De Rusia con amor

Alexander Martín Güvenel

Durante la segunda mitad del siglo XX, en el contexto de la Guerra Fría, surgió una agrupación de Estados cuyo objetivo era adoptar y conservar una posición neutral frente a las dos grandes potencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) que se disputaban el dominio del planeta; esta organización se conoció como Movimiento de Países No Alineados. La Argentina fue miembro pleno entre los años 1973 y 1991. Pocos saben que en la actualidad continúa vigente esta estructura aunque ha perdido el principal motivo de existencia. En el año 2006, y por decisión del entonces presidente Néstor Kichner, la Argentina participó como país invitado en la cumbre que se realizó en La Habana, y a partir del 2009, ya con Cristina Fernández al frente del Poder Ejecutivo, se incorporó en calidad de observador. Desde los inicios de su segunda presidencia, una serie de factores económicos restrictivos -auto infligidos en la mayoría de los casos- hicieron que la política exterior argentina esté guiada por una carencia de recursos que el gobierno intenta camuflar como estrategia política.

Así como el teórico alemán Hans Morgenthau entendía el realismo en política internacional como interés definido en términos de poder, la presidente Cristina Kirchner se apoya en el aliciente de la urgencia. Este apremio reconocido a regañadientes y disfrazado bajo eufemismos que explican que “no hay cepo al dólar” sino “una restricción en la venta de moneda extranjera “porque “Argentina no imprime dólares” (al igual que los otros 192 países del mundo exceptuando a Estados Unidos, agrego yo), motoriza todas las decisiones concomitantes. Sabe la Presidente que las inversiones necesarias para reactivar una economía que ya lleva casi dos años en recesión, no vendrán de la mano de empresas privadas atraídas por la confianza que le brinda el país sino que, en tal caso, podrían llegar mediante relaciones políticas que otorguen al inversor (generalmente estatal) condiciones superlativas, opacas y diferenciales que hagan atractivo el desembolso de fondos. Los acuerdos con Irán, China y Rusia van claramente en esa dirección.

La receta tradicionalmente probada para el ingreso de capitales requiere fundamentalmente de reglas económicas claras y estables, un contexto político armónico y seguridad jurídica; todo aquello que la Argentina no puede brindar en este momento y que hace que los últimos 3 años señalen una marcada disminución de la inversión extranjera directa, ubicando a la Argentina entre los países peor ubicados de la región en esa materia.

Todo conjuga para que Cristina Kirchner se sienta más que cómoda en la Rusia de Vladimir Putin. El ex agente de la KGB gobierna con mano de hierro desde principios del siglo XXI los destinos de millones de rusos; ha mostrado un fuerte desprecio por los límites que le impone la Constitución al tiempo que encontró un atajo en la designación como legatario de Dmitri Medvédev, un delfín (¿símil Scioli?) que le permitió seguir gobernando mientras preparaba su regreso formal al cargo de presidente de la Federación Rusa (lo cual concretó el 7 de mayo de 2012); logró que los medios estatales de comunicación sean un apéndice de su gobierno en sincronía con la persecución de periodistas independientes; y ha multiplicado la rentabilidad de sus amigos más cercanos. Tan a gusto se sintió la Presidente que, contrariamente a lo que sucede cuando está aquí, brindó una extensa y amistosa entrevista al canal estatal Rusia Today.

Mediante esta visita a Moscú Cristina Kirchner pretende dar certidumbre acerca del inminente comienzo de la construcción de la represa hidroeléctrica Chihuido en la provincia de Neuquén por parte de un grupo argentino-español y con financiamiento ruso. También planea terminar de cerrar el ingreso de Gazprom (empresa estatal de gas rusa) a la exploración y producción en Vaca Muerta de la mano de YPF. Estos dos acuerdos como los más salientes de una parva de entendimientos poco transparentes, carentes de análisis profundo y abierto, de largo plazo y sellados al final del mandato.

Lo más llamativo es que un gobierno que se jacta de haber recuperado para el país la independencia económica y la soberanía política como elementos indispensables de la dignidad nacional, deba recurrir a este tipo de acuerdos para llegar de forma relativamente estable al final del gobierno. La imagen más familiar que aparece a la vista de cualquiera que alguna vez debió recurrir a un préstamo es bastante elocuente: cuando ya los bancos no nos quieren prestar porque no somos confiables, cuando ya las financieras descreen de nuestra capacidad de pago y cuando ya los amigos no tienen intenciones de seguir fomentando malas elecciones es cuando recurrimos a prestamistas que creen tener asegurado su cobro en base a la capacidad de daño de la que son capaces de infligirnos.