Densidad y peso específico

Carlos Mira

Volver a escribir estas columnas en las actuales circunstancias de la Argentina tiene un significado especial. La verdad, no creí que alguna vez debería volver a escribir sobre la muerte relacionada con la política; sobre la violencia mortal originada en el mundo del poder.

Pero aquí estamos de nuevo frente a ella con un fiscal muerto en la víspera de aparecer públicamente ante los diputados de la comisión de Legislación Penal del Congreso. Ya han pasado 15 días desde que Alberto Nisman apareció con un tiro en la cabeza dentro del baño de su departamento de Puerto Madero y más allá de que no sabemos nada, hemos escuchado versiones de todo orden sobre lo que pudo haber acontecido en ese piso 13 de las Torres Le Parc.

La Presidente, que aun no envió sus condolencias a la familia, ha ido de un lado a otro de las hipótesis, rayando, en algunos casos, la interferencia del Poder Ejecutivo en el Judicial y en otros directamente en el mal gusto o la bajeza.

Sus funcionarios y el Partido Justicialista han dado un espectáculo bochornoso elaborando cabriolas en el aire para adaptarse a los cambiantes bandazos de su jefa.

La Sra de Kirchner no perdió oportunidad, incluso, de intentar sacar tajada de la situación volviendo a cargar contra la independencia del Poder Judicial -reclamando que se le dé vía libre a sus proyectos de copamiento- y contra la prensa independiente, a la que incluso relacionó con la muerte del fiscal, en una elucubración tan insólita como irresponsable.

Pero lo que más llama la atención del observador en este caso es lo que yo llamaría una discordancia notoria entre el el ser y la apariencia. Hoy en la Argentina suceden hechos oscuros, densos. La apacibilidad de la vida parece ser algo que el país tiene vedado. Todo tiene una espesura que no cierra; que no coincide con lo que el país es en otros terrenos, en otros aspectos de su vida.

En la física se estudian los conceptos de “densidad” y “peso específico”. No nos vamos a poner a desarrollar sus fórmulas aquí, pero lo que quiero reflejar es que “densidad” y “peso específico” son conceptos directamente proporcionales: a mayor densidad, mayor peso específico y viceversa.

Con la Argentina ocurre un fenómeno extraño en ese sentido. Como dijimos es un país “denso”, donde pasan cosas raras, oscuras, tétricas en muchos casos, pesadas. Pero el “peso específico” del país es casi inexistente en el concierto mundial, casi nadie lo toma en cuenta y muchos ni siquiera lo toman en serio.

Estamos aquí frente a una proporcionalidad inversa: mucha densidad, poco peso específico.

Que negruras de las del tipo “muerte de Nisman” ocurran en otros países por los cuales pasan muchos de los meridianos del poder mundial, no digo que sea justificable o que esté justificado, pero es entendible: allí donde se cuecen las habas del poder sobre millones, es posible que sucedan “hechos extraños”, que puedan incluir hasta la muerte misteriosa o inexplicada.

Pero la Argentina parece haber reunido lo peor de los dos mundos: no pesa nada mundialmente, pero es internamente my densa y en ella ocurren oscuridades inexplicables. Es un país denso al divino botón.

Si bien esta característica no es nueva y acompaña nuestra historia desde hace mucho, el kirchnerismo ha contribuido notoriamente a profundizarla, tanto en un aspecto como en el otro.

La pérdida de peso en el mundo que el país ha tenido en estos últimos años ha sido francamente alarmante. Y el gobierno no vive ese aislamiento como una derrota sino, al contrario, como una victoria: se muestra orgulloso de su aldeanismo y de su proclividad “pajuerana”. Rechaza al mundo y ve en él un peligro antes que una oportunidad.

Lo mismo ocurre, pero al revés, con la densidad. Las prácticas secretistas, de logia en muchos casos, que el kirchnerismo le ha impreso a su gestión, han aumentado notablemente la tendencia nacional a las rarezas, a los misterios insondables, a que aquí sucedan cosas graves y pesadas que nadie puede explicar.

Que Nisman haya muerto como consecuencia de una guerra de “inteligencias” es altamente probable. Y la “inteligencia” ha sido una especie de idea fija del gobierno. Tanto Néstor como Cristina Kirchner han basado gran parte de su poder en tareas de esa naturaleza, hasta llegar, ahora, a copar el Ejército con un especialista en el área.

Todo este aparato de vigilancia estatal que en muchos casos conforma los perfiles de un Estado Policial en donde para hacer prácticamente cualquier cosa hay que tener al Estado “notificado”, ha profundizado una historia despreciable que habría que haber terminado antes que perfeccionado.

Ahora, la Presidente ha dado a conocer su decisión de reformular la Secretaría de Inteligencia y transformarla en una Agencia Federal de Inteligencia como si poniéndole un nombre de serie norteamericana a la dependencia la situación fuera a cambiar.

El abuso de los “servicios” para amedrentar políticamente, para perseguir, para asustar, hasta para sacar tajadas electorales (como por ejemplo fue aquella famosa operación contra Enrique Olivera pocos días antes de la elección a Jefe de Gobierno de la Ciudad que posibilitó el triunfo de Aníbal Ibarra, uno de los responsables -a la postre- de la tragedia de Cromañon) se ha salido de cauce.

En lugar de utilizar toda la astucia política que dice tener para elevar el peso específico del país y hacerlo más protagonista en el concierto de las naciones, el gobierno la ha utilizado aumentar la “densidad” interna, haciendo de la Argentina un lugar en donde a veces resulta pesado respirar.