Sobre el “empoderamiento”

Carlos Mira

La presidente parece haber inaugurado el reinado de un nuevo término. No pasan dos frases en sus frecuentes apariciones en cadena nacional sin que pronuncie la palabra “empoderar”. Con este concepto la Sra. de Kirchner parece querer trasmitir la idea de que su gobierno está embarcado en la tarea de trasmitirle “poder” a la sociedad, en su criterio, retirándoselo a las “corporaciones”.

La luminaria tarea del kirchnerismo, aquella que vino a abrir una senda revolucionaria en la historia del país, sería, según este idea, la que consiste en producir un enorme trasvasamiento de poder a favor de “la gente”.

Pero cuando uno analiza estos años enseguida advierte una enorme contradicción. O estamos frente a una nueva mentira que, con una elipsis del lenguaje, pretende disimular una realidad opuesta, o la presidente tiene un concepto sumamente discutible de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”.

La sociedad es la resultante de un conjunto de individuos privados que, organizados bajo un orden jurídico racional, se da sus propias normas y elige sus propias autoridades para satisfacer el costado gregario del hombre que lo inclina a interactuar son sus semejantes en una determinada porción de territorio.

En esa interacción, las personas ponen en funcionamiento resortes de vida propios que, siempre de acuerdo con la ley, materializan el funcionamiento cotidiano del país, determinando su progreso, su estancamiento o su decadencia. Parte de la organización institucional supone la organización de un gobierno que se encargue de la administración común, pague los gastos y entregue las condiciones de seguridad mínimas para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida de acuerdo a cada uno de sus horizontes individuales.

Para realizarse en la vida cada individuo necesitará del otro, porque todos llegamos al mundo en alguna medida “incompletos”. La interacción con el otro nos permite “completarnos” y a partir de allí progresar.

Como resultado de esas múltiples interacciones surgirán por supuesto individuos (o uniones de individuos) más “poderosos” que otros, pero esta es, en alguna medida, la gracia de la vida: el hecho de que cada uno pueda avanzar gracias a su capacidad, a su esfuerzo, a su voluntad y al tipo de asociaciones o relacionamientos que desarrolle.

En ese sentido es correcto que en una sociedad surjan sectores fuertes, poderosos, “empoderados”, diría la presidente. El “empoderamiento” natural y espontáneo es el único “empoderamiento” democrático porque surge del ejercicio de la libertad y del uso combinado de los derechos civiles. En todo caso ese “poder” es accesible por todos, porque todos, en un ámbito de libertad y de igualdad de oportunidades, tienen la capacidad individual de construir una vida “empoderada”

Pero el sistema social que la Sra de Kirchner tiene en mente es muy diferente. Ella parte de un concepto también muy distinto de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”. Según esta idea la sociedad no es la resultante  de la vida conjunta de un grupo de individuos libres cuyo “poder” consiste justamente en vivir libremente y tejer las asociaciones que les permitan cumplir sus metas o realizarse en la vida. Al contrario, si por el imperio de la libertad y por el ejercicio normal de los derechos civiles, ciertas personas lograran formar asociaciones privadas “poderosas”, esa no sería una señal de que el poder lo tiene “la gente” o la “sociedad” sino que grupos “concentrados” le han arrebatado ese poder a los débiles por lo que es preciso la intervención del Estado para que ese “poder” regrese a la verdadera “sociedad”.

Es de ese “empoderamiento” del que habla Cristina. Cuando pronuncia esa palabra lo que busca es más poder para el Estado, con la única diferencia que lo disfraza, haciéndole creer a la gente que lo reclama para ejercerlo en su propio favor.

Para la presidente la “sociedad”, “la gente” es el Estado, y el Estado es ella. Cuando legisla para retirarle poder a los privados “poderosos” no lo hace para trasladárselo a nadie sino para quedárselo ella. Con la diferencia entre el poder que saca y la ilusión que vende hace lo que en la historia del mundo se conoce como demagogia.

No hay mejor manera de “empoderar” a la sociedad (si es que la presidente fuera sincera) que permitir un alto grado de ejercicio libre de los derechos para que justamente la ciudadanía privada que conforma la sociedad sea la realmente poderosa. El razonamiento contrario no “empodera” a la sociedad sino al gobierno, es decir a un conjunto de ciudadanos que por ejercer el monopolio de la política, se adueña de los sillones del Estado.

En realidad el “empoderamiento” de “la sociedad” como ente colectivo no existe. Para que “la sociedad” sea empoderada necesita encarnarse en alguien, porque los poderes los ejercen las personas, no las entelequias. Ni siquiera existiría el “empoderamiento” del Estado, porque el “Estado” también es un colectivo imaginario. Por eso estas historias que pueden resultar tan simpáticas a los oídos populares a primera vista (razón por la que se hacen) siempre terminan haciendo más fuertes a los burócratas y menos “poderosos” a los ciudadanos.

No sabemos si la presidente cae en esta confusión de manera inocente (es decir creyendo de verdad que su acción entrega más derechos a los individuos) o si lo hace por el cálculo político de saber que por ese camino la única que resultará con más poder será ella.

Pero quienes no pueden tener dudas sobre esto son los ciudadanos. Éstos son “poderosos” (o se hayan “empoderados”) cuando el ejercicio libre de sus derechos les permite ser independientes de los favores del gobierno. De lo contrario serán dependientes de esas dádivas y ningún dependiente estará jamás “empoderado” de nada.