Lo que Tucumán debería enseñarle a la oposición

Mauricio Macri dijo directamente que en Tucumán no había habido elecciones, dando a entender, seguramente, su intención de que la jornada electoral se repita por completo.

Quizás sea esa una exageración pero está claro que algo muy grave pasó en el feudo gobernado por los Alperovich y que alguna determinación firme deberá esperarse de la Justicia Electoral.

Ayer por la noche el escenario del domingo se agravó, cuando miles de tucumanos se dirigieron a la plaza que está frente a la Casa de Gobierno y se manifestaron fuertemente en contra del fraude y del sistema feudal que los gobierna desde hace años.

No era gente adinerada; casi diría que ni siquiera eran de clase media. Era gente humilde que pedía que terminara el sistema de compra de voluntades y de clientelismo político. Pedían trabajo y no extorsiones con bolsas de comida. Continuar leyendo

La muerte que no le importó a nadie

La muerte anunciada de la denuncia del fiscal Alberto Nisman produce muchos efectos, cuando uno detiene la marcha y observa el horizonte.

En primer lugar se siente el impacto de corroborar cómo todo lo que se preveía se fue dando en los hechos, como si la obviedad no solo se hubiera naturalizado en la Argentina sino que también seamos inmunes a ella: aun cuando se termine verificando en la realidad aquello de lo que hasta un chico de cinco años se daba cuenta, es como que no nos importa, no nos afecta. Dale que va. Todo sigue, todo se olvida.

En este caso, la burda y grosera maniobra de esperar a que venza el turno del fiscal Ricardo Weschler para que la apelación del fiscal de Cámara Germán Moldes recayera en el Fiscal de Casación Javier De Luca, integrante de Justicia Legítima y partidario del gobierno, fue de tal magnitud que no se explica cómo el país la acepta así como así, como si todo estuviera bien. Continuar leyendo

La caricatura argentina

La Presidente echó mano de una excusa barata para no asistir al acto en conmemoración de un nuevo aniversario del atentado a la embajada de Israel. Dijo que el día era el 17 y no hoy. Como todo el mundo sabe ese día se celebraron elecciones en Israel y por ese motivo el recuerdo –al que vino especialmente el Ministro de Agricultura israelí- se pasó para hoy. El día 17, la señora de Kirchner recibió a familiares de las víctimas, pero los que fueron tienen la común característica de ser partidarios del gobierno dentro de las distintas organizaciones judías de la Argentina. Ese dato confirma que, aun en circunstancias penosas como ésta, la Presidente sigue gobernando para una facción (y es la Presidente de una facción) y no para todos los argentinos.

Ese dato sigue profundizándose en un aquelarre plagado de “nosotros” y “ellos”, “patria” y “no patria”, “los de arriba” y “los de abajo”. Una enorme proporción del país está harto de esa lógica; ya no soporta esa asfixia. En el fondo todos los modelos totalitarios son, en definitiva, encarnados por minorías que, por medio de la utilización variada de la fuerza, logran imponerse sobre las mayorías liberales. Continuar leyendo

A propósito del impuesto a las ganancias

La expresa decisión del gobierno, confirmada tanto por la presidente como por el ministro de economía, de que no van a modificar el mínimo no imponible de ganancias constituye otra confirmación -por si hiciera falta- del rumbo y del modelo que encarna la idea que gobierna al país desde hace once años.

Como se sabe, en la gestión de la Alianza, el ministro José Luis Machinea introdujo modificaciones al impuesto generando una serie de escalas según los ingresos (conocida como “la tablita de Machinea) para alcanzar a más personas a la base de tributación y con ello acercar más recursos a las siempre voraces y nunca conformes fauces del Estado.

De eso han pasado ya 14 años. Los valores en pesos de aquella “tablita” siguen siendo los mismos. Sí, sí, como lo escucha: los valores en pesos de aquellas escalas siguen siendo los mismos hoy, 14 años después de una inflación creciente y evidente.

Como consecuencia de ello, hoy prácticamente toda la población económicamente activa en blanco, en relación de dependencia o independientes, paga impuesto a las ganancias sin que ningún mínimo lo proteja. Es más, las injusticias entre trabajadores en relación de dependencia y autónomos, entre los que entran en escalas subsiguientes por un aumento nominal de salarios y entre las personas verdaderamente ricas y aquellas que han cometido el inverosímil pecado de estudiar, emplearse y tener un puesto más o menos importantes en una empresa, son absolutamente desquiciantes.

Frente a todo esto, el gobierno tiene un solo argumento: si cambiamos este esquema, actualizamos las escalas, aumentamos el mínimo no imponible o ajustamos por inflación el ingreso de los autónomos, no podemos financiar los programas sociales, así que “sáquense la careta y digan: nosotros queremos que baje o se suprima la asignación universal por hijo”. Esta fue palabras más, palabras menos, la reacción oficial.

