Unas PASO singulares y contradictorias

Las elecciones PASO que hoy se llevan a cabo en todo el país han concitado, obviamente el interés de todos. Se trata del primer eslabón en la carrera hacia la Presidencia. Y como no podía ser de otra manera, el evento está rodeado de las infaltables curiosidades argentinas, que muchas veces tiñen de modo particular lo que serían los compromisos electorales equivalentes en otros países.

En efecto, a este turno de votación se lo llama “primarias” (nombre tomado a todas luces de la tradición americana de las “primaries”), dando la impresión, para el que no lo sabe (un extranjero, por ejemplo), de que los partidos eligen sus candidatos internamente. Pero la singularidad argentina ha inventado otra cosa.

Aquí hay partidos que no dirimen nada, que no eligen candidatos, que no resuelven, en suma, ninguna interna, ninguna primaria, sencillamente porque concurren a la elección con un solo candidato. En honor a la verdad esos partidos no deberían participar de las PASO. Si quieren movilizar a todos los ciudadanos para que dediquen un domingo de su vida a ir a elegir candidatos obligatoriamente, de partidos que no son los suyos, por lo menos que los hagan ir para seleccionar entre más de una alternativa. De lo contario, el ciudadano no está votando en una interna, sino en una externa. Continuar leyendo

Ahora van por la Corte

El Gobierno comenzó a coquetear seriamente con la idea de copar la Corte. La muerte del juez Petracchi aceleró esta posibilidad, a la que se le adicionó la guarangada de Kunkel pidiendo la salida del juez Fayt, prácticamente acusándolo de padecer la misma senilidad que la presidente le adjudicó a Griesa.

Fayt tiene 92 años y juró por el texto constitucional de 1853 que establecía la perdurabilidad de los jueces en sus cargos mientras durase su buena conducta (esto es, técnicamente, hasta su muerte si no eran removidos por mal desempeño) y defendió junto a Petracchi esa posición cuando la Constitución fue reformada en el 94 para introducir la enormidad jurídica del límite de 75 años.

En efecto, ese delirio fue el fruto de un acuerdo entre Alfonsín y Menem para que “la política” dispusiera de vacantes “convenientes” en la Corte Suprema, pero es a todas luces un tumor en el sistema de control constitucional del poder por la vía de entregarle al Poder Ejecutivo un arma más hacia el desideratum de un gobierno sin límites.

El juez Zaffaroni, que juró por el texto de 1994, ya anticipó que se retirará en enero. La salida del magistrado le plantea un problema al gobierno de la Sra. de Kirchner. Zaffaroni es un incondicional del oficialismo,  y este no tiene en el Senado los dos tercios de los votos para designar a otro juez que le obedezca a ciegas. Necesitaría más de 10 votos por encima de los que tiene para lograrlo. Por lo tanto, es posible que deba elegir a un candidato afín pero no regimentado -como podría ser León Arslanian- para que de ese modo parte de los votos radicales lo respalden.

Sin embargo, las declaraciones de Kunkel -que nunca habla porque el aire es gratis- en el sentido de pedir la cabeza de Fayt, pueden hacer presuponer que el Gobierno está decidido a ir por la Corte Suprema a como de lugar, buscando no ya una sino dos bancas. Si eso es así, es posible que también esté pensando en forzar los procedimientos para aprobar a los jueces en el Senado, como recientemente lo hiciera para aprobar un listado de conjueces.

En una palabra, los análisis basados en el “deber ser” deben ser tomados con pinzas cuando enfrente se tiene un poder como el que la Sra. de Kirchner pretende ejercer: muchas veces esos pensamientos “ingenuos” nos pueden llevar a conclusiones erradas.

Pero todo este berenjenal sirve para sacar una vez más una conclusión más genérica sobre la sociedad argentina.

Vacantes en los sillones de las Cortes ocurren en todos los países, y los que tienen esquemas constitucionales similares al nuestro abren, efectivamente, la posibilidad de que los presidentes llenen esos lugares con candidatos elegidos o propuestos por ellos.

