Las siete razones de Washington para oponerse a la reconciliación incondicional con Cuba

Un grupo de prominentes ciudadanos norteamericanos -entre los que se encuentran varios notables empresarios de origen cubano-, le ha escrito una carta pública al presidente Barack Obama solicitándole que suavice las medidas encaminadas a agravar la difícil situación económica de la dictadura comunista de los hermanos Castro.

La carta no es el resultado de una oscura maniobra de La Habana, aunque el régimen y sus servicios de inteligencia la vean con deleite porque coincide con sus intereses, sino la consecuencia de una indiscutible verdad: nadie sabe cómo acelerar desde fuera el fin de una dictadura como la cubana o la de Corea del Norte. Sus autores están convencidos de que la antigua estrategia norteamericana está equivocada.

Es un viejo debate. Quienes redactaron la carta –presumiblemente los empresarios cubanoamericanos— piensan que la estrategia de abrazar al enemigo e intentar fortalecer a la sociedad civil redundará en el debilitamiento de la tiranía.

¿Logrará su propósito esa carta? No lo creo. No debiera por las siguientes siete razones:

1.     La incoherencia tiene sus límites, más allá de los cuales hay que hablar de esquizofrenia. Washington acaba de declarar oficialmente que el gobierno cubano es terrorista y Raúl Castro le ha dado la razón enviándole a Corea del Norte armas de guerra camufladas bajo toneladas de sacos de azúcar. ¿Por qué abrazar a un régimen terrorista cuando se aprueban sanciones contra Rusia o Venezuela por comportamientos antidemocráticos?

2.     En el momento en que se divulgaba la carta de marras, el coronel Alejandro Castro Espín, hijo del dictador Raúl Castro, firmaba un acuerdo de cooperación en Moscú con los servicios de inteligencia de Putin. Luego pasó por La Habana el Jefe del Estado Mayor del ejército chino, presumiblemente a formalizar una gestión parecida. En el pasado, Fidel Castro, en Teherán, había advertido que todos juntos podían poner de rodillas al enemigo imperialista.

3.     Según afirma Raúl Castro, una y otra vez, y reiteran sus más altos funcionarios, las “reformas” económicas tienen como fin perfeccionar la dictadura comunista de partido único. ¿Por qué Estados Unidos debe cooperar con una vieja y fallida tiranía que intenta superar las dificultades y consolidarse en su peor momento económico y psicológico, cuando toda la estructura de poder en la Isla sabe que el marxismo-leninismo es un fracaso?

4.     El régimen cubano es un enemigo tenaz y permanente de Estados Unidos. Sus líderes están convencidos de que todo lo malo que sucede en el planeta es culpa de Washington. No se cansan de decirlo. En el pasado, La Habana pactó con la URSS y hasta pidió el bombardeo atómico preventivo durante la Crisis de los Misiles. Hoy Cuba se pone de acuerdo con Irán, Corea del Norte, Rusia y los países del llamado Socialismo del Siglo XXI para perjudicar a sus vecinos. ¿Tiene sentido un trato benevolente con semejante gobierno?

5.     Existe, también, el ángulo ético. Durante todo el siglo XX, con razón, Estados Unidos fue acusado de indiferencia moral por el buen trato que le daba a dictaduras como la de Trujillo, los Somoza, Batista o Stroessner. Ahora está en el lado correcto de la historia. En Cuba se violan los derechos humanos brutalmente. El año pasado se duplicaron las detenciones a los disidentes. Los cubanos no tienen acceso a Internet. A las tres horas de haber aparecido 14ymedio, el diario digital de Yoani Sánchez, bloquearon la señal dentro de Cuba. Estados Unidos no debe volver a la indiferencia moral que tanto afectó la buena imagen del país.

6.     Hay que tomar en cuenta la razón electoral. La Casa Blanca debe escuchar a los legisladores cubanoamericanos y no necesariamente a los empresarios. De alguna manera, expresan el sentir mayoritario de los cubanos radicados en USA. El importante senador demócrata Bob Menéndez, los senadores republicanos Marco Rubio y Ted Cruz, los congresistas demócratas Albio Sires y Joe García, y los congresistas republicanos Ileana Ros y Mario Díaz Balart, discrepan en muchas cosas, pero están de acuerdo en mantener una política de firmeza frente a la dictadura.

