Era lógico

Carlos Mira

El fin del kirchnerismo es una especie de gran ironía. El Gobierno más espiador de la historia del país se despide del poder con un enorme desaguisado de espionaje en donde más de cien argentinos con nombre, apellido, número de documento y tarea a la que se dedican han sido identificados como objetivos de escuchas y persecuciones por parte de agencias del Gobierno, de las cuales se han ubicados dos edificios físicos concretos desde los que partirían las “ondas” vigilantes.

Y el tema es una gran ironía, porque, en efecto, el kirchnerismo ha tenido con la mentalidad policial y militar un regodeo familiar y hasta sádico que consistió en cebarse con la obsesión de saber qué hacen y qué piensan (o en “qué andan”) los argentinos que, de alguna manera, ellos han determinado como importantes.

Incluso resulta una frutilla del postre que el Gobierno haya generado una división militar de inteligencia con equipos sofisticados con los que había provisto al general caído en desgracia César Milani.

Este último episodio es casi una paparruchada de principio al fin. El Sr. Oscar Parrilli, a cargo ahora de la nueva Agencia Federal de Inteligencia, ha dicho que la noticia es una mentira, porque “ellos” no escuchan teléfonos, ni vigilan a los argentinos… Quien hacía eso, dijo Parrilli, era Jaime Stiuso, como si semejante revelación eximiera al Gobierno de las duras acusaciones y conceptos que durante estos doce años se han vertido sobre la materia.

En efecto, la pregunta cae de madura: ¿Para quién trabajó Stiuso durante todos estos años si no fue para el matrimonio Kirchner? Que como dos amantes histéricos se hayan peleado quien sabe por qué intereses ocultos no los exime de haber sido socios y de haber trabajado juntos, entre otras cosas, en las actividades que ahora el propio Parrilli confiesa en un sincericidio felinesco.

Pero lo importante aquí es subrayar la absoluta coherencia de estos procedimientos y la absoluta homogeneidad que estos comportamientos tienen con el modelo completo que el kirchnerismo representa.

Esta idea de vigilar policialmente a los demás no es diferente al cepo ni a la pedantería de pretender controlar todo, desde el tipo de cambio hasta las etiquetas de los nuevos envases de mayonesa.

Todo responde a una concepción autoritaria y militar de la vida que el Gobierno ha ido incrementando desde el primer minuto en que se instaló en la Casa Rosada. Sabiendo que nadie podía discutir su origen —porque había llegado por medio de elecciones consideradas limpias por todo el mundo— inició primero un proceso de afianzamiento de ese concepto, ya que su triunfo se debía a una segunda vuelta trunca. El primer objetivo de Néstor Kirchner fue legitimar su poder para dejar atrás la idea de que el 22% de los votos era una base de sustentación débil para considerarse un Gobierno fruto de la voluntad popular.

Esta idea de la voluntad popular fue una verdadera obsesión para los Kirchner, porque para ellos la supremacía en la Argentina no es de la Constitución, sino, justamente, de la voluntad popular.

Con ella en la mano, estarían preparados para acusar de golpistas a todos los que se opusieran a lo que una parte del pueblo había votado y para transmitir la imagen de que esa “parte” era una representación del “todo” y que, como consecuencia de esto, ellos (Néstor y Cristina) estaban investidos de un poder absoluto para hacer lo que les viniera en gana como fruto de la encarnación que ejercían del pueblo todo.

Ese trabajo fue sin prisa, pero sin pausa. Como el famoso ejemplo de la rana que salvaría su vida si la tiráramos de golpe en agua hirviendo porque pegaría un salto liberador, pero que moriría hervida si la tiráramos en agua fría y lentamente vamos aumentando la temperatura, el Gobierno inició un camino gradual hacia el autoritarismo que estaba en sus genes desde el primer día. El gradualismo fue una táctica, no una concesión a las buenas maneras.

La implantación de un régimen militar de vida en donde todo está regimentado no podía sino conducir naturalmente a la manía por el espionaje.

La locura del control por todo lleva como de la mano a la pretensión de querer saber qué hablan, qué deciden, qué escuchan, qué leen y qué miran los demás. Todos los regímenes totalitarios del mundo lo han practicado con policías secretas y con sofisticados sistemas de delación y vigilancia.

Pero insistimos una vez más: sería un enorme error caer en la conclusión de que este disparate es en un hecho aislado propio de los delirios en los que el excesivo poder hace caer a los gobernantes. No. Esto no es otra cosa que un capítulo más de un todo; de un todo que responde a una concepción general de la vida y del mundo según la cual los países, los individuos y los ciudadanos no sólo están sino que deben estar en manos de una nomenklatura privilegiada y concentrada que maneje todos los resortes de la vida sin que nada quede librado al albedrío individual.

El espionaje a los argentinos no es diferente del cepo o del control del comercio: es simplemente una versión más obscena de lo mismo. Ojalá que quienes aún no lo advirtieron lo hagan de aquí al domingo.