Cuba y las tres preguntas

Los Castro han cumplido 57 eneros en el poder. A estas alturas, la curiosidad general se limita a formular tres preguntas inquietantes: ¿Por qué han durado tanto? ¿Es un fracaso, como dicen sus adversarios, o un éxito, como aseguran los simpatizantes? ¿Qué sucederá después de este larguísimo Gobierno, el más prolongado de la historia de América?

El Gobierno de los Castro ha sido tan duradero porque es una dictadura que no busca el consentimiento de la sociedad, ni se dedica a obedecerla. Por el contrario, sus esfuerzos están permanentemente consagrados a dirigirla y controlarla.

El secreto de esa permanencia es convertir al pueblo en rebaño y estabularlo convenientemente. Para esos fines dispone de un formidable aparato de contrainteligencia cifrado en unas sesenta mil personas y un probado guión represivo. El 0,5% de la población, de acuerdo con la infalible fórmula aprendida de la Stasi alemana, madre y maestra de los servicios cubanos, junto al KGB.

El otro régimen parecido que existe en el planeta, Corea del Norte, es también una dinastía militar y tiene 68 años de vida continua. El padre de ese orquestado hormiguero de gimnastas rítmicos fue Kim Il-Sung. Comenzó en 1948 y murió, mandando, en 1994, no sin antes legar a los museos las sillas en las que había colocado sus egregias nalgas. Luego le han seguido su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un. Continuar leyendo

Obama no entiende por qué Raúl le muerde la mano

Raúl Castro atacó al “bloqueo”, reclamó la base de Guantánamo y pidió el fin de las transmisiones de Radio Martí. Defendió a Nicolás Maduro y a Rafael Correa. Se colocó junto a la Siria de El Assad, a Irán, a Rusia, a la independencia de Puerto Rico. Criticó la economía de mercado y cerró con broche de plomo con una cita de su hermano Fidel, gesto obligatorio dentro de la untuosa liturgia revolucionaria cubana.

Poco después, se reunió con el presidente norteamericano. Según cuenta el Washington Post, Obama le mencionó, algo decepcionado, el ignorado asunto de los derechos humanos y la democracia. No hubo el menor atisbo de apertura política.

Obama no entiende que con los Castro no existe el quid pro quo o el “toma y daca”. Para los Castro el modelo socialista (lo repiten constantemente) es perfecto, su “democracia” es la mejor del planeta, y los disidentes y las “Damas de blanco” que piden libertades civiles son sólo asalariados de la embajada yanqui inventados por los medios de comunicación que merecen ser apaleados.

El gobierno cubano nada tiene que rectificar. Que rectifique Estados Unidos, poder imperial que atropella a los pueblos. Que rectifique el capitalismo, que siembra de miseria al mundo con su mercado libre, su asquerosa competencia, sus hirientes desigualdades y su falta de conmiseración.

Para los Castro, y para su tropa de aguerridos marxistas-leninistas, indiferentes a la realidad, la solución de los males está en el colectivismo manejado por militares, con su familia en la cúspide dirigiendo el tinglado.

Raúl y Fidel, y los que los rodean, están orgullosos de haber creado en los años sesenta el mayor foco subversivo de la historia, cuando fundaron la Tricontinental y alimentaron a todos los grupos terroristas del planeta que llamaban a sus puertas o que forjaban sus propios servicios de inteligencia.

Veneran la figura del Che, muerto como consecuencia de aquellos sangrientos trajines, y recuerdan con emoción las cien guerrillas que adiestraron o lanzaron contra medio planeta, incluidas las democracias de Venezuela, Argentina, Colombia, Perú o Uruguay.

Se emocionan cuando rememoran sus hazañas africanas, realizadas con el objetivo de crear satélites para gloria de la URSS y la causa sagrada del comunismo, como en Angola, cuando consiguieron dominar a las otras guerrillas anticoloniales, y luego a sangre y fuego vencieron a los somalíes en el desierto de Ogadén, sus amigos de la víspera de la guerra, ahora enfrentados a Etiopía, el nuevo aliado de La Habana.

