LAN: un ejemplo de un modo de gobernar

Sólo en un país en que su gobierno tenga una apreciación muy particular de su relacionamiento con el mundo se puede esperar que se expulse a las empresas que les dan trabajo a sus ciudadanos. El inverosímil conflicto con LAN ocurre en la Argentina porque, efectivamente, el gobierno ha llevado su actitud pendenciera hasta extremos que comprometen las relaciones con países amigos que han confiado en el nuestro para traer sus capitales aquí.

LAN es una compañía global. Está integrada al mundo y compite sin subsidios a primer nivel mundial. Acaba de comprar a la brasileña TAM para pasar a constituir la mayor compañía aérea de América Latina.

Emplea en el país a 3000 argentinos y sirve 14 destinos domésticos. Otros países en donde opera (Perú, Colombia) están gratificados con sus servicios y le han brindado condiciones para expandir sus negocios; no la persiguen, tratan de trabajar con la empresa para beneficio del público y de los que necesitan el transporte aéreo para ir de un lado a otro.

En la Argentina, en cambio, La Cámpora, ignorando la propia resolución que la ORSNA cita para desalojar a LAN de su hangar del aeropuerto Jorge Newbery, ha decidido entrar en guerra con la empresa a la que los programas de la Televisión Pública (“pública” porque sus gastos los pagamos todos, pero “partidaria” porque la pantalla ha sido copada por el discurso del gobierno) llaman la “línea aérea de la oposición”. Y ha decidido entrar en guerra porque Aerolíneas Argentinas no puede competir con ella en términos de eficiencia y servicio. Como se sabe Aerolíneas también es una empresa bajo el comando de la agrupación creada por Máximo Kirchner que pierde U$S 700 millones de dólares por año (unos U$S 2 millones por día)

Con LAN fuera de la operación doméstica, Aerolíneas tendría el monopolio del mercado y los pasajeros quedarían a merced de sus precios. Resulta francamente patético que el gobierno que se llena la boca hablando impune e impúdicamente contra los monopolios persiga a una empresa para construir uno que solo lo favorece a él y a los muchachos camporistas.

La resolución 123 de la ORSNA dice que “los hangares podrán ser entregados para su uso exclusivo al Estado nacional, a las líneas aéreas que operen vuelos regulares internos e internacionales en el referido aeropuerto o a las empresas que ofrecen servicios de rampa”. Claramente LAN opera vuelos regulares internos e internacionales desde ese aeropuerto.Contrariamente a lo que argumenta el gobierno, mantener la operación doméstica sin hangares resulta inviable: ¿Cómo se atendería a los aviones que están en Jorge Newbery si el hangar de servicios estuviera en otro lado?, ¿acaso los aviones deberían volar vacíos entre Newbery y Ezeiza para que pudieran ser controlados?

La descalificación rastrera que se intentó desde 6 7 8 llamando a LAN “línea aérea de la oposición” constituye otro capítulo más de la confrontación que el gobierno de los Kirchner ha utilizado desde que está en el poder. Como todos los otros ensayos lanzados para sembrar en rencor, resultó completamente innecesario, injusto y ofensivo. Solo los que alimentan una división odiosa podían echar mano de semejante recurso y solo puede haber tenido buena acogida entre los que celebran esas altisonancias.

La compañía presentó hoy un recurso de amparo que la ponga a salvo al menos del cumplimiento inmediato del bando. Si la Justicia sigue los pasos que sobre el fin de la semana pasada siguió para dos empresas de taxis aéreos expuestas al mismo caso, LAN quedará protegida bajo la acción del juzgado.

¿Qué habría sucedido si la “reforma judicial” que eliminaba las medidas cautelares contra el Estado no hubiera sido declarada inconstitucional? Muy sencillo: La Cámpora se habría salido con la suya y los ciudadanos hubieran quedado presos del monopolio de Recalde y Kicillof. Esta es, por si se necesitaba, otra prueba de lo que la señora de Kirchner buscaba con la ansiada reforma de la Justicia: maniatar el derecho de los ciudadanos y dejar completamente libre una sola voluntad, la de ella.

La presidente ha hecho una elección para su gobierno: entregarlo a la inmoderación, al extremismo y a la inexperiencia. Todas esas son las características del conjunto de jóvenes que vieron la veta de llenarse los bolsillos de oro trepando a posiciones a las que nunca podrían aspirar si entraran a un concurso de condiciones y habilidades. La mayoría de los integrantes de La Cámpora no tienen formación universitaria suficiente. Los que han pasado por las aulas no han completado un escalafón de experiencia que los califique y otros, directamente, están más cercanos –por modos, maneras y accionar- a las huestes de una barra brava que a un semillero de dirigentes.

