¿Un chavismo sin Chávez?

Andrés Cisneros

Nadie bien nacido desea la muerte de otro, pero las condiciones objetivas en que se encuentra Hugo Chávez Frías, corroboradas por la información oficial de sus propios funcionarios y el hecho de que el mismo comandante haya señalado a Nicolás Maduro como su eventual sucesor permiten  reflexionar sobre el futuro institucional de Venezuela en el caso de que el actual presidente tuviera que renunciar a su cargo.

La sucesión de los caudillos ha sido siempre un clásico de la historiografía y la ciencia política desde mucho antes de Julio César, y su expresión más redondeada pertenece al vaticinio que Alejandro Magno habría dado en su lecho de muerte: “El más fuerte de mis generales”.

La fórmula no ha variado mucho veintitrés siglos después. El repaso de la sucesión de los hombres providenciales de los últimos, digamos, mil años se continúa rigiendo por esa lógica de hierro.

En la era moderna, las que podrían visualizarse como excepciones, por ejemplo en la Rusia poscomunista o en la China luego de Mao, en realidad encubren la existencia de nomenclaturas o partidos aún más poderosos que sus hombres fuertes. Saludable mecanismo -que en el Occidente desarrollado se replica en el sistema constitucional o las instituciones, como cuando dos Kennedy resultaron asesinados o Winston Churchill, el caudillo largamente más popular en Inglaterra, perdió las primeras elecciones luego de la segunda guerra- que permite procesar la desaparición de un dirigente irreemplazable sin derivar hacia el caos y la anomia.

A su manera, Perón lo anticipó al advertir que solo la organización vence al tiempo, pero lamentablemente toda América latina ha sido siempre muy vulnerable a los terremotos institucionales que suceden a las muertes de dirigentes aparentemente imprescindibles.

En España, el mismísimo caudillo que gobernaba omnímodamente respaldado nada menos que por la Gracia de Dios, pasó a ser sucedido por los acuerdos de la Moncloa, desde entonces modelo universal de concordancia entre diferentes.

La Venezuela bolivariana no aparece como una excepción. Su sistema institucional es tan débil, que siendo Maduro el vicepresidente y, por ello, legal sucesor de Chávez, éste tuvo que hacer un pronunciamiento expreso, designándolo a dedo, un título seguramente más fuerte que el solamente constitucional.

Y cuando la legitimidad desaparece o es demasiado débil, las sociedades retroceden hacia el último bastión de gobernabilidad: la nuda fuerza. Y la fuerza siempre son los hombres de armas, por lo común el Ejército, en cristalino corolario de lo que podríamos llamar la Ley de Alejandro.

Se encuentra en curso un experimento político de enorme interés: la sucesión en Cuba. Mientras viva Fidel, su hermano Raúl podrá gobernar sin  mayores sobresaltos, pero la verdad será recién conocida cuando la sombra del gigante no lo ampare más.

De hecho, Chávez ha venido desde hace años conformando una suerte de burguesía militar que maneja no solo sus resortes específicos sino negocios, empresas y emprendimientos tradicionalmente civiles, hoy a cargo de militares en actividad o retirados [1]. Ese poco conocido entramado debe ser hoy el más poderoso circuito de autoridad después de la figura del actual presidente.

La eventual continuidad de Maduro -o de quien fuere- dependerá, entonces, del respaldo que obtenga de esa especie de boliburguesía, ciertamente más poderosa que todos los partidos políticos juntos.

Al respecto, aunque alguien como Capriles haya obtenido el cuarenta y cinco por ciento de los votos, siempre estuvo claro que encabezaba una alianza meramente electoral, no programática, y que ni él ni ningún líder opositor hoy visible pueden ofrecer a la gente las garantías de un programa de gobierno que no tenga detrás una coalición fragmentada en cuarenta pedazos.

Importa señalarlo, porque la aparición y subsistencia de gobernantes providenciales se potencia por el estruendoso fracaso de las clases políticas tradicionales, fallando en exhibir suficientes acuerdos de largo plazo que le reporten la confianza del electorado. Basta con leer los diarios.

El bolivarianismo dejará un amargo recuerdo en Venezuela y la región, pero debe recordarse que Chávez y los otros hombres y mujeres iluminados de América latina no surgen por casualidad, representan el castigo que la gente aplica a dirigencias políticas erosionadas por la egolatría personal y la incapacidad de llegar a acuerdos profundos, como sucede en las democracias desarrolladas. Mientras eso no se corrija, no solo el venezolano, sino también muchos otros pueblos cercanos perderán oportunidades históricas.  Eso lo conocemos bien los argentinos.

 


[1] Entre nosotros, ese fenómeno ha sido exhaustivamente informado  por Carolina Barros.