El Papa y la pobreza

Los congresistas norteamericanos invitaron a almorzar al papa Francisco. Su Santidad prefirió irse a comer con un grupo de desamparados en una institución caritativa de la Iglesia. Quería estar con los “excluidos”.

Fue una selección predecible. La Iglesia Católica valora extraordinariamente la relación con los pobres y, de alguna manera, ensalza la pobreza, la austeridad y castiga el consumismo. Lo dijo San Basilio y lo suele repetir el Papa: “El dinero es el estiércol del demonio”.

Así es desde que Jesús, que había nacido en una cueva, comenzó a predicar y eligió a sus apóstoles, una docena de personas de muy escasos recursos, algunos de ellos pescadores.

Cuando la Iglesia creció y se asentó, esta impronta se mantuvo durante varios siglos en la veneración de los eremitas que se apartaban del mundo y se refugiaban en el desierto para agradar a Dios mediante una vida de privaciones y soledad. Simeón alcanzó la santidad por pasar muchos años encaramado en una columna a la que fue agregándole altura hasta alcanzar los 15 peligrosos metros.

A mi juicio, la Iglesia insiste en un discurso contradictorio enquistado en sus orígenes al servicio de muchedumbres de pobres y enfermos, situación que tiene una escasa relación con el mundo contemporáneo. Continuar leyendo

Epitafio para Lee Kuan Yew

Acaba de morirse a los 91 años. Fue una de las personas más influyentes del planeta en la segunda mitad del siglo XX. Se llamó Lee Kuan Yew y era un abogado chino formado en Londres.

Transformó su pequeña e imposible isla, Singapur, en un emporio de riqueza y desarrollo que le sirvió de modelo e inspiración a los reformistas chinos tras la muerte de Mao y el fin de ese asesino experimento colectivista que le costó la vida a millones de personas.

Por eso es importante. Lee cambió el destino de Singapur y, sin proponérselo, le trazó el camino a la China continental. Deng Xiaoping, el inconforme sucesor de Mao, no tuvo que devanarse los sesos para averiguar cómo rescatar de la miseria a sus compatriotas. Todo lo que hizo, fundamentalmente, fue inspirarse en la exitosa experiencia de Lee. Continuar leyendo

Dónde se vive mejor y peor en América Latina

¿Cuál es el mejor vividero de América Latina? Costa Rica. ¿Cuál es el peor? Cuba. Y hay una gran distancia entre ambos países.

¿Cómo se sabe? Lo afirma, indirectamente, el Índice de Progreso Social del 2014, una sabia entidad sin fines de lucro ni prejuicios ideológicos, dirigida por un puñado de profesionales de primer rango. Se puede googlear fácilmente por medio de Internet. Vale la pena examinarlo.

Los expertos han ponderado 56 factores importantes que miden la calidad de vida de 132 naciones. Estos elementos, a su vez, se inscriben en tres grandes categorías:  Necesidades humanas básicas, Fundamentos del bienestar y Oportunidades.

De acuerdo con el Índice, secamente objetivo, los cinco primeros países de América Latina son Costa Rica, que ocupa el lugar número 25 entre las 132 naciones escrutadas. Uruguay es el segundo y 26 del planeta. Chile aparece en el tercero y 30 del mundo. Panamá es el cuarto y 38 de la lista. Argentina es el quinto y su lugar es el 42.

Los cinco últimos países de Hispanoamérica son: Bolivia el 71, Paraguay 72, Nicaragua 74; Honduras 77; y Cuba, finalmente, el 79. La Isla queda muy mal situada aunque no omiten los manoseados argumentos de la salud y la educación. Forman parte de la ecuación.

Los diez países con mejor índice de progreso social son los sospechosos habituales de siempre y aparecen en este orden: Nueva Zelanda, Suiza, Islandia, Holanda, Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Canadá y Australia.

Estados Unidos comparece en el lugar número 16, Francia en el 20 y España, pese a la crisis, en un honroso 21, algo mejor que Portugal, que se sitúa en el 22.

Obsérvese que no se mide desarrollo económico y científico, ni se contrasta el PIB per cápita de las naciones, sino se calcula el progreso social valorando elementos como la nutrición, los cuidados médicos, el acceso a agua potable y alcantarillados, vivienda, seguridad, educación, acceso a la información y a la comunicación, sustentabilidad, cuidado del ecosistema, derechos individuales, libertades, tolerancia, inclusión, y otros factores que explican por qué hay países de los que emigran en masa las personas y países de los que apenas se despiden los ciudadanos.

No es una casualidad que en Estados Unidos, foco receptor de inmigrantes legales o indocumentados, no existen concentraciones significativas de costarricenses, uruguayos, chilenos o panameños, pero sí las hay de salvadoreños, nicaragüenses, hondureños y cubanos. Huyen del desastre.

El signo de las migraciones (que el Índice no pondera, por cierto), es, a mi juicio, el síntoma más claro de la calidad general de vida de cualquier sociedad. La mayor parte de la gente emigra en busca de oportunidades de mejorar que no encuentran en su propio terruño.

Hay tres consideraciones importantes que se desprenden del repaso del Índice de Progreso Social. La primera, es que en América Latina las naciones que se autodenominan “progresistas”, las del Socialismo del Siglo XXI, son, en general, las que menos progresan. Venezuela es el país número 67 del universo analizado, Ecuador el 50 y, como queda dicho, Nicaragua el 74, y Cuba, en la cola, el 79. Una vergüenza.

La segunda, es que los treinta países que mejor puntuación obtienen son democracias liberales en las que rige la economía de mercado y se disfruta de libertades políticas. Podrán tener una mayor presión fiscal, como sucede en Dinamarca, o menor, como ocurre en Suiza, pero ese factor no altera el dato esencial de que se trata de los países más habitables del planeta.

La última observación es que esta nueva medición reitera, por otra vía, lo que también nos dice el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, o incluso el que mide la “percepción de corrupción” compilado por Transparencia Internacional. Los países menos corruptos son los más prósperos y desarrollados. La lista es aproximadamente la misma.

En realidad: nada nuevo bajo el sol. Pero esta vez todo está organizado de una manera más persuasiva para que lo entienda todo aquel que no esté cegado por el dogmatismo ideológico. Googléenlo y lo comprobarán.

La educación y el cinismo

Los estudiantes universitarios chilenos suelen protestar contra el gobierno de su país. Lo hicieron contra la señora Bachelet, que es de izquierda, y lo hacen contra el señor Piñera, que es de derecha. A veces las protestas son pacíficas y, a veces, como las más recientes, devienen en considerables actos vandálicos cometidos por minorías violentas infiltradas en el movimiento estudiantil.

Los jóvenes chilenos demandan buenas universidades y enseñanza de calidad, pero no quieren pagar por esos servicios. Exigen que otros se los paguen. (Eso siempre es estupendo). Tienen 18 años o más. Son mayores de edad. Pueden votar, elegir y ser electos, ir al ejército, casarse sin autorización de nadie, crear empresas, invertir, engendrar hijos a los que están obligados a cuidar, ir a la cárcel si cometen delitos, consumir alcohol o tabaco, pero suponen que la responsabilidad de pagar por su educación es cosa de otros. Son, o deben ser, adultos responsables en todo, menos en eso.

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