Lecciones de Brasil 2014

Hoy finaliza, en el mítico Estadio Maracaná de Río de Janeiro, el XX Mundial de Fútbol que la FIFA organiza cada 4 años desde 1930 (con excepción de 1942 y 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial y sus terribles consecuencias lo impidieron). Fue una competencia con sorpresas, donde a pesar del rigor físico y táctico con el que se jugó, pudimos disfrutar de muchos goles: 165 hasta el momento, faltando solo la final que jugarán Argentina y Alemania, a 6 goles del récord con el que cuenta el Mundial de Francia de 1998.

Organizada por Brasil, el máximo ganador de mundiales con 5 títulos, que nuevamente se quedó con las ganas de consagrarse de local y debió conformarse con un decepcionante cuarto lugar, con el agregado de recibir goleadas históricas en sus últimos dos encuentros (1-7 contra Alemania en semifinales y 0-3 contra Holanda en la disputa por el 3er puesto).

La selección argentina sorprendió más a ajenos que a propios al llegar a la final. Una parte importante de simpatizantes argentinos pronosticaba una pronta eliminación y un nuevo fracaso. Reconozco que tuve escaso éxito en transmitir mi optimismo en vísperas del Mundial. El temor por una defensa que antes de la competencia aparecía como endeble era el principal motivo sobre el que los pesimistas basaron sus críticas pero no el único. La siempre discutida lista de convocados, principalmente la ausencia del que muchos denominaron “el jugador del pueblo” (aunque para mi sea el jugador populista), y las dudas que incluso hasta hoy rodean al mejor jugador del mundo fueron también el combustible de ese escepticismo.

¿En qué creíamos entonces quienes sí confiamos en este proceso desde el principio? Fundamentalmente, en un grupo de jugadores que mostraban buen nivel en sus equipos, en la capacidad de quien es el mejor jugador del mundo casi sin discusión (al menos fuera de nuestro país) desde hace más de un lustro, y en un cuerpo técnico capacitado y trabajador, prudente y de bajo perfil, totalmente opuesto al que encabezó Diego Armando Maradona y que culminó en el Mundial de Sudáfrica 2010. Es cierto que la defensa fue endeble en algunos partidos previos, pero saber que Alejandro Sabella iba a tener más de un mes para trabajarla era una tranquilidad. Quien conoce algo de fútbol sabe que en términos muy generales podría decirse que la delantera requiere mayormente de inspiración y la defensa requiere principalmente de trabajo, y esto último es algo que no iba escasear en un cuerpo técnico encabezado por quien es un estudioso del fútbol. Vale como anécdota contar que cuando Sabella fue ayudante de campo de Daniel Pasarella, tanto en River como en la selección nacional, era el encargado de analizar al rival y que el gran capitán puede dar fe de lo detallados y precisos que eran esos informes.

Imagino lo doloroso que debe ser para un hombre como Lionel Messi escuchar que en su selección no juega como en su club por una cuestión monetaria. Todos quienes lo conocen saben perfectamente lo que esto le dolía y lo ansioso que lo ponía poder rendir aquí como en el Barcelona. Pudo finalmente llegar a este Mundial con un reconocimiento bastante generalizado, aunque siempre debe sufrir en la comparación con el gran ídolo del fútbol argentino que fue Diego Maradona. Aunque Leo no tiene nada que envidiarle en el aspecto físico y técnico, el ex astro surgido en Argentinos Juniors goza de una personalidad más acorde al gusto de muchos argentinos.

Circula por las redes sociales un conmovedor video denominado “Estamos en la final” donde se muestra la forma en que hinchas de todo el país vivieron los distintos acontecimientos de este Mundial. Es cierto que entre tantos festejantes debe haber muchos que denostaron a este cuerpo técnico y a muchos de los jugadores quienes, humildes y trabajadores, se prepararon a conciencia y soportaron críticas injustas de charlatanes, frustrados con lo que hacen pero siempre dispuestos a denostar a los mejores en su profesión.