7.     El objetivo de Estados Unidos debe ser que en Cuba se instaure una democracia plural y próspera que deje de expulsar a sus ciudadanos hacia el vecino del norte, con la cual desarrollar unas relaciones respetuosas y normales. El sentido común indica que eso no se logra ayudando a la tiranía de Raúl Castro en medio de una crisis.

García Márquez y una gestión ante Fidel

Tal vez no exagero si digo que ha muerto el mayor escritor en lengua española que dio el siglo XX. Decir eso en la época de Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa es muy arriesgado y subjetivo, pero me atrevo a afirmarlo.  ¿Por qué? Acaso porque la novela que más he disfrutado de cuantas he leído en mi vida ha sido El amor en los tiempos del cólera. Me parece más lograda, incluso, que la justamente reverenciada Cien años de soledad que atrajo sobre Gabriel García Márquez la admiración universal y acabó por ganarle el Nobel en 1982.

La primera vez que me reuní con Gabo fue gracias a Carmen Balcells. Ella era la agente literaria de ambos y una persona extremadamente servicial. Nos organizó el encuentro en el lobby de un hotel barcelonés. Estábamos al inicio de la década de los noventa, el mundo comunista colapsaba, la URSS había desaparecido, y con ella se esfumó el subsidio a Cuba. Parecía que el régimen de Fidel Castro (en esa época poco se hablaba de Raúl) se desplomaría.

García Márquez era muy amigo de Fidel, pero no era comunista y me constaba que alguna vez se había servido de su relación con el Comandante para proteger a un preso político cubano muy destacado, Reinol González, un exdirigente sindical condenado a 30 años de cárcel por razones políticas.

Sin que mediara otro factor que la compasión que le inspiró la mujer de Reinol, quien fue a México a ver al novelista para pedirle ayuda sin siquiera conocerlo, intercedió con Fidel para que lo liberara. Y así fue: el Dictador no sólo lo liberó. Se lo regaló a García Márquez en medio de la calle, como quien obsequia un objeto inanimado, y, de pronto, el colombiano se vio en La Habana con el extraño presente que le hacía su poderoso amigo, dueño de la vida y la muerte de todos sus súbditos.

Ese precedente me animó a pedirle a Gabo el más delicado (y acaso ingenuo) de los favores: que sondeara a Fidel para saber su disposición a iniciar una suerte de transición como sucedía en toda Europa. Al fin y al cabo, el marxismo-leninismo estaba totalmente desacreditado por la experiencia nefasta del “socialismo real” y había llegado la hora del desguace.

“Lo voy a hacer –me dijo–, pero sin ninguna ilusión de tener éxito”. Entonces me preguntó cómo yo veía el calendario de la revolución cubana. Le relaté que, poco antes, había invitado a Jorge Mas Canosa a formar parte de un esfuerzo político que llamábamos la Plataforma Democrática Cubana, en el que congregábamos a liberales (clásicos), socialdemócratas y democristianos, para propiciar la pacífica transformación del país, pero Jorge me respondió con una negativa basada en una evaluación de la situación cubana: “Estás comiendo m… –me dijo con su franqueza habitual–. No hay tiempo para nada de eso. A ese gobierno le quedan seis meses de vida”.

“¿Y qué le respondiste?” –me preguntó García Márquez. “Le dije, Jorge, me temo que quien está comiendo m… eres tú. A ese gobierno le quedan dos años”. El novelista rió y cerró el capítulo de la conversación con un pronóstico lapidario que también, lamentablemente, resultó equivocado: “Los dos están comiendo m … Ese gobierno durará otros seis años”. Han pasado más de dos décadas de esta conversación.

En todo caso, el encuentro sirvió para crear una relación muy cordial de la que desterramos los temas políticos y nos concretábamos a hablar de literatura, su pasión más enérgica. Él tenía una estrecha amistad con Fidel Castro y con otra gente, a mi juicio, indeseable, pero también mantenía vínculos muy fuertes con personas, como su compadre Plinio Apuleyo Mendoza, un crítico constante de la dictadura cubana, o una relación muy amable conmigo y con exiliados como Reinol González, quien lo mantenía al día de cuanto sucedía en la Isla.