No sienten el menor resquemor por haber fusilado adversarios y simpatizantes, perseguido homosexuales o creyentes, confiscado bienes honradamente adquiridos, separado familias, precipitado al éxodo a miles de personas que acabaron en el fondo del océano. ¿Qué importan estos pequeños dolores individuales, ante la gesta gloriosa de “tomar el cielo por asalto” y cambiar la historia de la humanidad?

¡Qué tiempos aquellos de la guerra no-tan-fría, cuando Cuba era la punta de lanza de la revolución planetaria contra Estados Unidos y sus títeres de Occidente! Época gloriosa traicionada por Gorbachov en la que parecía que pronto el ejército rojo acamparía triunfante en las plazas de Washington.

El error de Obama es haber pensado que los diez presidentes que lo antecedieron en la Casa Blanca se equivocaron cuando decidieron enfrentar a los Castro y a su revolución, señalándolos como enemigos de Estados Unidos y de las ideas que sostienen las instituciones de la democracia y la libertad.

Obama no entiende a los Castro, ni es capaz de calibrar lo que significan, porque él no era, como fueron Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, y Bush (padre), personas fogueadas en la defensa del país frente a la muy real amenaza soviética.

Incluso Clinton, ya en la era post-soviética, quien prefirió escapar antes que pelear en Vietnam, comprendió la naturaleza del gobierno cubano y aprobó la Ley Helms-Burton para combatirlo. Bush (hijo) heredó de su padre la convicción de que a 90 millas anidaba un enemigo y así lo trató durante sus dos mandatos.

Obama era distinto. Cuando llegó a la presidencia, hacía 18 años que el Muro de Berlín había sido derribado, y para él la Guerra Fría era un fenómeno remoto y ajeno. No percibía que había sitios, como Cuba o Corea del Norte, en los que sobrevivían los viejos paradigmas.

Él era un “community organizer” en los barrios afroamericanos de Chicago, preocupado por las dificultades y la falta de oportunidades de su gente. Su batalla era de carácter doméstico y se inspiraba en el relato de la lucha por los derechos civiles. Su leitmotiv era cambiar a América, no defenderla de enemigos externos.

Como muchos liberals y radicales norteamericanos, especialmente de su generación, pensaba que la pequeña Cuba había sido víctima de la arrogancia imperial de Estados Unidos, y podía reformarse y normalizarse tan pronto su país le tendiera la mano.

Hoy es incapaz de entender por qué Raúl se la muerde en lugar de estrecharla. No sabe que los viejos estalinistas matan y mueren con los colmillos siempre afilados y dispuestos. Es parte de la naturaleza revolucionaria.

El nuevo panorama cubano

Este 26 de julio es diferente. La dictadura de Raúl Castro estrena una nueva relación con Estados Unidos. La Habana ha derrotado totalmente a Washington. Barack Obama ha levantado los brazos y lo ha entregado todo sin pedir nada a cambio.

Como repiten los personeros del castrismo una y otra vez, el pequeño David ha liquidado, finalmente, al gigante Goliat, sin hacer una sola concesión.

Las cárceles siguen llenas de disidentes, continúan aporreando a las Damas de Blanco, no hay el menor espacio para expresarse públicamente contra ese estado de cosas y mucho menos para formar partidos diferentes al comunista. Lo dijo Fidel Castro y lo cumplió: “Primero la isla se hundirá en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo”.

No obstante, ¿ha cambiado algo? Por supuesto. Raúl y toda la dirigencia comunista, incluso Fidel, que es el más terco de todos, saben que el sistema no funciona en el terreno de la creación de riquezas. Es totalmente improductivo.

Con los años, han comprendido que los incentivos materiales son indispensables y que la propiedad privada es clave para lograr el desarrollo, pero no se atreven a sustituir ese desastre por una economía abierta regida por el mercado, porque temen perder el poder. Continuar leyendo

Democracias liberales contra iliberales

La crisis griega es la expresión de un gravísimo problema planetario. Es verdad que la desataron los socialdemócratas y conservadores con su gasto público desbocado y su corrupción rampante, pero la han agravado los neocomunistas y sus primos neopopulistas, en el poder desde hace pocos meses.

