Los interrogantes de Vaca Muerta

Carlos Mira

Desde su descubrimiento por Repsol YPF en 2010, el yacimiento de gas y petróleo no convencional de Vaca Muerta, en Neuquén, se ha trasformado en el centro de las especulaciones económicas de la Argentina de -quizás- el próximo siglo.

En efecto, el área, de unas 30000 ha, (que nadie se atreve a catalogar como única porque ya hay varias prospecciones que indican que otros yacimientos similares podrían extenderse bajo la roca de toda esa región hasta abarcar territorios tan remotos que lleguen hasta la provincia de La Rioja) ha convertido a la Argentina en la segunda reserva de shale gas del mundo detrás de China y en la cuarta de petróleo, detrás de Rusia, EEUU y China, con la posibilidad de aportar más de 67 mil millones de dólares al PBI, u 83 años del equivalente a las exportaciones de soja.

Frente a esta inmensidad uno se pregunta ¿qué terminará siendo Vaca Muerta para los argentinos?, ¿el equivalente a lo que fueron los primeros descubrimientos petroleros en Texas y Kansas para los americanos o lo que significó, para los venezolanos, el océano de petróleo sobre el que flota Venezuela?

Las cifras frente a las que se encontrarán funcionarios que han tenido el efecto de aves rapaces sobre los recursos del Estado le hace correr a uno frío por la columna vertebral. Si la tentación populista fue posible simplemente por la coordinada convergencia de unas cuantas variables internacionales que se alinearon en la última década para derramar sobre la Argentina una ingente cantidad de recursos que no se comparan con otros anteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué puede esperarse de esa tentación cuando las cifras que ahora asoman multiplican esos recursos por miles de millones?

¿Quién puede asegurar que los argentinos comunes nos volvamos ricos -o simplemente que vivamos mejor que ahora- como consecuencia del impulso multiplicador que pueden tener esas cifras en cualquier economía, y que no lo hagan solo unos cuantos privilegiados que, por explotar los usufructos del Estado, posterguen a todos para beneficiarse ellos?

El reciente drama de las innundaciones en la provincia de Buenos Aires alimentan ese interrogrante. Diez años de una abundancia ocurrida a pesar del modelo económico y, sin embargo, miles de personas perdieron todo por la inclemencia de las aguas. Es esa quizás la prueba más irrefutable de que la abundancia de recursos ocurrió pese a las medidas económicas y no como su directa consecuencia.

El efecto de las políticas seguidas durante estos últimos diez años se reflejan en esas imágenes de gente pobre mostrando la pérdida de lo último que le quedaba. ¿Cómo se benefició esa gente de las supuestas bondades de las ecuaciones kirchneristas?, ¿dónde estuvieron las obras que habrían materializado esa supuesta riqueza proveniente de un programa pretendidamente revolucionario?

Si esa misma lógica se aplicara a Vaca Muerta estaríamos frente al derroche más extraordinario que quizás haya conocido la historia humana; miles de millones de dólares tirados a la basura.

Y los primeros pasos no han sido alentadores. Como otra consecuencia de la imperdonable dependencia que causó el despilfarro de diez años, la Argentina careció de toda fortaleza a la hora de negociar su primer contrato para el área.

Era tanta la urgencia de conseguir algunos miles de dólares que YPF, de la mano de Miguel Galluccio, se allanó a las condiciones establecidas por Chevron en acuerdos secretos que luego fueron plasmados en leyes nacionales y provinciales y en decretos firmados por la Sra de Kirchner. Frente a la potencialidad del yacimiento, algo más de 1200 millones dólares suena, incluso, a una cifra disminuida. A cambio de eso el país se obligó a que las condiciones siempre tengan que contar con la aceptación de Chevron, a que las regalías a las provincias no pueda superar el 12%, a que la empresa pueda remitir dividendos a sus accionistas extranjeros libre de impuestos (algo que, contrastado con las penurias que tienen que parir los argentinos normales con el cepo cambiario, las DJAI y los extraordinarios obstáculos con que el trabajo cotidiano debe toparse, parece poco menos que ofensivo) y a que la empresa pueda dejar en el exterior un porcentaje de los fondos obtenidos por la exportación de petróleo y gas, lo que también ofende a los miles de productores que tienen sus exportaciones prohibidas, llenas de ROEs y adefesios por el estilo.

Es una verdadera pena que el sesgo institucional que se ha conformado en el país en los últimos años transforme en interrogantes inquietantes aun lo que debería ser -bajo cualquier otra circunstancia- una bendición del cielo.

Ojalá que la capacidad de daño pueda ser limitada a la mínima expresión. La firma de contratos secretos a muchos años de plazo, que signifiquen el otorgamiento de derechos sobre un manantial de riqueza a cambio de capital inmediato que siga alimentando al populismo, será una desgracia para el país. Otra más, de dimensiones aun más colosales que la que significó el despilfarro y el derroche gratuito de todos estos años de éxtasis presente sin la menor preocupación por el porvenir.