El gobierno cívico-militar

Carlos Mira

Desde que comenzó la alianza del gobierno con el Ejército y con su jefe, el general César Milani, quedó más clara la concepción castrense del kirchenrismo. Toda la postura del gobierno y de la presidente -e incluso de su esposo- respecto de los Derechos Humanos no ha sido otra cosa más que la confesión de una estrategia de populismo electoral para conquistar la simpatía política de un sector de la sociedad pero no la convicción de una concepción civil del gobierno, sino todo lo contrario: el kirchnerismo es un movimiento militarizado y, como consecuencia, tiene una inclinación natural hacia las Fuerzas Armadas.

Experimenta respecto de ellas las sensaciones de amor-odio que existe entre quienes comparten una visión del mundo. No se distinguen entre sí porque interpreten la vida de modo radicalmente diferente sino simplemente porque, de modo circunstancial, uno puede ocupar el lugar del poder y el otro no. Pero en tanto se logre compatibilizar esa posición y se pueda alcanzar un acuerdo más o menos civilizado para compartirlo, el kirchnerismo y los militares son perfectamente homogéneos.

Ambos son verticales y no reconocen más que una voz de mando. La disidencia es castigada; la opinión libre no existe. Sus estamentos se dividen en grados y su terminología es llamativamente parecida.

Se trata de un modelo que el chavismo ha llevado a su máxima expresión en Venezuela, en donde, claramente existe un gobierno cívico-militar. Más de la mitad de los ministros de Maduro son militares. El presidente de la Asamblea es militar y la presencia de las armas en la vida de todos los días es completamente evidente.

Aquí, desde hace un tiempo, la presidente inició un movimiento que comprende la participación de La Cámpora, las madres de Plaza de Mayo (línea Bonafini) y del ejército para desarrollar la idea de las fuerzas armadas al servicio del “proyecto nacional y popular”. No es necesario remarcar el perfume a fascismo que emana de esa idea.

Estas tareas han comenzado por lugares emblemáticos también: las villas miseria. Y allí se ha anotado el nuevo actor del melodrama televisivo argentino, Luis D’Elía, cuyo involucramiento, en un cóctel que combina fuerza, armas, uniformes, villas miseria, marginalidad e inteligencia militar, tampoco es casual.

Este último componente -la inteligencia militar- es un tema vidrioso y altamente preocupante. Que los militares se dediquen al espionaje interno para proporcionarle datos al gobierno sobre ciudadanos potencialmente “molestos” en combinación con la formación de una alianza clasista con los que la presidente y D’Elía llaman “negros” o “morochos” es de una peligrosidad mayúscula.

Se trata de un proyecto orquestado y pensado, no surgido por casualidad. Aquí se persigue la instalación de un modelo de sociedad regimentada, atemorizada y vigilada por la presencia militar y por la formación de milicias populares reclutadas entre los marginados del propio modelo económico que el gobierno impuso.

La división clasista y racial de los argentinos es funcional a esta idea, porque parte de su fuerza se extrae y se basa en que una parte de la sociedad crea que la otra parte la excluye y que es el Estado (encarnado en el gobierno y eventualmente en los militares del proyecto nacional) el que está allí para defenderlos.

En esa línea el ejército, La Cámpora y Bonafini, empezaron a trabajar en la Villa La Carbonilla de La Paternal. Está previsto que hagan trabajos de urbanización en el asentamiento durante los próximos tres meses. La ley de seguridad interior les prohíbe intervenir en cuestiones vinculadas con la seguridad del lugar. Estarán allí de lunes a viernes, de 8 a 15, para abrir calles, terminar de instalar las cloacas y construir espacios comunes. La iniciativa en La Paternal es la primera en territorio porteño, pero, además de en La Carbonilla, efectivos del Ejército desarrollan actividades similares en Florencio Varela desde principios de año.

Tanto el ministro de Defensa, Agustín Rossi, como Estela de Carlotto salieron a respaldar estas iniciativas, como si fueran alfiles al servicio de una causa, igual que un ejército mandaría a sus coroneles a sostener una cabecera de playa. De nuevo las similitudes entre el accionar del kirchnerismo y la estrategia militar.

Resulta francamente sorprendente que, luego de 30 años de democracia, la Argentina vuelva a caer en esta concepción fascista de la vida, propia de los años cuarenta. Se trata de un retroceso cronológico enorme; de una declaración de guerra a la modernidad, al progreso, al civismo y a la libertad.

Para llevar a adelante este proyecto la presidente ni siquiera se ha detenido frente a los antecedentes muy discutibles del general Milani. El Jefe del ejército está sospechado de haber participado en la desaparición de personas durante la dictadura militar y también está acusado ante la Justicia por enriquecimiento ilícito.

En este sentido, no puede dejar de mencionarse que este ambicioso intento de proyectar un modelo de sociedad determinado, se hace en un momento de debilidad política del gobierno. La presidente no está proponiendo esta alianza entre “los pibes de la liberación”, el ejército, las Madres y las villas miseria en su pico de gloria: lo está haciendo con su poder en decadencia y con su imagen pública seriamente deteriorada.

Esto demuestra que la presidente no se da por vencida. No renuncia a la concepción de país que quiere imponer aún más allá de su propio límite político. En alguna medida es cierto que, más allá de los negocios, de la corrupción y del dinero, la Sra. de Kirchner se ve a sí misma como una revolucionaria de Champs Elysees que cree posible legarle al país una dictadura de clases de la mano de Louis Vuitton.

No sé cómo será posible detener esto. La típica confianza argentina del “no pasa nada” es muy funcional a que el objetivo pueda conseguirse. Detrás de los que consideran que no de qué preocuparse porque el poder de los Kirchner “ya está fritado”, se haya probablemente el mejor aliado para que ese poder resurja.