¿Por qué es un asunto que concierne al planeta? Tres ejemplos. Syriza en Grecia, Podemos en España y el chavismo en Venezuela comparten varios elementos que los hermanan: son enemigos de la democracia liberal, partidarios irrestrictos del populismo, y sostienen unas proclamadas simpatías por el comunismo.

Sus dirigentes odian el mercado, la propiedad privada, el comercio internacional sin ataduras y los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. Todas estas instituciones, con sus errores y sus aciertos, constituyen la savia de la economía en las naciones más desarrolladas de la Tierra. Continuar leyendo

Cambiar o no cambiar regímenes, ése es el dilema

El presidente Barack Obama, tras asegurarle su amigo John Kerry que Cuba, últimamente, se comporta con dulzura, casi como el Vaticano, eliminó a la Isla de la lista de países que colaboran con el terrorismo.

Era previsible. Obama había advertido en Panamá que su gobierno renunciaba al cambio de régimen. La lista de países vinculados al terrorismo formaba parte de esa estrategia. Era un sambenito político destinado a infamar adversarios en el sinuoso camino del desplazamiento.

No obstante, se trataba de una descripción justa. La isla lleva décadas colgada del brazo de la peor gente del planeta: desde Carlos el Chacal hasta la adiposa dinastía real norcoreana, pasando por Gadafi y las narcoguerrillas colombianas, pero el deseo de Obama es olvidar los agravios y comenzar una vida nueva y cordial. Continuar leyendo

Cuba y Estados Unidos: la lucha sigue

La tercera ronda de negociaciones entre Estados Unidos y Cuba no ha ido bien. No me extraña. Por las mismas fechas el canciller norcoreano advertía, regocijado, que Cuba y su país estaban en la misma trinchera antinorteamericana. Asimismo, Vladimir Putin daba vueltas por el vecindario con sus barquitos de guerra y le hacía carantoñas a Nicolás Maduro, ese virrey nombrado en Venezuela por Raúl Castro.

Barack Obama quería ponerle fin a 56 años de hostilidad entre su nación y la Isla como parte de su “legado”, pero está descubriendo que no es fácil. ¿Por qué? Los dos países marchan en direcciones opuestas, cada uno movido por sus percepciones y por su particular sentido de la propia misión en la historia.

La política exterior de Estados Unidos fue diseñada para proyectar y defender los valores y el modus operandi del país. La de Cuba exactamente igual, pero en sentido opuesto. Están condenados a chocar.

La inercia política y diplomática de Estados Unidos lleva a Washington a tratar de cambiar los regímenes adversarios manifiestamente hostiles. De ahí surgen las listas de naciones terroristas, las denuncias de violaciones de los derechos humanos, el respaldo a los disidentes y las transmisiones por onda corta de informaciones escamoteadas por las dictaduras enemigas.

La perspectiva cubana

Por la otra punta, las creencias y convicciones de Cuba, aunadas a las urgencias imperiales de Fidel, precipitan a sus gobernantes a tratar de destruir al adversario. Esa es la visión del Foro de Sao Paulo. A eso se dedica el circuito de los cinco países del Socialismo del Siglo XXI, la constitución de ALBA, el abrazo al Irán que apadrina Hezbolá y fabrica clandestinamente armas nucleares, y el apoyo a todos los sectores antioccidentales, incluidas las narcoguerrillas.

Fidel, que padece de ideas fijas, se lo expresó con toda claridad a su confidente y amante Celia Sánchez en una carta fechada en la Sierra Maestra en junio de 1958, mientras luchaba contra Batista: “Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ése va a ser mi destino verdadero”.

Cuba percibe al gobierno de Estados Unidos como el administrador de un sistema genocida que se alimenta del trabajo del Tercer Mundo, y que no vacila en matar a poblaciones enteras en su propio beneficio. Por eso propone que hay que exterminarlo a cualquier costo.

Sus dirigentes continúan creyendo en la desacreditada “Teoría de la Dependencia” e insisten en suscribir los errores conceptuales de Las venas abiertas de América Latina, pese a que el autor del libro se ha distanciado de sus propias hipótesis, como mucho antes ya lo había hecho el propio Fernando Henrique Cardoso, padre de la criatura, junto al chileno Enzo Faletto.   

