La desoccidentalización de la Argentina

Carlos Mira

La Presidente emprenderá en poco tiempo dos viajes internacionales que la llevarán a Panamá y a Rusia.

En el primero de los destinos se desarrollará la VII Cumbre de las Américas que comenzó en Miami en 1994 y que tuvo su tristemente recordado capítulo argentino en Mar del Plata en 2005, cuando el gobierno de Néstor Kirchner montó gratuitamente un espectáculo antinorteamericano junto a Hugo Chavez y Diego Armando Maradona, que terminó con focos de incendio, destrozos en comercios de gente que obviamente no tenía nada que ver con todo ese extremismo demagógico y barato y con el presidente George W. Bush retirándose, sin firmar la declaración final.

Ahora en Panamá se espera una nueva andanada de la Sra de Kirchner contra el presidente Obama y contra los EEUU, colocando a la Argentina nuevamente a la vera de América, contra lo que serán las posturas de Chile, Mexico, Brasil, Uruguay y los demás países centroamericanos. El país quedará otra vez atado a las manos de Maduro, de Correa y (aunque cada vez con más reparos) de Evo Morales.

Dilma Rousseff ya decidió que había ido demasiado lejos con su política de enfriamiento con los Estados Unidos e Itamaraty está diseñando el rápido regreso del gigante sudamericano al ruedo norteamericano. En ese sentido, Brasil nunca fue estúpido: pudo haber coqueteado durante algún tiempo con marginales, pero cuando las papas queman sabe distinguir dónde está el sol y dónde la sombra. Y como buen país tropical conoce claramente de las inclemencias del frío.

En su segundo destino la Presidente se volverá a ver con Vladimir Putin, el presidente ruso, flojo de papeles democráticos. Imperialista, invasor, represor, autoritario, líder de un país sin libertad, Putin es la nueva estrella -junto a China- en el firmamento de alianzas argentinas.

Leer la Constitución y ver lo que representa Putin es el único camino que se necesita para tornar incomprensible el hecho de que este señor haya sido elegido como aliado privilegiado por el gobierno.

Pero si bien se mira la política exterior de la Argentina durante el mandato de la Sra de Kirchner ha sido la expresión internacional de un concepto general con el que la presidente ha gobernado.

Ese concepto tiene que ver con la toma de decisiones o, para mejor decir, con las “razones” que se toman en cuenta para tomar decisiones. En efecto, desde que la Sra de Kirchner es presidente el principio básico que ordena y dirige las decisiones del gobierno es la “irritación”, es decir, el gobierno no decide tal o cual cosa por el valor intrínseco de la decisión o por la convicción que puede haber detrás de ella. No: el gobierno decide lo que decide en función de cuál es la capacidad de causar irritación que tiene la decisión que tomará entre aquellos a quienes el gobierno quiere irritar. 

Las decisiones, de este modo, no se valoran por su carga positiva -esto es, qué cosa tienen de bueno- sino por su carga negativa, esto es, cuánta capacidad tienen de irritar a los que quiero irritar.

En ese sentido, el mundo brinda una enorme oportunidad. La terminación de la Historia que auguró Francis Fukuyama en el principio de los ’90 no solo no ha ocurrido tal como él la predijo sino que en muchos sentidos el mundo sigue respondiendo a las viejas alianzas y a los patrones que lo llevaron a enfrentarse de modo sangriento dos veces durante el siglo XX.

Si bien se mira, más allá de la desaparición de la URSS, es ahora Rusia el espejo referencial para los antiguos adoradores del comunismo. En el mismo sentido, China que ha completado el hipócrita círculo de reclamarle al mundo su reconocimiento como “economía de mercado” mientras mantiene una férrea dictadura comunista en lo político y en lo referido a los derechos civiles, también es una especie de faro para todos aquellos países resentidos y despechados que parecían haberse quedado sin brújula a mediados de los ’90.

El gobierno ha embarcado a la Argentina en este grupo de países, en el marco de una profunda desoccidentalización del país llevada adelante a la fuerza y de un modo incomprensible, si se tiene en cuenta, como decíamos más arriba, las instituciones que organiza la Constitución.

Y esa desoccidentalización es parte del capitulo internacional de la irritación. La presidente sabe que esos vínculos le ponen los pelos de punta a una porción importante de la sociedad y por eso lo hace. Es la misma porción de la sociedad que se agarra la cabeza cuando ve al referente de Quebracho Fernando Esteche dando clases en la Universidad Nacional de La Plata, y por eso Esteche está allí. Es la misma porción de la sociedad que no entiende el tratado con Irán y por eso se firma. Es el mismo sector social que se alarma porque el gobierno no dice nada ante los crímenes y los atropellos de Maduro, y precisamente por eso el gobierno no dice nada. Es la misma gente que ya no aguanta las cadenas nacionales, y por eso las cadenas se repiten.

Hace ya bastante tiempo desarrollamos en estas mismas columnas la teoría del despecho (que ahora llamativamente veo que repiten otros) que viene a completar esta “tesis de la irritación”. En efecto, la Presidente se siente personalmente despechada con el presidente Obama. Nunca le perdonará no haberla recibido en el Salón Oval. La Sra de Kirchner ha decidido entonces cobrarse esa cuenta utilizando la política exterior del país como herramienta. En ese marco mandó al canciller a abrir con un alicate industrial los contenedores de las claves secretas del Pentágono en un avión de la fuerza aérea norteamericana en Ezeiza; también por eso calificó las ejecuciones del ISIS como un “montaje hollywoodense” y defendió a Bin Laden en New York cuando reclamó que el asesino de las Torres Gemelas debió haber tenido un “trato humanitario”.

La presidente es una persona que utiliza su cargo para ejercer venganzas propias. Desde el inmobiliario Saldaña, hasta el presidente Obama, pasando por el abuelo que le había regalado a su nieto un alfajor, la Sra de Kirchner utiliza el aparato del Estado para descargar sus ponzoñas y frustraciones personales. No le importa lo que ocurra con el el país o cuáles puedan ser las consecuencias de sus actos para el futuro individual de los argentinos. A ella solo le importa ella. Ella es el centro de su propio universo y allí no pueden girar planetas que no la veneren. Si para eso es necesario aliar al país con las naciones más vergonzantes de la Tierra (porque ninguna de ellas aprobaría una sola materia de la currícula democrática) no importa. Todo sea para demostrar que con ella no se juega. Y si algún día tuviste la osadía de ignorarla pagarás las consecuencias de tu desprecio, aunque a ti no te importe un bledo.