Pero lo que no ocurre en todos esos países es que el gobierno ostensiblemente se aproveche de la situación o, peor aun, especule con la idea de forzar vacantes para llenarlas con jueces de su gusto y “piacere”.

¿Por qué ocurre eso reiteradamente en la Argentina? Porque es la sociedad la que en el fondo lo permite. Y lo permite porque no le molesta que una sola persona concentre todo el poder. La sociedad argentina no está familiarizada con la idea del poder limitado. Al contrario, lo está con la idea del poder concentrado. Ve con naturalidad la figura del “jefe único” frente a cuya voz todos se callan y obedecen. No termina de procesar la idea de que es ella (los individuos que la componen, en realidad) la “poderosa” y no el Estado. Que es éste el que debe ajustarse a severos límites en su accionar para dejar el máximo márgen de maniobra posible a la soberanía y a la libertad individuales.

En ese contexto, ¿por qué debería ser el Poder Judicial -el teórico terreno de defensa de aquellas libertades- una excepción a la regla? Si no consideramos importante la libertad individual sino el poder de un “comandante”, ¿por qué deberíamos defender la independencia del poder destinado a defender esa libertad?

Claramente tampoco la historia de los jueces brilla cuando se trata de privilegiar la supremacía del individuo frente al Estado. La doctrina de la Corte cuando verdaderamente se encontró ante la disyuntiva de defender a uno o a otro no dudó y claudicó ante las “razones de Estado”.

Hoy las “razones de Estado” pueden indicar que su próxima víctima sea la propia Corte. ¿Qué harán los jueces ahora en que la libertad se une a sus propios intereses personales?

Ya tuvimos un antecedente, precisamente en la reacción frente a la introducción del límite etario en 1994: allí sí echaron mano del principio liminar de la irretroactividad de las leyes para permanecer en sus cargos. Pero al menos un juez de los que se aprovecharon de esa correcta interpretación no siguió el mismo razonamiento frente a la inconcebible irretroactividad de la ley de medios. En efecto, el fallecido juez Petracchi adujo la irretroactivoidad de la reforma del ’94 para considerarse no alcanzado por el límite de los 75 años pero votó a favor de la constitucionalidad de la ley que desconoció retroactivamente los derechos adquiridos de los titulares de licencias cuya adquisición había sido hecha con anterioridad a la ley del 2009, y en perfecto acuerdo con el orden jurídico vigente a ese momento.

En una palabra: la sociedad va camino de quedarse sin defensas porque ella misma eligió no defenderse. Envueltos en una pusilanimidad fuera de lo común los argentinos solo atinan a mirar como el poder les pasa por encima a lo sumo tratando de salvarse de a uno sin la menor empatía por el prójimo. En ese campo yermo de miserias se levanta la perdurabilidad de un poder total.

La crisis económica como éxito político

No recuerdo a ningún argentino que reivindique a Leopoldo Fortunato Galtieri. Tampoco a nadie que abiertamente admita que votó a Menem. O a De la Rúa.

Todos los sucesos que hicieron posible la sustentabilidad temporal de Galtieri, los más de diez años en el poder de Menem y el estrellato fulgurante del presidente de la Alianza, sin embargo, fueron posibles por el apoyo de una mayoría evidente de argentinos.

La invasión de las Malvinas produjo una explosión de nacionalismo que llenó de bote a bote la Plaza de Mayo durante varios días en aquel comienzo del otoño de 1982. Galtieri era Gardel. A sus palabras “si quieren venir que vengan: le presentaremos batalla…” seguían alaridos de apoyo antimperialista. En el año del Mundial de España, con Maradona sumándose al plantel del Campeón del Mundo vigente (de 1978) aquello parecía la previa de otro campeonato ganado, una fiesta de la argentinidad. Recuerdo claramente la palabra “majestuoso” haciendo referencia al presidente militar.

Tres meses después, en todos los bares de la Argentina, los expertos (que por supuesto ya éramos en estrategia militar) nos encontrábamos condenando al “majestuoso” y a todo el gobierno que había estado a milímetros de consolidar, quién sabe por cuánto tiempo más, la dictadura militar.