La cuestión tiene importancia porque estas decisiones indirectamente definen el perfil de país que se ha construido en los últimos años y el modelo que se pretende profundizar. Se trata de un sesgo por la informalidad, de una preferencia por la miseria igualitariamente repartida, de una desconsideración al esfuerzo, al estudio, al deseo de progreso y una opción por el clientelismo y la pauperización de las condiciones sociales.

El gobierno prefiere dejar exhaustas a las fuerzas productivas formales de la economía aspirando todos los recursos que producen para transferírselos a los sectores informales que pasan a depender clientelarmente del Estado. El desafío “moral” de Kicillof (“digan que quieren eliminar la AUH”) no es otra cosa que una chicana.

El asalto al bolsillo de los argentinos productivos de todos modos resulta insuficiente para darle a los argentinos marginados un buen nivel de vida (la AUH, con la recomposición anunciada, no llega a $650), con lo cual el gobierno ha encontrado una ecuación perfecta para reunir de un solo plumazo lo peor de los dos mundos: deja esquilmados a los argentinos formales y, aun así, no puede llevar a la dignidad a los argentinos informales.

Antes de seguir con el análisis del costado económico de esta realidad, hagamos una digresión política: resulta obvio que con este procedimiento el gobierno coopta voluntades de gente que se forma la impresión de que es efectivamente posible vivir de la limosna estatal, “rebuscándosela” aquí y allá sin ingresar nunca en la economía formal. Se estima que hoy en día esa masa puede rozar el 20% de las personas en condiciones de votar.

Por lo tanto, es por aquí por donde deben buscarse las racionalidades de estas decisiones. Está claro que, desde el punto de vista económico, el sistema no resiste el menor análisis.

Si realmente se quisiera mejorar las condiciones de vida de esos sectores en la Argentina, deberían ocurrir dos cosas: por un lado el gobierno debería facilitar las condiciones para que se genere trabajo genuino y, por el otro, esos argentinos deberían estar dispuestos a aceptar esos trabajos que se generen en lugar de preferir los planes asistenciales.

Para lograr esto el sector productivo del país debería disponer de excedentes que puedan ser derivados a la inversión, al mejoramiento de la infraestructura y a la innovación tecnológica. Si esos excedentes son aspirados por el gobierno para alimentar planes con los que se captan voluntades políticas, seguiremos sin generar trabajo y fomentando la informalidad de vivir a la espera de un plan.

Por eso las definiciones de la presidente y de su ministro son importantes en el sentido “filosófico”, para saber el contorno de país que se prefiere y que se moldea.

Ese país es el del socialismo, aquel que Churchill definía así: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria.” Es el perfil que uno observa hoy en Caracas o en La Habana en donde se multiplican los edificios descascarados, las viviendas enmohecidas y precarias, en donde una extensa red de miseria cubre el campo visual de cualquier observador.

El llamado proceso de redistribución de la riqueza -para el que la herramienta impositiva es esencial- se ha convertido en un proceso generador de pobreza en la que caen los esquilmados trabajadores formales, los empresarios y los trabajadores independientes, y de la que no pueden salir los asalariados informales, los indigentes y los marginales.

El esquema económico en el que estamos profundizará este perfil. Bajo la demagógica careta de ayudar a los que menos tienen y bajo la chicana moral de que, quienes se nieguen a ello, quieren la exclusión de algunos argentinos, seguiremos construyendo un país cada vez más mísero, con menos trabajo real, con menos riqueza y con más dependientes de la limosna política. Será un perfil en donde el verso de la “moralidad” y la “solidaridad” tape la verdadera inmoralidad de mantener a propósito en la miseria a millones a cambio de que crean que el gobierno los ayuda y cubra la verdadera insolidaridad de perpetuarse para siempre en el poder.

La celebración de un fracaso

En el pasado día miércoles y con ánimo festivo, la presidente anunció el aumento de la Asignación Universal por Hijo a $644, un 40% respecto de la percepción anterior de $ 460.

Se trata de la admisión pública de un fracaso económico estridente. En primer lugar, la asignación debería ser por definición un programa  de emergencia asistencial  muy reducido, casi periférico, para una franja muy excepcional de la población. Contrariamente a eso, son cada vez más las personas que cobran ese plan y muchas las que casi dependen clientelarmente de él.

Que un país cuyo gobierno se ha estado vanagloriando de haber provocado un nivel de actividad económica que ha producido un crecimiento “chino” de su economía deba seguir asistiendo a millones de personas con una limosna impresentable de $ 650, es la admisión lisa y llana de que lo que ha ocurrido aquí es la venta de una enorme escenografía, una puesta en escena que tiene cada vez menos espacio para seguir convenciendo.

