Lo que el 25 de Mayo dejó

Los festejos del 25 de mayo actuaron como una confirmación de que el kirchnerismo y, particularmente, la Presidente, creen que el país les pertenece.

La parafernalia de propaganda y show, meticulosamente preparados por expertos en transmisión de mensajes a las masas, fueron el capítulo central de la utilización de una fecha que es de todos para un burdo fin partidista y personal.

Como ocurre con todos los demás resortes del Estado, la mandataria usufructúa una estructura fondeada por los apretados bolsillos de todos los argentinos para beneficiarse personalmente y para sacar una tajada electoral parcial e injusta sobre los demás sectores.

De la misma manera abusa de la cadena nacional, de la impresión de dinero sin respaldo, de las agencias estatales -a las que utiliza con fines partidarios o directamente personales- y de los recursos públicos a los que gasta como si fueran la caja chica del Frente para la Victoria.

Por supuesto que la jefa del  Estado no perdió oportunidad para agregar más metros a la división de los argentinos. Lo hizo durante los cuatro días en los que dispuso conmemorar la llegada al poder de su familia, y lo coronó el lunes al trasladarse a Luján para hacer su propio Tedeum en lugar de participar del clásico que toda la vida se celebra en la catedral de Buenos Aires.

No lo hizo porque allí estaba Macri, de la misma manera que jamás asistió al Colón y por las que mandó a construir el suyo propio a razón de 3000 millones de pesos en el e edificio de la Secretaría de Telecomunicaciones.

Bautizó la impresionante obra como Centro Cultural Kirchner y lo inauguró descubriendo su emblema: una enorme letra K en celeste y blanco. Como dijera Alejandro Borenstein: “ni Idi Amin Dada se animó a tanto”. El detalle recuerda a esas películas futuristas sobre totalitarismos en donde alguna letra o emblema identifican al régimen.

¡Qué bueno sería que ese nombre hubiera sido elegido por otro gobierno! Que la misma obra y el mismo nombre hubieran sido decididos por el presidente “Gómez” o por el presidente “Zárate”. No hay nada de malo en que una obra para la posteridad lleve el nombre de un presidente. Lo malo es que la obra y el nombre sean decididos por el presidente cuyo apellido coincide con el nombre de la obra.

Eso está mal. No hay discusión posible. Hay cosas que el sentido de la decencia prohíbe. Esta es una de ellas.

Hacia el final del gobierno de Menem, el Congreso estuvo a punto de aprobar la ley para construir la red nacional de autopistas, libres de peajes. Era una obra necesaria. El proyecto había sido ideado por el equipo del Dr Guillermo Laura y era parte de las obras del programa “Metas del Siglo XXI”. Se trataba de 10000 km de autopistas gratis que unirían como una telaraña todo el territorio argentino.

Al presidente se le ocurrió entonces llamar a ese proyecto “Red Federal de Autopistas Presidente Menem”. El Congreso lo rechazó. No solo rechazó el nombre, mando para atrás e hizo perder estado parlamentarios al proyecto de ley completo. La posibilidad de llevar adelante la obra no se trató nunca más.

Menem estaba en sus días de decadencia y su egolatría y, muy probablemente la misma inclinación a creer que la Argentina le pertenecía, lo llevaron a querer poner su nombre inmortal al sistema. Un perfecto resumen de lo que es hacer todo mal: el presidente creyéndose un dueño de estancia y un Congreso vengativo sin saber distinguir entre la egolatría y el bien del país.

En los EEUU (de donde el sistema fue copiado) lleva, efectivamente, el nombre del presidente que impulsó la idea, Dwight Eisenhower, pero no fue él quien le puso el nombre a la red. El Congreso aprobó la ley bajo el nombre “Federal-Aid Highway” y solo bastantes años después otro Congreso y otro presidente bautizó el sistema de transporte y defensa con el nombre del presidente que le había dado impulso.

¡Qué bueno que ocurriera eso en la Argentina! Hoy todo se llama “Kirchner” o “Nestor Kirchner”. En varias ciudades del interior hay calles que se cruzan con el mismo nombre. La inmobiliaria de Máximo Kirchner en Rio Gallegos se encuentra sobre la Avenida Néstor Kirchner. ¿Y bajo el gobierno de quién se pusieron todos esos nombres? Bajo el gobierno de la familia Kirchner.

En esa misma línea, el 25 de mayo festejado no fue la conmemoración de la jornada de 1810. Fue el recuerdo del 2003, cuando Néstor Kirchner ganó la presidencia por una “serie de penales” que el contrario se negó a patear.

Este copamiento del país ha tenido como cómplice a media Argentina. Una parte electoralmente decisiva de la sociedad  compró el paquete de las “nimiedades seguras” antes que el de los “sueños posibles”. Se entregó a un horizonte barato porque no se creyó a la altura de imaginaciones grandes. Los Kirchner se mostraron como el vehículo que entregaría esas “seguridades mínimas”, ofreciendo un pacto por el cual serían ellos los que se quedarían con los “sueños altos”.

No hay dudas de que las dos partes de ese contrato han logrado lo que querían: los Kirchner se convirtieron poco menos que en una familia real, propietaria de la República, y aquella parte de la sociedad que concedió el pacto, consiguió su “puestito”, su “salchicha y su mortadela”, su nimiedad segura. ¡Salud Argentina, por un 25 de mayo bien diferente de aquel que soñaron los que lo forjaron en 1810!

