El poder de la lapicera

Alexander Martín Güvenel

El gobernador salteño Juan Manuel Urtubey lo dijo sin tapujos: “La realidad práctica es que el que tiene la lapicera conduce”. No le debe haber caído en gracia esta afirmación a la Presidente y sus discípulos, pero el joven gobernador ya piensa en el futuro. Dijo también que apuesta por un triunfo del peronismo, pero no se muestra distante del jefe de gobierno porteño Mauricio Macri. Quiere ser partícipe de la construcción de poder en el país que viene a partir de diciembre y no lo oculta. No está dispuesto a tolerar un mando tan centralizado como el que ejercieron Néstor y Cristina en estos doce años de gobierno y no es el único de los gobernadores del peronismo que piensa así.

Más allá de que la Presidente pueda acercarse más a uno u otro candidato -hoy parece ser Florencio Randazzo el más favorecido- lo cierto es que no confía en ninguno de los dos postulantes que han quedado para competir por la precandidatura presidencial dentro de su espacio luego del baño de humildad solicitado por ella misma. Los fantasmas aparecen por todos lados. Quizá la mayor diferencia entre Daniel Scioli y Randazzo pase por la percepción que hay sobre ellos dentro y fuera del oficialismo. El ministro de Interior y Transporte carga con el recelo de muchos compañeros de gabinete que hace tiempo lo critican en voz baja por intentar cortarse solo. Por su parte, los resquemores que pesan sobre Scioli son públicos, conocidos y de larga data. El fenómeno Gabriel Mariotto no lo ha podido replicar en todos los dirigentes de su espacio. El delicado equilibrio que debe hacer el gobernador de cara a las elecciones de octubre pasa por acercarse al fogón de Cristina lo suficiente como para captar sus votos pero no tanto como para quemarse con los independientes que manifiestan intenciones de votarlo; su personalidad y estilo lo favorecen en la tarea. El gobernador nunca responde, ni las críticas, ni las preguntas; él repite su discurso, limitado, básico, difuso, pero bien aprendido. Las innumerables deficiencias que tiene su gestión en la provincia de Buenos Aires las enfrenta apareciendo; Scioli siempre está, no responde ni soluciona, pero está.

Desde que se confirmó el acuerdo político entre la Coalición Cívica, la UCR y el PRO por el cual van a definir a su candidato presidencial en las PASO de agosto y que también sirvió para impulsar acuerdos locales en muchas provincias y municipios, el oficialismo (en todas sus vertientes) ha blandido sobre ellos el antecedente de la Alianza. Sin embargo, ese mismo Frente para la Victoria tiene como candidato con mayores chances de suceder a Cristina Kirchner a un político en el que no confían y al que el matrimonio y sus adláteres han maltratado tanto cuando ejerció como vicepresidente como en su cargo actual de gobernador. ¿Es compatible un gobierno donde el titular del poder ejecutivo y el conductor del partido no sean la misma persona? Jorge Telerman, presidente del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires y uno de los que suele transmitir el pensamiento del gobernador, fue categórico al sostener que “es una fantasía el slogan, Scioli al gobierno, Cristina al poder”.

El gobernador bonaerense parece haber aceptado esperar su triunfo para hacer valer el cargo mientras que asimila las imposiciones de Carlos Zanini, Máximo y Cristina Kirchner en el armado de listas y candidatos. Ha colaborado incluso en la tarea al bajar sucesivamente a Gustavo Marangoni, Cristina Alvarez Rodríguez y Santiago Montoya –dirigentes de su estrecha confianza-, a quienes sepultó diciendo que “ellos priorizan nuestro proyecto presidencial”.

La Presidente no ha sido aún tan taxativa como cuando Perón, aquel 12 de junio de 1974, pronunció la famosa frase “mi único heredero es el pueblo”, pero a medida que se acerquen las elecciones le va a ser cada vez más difícil confiar en sus sucesores. Tal vez su mejor opción sea poblar las listas de fieles (incluyendo a Máximo, a su cuñada Alicia y a ella misma), tratar de luchar para que permanezcan en sus cargos aquellos kirchneristas duros que manejan alguna caja del Estado (militantes de La Cámpora principalmente), y tomar todas las medidas previas a dejar el poder ejecutivo que la ayuden a irse en una posición más favorable a su legado, el que incluye –entre otras cosas- frondosas causas judiciales.