Ya quedaron viejas las discusiones políticas acerca de esta selección, las propagandas de la TV Pública queriendo asociar el éxito del equipo con la gestión de la Presidente o los antojadizos informes de 678 para pegar los triunfos con el gobierno. Atrás quedaron los deseos de fracaso por parte de algunos antikirchneristas que les cuesta comprender que no tiene importancia que el oficialismo haya intentado transformar el anuncio de la lista de convocados en un acto político, o que a su regreso de Brasil vayan a ser recibidos en la Casa Rosada. Es bastante claro y evidente que cuando este Mundial deje de latir, la inflación va a seguir preocupando a los ciudadanos, los holdouts van a seguir siendo un problema para la llegada de capitales al país, la inseguridad va a seguir teniendo en vilo a la gente y Amado Boudou seguirá complicado en sus múltiples causas judiciales. Tal vez ahí se den cuenta que no haberlo disfrutado por este motivo fue un error que ya no podrán enmendar.

Conociendo el perfil de estos jugadores y del cuerpo técnico, seguramente ellos harán sentir a todos bienvenidos al festejo más allá de que haya muchos oportunistas que simplemente no quieren sentirse fuera. Ojalá esto sirva para tener con el otro la misma paciencia que tenemos con nosotros mismos. El espíritu crítico es siempre bienvenido, pero cuando aparece de la mano de la prudencia y la tolerancia es mucho más productivo.

Si me permiten, quiero usar este último párrafo para enviarle un mensaje al número 10 de la selección (¿recuerdan que alguna mente brillante pretendió alguna vez quitar ese número emblemático en homenaje a Diego Maradona?). Leo, me diste todo lo que un fanático del fútbol puede pedirle a un jugador, no hay idioma que pueda elogiar tu juego acabadamente, pero me atrevo a pedirte algo más: dales a los incrédulos una final de antología, quizás necesitan de eso para creer de una buena vez, aunque debo confesarte que para mi eso solo sería la frutilla del mejor postre.

Hay que dejar de militar por dos años

Uno de los aspectos que más destaca la presidente Cristina Fernández de Kirchner como favorable de la gestión que comenzó su esposo es la recuperación de la militancia política (en el ámbito del kirchnerismo, por supuesto). Si bien está claro que no es un tema que surja con esta corriente política sino que es de larga data aquí y en el mundo, sí ha habido una revalorización y una resignificación del concepto, sobre todo en el ámbito de la juventud.

Me parece que es momento de cuestionar si realmente es tan valiosa esa militancia. Se han hecho críticas circunstanciales sobre ella sin meterse con el fondo de la cuestión; incluso muchos opositores valoran este cambio dado en el período kirchnerista donde “se ha puesto a la política nuevamente en el centro de la escena”.

Está claro que nadie puede estar en contra de que haya personas que tengan interés por los asuntos públicos y que en base a ese interés desarrollen una militancia que los acerque a una u otra organización política, pero no creo que eso sea lo que el kirchnerismo entiende por militancia. Más allá de la definición que le hayan dado, sí podemos decir que los K han sido eficaces en su organización. Haciendo base en La Cámpora, cuyos líderes tienen altos cargos de gobierno o de parentesco, han logrado filtrar miembros de esta organización en todas las instancias político-institucionales del país. Sin dudas que este posicionamiento es un negocio ampliamente favorable para ambos lados del mostrador. Del lado de los militantes de base, les resultó importante adquirir una identificación a un grupo, algo que siempre es relevante para los jóvenes; y si encima a eso le suman cargos públicos, posibilidad de ascenso económico y desarrollo “profesional” (en el amplio sentido de la palabra), la ecuación es completa. Del lado del jefe político, el vértice del poder (Néstor antes y ahora Cristina), éste logra la fidelidad del fan.

Militante y fan serían, según el ideario nacional y popular que fogonea el kirchnerismo, dos términos contrapuestos, pero veamos que no es tan así. Tomemos por caso a la adolescente que concurre a ver a Justin Bieber y que se la pasa todo el recital gritando; es muy difícil decirle a esa niña que en ese recital el joven cantante desafinó alguna nota o pifió algún paso, porque mínimamente uno se expone a recibir un insulto (o alarido en este caso). Esto es lo que sucede con el militante político fanatizado, es imposible establecer allí una charla política con matices, un razonamiento conjunto, aunque finalmente no se coincida. En estos militantes está presente lo que bien define Margarita Stolbizer como “épica emocional” construida minuciosamente durante los diez años de régimen kirchnerista.