En consecuencia, los Castro se ven a sí mismos como los heroicos cruzados de la lucha a muerte contra ese imperio asesino, y en el ardor de la batalla se abrazan con Mugabe, con Gadafi, con la siniestra familia desovada por Kim Il-Sung, con cualquiera que odie a los gringos, aunque sea un monstruo, porque a ellos mismos no les importa, a veces, ser monstruosos, como cuando fusilan a sus propios generales o matan inocentes a sabiendas. Son gajes de la guerra por la justicia universal, como diría Lenin.

Ése es el único requisito: ser antiyanquis. Los Castro no son unos teóricos pasivos dedicados a juzgar las iniquidades de Estados Unidos en las aulas universitarias. Son enemigos activos y militantes que se juegan la vida en cualquier trinchera.

Todo lo que se haga en contra de USA es legítimo. Les encanta la metáfora de David contra Goliat, mientras sostienen que su dictadura militar “es el sistema más democrático y justo del mundo”. Para evitar dolorosas disonancias, me temo que han acabado por creérselo.

La perspectiva americana

La clase dirigente norteamericana, en cambio, ve a Estados Unidos como la primera potencia del planeta, escogida por el Creador para ejercer una benéfica influencia entre todos los hombres esparciendo sus virtudes ciudadanas, dotada de un sistema económico exitoso que ha creado enormes clases medias y el mayor desarrollo tecnológico y científico de la historia, para gloria y ventaja de toda la especie.

Una nación que, por su peso y sentido de la responsabilidad, debe darles sostén a las libertades mediante su enorme y eficiente aparato militar. Maquinaria y principios –sostienen—que en el pasado les ha permitido salvar al mundo de los nazis y fascistas, y luego derrotar a los comunistas en la batalla larga y persistente de la Guerra Fría.

Dentro de ese esquema narrativo, el gobierno estadounidense, además, como “cabeza del mundo libre”, desde hace muchas décadas se ha impuesto la obligación de propagar y defender internacionalmente la democracia, la economía de mercado y la propiedad.

¿Por qué lo hace? Supone que de ello depende el mejor futuro de la humanidad, incluida la propia supervivencia del país, incapaz de prevalecer en un planeta dominado por un sistema diferente y hostil al creado por los Padres Fundadores de la patria en 1776. Y lo cierto es que, hasta ahora, le ha ido muy bien, no sólo a Estados Unidos, sino a las veinte naciones que han seguido de cerca ese modelo de gobierno.

A fin de cuentas, el siglo XX fue el de Washington y, para que siga siendo la nación hegemónica, cuenta, además de con el casi absoluto liderazgo tecnológico, con el Pentágono, la CIA, la DEA, la VOA, la NED, la AID, la OTAN, el estrecho vínculo con la Unión Europea, los recursos económicos que proporciona una sociedad inmensamente productiva, el Departamento de Estado, las 100 mejores universidades del planeta, y toda una estrategia legal, militar y propagandística que refleja esa vocación de primera potencia planetaria.

Cuba y Estados Unidos

¿Y Cuba? Obama la ve –y se equivoca parcialmente– como una pequeña, pobre e improductiva isla caribeña, gobernada por unos ancianos pintorescos, tozudos sobrevivientes del hundimiento del comunismo, arrastrados a un enfrentamiento con Washington como resultado de la Guerra Fría, que muy poco daño puede hacerle a Estados Unidos porque se trata, fatalmente, de una entidad necesariamente inofensiva.

Por eso Obama –a contrapelo de los 10 presidentes anteriores–, que no entiende a los Castro, y que ignora que entre los poderes de la Casa Blanca no está el de elegir a sus enemigos, porque el odio no lo controla el odiado sino el odiador, decretó unilateralmente el fin de las hostilidades y comenzó –creía—un proceso de reconciliación. No advirtió que el choque entre los dos países no es el producto de una comedia de errores históricos, sino el encontronazo inevitable entre dos visiones y misiones adversarias.

Para reconciliarse realmente, uno de los dos debe salir de la cancha y renunciar a la batalla por imponer su modelo político. Ninguno está dispuesto a hacerlo. La lucha, por lo tanto, sigue.