La última vez que hablé con él, hace unos años, fue para pedirle que ayudara a un escritor cubano a salir de la Isla. Este escritor, que había sido simpatizante de la dictadura, se había declarado en huelga de hambre y me había dicho, por teléfono, que le rogara a Gabo su mediación con Fidel para lograr el permiso de salida. Para reforzar mi gestión le sugerí a Plinio que participara en la conversación a tres voces. García Márquez, muy solidariamente, me dijo que hablaría con “el Grande”.

Al día siguiente me llamó y me contó: “Dice el Grande que lo dejará salir, pero que me arrepentiré, porque me morderá la mano”. Gabo hasta le consiguió un avión oficial para trasladarlo a México. Pocas fechas más tarde, en efecto, el escritor atacó a Gabo.

Nunca más me atreví a pedirle nada al gran escritor que acaba de morir.

Adolfo Suárez y Cuba

En 1990 le pedí ayuda a Adolfo Suárez. Entonces yo tenía una figuración política de la que más tarde me aparté. Suponía que el expresidente recientemente fallecido podía serle útil a la democratización de Cuba y era una persona generosa. En España se había agotado su caudal político, pero tenía un inmenso prestigio internacional por la proeza de haber encabezado exitosamente la trasformación pacífica de su país en apenas 4 años.

El Muro de Berlín había sido derribado poco antes por una muchedumbre indignada que exigía libertades, las dictaduras comunistas europeas colapsaban una tras otra, mientras el marxismo quedaba relegado a la ridícula categoría de polvoriento disparate teórico, minuciosamente desmentido por los criminales resultados del socialismo real.

Suárez, por otra parte, presidía la Internacional Liberal, una de las grandes federaciones ideológicas mundiales, organización que agrupaba unos 80 partidos de esa familia política, incluida la Unión Liberal Cubana que habíamos fundado. Llegué a su despacho de la mano del profesor Raúl Morodo, su estratega y gran gestor político dentro de la Internacional Liberal. Morodo había sido extremadamente solidario con los demócratas cubanos.

En el verano del 90, los liberales, junto a otros exiliados vinculados a la democracia cristiana y a la socialdemocracia, forjamos en Madrid la Plataforma Democrática Cubana. Elegimos a España, con la ayuda de instituciones esencialmente europeas, como las Internacionales, precisamente para alejarnos del reñidero entre La Habana y Washington. Intentábamos iniciar en Cuba una transición política hacia la libertad y la democracia, sin venganzas ni revanchismos, como la que España había vivido bajo la extraordinaria gestión de Suárez. 

Pensábamos, seguramente con un ingenuo exceso de racionalidad, que Fidel Castro admitiría la inutilidad de sostener una fracasada dictadura colectivista de partido único contra el sentido de la historia, y buscaría una manera de enterrar pacíficamente su sangriento experimento, creando las condiciones para que sus partidarios evolucionaran hacia otras formas de militancia, como había ocurrido en el llamado Bloque del Este.

El sentido común nos indicaba que Castro y su entorno debían sentirse más seguros si el desmantelamiento de la tiranía se hacía en una mesa garantizada por un abanico de grandes formaciones políticas democráticas de todo el mundo. El procedimiento sería similar al de España: ir “de la ley a la ley”. Cambiar las normas del partido único, soltar a los presos políticos, respetar el derecho a la libre expresión del pensamiento y ampliar los márgenes de participación electoral para que los cubanos, como habían hecho los españoles con el franquismo, enterraran el comunismo en una urna democrática. ¿Qué mejor garantía de una operación de esa naturaleza –le dije a Suárez— si el árbitro o el gran asesor es quien había construido la transición española?

Si existía un mínimo interés por parte de Castro en buscarle una salida airosa a la dictadura, en 90 días podíamos aterrizar en La Habana junto a un centenar de líderes políticos y económicos del mundo libre, con la promesa de una cuantiosa ayuda europea y norteamericana para que la transformación del país fuera rápida e indolora. No faltarían recursos, ilusiones y experiencia. Le llamábamos “el shock de la esperanza”.

Suárez nos escuchó con mucho interés y nos ofreció su respaldo, pero se mostró escéptico en cuanto al resultado final de las gestiones. A Castro, nos aclaró, le agradecía que hubiera admitido a algunos etarras que él quería alejar de España. Aunque simpatizaba con nuestras ideas, su intención no era servir a la oposición o al poder, sino darles una mano a todos los cubanos para que superaran este largo paréntesis fallido que había sido la dictadura comunista.