Ese es el tono que la presidente le ha impreso a su gobierno, el estilo que ha decidido privilegiar. En lugar de usar el enorme poder que le da su posición para ayudar a sacarnos lo peor de nosotros, decidió usar lo peor de nosotros para gobernar. En lugar de erradicar la prepotencia, la profundizó; en lugar de ayudar a que fuéramos un poco menos altaneros, convocó a los más soberbios para que la ayuden; en lugar de contribuir a eliminar ese tono de bajo fondo que sirve para que cualquiera haga de nosotros una caricatura arrabalera, llevó el tono del arrabal a la cúspide del gobierno y, en lugar de que olvidemos esas poses de matones que solemos asumir cuando sabemos que los que podrían retrucarnos están impedidos de hacerlo, elogió esos tonos de bravucones que poco tienen que ver con la bravura.

LAN es una compañía seria acostumbrada a lidiar con los problemas que negocio aeronáutico plantea como desafíos. Nadie sabe si está preparada para enfrentar las zancadillas que traicioneramente le preparan aquellos que, antes de hacer negocios, prefieren que todos los negocios sean de ellos.

Al ministro no le gustan las pruebas

El ministro de educación Alberto Sileoni acaba de decir, frente al opaco resultado argentino en las pruebas PISA que “no es importante medir cómo nos está yendo”. Las pruebas PISA dependen de la OCDE (la organización de economía y comercio de los países desarrollados) y miden el desempeño de estudiantes secundarios en distintos países.

La Argentina, que ocupaba lugares de relevancia en la medición de América Latina a principios de siglo, ha caído sustancialmente debajo de los índices de países como Brasil, Colombia y Chile, pasando en muchos lugares del primero o segundo lugar al sexto o séptimo.

Ésta es de por sí una manifestación de decadencia y de llamado de atención. Pero que el ministro del área sostenga que las mediciones de resultados no son importantes es como si no importara lo que hacemos y para qué lo hacemos; algo así como que todo diera lo mismo.

No resulta extraño que esta postura se parezca bastante a las iniciativas que han disminuido las evaluaciones en las escuelas y en los colegios, despreciando el sistema de calificaciones como un esquema discriminatorio y cruel, y pretendiendo promover a los alumnos a través de mediciones sui generis que han terminado repercutiendo (como estas evaluaciones internacionales lo demuestran ahora) en el nivel académico y de formación de los estudiantes.

Si el criterio del ministro se extendiera a todas las actividades, la vida social sería prácticamente imposible porque nadie sabría si hace bien o mal las cosas. Si las personas no tuvieran una respuesta sobre cuál es el punto en el que se encuentran respecto de un determinado horizonte, es como si caminarán sin destino, sin brújula, como un barco a la deriva. Son los resultados de este tipo de pruebas las que nos dicen qué tenemos que corregir, cómo debemos hacerlo y con qué velocidad.

El principal drama, con todo, no han sido ni los resultados de las pruebas ni las desafortunadas declaraciones del ministro. Lo peor es la tendencia que muestra la evidencia. La Argentina está en una pendiente de declinación respecto de sus rendimientos educativos mientras que los países de la región están en la curva inversa.

Esta brecha, de no repararse, sin dudas traerá complicaciones competitivas para nuestros jóvenes porque estarán en una situación de desventaja en un mercado que es global, pese a los esfuerzos de encierro del gobierno.

A la hora de perder trabajos o de acceder sólo a aquellos de menor calidad y de menor paga, será el momento de acordarse de estas vivezas demagógicas que le quieren hacer creer a los estudiantes que las calificaciones y las evaluaciones son poco menos que funcionales a las dictaduras.

Sin una prueba que nos diga cómo estamos no sabremos si nuestras políticas son correctas o incorrectas y si estamos en una buena o mala senda. Es probable que, justamente, como la realidad que nos devuelve ese espejo nos está diciendo que estamos haciendo todo mal en materia educativa (área en la que el presupuesto se aumentó de manera astronómica), el ministro prefiera cerrar los ojos, creer que todo está bien y seguir en sus trece sin cambiar un ápice su rumbo.

Si es así no será él seguramente el que sufra las peores consecuencias: Sileoni, en mayor o menor medida, es un hombre hecho. Pero los chicos que él cree cautivar con su mensaje de laxitud demagógica son los que quedarán en el camino, con un menor nivel de vida y presos de algún otro demagogo que quiera seguir estafándolos en el futuro.