Otro de los reconocimientos tácitos que el anuncio implica es, obviamente, la tasa de inflación. El ajuste admite la pérdida del valor adquisitivo de la moneda local y la enorme devaluación de su capacidad de compra. Es más, considerando el rubro alimentos, la asignación anunciada ayer está por debajo de los movimientos de precios que en ese rubro se han producido desde junio del año pasado hasta ahora y también desde el año 2009, momento en que el plan fuera anunciado por el gobierno, tomándolo del proyecto de los diputados Prat Gay y Carrió.

Del anuncio de la Sra. de Kirchner también se desprende que todos los que reclaman un aumento del mínimo no imponible de ganancias deberían ir despidiéndose de esa aspiración. La presidente fue clara al decir que estos planes se financian con los ingresos de IVA y Ganancias y que cualquier retoque hacia la baja en esos impuestos haría imposible la continuidad del beneficio.

Esa confesión también revela que son los trabajadores con un sueldo en blanco los que pagan esta enorme transferencia de recursos. En efecto, hay más o menos un millón y medio de empleados en relación de dependencia a quienes se les aplica el impuesto a las ganancias para financiar, entre otras cosas,  la asignación universal.

Se trata de una manera cómoda y segura de proveerse los recursos para mantener esta situación clientelar. Resulta obvio que esta no es la manera ideal de vivir, ni el cuadro ideal de una sociedad. Con el flujo de recursos que circularon por el país en estos últimos 10 años deberían haber creado las condiciones económicas como para que el país genere una actividad genuina que emplee gente de modo auténtico en actividades concretas y verdaderas que multipliquen el producto real de modo de no estar hablando hoy de cifras infladas sino de estadísticas tocables y contables.

Es más, lo que la presidente definió como un “aumento del 40%” no es tal porque a esos números debería descontársele la inflación del período, ejercicio que, si se hace, arrojaría, como vimos, un resultado negativo en materia de poder de compra sobre la canasta básica de alimentos. “Aumento” habría sido si la inflación del período hubiera sido del 3%. En ese caso el “aumento” hubiese alcanzado al 37% neto.  Pero lo de ayer fue un nuevo acto de realismo mágico, solo explicable si se admite estar especulando con el bajo nivel de comprensión económica de vastos sectores sociales.

Ese es, también, un cinismo bajo y lastimoso: aprovecharse de que mucha gente no domina estos tecnicismos para hacer aparecer lo que se dice como una mejora manifiesta y encima como una concesión graciosa y bondadosa del Príncipe, ya entra en un terreno en donde el juzgamiento no debería  ser económico sino moral.

Esta presentación de los hechos confirma un estilo y una táctica. Lo que en realidad es la prueba de un fracaso económico, se presenta como un beneficio redistributivo fruto de la convicción revolucionaria de sacarle a los que más tienen para darle a los que menos tienen. Ya vimos cómo, en realidad, se les saca parte de su ingreso a los que tampoco tienen mucho y, también, cómo los que reciben, reciben algo que no es lo ideal, ya que una economía organizada y productiva (que además por obra de la Naturaleza y de las condiciones internacionales y a pesar de las políticas oficiales, generó fortunas en los últimos 1diezaños) lo que debería haber entregado son buenos salarios, producto de la generación de trabajo real.

Quizás lo que nos viene ocurriendo -y que fuera ratificado anoche- es un enorme pacto tácito entre un gobierno que prefiere la demagogia y una sociedad que prefiere los planes. Lo ideal, obviamente, sería un gobierno que prefiriera la inversión y una sociedad que prefiriera el trabajo. Pero por algún sortilegio del destino, parecen haberse combinado en la Argentina dos conveniencias que se retroalimentan y se benefician mutuamente: un gobierno que regala dinero en lugar de generar las condiciones para que haya trabajo, y una sociedad (para ser sinceros una parte de ella) que prefiere la dádiva y el “rebusque” al trabajo formal.

Más de una vez dijimos que el socialismo está doctorado en escasez. Lo común en él es la limosna, la insuficiencia, el racionamiento, la pobreza; la igualdad ante la falta. El kirchnerismo ha puesto en ejecución esas ideas. Hoy el 80% de los jubilados cobra la mínima, una miseria de $ 2700. Cada vez más argentinos cobran la “asignación”, ahora de $ 644. Las cifras dan vergüenza. Son un cachetazo a la grandeza argentina. Pero lo más preocupante es la celebración; el ambiente festivo del que se rodean estos anuncios. Cuando la mera existencia de una “asignación por hijo” debiera ser una afrenta para un país moderno y afluente, aquí es una fiesta que exista y que “aumente”, aun cuando el “aumento” sea otro engaño.

Algo muy profundo anda muy mal en la Argentina para que tomemos como “normal” lo “anormal” y como “bueno” lo “malo”. Se trata de un retorcimiento tan grande del sentido común promedio de la sociedad que si Gramsci viviera no podría creer que el país que primero tradujo su obra en el mundo hubiera llegado tan lejos en su aplicación.