Un Gobierno inmune a las demandas de la sociedad

Alexander Martín Güvenel

El principal cambio que debería auspiciar el próximo gobierno -cualquiera sea el elegido- es lograr que aquellos que no comulguen con alguna o ninguna de sus políticas no se sientan extranjeros en su tierra. Si bien las palabras de la Presidente han sido fluctuantes en ese sentido, siempre quedó la sensación, avalada también por sus acciones, que se siente más cómoda en la confrontación que en la concordia. Es más, algunos slogans típicos lanzados por el kirchnerismo, tal como “el amor vence al odio”, siempre dejaron la sensación de no tener relación con los hechos y ser una mera burla para todos aquellos que fuimos puestos del otro lado de la grieta.

Es imposible para cualquier gobierno lograr conformar a todos los ciudadanos pero sí debiera respetarlos. Que el país sea un lugar “cómodo” también para los que piensan diferente. Es lógico que aquellos que están de acuerdo con la dirección de las políticas adoptadas estén más a gusto, pero no es aceptable que quienes no comulgan con ellas sean permanentemente ninguneados, insultados y bloqueados -eso hace literalmente la cuenta oficial de Twitter de la Presidente. No basta con que desde el oficialismo esgriman la libertad de expresión todavía existente en el país mientras han dado muestras permanentes de intentar “encauzarla”. Si la libertad de expresión y prensa aún sobreviven en el país es por la resistencia de diversos actores a caer derrotados bajo los intentos del Gobierno por dominarlos vía compra de medios por parte de empresarios amigos, pauta oficial discrecional y discriminatoria, utilización del fútbol como propaganda, servirse del cargo de la institución presidencial para desacreditar medios y periodistas, el avance de los canales gubernamentales de comunicación, la ley de medios, el hostigamiento al sector de la Justicia que no se “encolumna” y demás acciones que lejos están de proteger ese derecho señalado con claridad en nuestra Constitución Nacional.

Es paradójico que una administración que se jacta de haber logrado un hito para la diversidad sexual en Argentina al legalizar el casamiento entre personas del mismo sexo no haya tenido nunca la decencia de aceptar la diversidad de opinión. Esta circunstancia tiende a legitimar la idea de que el kirchnerismo utilizó temas caros a la opinión pública en beneficio propio pero sin un convencimiento previo que lo haga sostenible y extensible a quienes no son de “su palo”.

Los últimos años del gobierno de Cristina consolidaron algo que parecía propio de la forma de construir poder del matrimonio Kirchner pero que fue creciendo a medida que tuvo que enfrentar reveses políticos, de gestión, económicos y judiciales: su aislacionismo. Las decisiones, que siempre fueron centralizadas, se fueron encerrando en un círculo cada vez más pequeño al tiempo que aumentó la necesidad de mayor docilidad en sus integrantes. El caso Nisman, con los permanentes cambios en el criterio seguido por la Presidente, fue plenamente espejado por la confusión y permanente contradicción de sus voceros.

David Easton, politólogo canadiense recientemente fallecido y conocido por la aplicación de la teoría de sistemas a las Ciencias Sociales, define al sistema político como “un conjunto de interacciones políticas que se orientan hacia la asignación autoritaria de valores a una sociedad”. Estas interacciones actúan como “entradas” provenientes de la sociedad (apoyos y demandas) y “salidas” emanadas por los actores políticos (decisiones y acciones) lo que conduce a una retroalimentación que le permite al sistema renovarse. Esta autoreproducción debería facultarle a las autoridades conocer el estado del sistema y corregir errores. Es lo que ha estado ausente en los últimos años de la mirada presidencial (y de algunos opositores también) por lo que se generó un desfasaje que aleja cada vez más a Cristina Kirchner de la comunidad política a la que gobierna.

Como toda autoridad que se asienta principalmente en ideas y caprichos personales -en lugar de fortalecerse en base a los preceptos institucionales de la autoridad que detenta-, corre el riesgo de caer en un proceso de toma de decisiones irracionales y por ende nocivas para la sociedad. En este punto se sitúa la respuesta que la Presidente transmitió en las redes sociales en el día sábado. Dos días después de la masiva “Marcha del Silencio” -organizada por un grupo de fiscales pero con un apoyo social masivo que se reflejó en las calles de Buenos Aires y distintos puntos del país como así también en los sondeos de opinión que se hicieron- la Presidente se inclinó por considerarla destituyente al tiempo que cuestionó la concurrencia que los medios informaron. Volvió a blandir el carácter opositor de lo que en estas horas denominó Partido Judicial y lo colocó como actual cabeza de un mega complot (articulado con los poderes económicos y mediáticos) para deshacerse del gobierno popular.

Es claro que Cristina Kirchner decidió pasar sus últimos meses de gobierno consolidando la relación con sus más fervientes defensores mientras se aleja cada vez más del resto de la sociedad. De esta forma profundiza la fisura social empujando del lado de los críticos a los que hasta ahora se mantenían algo ajenos a la contienda kirchneristas vs. antikirchneristas. En la medida que esto siga por el mismo derrotero, también van a crecer en ella los fantasmas del golpe blando y la destitución, cuando en realidad se trata, lisa y llanamente, de la degradación de un poder afirmado en los vaivenes psicológicos y morales de un ser humano que ha ido transformando su gobierno en un corralito, impermeable a las demandas y preocupaciones de los múltiples actores que conviven y retroalimentan un sistema político complejo como el que predomina en cualquier democracia moderna.