Suárez y Morodo, finalmente, fueron a La Habana y hablaron con Fidel, pero se encontraron con un sujeto indiferente a la realidad que ante todos los auditorios repetía como un mantra dos colosales barbaridades. La primera, que “Cuba se hundiría en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo”. La segunda, que la Isla se quedaría como una especie de vivero, de Parque Jurásico marxista-leninista. Cuando la humanidad recobrara la razón y volviera a las esencias comunistas, contaría con un modelo práctico para organizar sociedades de acuerdo con la experiencia cubana.

Casi un cuarto de siglo después de esos hechos, Fidel es un anciano alocado que le dejó un país destrozado a su hermano Raúl. El heredero, fiel al legado, intenta inútilmente crear un híbrido e imposible sistema totalitario que exhibe lo peor de ambos mundos: un socialismo sin subsidios y un capitalismo en el que se prohíbe y persigue el crecimiento y la acumulación de capital. 

Si Fidel no hubiera sido un tipo dogmático, terco e inflexible, y le hubiese hecho caso a Suárez, Cuba habría realizado su transición a tiempo y hoy estuviera a la cabeza de América Latina. Había capital humano y económico para logarlo. Hemos perdido, criminalmente, otros 25 años. 

Los hijos renegados de Fidel Castro

Oficialmente, Salvador Sánchez Cerén, el candidato del FMLN, ganó las recientes elecciones salvadoreñas. Así lo declaró el Tribunal Supremo Electoral del país frente a las impugnaciones de ARENA. La diferencia entre los dos partidos apenas excedió de seis mil votos. Una increíble minucia cuando se sabe que votaron casi tres millones de personas.

ARENA pidió el recuento de todas las boletas y no se lo concedieron. La ley no estaba de su parte. Norman Quijano tuvo que conformarse con una victoria moral. Nadie esperaba un resultado de esa naturaleza, especialmente porque el FMLN le había sacado más de diez puntos en la primera vuelta. Parece que el cruel matadero venezolano de estos días les recordó a los salvadoreños que el radicalismo revolucionario puede acabar en un baño de sangre.

Ahora Sánchez Cerén, comunista, exguerrillero, se enfrenta a un amargo dilema. A partir de junio, cuando asuma oficialmente la presidencia, ¿se dedica a hacer la revolución que le pide su corazoncito marxista-leninista? ¿O acepta que el suyo es un país muy pobre, dolarizado, abatido por los mareros, dividido en mitades hostiles, y cuya principal fuente de ingresos son las remesas de los emigrantes, panorama que desaconseja agregar una peligrosa fricción política que puede, otra vez, desencadenar la violencia?

Sería el cuarto de los hijos de Fidel Castro colocado en esa tesitura. Los otros tres optaron por abrazarse a la realidad y abandonar la utopía.

El uruguayo José (Pepe) Mujica es uno de ellos. La revolución cubana le sorbió el seso, como a Don Quijote los libros de caballería, y cuando era joven acabó embarcado en la sangrienta aventura de los tupamaros, grandes culpables del descalabro de la ejemplar democracia uruguaya. Mujica, que participó en hechos violentos, pasó 15 años en la cárcel. Cuando terminó la dictadura militar se integró en la vida política del país y se colocó bajo la autoridad de la Constitución. Una vez instalado en la presidencia ha respetado las reglas del juego y ha tenido un manejo ortodoxo de la economía. Por eso Uruguay, en el 2013, fue la nación latinoamericana que recibió más inversión extranjera per cápita. Mujica había aprendido la lección. Fidel Castro y su tiranía eran antiguallas de un pasado remoto. 

Otro es la brasilera Dilma Rousseff. Fue una chiquilla comunista vinculada a la Vanguardia Armada Revolucionaria (VAR-Palmarés), un grupo marxista-leninista que asaltó bancos, mató y secuestró aviones. Era hija de un comunista búlgaro, Pedro Rousseff, emigrado a Brasil. A los 23 años de edad, los militares brasileros, que secuestraban y asesinaban a sus enemigos, encarcelaron a Dilma y probablemente la torturaron. Salió de la cárcel tres años más tarde, terminó sus estudios de economía y en su momento se incorporó al Partido de los Trabajadores de Lula da Silva. Cuando la eligieron Presidente también optó por olvidarse de sus fantasías castro-guevaristas de la juventud. La realidad brasilera, inserta en el mundo del poscomunismo, no le permitía apostar en la ruleta revolucionaria. No se alejó mucho del modelo dejado por Fernando Henrique Cardoso, luego continuado por Lula da Silva. 

