Timerman y la hipocresía argentina

Carlos Mira

El Canciller Héctor Timerman, munido esta vez de un alicate imaginario, la emprendió contra el Encargado de Negocios de los EEUU, Kerry Sullivan, a quien citó a sus oficinas para advertirle que podría echarlo del país como consecuencia de sus dichos sobre el default.

Sullivan había comentado que sería bueno que la Argentina saliera cuanto antes de esa situación para poder atraer las inversiones que tanto necesita.

Fue suficiente para que el país se considerara ofendido y estuviera a punto de declarar persona no grata al diplomático.

Se trata de otra notoria similitud con el régimen venezolano que efectivamente echó al embajador de Washington ante Caracas por considerarlo un agente del Imperio enemigo. La pregunta que surge es ¿cómo terminará la Argentina luego de acumular tantos parecidos con el país del hombre que habla con los pájaros?

Otro de los interrogantes que aparece ante la desmesurada sobreactuación de un ministro que nunca ha estado a la altura de su cargo, es si el gobierno, por un lado, está por presentar abiertamente la estrategia de los Estados Unidos como enemigo declarado de la Argentina y, por el otro, si la sociedad va a creerse esa parodia.

Es posible que los cálculos populistas del gobierno se basen en la presunción de que el argentino es uno de los pueblos más antinorteamericanos del mundo, aunque luego añore llevar a sus hijos a Disney, pasear por New York, veranear en Miami y andar ataviado con remeras escritas en inglés.

Pero lo único que vale en términos de “viveza nacional” es saber si toda esta estrategia sirve para que la gente viva mejor. Y teniendo como parámetro ese medidor,  la única conclusión a la que se puede arribar es que ese desafío estúpido no hace otra cosa más que profundizar el deterioro del nivel de vida argentino.

Los Estados Unidos, nos guste o no, representan el icono internacional del progreso y de la innovación. Los propios argentinos, cuando emigran, cuando deciden irse de la Argentina, eligen -en una sugerente cantidad de casos- los Estados Unidos como destino final de sus vidas. Y lo hacen porque en esa tierra se puede progresar y se pueden convertir en realidad los sueños personales. También se puede fracasar. Pero una cosa no sería posible sin la otra. No habría progreso y capacidad para convertir sueños en realidad si, al mismo tiempo, no existiera la posibilidad del fracaso.

Pero allí se puede empezar de nuevo, se puede intentar volver desde cero porque el sistema institucional y el orden jurídico están preparados para el éxito. El producido del trabajo no está sujeto al atropello; la propiedad es sagrada, los derechos civiles, también. 

El trabajador honrado, dispuesto y cumplidor avanza. Sea donde sea que trabaje, puede planear un futuro, tiene crédito en cuanto demuestra que puede pagar sus deudas. Y la fuerza jamás sustituye al Derecho.

En búsqueda de todo eso va el argentino que vota con los pies. Ataviado solo con su esperanza porque su país le ha quitado ya todo lo demás, se instala en esa tierra que habla otro idioma y que tiene otras costumbres.

Pero al tiempo de trabajar y de vivir se da cuenta qué visión aldeana de la vida y del mundo se tiene desde la Argentina. Cuando habla con parientes o amigos parece que escucha una novela antigua o una canción desafinada. Tiene ante sí, envuelto en la ropa de una verba desfasada, todo el drama argentino: haber caído fuera del mundo; fuera de lo que se habla en los lugares que avanzan; fuera de la corriente central de las sociedades que progresan.

Quizás Sullivan, con su opinión, haya querido entregar el mismo mensaje que esos argentinos tratan de hacerle llegar a sus parientes y amigos que siguen aquí: “Deben volver al mundo, muchachos; con guerras inútiles y batallas líricas perderán el tren del futuro; perderán el progreso, se hundirán en la pobreza”.

Sin embargo, el gobierno argentino, antes de atender ese consejo prefirió enojarse con el mensajero: “Estamos liderando una epopeya de alcance universal… Estamos cambiando las reglas por las que el mundo va regirse de ahora en más. Y frente a ese grito mundial de liberación, ¿tenemos que escuchar que este representante de los buitres nos dé consejos sobre lo que nos conviene?”

La sociedad debería abrir urgentemente los ojos. Debería reflexionar sobre la profunda hipocresía que gobierna nuestra relación con el mundo y en particular, nuestra relación con los EEUU. Deberíamos ser más valientes, más audaces internamente. Ya que somos tan “gallitos” con la lengua, pero somos tan calculadores cuando tenemos que decidir dónde ir cuando ya no nos queda más que la esperanza y unos cuantos sueños incumplidos, sería interesante que aboliéramos para siempre esa dualidad y dejáramos de prestar atención a quien sólo hace demagogia con ella.

Ni el canciller Timerman ni la señora de Kirchner se harán responsables de nuestra pobreza, de nuestras angustias y de nuestras frustraciones. Sólo la vigencia de un orden jurídico civilizado nos dará lo que vamos a buscar a otras partes cuando llegamos a la conclusión de que la Argentina lo ha perdido para siempre.