Con esta frase, hace un tiempo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner reaccionó ante algunas críticas a determinados aspectos de su gestión de gobierno a las que tildó de “sexistas”. Según su interpretación, entonces, el ensañamiento de sus detractores y enemigos políticos se debía específicamente a su condición de mujer, creencia en la cual se evidencia entre otras cosas un punto de vista en sí mismo sexista, si pensamos que ningún político hombre esgrimiría que lo atacan por el mero hecho de ser varón.
Pero más allá de este detalle, el tema sobre el que quiero reflexionar en esta oportunidad, si bien alude a la presidenta, no es de corte ideológico ni político, sino meramente discursivo y tiene que ver precisamente con el llamado “sexismo lingüístico”, esa forma sutil de discriminación del lenguaje hacia cualquier persona, pero en general, hacia el sexo femenino. Este tema fue muy discutido por los lingüistas a partir de la publicación en distintas regiones de España de guías de lenguaje no sexista en las que instituciones públicas alertaban sobre usos lingüísticos discriminatorios hacia las mujeres. En ellas, se enumeraban una serie de recomendaciones que muchos académicos consideraron ajenas a las prácticas de los hablantes y a las normas gramaticales propias del español. Pero además, los lingüistas detractores de estas recomendaciones ridiculizaron, al igual que Jorge Lanata en su programa periodístico, las reduplicaciones del tipo “a todos y a todas” utilizada por la presidenta, pero también señalaron el error de confundir sexo con género gramatical, según el cual deberíamos decir futbolisto, astronauto o pianisto.