entre conferencias de prensa que cada vez parece sufrir más y el recelo de otros funcionarios del gobierno que lo desautorizan repetidamente. Aquel político pujante que venía a renovar las energías en un difícil momento para el gobierno y que, como consecuencia de ello, pretendía convertirse en sucesor, ahora no es más que una víctima más de una maquinaria que magnifica errores propios y ajenos. Es un caso similar al que protagonizó en las postrimerías del gobierno de De La Rúa, el todopoderoso ex ministro de Menem, Domingo Felipe Cavallo.

A la luz de las últimas investigaciones del periodista y abogado Hugo Alconada Mon para La Nación, no suenan exageradas las palabras del posteriormente arrepentido Leonardo Fariña cuando le dijo a Jorge Lanata que en política no hay testaferros sino que lo que hay son socios. La sociedad de Báez con Néstor y Cristina es tan evidente que ha dejado pruebas de diversa índole. Es cierto que la Justicia argentina no se caracteriza por poner tras las rejas a políticos por casos de corrupción pero es un riesgo que no creo que Cristina quiera afrontar y tiene, para evitar esto, pocas manos confiables en las cuales dejar el poder. Es en este sentido que creo que la imposición de un Máximo candidato en el 2015 es una decisión inevitable para la presidente.

Según el abogado de uno de los damnificados por la circular 1050 del BCRA durante la gestión de Alfredo Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía durante la última dictadura militar y a través de la cual los Kirchner lograron quedarse con muchas propiedades por deudas de los dueños originales, la actual presidenta le dijo en un cruce de pasillos que ellos necesitaban de mucho dinero porque pensaban hacer política. Pasados más de 30 años, la ecuación es ahora algo diferente y la familia Kirchner necesita de la política y el poder para conservar todo ese patrimonio y, fundamentalmente, conservar la propia libertad.