El Muro y la grieta

Alexander Martín Güvenel

Mañana se conmemora el 25º aniversario de la caída del Muro de Berlín. Sin temor a las paradojas fue denominado por sus constructores como Muro de Protección Antifascista, aunque en Occidente se lo conoció -mucho más acertadamente- como Muro de la Vergüenza. Formó parte de las fronteras internas de Alemania durante 28 años por decisión de la República Democrática Alemana (RDA) y como intento de poner un límite al masivo éxodo que ciudadanos de Alemania Oriental emprendían hacia la República Federal Alemana (RFA) a través de Berlín. Su caída implicó el desmoronamiento final de la URSS y de los regímenes de aquellos países que habían adherido al Pacto de Varsovia. La puerta de Brandenburgo será seguramente el epicentro de los festejos por ser ésta un emblema de la unión entre los alemanes. ¿Tendremos los argentinos un símbolo de tamaña importancia como para que nos oriente durante los próximos años?

No se plantea aquí un análisis simplista y macartista de aquellas circunstancias para traspolarlas a nuestra realidad. Sin embargo, si pensamos en cambios que tendrán más que ver con lo simbólico que con lo material, los argentinos y todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino nos encontraremos en el 2016 teniendo que dar algunos pasos en el sentido del reencuentro. La grieta, término que popularizó el periodista Jorge Lanata pero que forma parte de las discusiones políticas en diversos ámbitos y desde hace varios años, tendrá que estrecharse hasta volver a dimensiones normales y sustentables. Las familias y grupos de amigos volverán seguramente a discutir de política sin que ello implique una enemistad permanente. Los canales de comunicación entre oficialistas y opositores deberán reconstruirse y las discusiones de argumentos excluyentes volverán a los set de televisión donde los políticos necesitan hacer notar sus diferencias por encima de sus coincidencias.

La política entendida como amigo-enemigo, concepto teorizado por el filósofo y jurista alemán Carl Schmitt pero reversionado en nuestras latitudes de manera no demasiado fiel al original, volverá a circunscribirse a los canales más lógicos para una República. Seguramente los 12 años de gobierno kirchnerista dejarán fanáticos –o interesados- de un lado y del otro, pero la imperiosa necesidad de reconstruir lazos sociales y culturales tendrá mayor impulso. Queda la sensación de que las fuerzas políticas que cuentan con mayores posibilidades de gobernar durante el próximo mandato (incluidos algunos candidatos del oficialismo) han comprendido que una acción de “refundación” es demasiado grande como para ser emprendida por un grupo de funcionarios y políticos que circunstancialmente tienen la labor de conducir políticamente un país. Parece también haber un consenso implícito de que la creación de un enemigo para aglutinar a la propia “tropa” es una empresa demasiado riesgosa para emprender una construcción política con vistas a futuro.

Deberemos hacer un esfuerzo por ver que el ser humano tiene múltiples facetas que impiden dividir a la sociedad entre un pobre y reducido nosotros vs. ellos; que la diversidad identitaria (religiosa, política, social, cultural, moral, sexual, económica y hasta futbolística) que cruza a los individuos no los hace repelentes los unos de los otros; y que las semejanzas y diferencias que todos los humanos tenemos no pueden quedar subyugadas por una identificación política partidaria, doctrinaria o personal hacia un líder.

Deberá recuperar vigor la visión periodística de que “los hechos son sagrados y las opiniones son libres” en lugar de la versión voluntarista que se sustenta en que “lo sagrado es la opinión y los hechos están para sustentarla” (y son plausibles de ser modificados, agregaría yo). No se debe volver a someter a un organismo técnico que gozaba de prestigio internacional, como el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), a los caprichos y objetivos del gobernante de turno. Debemos recuperar la estima por el conocimiento histórico, entendiendo que hay muchas valoraciones posibles sobre acontecimientos, personas y circunstancias, pero que éstas no están al servicio del relato de gobierno.

Así como los habitantes de ambos lados del Muro tuvieron que reencontrarse y reconstruir una relación que sin dudas se inició bajo el signo de la desconfianza mutua y que aún un cuarto de siglo después sigue requiriendo de esfuerzos formales y materiales para hacer viable y satisfactoria la vida en conjunto, los argentinos debemos reconstruir los canales de diálogo y comprender así que nuestras acciones y pensamientos no son unicausales y que por lo tanto resultan muy inadecuados para ser encasillados.

Así como la caída del Muro de Berlín fue el golpe de gracia para el socialismo real -al menos en su versión soviética-, es probable que el retorno al diálogo entre argentinos que piensan políticamente diferente pero que pueden sentarse en una mesa de conversación sin temor a represalias sea finalmente para el kirchnerismo una derrota mucho mayor que la que la inflación, el crecimiento del narcotráfico, la recesión y la inseguridad le pueden infligir.