“Si te incomoda leerlo, imagináte escucharlo”

Andrea Estrada

Este es el lema con el que Acción Respeto: por una calle libre de acoso concientiza a través de las redes sociales sobre una de las problemáticas que sufren diariamente las mujeres de todo el mundo: agresiones verbales o de otro tipo en la vía pública y que, sobre todo en los países latinoamericanos, han sido naturalizadas como conductas eminentemente culturales. Esta organización argentina junto con otras pioneras en la lucha contra esta conducta machista, como Paremos el acoso callejero de Perú y Stop Street Harassment de Estados Unidos, han organizado una pegatina de carteles con las obscenidades que a diario deben soportar las mujeres en la calle en ocasión de la Semana Internacional contra el acoso callejero, del 7 y el 13 de abril

Porque lo que muchos hombres consideran como elogios son en realidad actitudes que manifiestan distintos grados de asedio sexual en la vía pública, como las alusiones a ciertas partes del cuerpo de la mujer, los silbidos y otros sonidos, los roces voluntarios en los medios de transporte, el exhibicionismo, la persecución a pie o en auto y que las mujeres en general soportan en silencio, a pesar de la bronca y el disgusto que les provoca.

Sucede que, muchas veces, reaccionar contra este tipo de conductas machistas puede acarrear consecuencias impensables. Por eso, en general, preferimos quedarnos en el molde. Esto es precisamente lo que, desde la perspectiva contraria, muestra el extraordinario corto francés, Mayoría oprimida (Majorité opprimée) de Eléonore Purriat que cuenta la historia de un hombre sumido en un mundo “hembrista”, que cuida del bebé y lo lleva a la guardería mientras su mujer trabaja, a pesar de que él también trabaja. Cuando es acosado verbalmente en la calle por un grupo de mujeres, reacciona y les contesta, pero entonces es manoseado y agredido físicamente. Finalmente, sufre una doble humillación, porque tanto la agente de policía que le toma declaración en la comisaría, como su propia mujer, insinúan que lo que le ha ocurrido es culpa suya y se debe, entre otras cosas, a la forma en que está vestido, con pantalones cortos y ojotas.

Desde otro ángulo, la encuesta del Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile (OCAC) muestra la misma situación: el 40% de las tres mil personas consultadas (el 96% mujeres), pasa al menos una vez por día por situaciones de acoso callejero, es decir, silbidos, ruidos, bocinazos, miradas lascivas, y exhibicionismo. Pero también, “piropos” alusivos al cuerpo o al acto sexual. La edad promedio en que las personas encuestadas sufrieron por primera vez un acoso callejero fue a los 14 años y gracias a los datos relevados, se han podido tipificar cuatro tipos de acosadores: el insistente, el que insulta si la mujer le contesta, el agresivo que amenaza y el indiferente que suele no reaccionar.

La encuesta realizada a 1.203 personas por el Instituto de Opinión de la Pontificia Universidad Católica del Perú en el 2012 resulta muy interesante porque muestra que, en la sociedad, hay conductas arraigadas como normales que no tienen diferencia de sexo; de hecho, las afirmaciones del tipo “las mujeres que se visten provocativamente están exponiéndose a que le falten el respeto” o “una mujer que recibe un piropo bonito de un desconocido en la calle debería sentirse halagada” fueron apoyadas en porcentajes similares tanto por hombres como por mujeres.

Pero además de estos datos estadísticos, existe una herramienta fabulosa para luchar contra el hostigamiento callejero: la plataforma DATEA creada en 2011 en el distrito de Miraflores en Lima, Perú, que permite entre otras cosas registrar incidentes de acoso en todo el mundo. Es decir, que si uno posiciona el cursor en cualquier lugar del mapamundi, en el cual los hostigamientos aparecen tipificados por color, puede enterarse del barrio, la calle, la hora, la circunstancia y el modo en que una mujer fue acosada, por ejemplo, en Turquía.

Un buen instrumento para compartir experiencias y alertar sobre conductas abusivas, pero también para seguir pensando cuál es el límite entre el acoso callejero y el delito. Y, obviamente, cuál es su castigo.