Unas PASO singulares y contradictorias

Carlos Mira

Las elecciones PASO que hoy se llevan a cabo en todo el país han concitado, obviamente el interés de todos. Se trata del primer eslabón en la carrera hacia la Presidencia. Y como no podía ser de otra manera, el evento está rodeado de las infaltables curiosidades argentinas, que muchas veces tiñen de modo particular lo que serían los compromisos electorales equivalentes en otros países.

En efecto, a este turno de votación se lo llama “primarias” (nombre tomado a todas luces de la tradición americana de las “primaries”), dando la impresión, para el que no lo sabe (un extranjero, por ejemplo), de que los partidos eligen sus candidatos internamente. Pero la singularidad argentina ha inventado otra cosa.

Aquí hay partidos que no dirimen nada, que no eligen candidatos, que no resuelven, en suma, ninguna interna, ninguna primaria, sencillamente porque concurren a la elección con un solo candidato. En honor a la verdad esos partidos no deberían participar de las PASO. Si quieren movilizar a todos los ciudadanos para que dediquen un domingo de su vida a ir a elegir candidatos obligatoriamente, de partidos que no son los suyos, por lo menos que los hagan ir para seleccionar entre más de una alternativa. De lo contario, el ciudadano no está votando en una interna, sino en una externa.

Las primarias argentinas son engañosas, como muchas otras partes de nuestro sistema electoral, el ballotage, por caso. ¿A quién se le ocurrió inventar la alambicada fórmula del 45 % de los votos o 40 % más 10 % de diferencia para producir un ganador directo en primera vuelta? Se trata de una treta, de una agachada política para entregarle el poder a una minoría. Los sistemas de segunda vuelta se han pensado, justamente, para que el candidato finalmente elegido esté respaldado por una mayoría social importante. Pero, de nuevo, la originalidad argentina inventó este embuste para que alguien, que no tuvo ese peso decisivo, se haga del poder igual. Todo este zafarrancho se lo debemos a Carlos Menem, a Raúl Alfonsín y a la desafortunada reforma constitucional de 1994.

Pero volvamos a las PASO que es lo que se vota hoy. Vayamos casi por el orden de su sigla. Se dice que esta votación es abierta, porque justamente convoca a todo el mundo, no a los afiliados a un partido. Si bien la idea puede ser interesante, es la combinación con su simultaneidad lo que la torna incoherente.

Para que realmente los ciudadanos pudieran participar abiertamente de las primarias de los partidos, aquellos deberían poder votar tantas veces como partidos se presenten en las PASO, porque si todas las primarias se llevan a cabo el mismo día, el ciudadano está obligado a participar en la interna de un solo partido y no en la de los demás, con lo cual el carácter abierto del llamado empieza a estar en dudas.

El otro elemento del combo es que las PASO son obligatorias. Eso las transforma en un comicio público controlado por la Justicia Electoral y sujeto a las condiciones y las características normales de una elección general, saliendo del ámbito privado de los partidos y de las agrupaciones políticas que necesitan convocar a la gente para decidir sus candidatos.

En otros países las primarias son una etapa, digamos así, privada del camino electoral. Están a cargo de los partidos y son controladas por ellos. También, al ser voluntarias y celebradas en fechas diferentes, generalmente convocan a los seguidores de esos partidos. Está claro que también son abiertas y el hecho de realizarse en jornadas distintas facilita que los ciudadanos que participaron en una también puedan participar en la otra, conformando así una verdadera elección interna.

Por eso, en el futuro sería interesante revisar este procedimiento para adecuarlo más a la realidad de las cosas y a no trasmitir una imagen engañosa de algo que no es.

En cuanto a la previa de las PASO, la Argentina siguió sin poder celebrar ningún debate. Aquellos que se reclamaron no fueron para enfrentar a candidatos de un mismo espacio, sino entre los candidatos que las encuestas ya presumen serán los finalistas de las elecciones generales. Aquí no se pidió un debate entre Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió o entre Sergio Massa y José Manuel De la Sota o entre Nicolás Del Caño y Jorge Altamira. Aquí se pedía que debatieran Macri, Daniel Scioli y Massa, sin advertir que esta es una elección hacia el interior de los partidos y no hacia el exterior. Otra deformación típicamente nacional.

El jueves pasado, en la ciudad norteamericana de Cleveland, Ohio, diez precandidatos republicanos a la Presidencia de los Estados Unidos se presentaron ante la televisión (el evento fue trasmitido por la cadena Fox News) para discutir sus puntos de vista respecto de distintos problemas de la política norteamericana a ser encarados por el sucesor de Barack Obama.

Lo primero que saltaba a la vista para un observador imparcial eran las profundas diferencias de enfoque que existían entre ellos en los temas más variados, desde la política inmigratoria hasta la participación militar en el exterior, pasando por el permiso al Gobierno federal para acceder a comunicaciones telefónicas de aquellos sospechados de terrorismo, hasta el sistema de salud.

Pero ninguno renunció a su filiación republicana. Todos (excepto Donald Trump, que no quiso expedirse tajantemente sobre el tema) adelantaron que, por supuesto, endosarían al candidato triunfante en las primarias.

Aquí, en la Argentina, la más mínima desviación produce una escisión, una fractura, la creación de una fuerza o de un frente nuevo. Todo el mundo quiere ser el cacique de su propio purismo, donde no haya disidencias y donde todos se amolden a la dirección de un mandamás. Eso también deberíamos ir pensando en terminarlo.

En algún momento los mitos urbanos decían que el ancho de la frente de cada uno era una señal de su inteligencia. Está claro que eso es una pavada. Pero si fuera cierto veríamos empezar a tener más “frente” y menos “frentes”. Es hora de que el país vuelva a la inteligente organización de partidos clásicos, definidos, con vertientes y sectores internos, incluso con diferencias apreciables, pero con la capacidad de cohesión suficiente como para permanecer bajo un mismo techo político sin fracturas ni divisiones.

Para solucionar esas diferencias sí deberían existir unas primarias, abiertas, voluntarias y celebradas en fechas diferentes para que el pueblo los ayude a elegir sus líderes. Casi, casi al revés de lo que sucederá hoy.