Las personas no cambian

Carlos Mira

Lo que ha ocurrido en las últimas horas con Fútbol Para Todos es una muestra de lo que puede ocurrir en los próximos meses en la Argentina. Cuando hace más o menos un mes Marcelo Tinelli llegó por sorpresa a la Casa de Gobierno, en la caída de la tarde de un jueves de enero, para hablar con Jorge Capitanich comenzó una corta novela que incluyó capítulos que tienen mucha semejanza con lo que viene aconteciendo en el país desde que la Señora de Kirchner perdió las elecciones del mes de octubre.

En efecto, a partir de que se fueron conociendo por partes incompletas lo que parecían ser algunos acuerdos para cambiar la imagen de las transmisiones deportivas de los fines de semana, mucha gente creyó que el gobierno daba una señal de salir de un empecinamiento fanático, irreductible y militante para dar paso –aunque más no sea en el fútbol- a la preponderancia de algo más profesional.

Se especuló entonces con la llegada de personas que tuvieran más que ver con la historia del fútbol por TV de toda la vida, que hicieran del fútbol su trabajo cotidiano y que las transmisiones dejaran de tener el claro embanderamiento político que habían tenido hasta el final del campeonato pasado, para pasar a ser algo más relacionado con el fútbol y con el espectáculo.

Se habló entonces de que Tinelli y su empresa IDS se encargarían de los contenidos artísticos y comerciales de las transmisiones para que ingresara dinero privado genuino en concepto de publicidad y los entretiempos de los partidos dejaran de ser espacios de propaganda y adoctrinamiento partidario pagados con el dinero que toda la sociedad aporta con sus impuestos.

Se supo que los más grotescos representantes del felpudismo militante como el relator Javier Vicente y el comentarista Alejandro Apo (que cobraron durante estos últimos 4 años cifras mensuales de 5 dígitos o más para cumplir su rol de poleas de transmisión del relato con la plata de todos) serían separados de sus lugares para dejar ingresar a profesionales como Closs, Latorre, Varsky y Vignolo, que a su vez pasarían a cobrar honorarios de 6 dígitos mensuales.

El proyecto, entonces, podía ser tildado como de una “apertura” de los grifos del gobierno para dejar entrar un poco de aire fresco a tanto encierro. El acuerdo incluía a la empresa Torneos y Competencias (la misma que antes “secuestraba” los goles) que aportaría los profesionales, a cambio de que sus salarios los pagara la jefatura de gabinete.

En una rememoración de lo que aquel inolvidable personaje de Olmedo en “Costa Pobre” le gritaba a sus opositores, “La Cámpora” pareció gritar al unísono contra toda esta idea: ¡“De acaaá”..!!

“¡De acá… si creen que le vamos a entregar las banderas a Tinelli y a Torneos..!” Hasta Hebe de Bonafini salió con los tapones abiertamente de punta a decir que Fútbol para Todos se había creado “para hacer política, como dijo Néstor”, en una confesión que, no por obvia, se había manifestado tan groseramente como lo hizo la más famosa de todas las Madres. Hasta la Presidente dejó entrever su furia bajo la socrática pregunta “¿qué se cree Tinelli, que tiene más poder que yo?”

El productor número 1 de la TV empezó allí con una catarata de retweets en donde llegó a publicar uno en el que los 7 pecados capitales aparecen ilustrados con fotos acordes de personajes del gobierno (La gula: Máximo Kirchner; la pereza: Florencia Kirchner; la soberbia: Cristina Kirchner; la envidia: Luis D’Elía, etcétera). A la madrugada de hoy los relatores nuevos fueron notificados de que su trabajo no comenzaba este fin de semana.

La Cámpora había ganado la batalla. Y La Cámpora es la Presidente. Sus integrantes son como muñecos de cera, como las marionetas del Capitán Escarlata y el XL5: no existen si la presidente no mueve sus hilos. La inconmovible es Cristina. Vicente, Apo, la propaganda y el adoctrinamiento de los entretiempos son Cristina. Y es la Presidente la que fulmina con sus negativas cualquier indicio de frescura que la sociedad crea ver ante la más mínima esperanza de que asome un cambio. Acá no va a cambiar nada, muchachos. El choque será con las botas puestas.

También cuando Jorge Capitanich llegó a su sillón hubo 48hs de un “frescor” que parecía iba a mezclar el aroma ya rancio del encierro con alguna novedad que ilusionara. Duró nada. A los dos días ya lo teníamos al Jefe de Gabinete en su nuevo rol de transmisor del mismo relato, cerrado a toda crítica y recargado contra los mismos de siempre.

Es más, no sería extraño que Fútbol para Todos se convirtiera en una pieza de propaganda aún más recalcitrante a partir de ahora. Rotos los últimos diques de disimulo con las manifestaciones sincericidas de Hebe, ya habrá un cauce furibundo y libre como para que no haya razones para hacer concesiones al a la “diplomacia”. Es muy posible que incluso los relatores deban dar muestra de su fe kirchnerista y que Javier Vicente y Alejandro Apo sean sus jefes. La presidente no se va a bajar de ningún pedestal y no abandonará ninguna “bandera”. La presunta intransigencia de “los pibes de la liberación” es la intransigencia de ella, de ningún otro.

Varias veces hemos comentado aquí nuestra sospecha de que más allá de sus ausencias visibles, la Presidente no ha resignado un gramo de su poder. Aún en la ausencia es ella la que toma las decisiones; es ella la que dirige la orquesta, ella es La Cámpora y es a ella a quien nadie se le anima.

El caso del fútbol era una de las pastillitas que venían en el pretendido frasco renovador del gobernador del Chaco cuando aceptó ser jefe de gabinete. El experimento acaba de morir como murieron todas sus anteriores intenciones en la medida en que fueran contrarias a lo que siempre fue el kirchnerismo. Si alguien suponía que el gobierno se iba a volver “abierto”, simplemente porque había perdido unas elecciones, todo lo que pasó desde octubre hasta aquí debería bastar como para que esas opiniones se revisen.

Desde el Fútbol para Todos hasta endilgar a los demás las culpas de los efectos que sus propios desaguisados crean en materia económica, el kirchnerismo no ha cambiado en nada. Por la sencilla razón de que el “kirchnerismo” no existe. Solo existe una persona: Cristina Kirchner. Y las personas no cambian.