En 1995, cuando ya nadie podía ignorar el perfil del gobierno de Menem, cuando ya no había slogans difusos como “síganme que no los voy a defraudar” sino 6 años y medio de un gobierno cristalino en cuanto a su rumbo, el presidente que había logrado reformar la Constitución a favor de su propia reelección ganaba la contienda electoral con el 52% de los votos. Cuatro años después los varones se tocaban el testículo izquierdo al nombrarlo y las mujeres las mamas del mismo lado. Nadie parecía haberlo votado. Había ganado, seguramente, con los votos de un electorado extranjero especialmente traído al país a los efectos de votar. Los argentinos nos habíamos convertido en expertos en moral y ética (los principales achaques al menemismo) y nos preparábamos para elevar al gobierno a una asociación de partidos de centro izquierda, encabezada por el radicalismo porque identificábamos allí el nuevo Sol que salvaría a la república de tanta inmundicia.

Dos años después no era posible encontrar a nadie que confesara su amor por De la Rúa y por la Alianza. En ese momento todos “sabíamos” que aquello era un “engendro”, una “bolsa de gatos” que no podía funcionar… “Yo te lo dije: esto no iba a andar…” Ya nadie recordaba los festejos de octubre de 1999 cuando De la Rúa vencía a Duhalde. “¿Quién yo…?, ¡si yo siempre dije que De la Rúa era un tarado…!

Luego vino lo que todos sabemos: el default de Rodriguez Saá festejado como el gol de Maradona a los ingleses, también detrás de consignas nacionalistas, todos envueltos en la bandera y al grito de ¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina..!

Ahora, algunas encuestas dan hasta el 48% de apoyo al modo en que la Presidente está manejando la crisis con los holdouts. Kicillof se ha vuelto la estrella del gobierno, siendo él el que llevó al país al default al convencer a la presidente de boicotear el acuerdo con los bancos. Algunos hasta lo consideran un “sex-symbol”… un “majestuoso”.

¿Qué pasará con estos argentinos que le dan estos números hoy a la Presidente cuando lo actuado lleve el dólar a las nubes y esto retroalimente la inflación? ¿Qué ocurrirá cuando todos noten el freno al ya escaso crédito que existía en el mercado? ¿Y cuando algunos empiecen a perder sus empleos? ¿Qué pensarán cuándo vean que no consiguen los productos que buscan o que el dinero no les alcanza o que Vaca Muerta no será un nombre pintoresco sino la realidad de un proyecto sin financiación?

Un slogan con el que la presidencia remataba muchos de sus avisos de propaganda decía “Argentina: un país con buena gente”. ¿Es asi? Más allá de la demagogia omnipresente en todo lo que el gobierno toca, la frase nos fuerza ese interrogante. Hace unos años el psicoanalista y sociólogo José Abadi escribía junto a Diego Milleo un libro con el título exactamente contrario “No somos tan buena gente”.

¿Qué somos?, ¿cómo somos?, ¿de dónde nos vienen estas actitudes infantiles que podrían unirse bajo el denominador común de no reconocernos responsables de nada? Todo es culpa de los demás, “nosotros, ‘buena gente’…” “Yo, argentino…”, hubiera dicho algún antiguo. ¿Es “buena” la gente que no se hace responsable de nada; que no reconoce sus errores, sus fallas, sus decisiones equivocadas?

Nosotros “sabíamos” que Galtieri era un borracho, que Menem no tenía ética, que De la Rúa era un inoperante, que Rodrigez Saá era un irresponsable… Lo “sabíamos”. Solo que en el momento en que hubiera sido crucial que ese “conocimiento” se manifestara en acciones diferentes, apoyamos al “borracho”, al “falto de ética”, al “inoperante” y al “irresponsable”. Tarde.

¿Ocurrirá lo mismo esta vez? ¿qué diremos dentro de un tiempo de los “fenómenos” Cristina y Kicillof ? “Yo siempre lo dije: estos nos hundían…”

Argentina, un país con buena gente…