¿Ha ayudado el aumento de esta militancia política a mejorar la calidad democrática de nuestro país? Creo que no, más bien, todo lo contrario. El nivel de participación política que mejora la calidad de una democracia está dado por el grado de injerencia y control que los gobernados hacen de sus gobernantes; esta militancia, lo que menos hace es controlarlos. Puede idolatrarlos o maltratarlos (como pueden contar algunos dirigentes opositores que gobiernan distritos atacados por el kirchnerismo) pero nunca controlarlos. Sus acciones siempre están encaminadas a darle más opacidad, tapar, encubrir la cosa pública, en lugar de transparentarla.

Es también necesario decir que es difícil para todos, oficialistas y opositores, catalogar a un ciudadano comprometido, informado, analítico e interesado pero que no es militante; cuesta encontrarle un lugar donde “ponerlo” dentro del universo político y por lo tanto es discriminado, cuando en realidad es el único que podría lograr una mejora en la calidad de las instituciones. Es más, creo que “peticionar a las autoridades” es una acción que nuestra Constitución Nacional menciona pensando en este tipo de persona. Lo que quizá más desconcierte de este individuo es que no aspire a un cargo público.

Efectivamente, este sector está interesado en la cosa pública pero sabe que su principal actividad está en el ámbito privado. Al mismo tiempo tiene bastante claro que las decisiones que se toman en el ámbito político influyen directa e indirectamente sobre sus actividades y por eso quiere controlar y participar aunque le resulte difícil encontrar canales para hacerlo. Uno de los canales debería ser tener bien aceitado el acceso a la información pública, cuyos proyectos de ley duermen bajo los aposentos de los legisladores del oficialismo.

Hay un ejemplo cercano en el tiempo y el espacio que muestra de manera contundente esta contraposición entre calidad democrática más desarrollo y la militancia política. En Chile, desde fines de los años ’60, con el ascenso al poder de Salvador Allende en el comienzo de los ’70, su posterior derrocamiento a manos del general Augusto Pinochet y sumando todo su período de gobierno autoritario, se vivieron momentos de alta enfervorización política y activa militancia. Sin embargo, durante ese período, la sociedad chilena, politizada y dividida como nunca, vivió dos décadas de zozobra económica e institucional. Fue necesaria una vuelta de página para que el país comience a desarrollarse. Como afirma el escritor chileno Carlos Franz, “del noventa en adelante, Chile se fue despolitizando. En paralelo a su importante desarrollo económico y democrático, la mayoría se desinteresó de la política. Las ideologías que alineaban al país en bandos irreconciliables se difuminaron y entrecruzaron”.

En una inclinación masoquista que trato de mantener controlada, tiempo atrás miraba el programa de propaganda política oficialista 678 en la TV Pública, y un colega politólogo que es panelista allí decía que lo que más destacaba del proyecto K es que ahora él sabía de qué lado debía estar, ya que hay dos bandos bien diferenciados, uno absolutamente virtuoso y el otro que, por supuesto, tiene todos los defectos del cipayismo extranjerizante. Es entendible que este politólogo, como también me sucede a mí, haga de la política un aspecto central de su vida; lo que no es lógico ni saludable es pretender que para todos sea así y, mucho menos razonable, es poner en una virtual “vereda de enfrente” a quien no acompaña este proyecto.

Necesitamos una década con militancia natural (no forzada) y libertad, y no la militancia invasiva, agresiva y fomentada desde el poder político. Una década donde cada uno haga su trabajo y así colabore con el bien de todos. Una década donde el sector público deje de crecer a base de militantes en detrimento del sector privado, al cual debe dejar de ahogar. Una década, donde crezca el empleo privado, moderno, competitivo y productivo y no el empleo estatal, amateur y parasitario.