El secuestro del 25 de Mayo

En el día de hoy se celebra el 204 aniversario de la Revolución de Mayo, el día en que los habitantes de Buenos Aires se rebelaron contra el autoritarismo, contra la prepotencia real, contra la falta de libertad para comerciar, contra la censura, contra el puerto único, contra el miedo y el terror, contra el centralismo y la concentración del poder, contra una manera de concebir la política basada en el avasallamiento y la fuerza.

Y hoy también el gobierno se prepara para secuestrar lo que debería ser el festejo de todas esas nociones y cambiar la celebración de la idea de la libertad por una celebración partidaria que recuerde el 11 aniversario de la asunción de Néstor Kirchner, es decir la inauguración de un periodo nunca antes visto de concentración de poder, de unitarismo, de prepotencia, de gobierno por el miedo, de censura, de intimidación y coerción, de atropello, de restricción de los derechos civiles de la Constitución, de división y enfrentamiento.

Alguna vez la presidente tuvo la desafortunada idea de comparar el secuestro y la desaparición de personas con el secuestro de los goles, en las emisiones de fútbol por televisión. Fue una más de las cizañas que han sido sembradas en todos estos años.

Pero aquí estamos ante el secuestro partidario de una idea como posesiva de una sola parte de los argentinos; de aquellos que están con el gobierno. Y con la insalvable paradoja de encumbrar los contravalores de Mayo: el aislamiento, la restricción a las libertades fundamentales de los individuos, el reinado de las prohibiciones y de los permisos, el fiscalismo, el exprimir hasta dejar exhausto el bolsillo privado para alimentar un barril sin fondo encarnado por una Casa Real corrupta en aquellos días y por el Estado insaciable y también corrupto de hoy.

La Revolución de Mayo fue un hito de modernismo que pretendía acabar con la aldea y con la miseria, que apuntaba a las ideas de libertad que comenzaban a dividir al mundo entre la afluencia y la escasez. A eso apostaron aquellos hombres que, sin embargo, no tuvieron el coraje completo de emancipar definitivamente a la Nación de aquel sojuzgamiento y que la obligaron a mantenerse durante seis años en un limbo jurídico que, como un karma, nos persigue aun hasta nuestros días.

Porque incluso hoy, 204 años después, la Argentina no logra independizarse de la antigüedad, del paternalismo estatal, sigue con sus mejores energías atadas a regulaciones inútiles y a una casta enquistada en el Estado que ha venido a reemplazar el paquidermo Real del siglo XIX.

El 25 de mayo de 2003 es un hito en ese camino de retorno a la Colonia, al encierro, a los reglamentos, a la carga impositiva que exprime los bolsillos de los individuos, a la miseria -que de miseria aldeana pasó a convertirse en la miseria de las villas. Ese día comenzó una enorme involución hacia un régimen del que el país nunca pudo liberarse por completo.

Con el agravante de que en el día de hoy, el gobierno de la Sra. de Kirchner pretende reinvindicar esa contrarrevolución histórica desconociendo las verdaderas razones del pronunciamiento de hombres como Moreno, Paso, Saavedra, Castelli…

La palabra “revolución” ejerce un hipnotismo mágico sobre las cabezas del kirchenrismo. Creen que bajo la rebelión contra el orden establecido que regía en 1810 afloraba un justificativo a sus visiones de hoy. Parecen convencidos de que aquellos hombres querían reemplazar la dictadura de Madrid por la dictadura de Buenos Aires y consolidar un mero cambio de dueño en las vidas cotidianas de los hombres de la Argentina naciente. No. La Revolución de Mayo persiguió un corte con todo aquello; quería libertad donde había control, derechos donde había sumisión, respeto donde había terror, descentralización donde había concentración, riqueza donde había pobreza, abundancia donde había escasez, permisos donde había restricciones, apertura donde había aislamiento.

Probablemente no haya en toda la historía argentina dos fenómenos sociales más contrapuestos que el kirchnerismo y el Mayo de 1810. Su visión del mundo no podía ser más contradictoria, su concepción de la vida más enfrentada. Los unos pretendían romper las cadenas que mantenían sumergidas las mejores energías del país y los otros, al contrario, pretenden concentrar en un solo puño todo el poder y la facultad de decir qué se puede hacer y qué no.

Que en ese escenario la presidente pretenda apropiarse del festejo es una afrenta que se suma a las otras muchas que el país debió soportar a los largo de esos once años.

Hace poco, el ministro estrella de la presidente, Axel Kicillof, acusó en medio de una increíble conferencia de prensa (increíble porque en la Argentina no hay conferencias de prensa; esa vez no tuvieron más remedio porque el evento incluía a la presidente chilena) a una periodista de “antiargentina”. En efecto el kirchenrismo ha secuestrado la “argentinidad”. Se cree el resorvorio exclusivo de lo que es argentino y el juez supremo para decidir quién es argentino y quien “antiargentino”.

Si la “argentinidad” debiera definirse por los valores de Mayo, quizás Kicillof debería revisar sus ideas, porque a todas luces es él y el gobierno que integra el que más contradicciones tiene con las ideas que hace 204 años quisieron empezar a darle forma a un país muy diferente y que por obra de la mentalidad colonial que el gobierno actual representa como nadie, nunca terminó ni de formarse, ni de despegar, ni de independizarse de la concepción que lo ha mantenido bajo las formas del fracaso.