De títeres y titiriteras

Es una acusación habitual de los Gobiernos que establecieron con el tiempo una fuerte hegemonía tildar a la oposición de juntarse para arrebatarles el poder. Ciertamente la incriminación encierra un concepto negativo al respecto, pero hay en ello una necesidad implícita construida desde el propio poder. El kirchnerismo ha forjado un Gobierno centrado en un férreo dominio que ni siquiera se asienta en un grupo gobernante, sino que flota alrededor de una familia. Néstor, Cristina, Máximo, Alicia, los más importantes del clan. Alrededor, los incondicionales, Carlos Zannini, Oscar Parrilli, los más encumbrados miembros de La Cámpora y los empresarios Cristóbal López y Lázaro Báez, por sólo tomar muestras de distintos ámbitos.

Fuera de ese círculo están los sobrevivientes, aquellos que rinden pleitesía a la familia Kirchner, fundamentalmente porque no pueden (ni quieren) sacar los pies del plato. La independencia de criterio (traición en el diccionario K) puede implicar desventuras. En ninguno de estos círculos de confianza estuvo ni está Daniel Scioli; sin embargo es el candidato del Frente para la Victoria.

El ex menemista y ex duhaldista ha construido, con Néstor Kirchner, primero y con Cristina, luego, una relación de mutua conveniencia que, hasta el momento, ha sido fructífera para ambas partes. La imperturbabilidad del Scioli candidato (a gobernador, presidente, testimonial, o lo que sea), inconmovible ante errores e impericias, propias y ajenas, le ha permitido al kirchnerismo tener en su propio espacio político al antihéroe, el contrapeso medido, equilibrado y amable de un matrimonio combativo. Parafraseando la publicidad de una importante tarjeta de crédito, diríamos que el kirchnerismo tiene épica, relato, pasión y mística; para todo lo demás está Scioli. Continuar leyendo

Scioli y el miedo a los debates presidenciales

Una iniciativa denominada Argentina Debate y de la cual participan más de cuarenta organizaciones de la sociedad civil puso como objetivo hace más de un año y medio poner fin al “cuco” de los debates presidenciales. Para ello se valió de algo poco ejercitado durante el kirchnerismo, la búsqueda de consenso. Con este objetivo logró ir ampliando su base de sustentación, dándole forma, un manual de procedimiento, una plataforma de transmisión democrática y plural y, fundamentalmente, estableció un mecanismo de diálogo entre los protagonistas del debate. Todo este trabajo, que tendrá su coronación el 4 de octubre a las 21 hs en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, se ve opacado por la decisión de no asistir por parte del candidato del Frente para la Victoria. El clásico de la política argentina, donde el que va al frente no debate, se volverá a repetir en estas elecciones. Efectivamente, Daniel Scioli, que fue parte de las negociaciones y de los acuerdos a través de sus emisarios, hace honor a esa regla no escrita de la política vernácula que impide una confrontación de ideas al estilo de las democracias consolidadas y también de varios de los países de América Latina.

¿Cuáles serían las razones que hicieron que finalmente -y como era de esperarse- el gobernador y su equipo de campaña hayan decidido no participar del debate? Al margen de lo antedicho, con el primer puesto obtenido en las PASO y un escenario que parece no haberse modificado, hay otras motivaciones detrás de la negativa. Todos sabemos que el estilo del exmotonauta no es la confrontación, y un debate donde no solamente habría periodistas preguntando sino que también está prevista la interpelación entre candidatos no es el mejor escenario para Scioli. El equilibrio que necesita -y tanto sabe ejecutar- para pescar votos de los que quieren un cambio (moderado, tal vez) y de los que se resignan a la continuidad del modelo K a través suyo (como transición para muchos de ellos, tal como lo expresó la propia Estela de Carlotto) es lo que más se vería cuestionado en un debate amplio. Scioli pide permanentemente que confíen en él como sujeto político, es el más claro ejemplo de la personalización de la política. Su estrategia es mostrarse y decirse previsible para que el votante deposite en él el deseo de llegar a buen puerto. De allí también la apelación a su historia de vida, a la desgracia personal, al éxito deportivo. Este es el candidato que desean mostrar, los detalles quedan para el elector, es un Scioli para armar. Continuar leyendo