El otro de los hijos “realistas” (o renegados) de Fidel Castro es el nicaragüense Daniel Ortega. Como Mujica y Rousseff, Ortega formó parte de la violencia sandinista y estuvo preso siete años por asaltar un banco durante la dictadura de Somoza. En la década de los ochenta, tras el triunfo de la insurrección, le tocó presidir por primera vez a Nicaragua y aprender sobre la marcha. Fue el curso de gobierno más costoso de la historia. Destrozó al país, pero tal vez aprendió todo lo que no se debe hacer. Cuando volvió al poder en el 2007 (gracias a la asombrosa torpeza de la oposición liberal), Ortega sabía que el 66% de la población estaba en contra de cualquier proyecto revolucionario. No le importó. Más pragmático que fanático, ya no tenía la intención de ser como Fidel Castro. Quería parecerse a Somoza. Perpetuarse en el poder, pero sin romper con el sector empresarial ni con los Estados Unidos, mientras saqueaba meticulosamente a Chávez y daba gritos antiimperialistas.

¿Será Sánchez Cerén el cuarto hijo renegado del castrismo? ¿Se perderá en el trayecto buscando una revolución imposible, o advertirá que ése es el camino de la turbulencia y la muerte, como sucede en la Venezuela de Maduro? Falta poco tiempo para saberlo.

El legado de Hugo Chávez

¿Cuál es el legado de Hugo Chávez? Al fin y al cabo, gobernó a su antojo durante 14 años (1999-2013). El periodo más largo de la historia de Venezuela, exceptuado Juan Vicente Gómez (1908-1935), otro militar de mano dura que se murió mandando. Digámoslo rápidamente: la herencia que les dejó a sus atribulados compatriotas fue la cubanización de Venezuela.

El 5 de marzo del 2013 se anunció la muerte de Hugo Chávez. Se cumplían 60 años exactos de la de Stalin. Chávez estaba clínicamente muerto desde mucho antes. Tal vez desde el 29 de diciembre anterior, cuando lo operaron en La Habana, pero lo mantuvieron artificialmente “vivo”, con el encefalograma plano, conectado a máquinas que estimulaban los latidos de su inútil corazón.

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El Estado proxeneta

Los 33 presidentes y dignatarios que visitaron La Habana se quedaron maravillados. Ninguno sabía cómo, aunque fuera muy precariamente, con los edificios en ruina y al filo de la catástrofe, Cuba conseguía sostenerse. Acaso con la excepción de Nicolás Maduro, que tiene dotes de vidente y un diálogo permanente con los pájaros, lo que lo mantiene plenamente informado.

Ninguno ignoraba que la bicentenaria industria azucarera había sido liquidada y desguazada por la incapacidad feroz de la dirigencia. Todos conocían que las marcas de tabaco y rones fueron vendidas a multinacionales europeas hace mucho tiempo. Era evidente que la flota pesquera no existía desde los años noventa. No obstante, la Isla, a trancas y barrancas, importaba el 80 por ciento de todos los insumos que esa sociedad necesita, incluidos los alimentos, la medicina y una parte sustancial de la energía.

¿Cómo lo hacía? ¿Dónde estaba el truco? ¿De dónde sacaba la plata?

Se lo escuché por primera vez a un diplomático europeo que había vivido en Cuba. Luego se ha popularizado. El modelo creado por los Castro es el Estado proxeneta. El proxenetismo es una conducta delictiva que consiste en obtener beneficios de otra persona a la que se obliga a trabajar mediante coacciones o el suministro de protección. Generalmente se aplica a la prostitución, pero no sólo a ella. Familiarmente también se le conoce como “chulería”.

Es una denominación incómoda, pero ajustada a la realidad que circula en voz baja entre los cubanos de la Isla. El gobierno se ha especializado en la extorsión de sus propios ciudadanos o de los aliados a los que les brinda servicios de espionaje y control social, sus dos únicas especialidades o “ventajas comparativas”, como suelen decir en la jerga económica. Cincuenta y cinco años después de implantada la dictadura, casi todas las fuentes significativas de ingreso que sostienen al país provienen de oscuros negocios realizados en el exterior.

