Siete años de Cristina Kirchner y la instalación de una extraña contracultura

Carlos Mira

El pasado miércoles 10 se cumplieron siete años desde que la Sra de Kirchner asumió por primera vez la presidencia. Si uno tuviera que hacer un raconto de cómo está el país después de esta experiencia, los resultados no podrían ser peores. No hay prácticamente terreno en el que la Argentina no haya retrocedido y donde la vida no se haya deteriorado en este lapso.

Las relaciones internacionales, la economía, la seguridad ciudadana, la educación, la cultura cívica, el respeto público, el clima de convivencia, la paz cotidiana, la tolerancia, la violencia verbal y física, las amenazas, el nivel de libertad individual, la independencia de la justicia, el desenvolvimiento de la prensa, en fin, todo lo que conforma la realidad diaria de un país ha sufrido un retroceso notable en estos años llenos de furia y de pretensión hegemónica del ejercicio del poder.

Los aliados más importantes de la Argentina de hoy son Venezuela, Irán, China y Rusia, cuatro regímenes que, por decir lo menos, ejercen el poder sin libertad, de modo autoritario y sin que rijan las garantías constitucionales mínimas de una democracia republicana. Cuando uno contrasta esa realidad con la afirmación de la presidente electa -y aun no asumida- de que su gobierno tendría como reflejo orientador el ejemplo de Alemania, no puede menos que agarrarse la cabeza.

Haber firmado un acuerdo con el país que concibió intelectualmente los dos atentados más serios en la historia de la Argentina es algo que aun hoy, con el paso de los años, no puede explicarse, salvo que la presidente lo haya hecho porque siente un deseo irrefrenable de causar irritación en aquellos a los que no tolera, aun cuando la honra y la justicia que el país reclama estén de por medio.

Las inexplicables muestras de odio, envidia y rencor hacia los Estados Unidos -hacia su pueblo y hacia su gobierno- provocaron un serio aislamiento del país, al que muchos le soltaron la mano, obviamente, al ver aquella propensión inútil a querer “guerrear” con la primera potencia mundial.

La caída estrepitosa a nivel regional, en donde países que hasta no hace mucho ni siquiera podían pensar en compararse con la Argentina nos han superado con creces en casi cualquier parámetro de medición.

En materia económica la situación no puede ser menos calamitosa. La inflación ha corroído todas las variables del funcionamiento de la economía. Los salarios, los impuestos, la tasa de productividad, las tasas de interés, en fin, todo se ha distorsionado de una manera ridícula. El gobierno emite moneda a una velocidad sorprendente para alimentar un gasto publico astronómico que no para de crecer en medio de una orgía demagógica de subsidios, regalos, prebendas y clientelismo político pocas veces visto en un país ya de por sí históricamente cruzado por esas pestes.

El peso ha perdido su valor con una velocidad pasmosa en los años que la Sra de Kirchner lleva en el gobierno. Si uno recuerda lo que podía comprarse con $100 en 2007 y lo compara contra los que puede comprar hoy comprueba la triste realidad que significa haber entregado gran parte del poder adquisitivo del trabajo y de las remuneraciones.

Un estrafalario cepo al dólar produjo, desde hace cuatro años, un colapso de prácticamente todos los mercados. Desaparecieron 800 inmobiliarias, hay importaciones “pisadas” por más de cinco mil millones de dólares, el país entró nuevamente en la ridiculez de un sistema de autorizaciones completamente estrambótico llamado “DJAI” que parecen haberlo metido en el túnel del tiempo de los años ‘80.

En un contexto de crecimiento de reservas de los Bancos Centrales de toda la región, la Argentina perdió más de 25.000 millones de dólares en ese período pues si algún éxito tuvo el cepo fue el de lograr que no entrara un solo billete, aun cuando la fuga no se detuvo.

La gente que vive en villas miseria ha aumentado más de 150% en un ejemplo dramático y demoledor de la decadencia del nivel de vida nacional al que el “modelo” ha condenado al país. La imagen visual de la Argentina (cómo la gente se viste,  cómo habla,  cómo viaja,  cómo come,  cómo estudia y  cómo cuida su salud) da la apariencia de una sociedad empobrecida, en franca decadencia.

