Votar al padre, echar al hijo

Alexander Martín Güvenel

Al parecer, la miopía que trasunta cada discurso de Cristina Kirchner para negar, desconocer, falsear, embellecer o tergiversar la realidad no es de su exclusividad. En ocasiones, incluso ella misma es ese “objeto” que algunos receptores distorsionan. Víctor Ramos, hijo del legendario dirigente y escritor de la izquierda nacionalista Jorge Abelardo Ramos y hasta hace unos días titular del Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo, fue expulsado de su cargo por la ministra de Cultura, Teresa Parodi.

El propio Ramos fue quien dejó entrever –aunque luego se haya visto obligado a desdecirse- que la intempestiva intervención del museo estuvo relacionada con la reunión que había mantenido el día anterior con Daniel Scioli y con su decisión de acompañar al gobernador bonaerense en su proyecto político desde la Ciudad de Buenos Aires.

Si tenemos en cuenta aquel discurso de la Presidente en la villa 21 de Barracas hace casi un año donde reconoció haber votado la fórmula Perón-Perón en el año ’73 pero desde el Frente de Izquierda Popular que comandaba el mismísimo Jorge Abelardo Ramos, y consideramos el celo con el que maneja el poder, podemos afirmar que Cristina Fernández votó al padre y echó al hijo. Lo curioso del caso es que él -como tantos otros dirigentes corridos por la fuerza del centro de la escena kirchnerista- prefiera deslindar la responsabilidad de la Presidente por su desplazamiento. Es difícil de creer que este funcionario haya sido expulsado sólo por su enemistad con algún miembro de La Cámpora como él mismo sugirió, o peor aún, considerar seriamente la forma en que se desdijo de sus primeras acusaciones.

Muchos dirigentes y militantes del Frente para la Victoria o aliados defienden una Cristina que no existe. Los rasgos de autoritarismo en el manejo del poder que hace la presidente, como lo hacía desde el pragmatismo también su esposo, son demasiado notorios como para escudarse en que los maltratos que suelen recibir son ordenados por colaboradores “más papistas que el Papa” o más kirchneristas que Cristina en este caso.

A principios de mes, el diputado nacional y representante del Movimiento Evita, Leonardo Grosso criticó al secretario de Seguridad Sergio Berni por reprimir la protesta social “a diferencia de lo que hacía Néstor”. Buscando aquí una referencia más remota y escudándose en lo incomprobable, se trata de una afirmación antojadiza conociendo el pragmatismo con el que el ex Presidente se manejaba en política. De nuevo queda a la vista la diferencia entre el mito y la realidad, la diferencia entre lo que es y lo que imaginan que es.

A mediados de junio, la titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en una entrevista con el periodista y psicólogo Diego Sehinkman para La Nación, y con lo incómodo que resulta para muchos dirigentes sociales y luchadores por los derechos humanos reconocer que la militancia y la lucha contra la dictadura de Néstor y Cristina es una historia inexistente y que por el contrario ese fue para ellos un período de alto crecimiento patrimonial afincados en Santa Cruz y lejos de la política, afirmó que esa expansión monetaria familiar se debió a que “Néstor era muy austero, que ambos trabajaban a sol y a sombra y que fue buena la idea de comprar casas”. En ese mismo reportaje se atrevió a defender la designación y mantenimiento de César Milani al mando del Ejército porque aún no fueron probadas las gravísimas acusaciones que pesan en su contra, sosteniendo que esa misma es la razón por la cual la presidente sigue manteniéndolo en el cargo.

Asentado en una mayor dosis de oportunismo y coherencia con el personaje construido (que tiene mucho de sí mismo), Daniel Scioli suele recalcar la buena relación personal que lo une con Cristina como la que lo ataba a Néstor olvidándose -o tratando de hacerlo- de los destratos, ninguneos y vacíos a los que fue expuesto por ambos, tanto en su cargo de vicepresidente como de gobernador y de los frecuentes ataques a los que es sometido por el enorme aparato de comunicación construido por el kirchnerismo.

A la misma lógica deben ajustarse los precandidatos del Frente para la Victoria que pretenden obtener el apoyo presidencial a sus aspiraciones. Todos ellos deben tener bien claro que el único objetivo detrás de un hipotético apoyo que la presidente podría brindar a su candidatura se sustentaría en la conveniencia o no de ello para poder prolongar el indiscutido liderazgo que detenta junto con su esposo desde hace más de una década. Simplificando, podríamos decir que Cristina está en la difícil búsqueda de la marioneta perfecta para sucederla y que de no encontrarla, se inclinará por la opción opositora que más desee enfrentar.

Sin entrar en psicologismos, está claro que, así como podemos construir una realidad determinada desde nuestra propia visión del mundo, cada militante y dirigente es también capaz de construir en su mente al líder que más satisfaga sus anhelos, expectativas y objetivos. Sin ser una atribución exclusiva de los kirchneristas, lo que sí debieran tener en cuenta es que más allá de los discursos de la presidente que hablan permanentemente de un proyecto colectivo, en política, Néstor y Cristina siempre, pero siempre, han trabajado por y para ellos mismos y su estrecho círculo familiar.