  • El subsidio venezolano. Calculado en 13 000 millones de dólares anuales por el profesor Carmelo Mesa Lago, decano de los economistas cubanos en esta materia. Eso incluye más de 100 000 barriles diarios de petróleo, de los cuales la mitad se reexportan y venden en España. Otros 30 000 parece que van a Petro Caribe y dan origen a una doble corrupción de apoyo político y enriquecimiento ilícito. La fuente pública de esta información es el experto Pedro Mantellini, uno de los grandes conocedores del tema petrolero venezolano. Lo explicó en Miami en el programa de María Elvira Salazar en CNN Latino. Caracas compra influencia internacional a base de petróleo, pero comparte con sus cómplices cubanos la gestión de esas dádivas. Cuba, al fin y al cabo, es la metrópolis.
  • La trata de médicos y personal sanitario. Alcanza la cifra de siete mil quinientos millones de dólares anuales. La especialista María Werlau, directora de Cuba Archive, ha descrito la actividad en The Miami Herald. Es muy fácil llegar al artículo por medio de Google. El gobierno cubano alquila y cobra por el arrendamiento de sus profesionales de la salud. Les confisca a sus “protegidos” el 95% de los salarios. Angola paga hasta sesenta mil dólares anuales por cada facultativo. Ni siquiera la ayuda a Haití se escapa de este esquema de solidaridad tarifada. Los servicios prestados en el devastado país se lo abonan a buen precio a La Habana los organismos internacionales. Brasil, que paga por muchos servicios, es el último gran socio de Cuba en esta oscura actividad del proxenetismo sanitario internacional. Dilma no quiere tanto beneficiar a sus pobres, como a sus amigos cubanos. Raúl, además, tiene un gran dominio del oficio. Es una práctica conocida por los negreros cubanos desde el siglo XIX. Mientras duró la esclavitud (hasta 1886), los amos solían arrendar a sus esclavos cuando no los necesitaban. La zona más rentable del negocio de “alquilar negros” eran las pobres muchachas que entregaban a los burdeles. Sus amos cobraban por los servicios que ellas prestaban. Eran empresarios-proxenetas. Ahora, simplemente, se trata de un Estado-proxeneta.
  • Otros alquileres, otros negocios. Pero ahí no termina la explotación. El gobierno cubano les arrienda otros profesionales a empresas privadas. Los antiguos griegos se referían a los esclavos como “herramientas parlantes”.  No creo que Raúl conozca a los clásicos, pero entiende perfectamente el significado último de la expresión. Hay universidades latinoamericanas o de habla portuguesa que contratan con el gobierno de La Habana los servicios de buenos profesores cubanos de matemáticas o física a precios de saldo. Hay salas de fiesta y cabarets que contratan músicos o teatros que se sirven de los bailarines cubanos, incluido el magnífico ballet de Alicia Alonso. Existen compañías europeas y latinoamericanas que explotan a técnicos en informática procedentes de la Isla. El régimen de los Castro sabe que un cubano bien instruido es totalmente improductivo dentro de Cuba, dado el demencial sistema económico de la Isla, pero es una fuente potencial de riqueza una vez colocado en el exterior. Objetivamente, ese gobierno es una gigantesca e implacable empresa de subcontratación laboral que viola todas las reglas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). De eso y para eso vive.
  • Las remesas de los exiliados. Emilio Morales, el gran conocedor del tema, escapado de Cuba hace relativamente poco tiempo, sitúa esa fuente de ingresos (2012) en algo más de cinco mil millones de dólares. La mitad, grosso modo, es remitida en efectivo y el resto en mercancías. Crece al ritmo del 13% anual. Cada vez que escapa un balsero, el régimen, de dientes afuera, gime por la fuga, pero sabe que, al cabo de un tiempo, fluyen los dólares hacia la necesitada familia dejaba en la Isla. En Cuba, aunque fuera con mendrugos, había que alimentarlo. Una vez en el exilio, es una fuente gratis y constante de recursos.

De ahí sale el dinero para pagar por las importaciones. ¿Hasta cuándo podrá Raúl Castro sostener a una sociedad casi totalmente improductiva mediante actividades que rondan o incurren directamente en el delito?  No se sabe. Los proxenetas suelen tener larga vida. Hay mucha gente que se sirve de su intermediación para acceder a diversas formas de placer, incluido el disfrute del poder.