La Presidente ha conducido al país nuevamente al default de su deuda, regalándole gratuitamente al mundo un espectáculo de indecencia que ha tenido, en el centro de la escena, la pésima conducción profesional de un juicio perdido en todas las instancias de la justicia competente para juzgar. Es más, dadas las situaciones de negociación conocidas después de la sentencia desfavorable, parecería que la Sra de Kirchner tomó esa decisión (la de defaultear al país) también a propósito, con el solo objetivo de demostrar una rebeldía tan inútil como inmadura.

¡Qué decir en materia de inseguridad ciudadana! La tasa de criminalidad y la crueldad de los hechos delictivos ha aumentado al mismo ritmo que un particular enfoque de la problemática delictual según el cual las víctimas de la violencia no son las verdaderas víctimas sino en realidad los victimarios de un conjunto de pobres individuos a los que, como sociedad, ha segregado y discriminado, consecuencia de lo cual, prácticamente los ha forzado a delinquir, a matar, a robar y a violar como una manera de “equiparar los tantos” de la justicia.

Se ha llegado al punto de utilizar presos en mitines políticos con agrupaciones partidarias kirchneristas desarrolladas dentro de los penales; existe ahora la teoría de que los presos deben tener un sueldo, aguinaldo y vacaciones pagas, juntamente con una representación sindical con personería gremial.

Al lado de estas realidades, el país se convirtió en una nueva Meca del narcotráfico, siendo incluso la sede de “cumbres” de capomafias de la droga colombiana que prácticamente han copado la ciudad de Rosario con sus crímenes, sus sicarios y el dinero fácil con el que cooptan “soldaditos” -tal como le llaman a los adolescente que ponen a trabajar para ellos el precio de arruinarles la vida para siempre.

El derrumbe completo de la educación, registrado por nuestros alumnos en cuanta prueba regional o internacional se tome, es otra de las realidades de estos últimos siete años. Los chicos no comprenden lo que leen, no dominan operaciones aritméticas simples y tienen una incapacidad alarmante para entender el pensamiento abstracto.

Si bien se pensaba que el país había conocido ya todos los vericuetos de la corrupción, las sospechas y comprobaciones a las que se están accediendo en los últimos tiempos hablan de una sofisticación superior en la evolución del delito desde el Estado. Dineros públicos que van y vienen, gente de la íntima confianza presidencial que no puede explicar su crecimiento patrimonial, operaciones extrañas con las empresas que pertenecen a la propia Presidente, un vicepresidente procesado por primera vez en toda la historia argentina que trucha papeles de un auto y establece domicilios en médanos como si fuera un operador del bajo fondo más berreta, trasmiten la imagen de una pauperización del poder que -aun cuando la Argentina nunca fue una joyita- no se conocían hasta los años de la “década ganada”.

El gobierno ha intentado copar la Justicia, para destruir la esencia de los controles republicanos; no tolera ni siquiera la idea de que su comportamiento se limite y se vigile y, al contrario, ha instrumentado un sistema de vigilancia ciudadana que le da al país una contextura policial en la que todo está básicamente prohibido, salvo que un bando presidencial autorice la conducta. Los intentos de hacerse de un poder completo han llegado a limites absurdos como los casos de Gils Carbo, de Justicia Legítima, las amenazas a los jueces díscolos, las sanciones de leyes hechas a medida para evitar las investigaciones, al tiempo que se manda a investigar a aquellos que no se avienen a ser meros siervos de un poder absoluto.

Y todo esto envuelto en un envase de estrés constante, de unas maneras de furia y torbellino que todo lo atropellan, en una mezcla de soberbia e ignorancia francamente desconcertante.

El séptimo aniversario de la Sra de Kirchner como presidente encuentra al país con estos contornos; viviendo a fuerza de relatos fantásticos que un inmenso aparato de propaganda financiado con el dinero de todos los argentinos ha contribuido a propalar. Relato en el que aún muchos creen llevados por las dádivas, el empleo público y los favores del Estado.

Nadie sabe cuánto le costará al país revertir estos años disvaliosos, durante los cuales una contracultura extraña y decadente copó el centro del alma argentina, alegremente, con la anuencia mayoritaria de la sociedad. Pero el esfuerzo por volver al orden lógico de las naciones deberá ser titánico. Y eso sin contar que aún queda un año para que el deterioro siga profundizándose.