Argentina debatió

Carlos Mira

Finalmente Argentina tuvo un debate presidencial. Cinco de los seis candidatos a la Presidencia se presentaron en la Facultad de Derecho y completaron la primera experiencia del país en esta materia.

Sin embargo, la ausencia de Daniel Scioli, además de injustificada, privó al encuentro de las características de un verdadero debate.

En efecto, todos quienes estaban allí tenían posturas contrarias al rumbo que el país tiene bajo el kirchnerismo y la real gracia de la cuestión hubiera consistido en enfrentar, justamente, las posiciones de defensa y ataque al modelo actual.

El gobernador de Buenos Aires dio una malísima señal al ausentarse. Se sabe que su presencia no fue “autorizada” por la plana mayor del Gobierno, esto es, por la señora de Kirchner. Obedeciendo esas órdenes Scioli reafirma las dudas que pesan sobre su real capacidad de mando y sobre su verdadero nivel de autonomía. Aunque al no ir al debate haya evitado que le hicieran preguntas como esa, no pudo impedir que su atril vacío fuera una especie de confirmación de las sospechas.

El experimento debe mejorarse, no caben dudas de eso. Los candidatos aparecían como recitando su “cuentito” en los dos minutos que tenían y, al estar vedadas las repreguntas, no se podían profundizar las posiciones.

Pero al menos se avanzó rompiendo el hielo de la inercia negativa y la experiencia sirvió para dejar muy expuesto al candidato ausente.

Las insinuaciones que hiciera Scioli sobre la no existencia de una ley que regule la cuestión resultan francamente ridículas. Prácticamente en ninguno de los países en que hay debates presidenciales serios existe una ley que los regule: Las normas se establecen de común acuerdo.

Es obvio que en esta ocasión las normas tuvieron que ser tan restrictivas para lograr el acuerdo de todos que el intercambio perdió frescura y espontaneidad.

Los cinco candidatos se manejaron con respeto y, en el caso de Mauricio Macri y Sergio Massa, hasta pareció haber cierta invitación a acuerdos posteriores a la primera vuelta.

No se pudo apreciar un ganador del debate. La figura de Adolfo Rodríguez Saá fue la que se vio más apagada o, en realidad, como en otra sintonía de época. Nicolás del Caño deberá mejorar su forma de hilvanar los pensamientos, pero, por ser el más joven y el de menos experiencia, cumplió.

Margarita Stolbizer, Macri y Massa coincidieron en muchos pasajes sobre los problemas y las soluciones, lo que sirvió para confirmar cuán atomizado está el arco político argentino, que no es capaz de reunir bajo el amplio paraguas de un partido a los distintos matices que puedan tener las personas.

Los que hemos seguido, por ejemplo, los debates del Partido Republicano en Estados Unidos claramente pudimos advertir cómo allí había diferencias de opinión más profundas que las que se podían encontrar en el debate entre Macri, Massa y Stolbizer.

Esta es una cuestión que el país deberá mejorar. Los “yoísmos” tendrían que desaparecer para organizar partidos fuertes con líneas internas diferenciadas, pero que a la hora de las elecciones no le presenten a la sociedad un desmembramiento tan nocivo como inútil.

Es evidente que el país no se recuperó de ese efecto monumental que trajo aparejado la crisis de 2001. La desaparición de los partidos, estimulada silenciosamente por el Gobierno, sumió al país en una verdadera disgregación que no logra superar, aun a pesar de que han pasado ya catorce años de aquel estallido.

Resultó bastante patético ver a Alberto Pérez, jefe de gabinete de la provincia y jefe de campaña de Scioli, quejarse porque los organizadores habían dejado el atril del candidato del Frente para la Victoria vacío. Seguramente Pérez aspiraba a que, encima, todo el mundo protegiera al gobernador para que su ausencia fuera menos visible. Pretensiones fútiles.

Lo de anoche fue positivo, pero falta mucho para que un debate presidencial pueda ser útil a la ciudadanía. El anhelo existe porque la audiencia de América fue mucha y la repercusión en las redes también. Pero no hay dudas de que el país está en pañales en esta cultura democrática que hasta ayer evitaron los candidatos de todos los colores. Ojalá que haya sido un comienzo, y que de ahora en más nadie eche mano de justificaciones ilógicas para esquivar el contraste de ideas. Será que muy poca fe se le tiene a lo que se dice si se evita salir de frente, con esa palabra, a exponerse y a discutir.