Era lógico

El fin del kirchnerismo es una especie de gran ironía. El Gobierno más espiador de la historia del país se despide del poder con un enorme desaguisado de espionaje en donde más de cien argentinos con nombre, apellido, número de documento y tarea a la que se dedican han sido identificados como objetivos de escuchas y persecuciones por parte de agencias del Gobierno, de las cuales se han ubicados dos edificios físicos concretos desde los que partirían las “ondas” vigilantes.

Y el tema es una gran ironía, porque, en efecto, el kirchnerismo ha tenido con la mentalidad policial y militar un regodeo familiar y hasta sádico que consistió en cebarse con la obsesión de saber qué hacen y qué piensan (o en “qué andan”) los argentinos que, de alguna manera, ellos han determinado como importantes.

Incluso resulta una frutilla del postre que el Gobierno haya generado una división militar de inteligencia con equipos sofisticados con los que había provisto al general caído en desgracia César Milani.

Este último episodio es casi una paparruchada de principio al fin. El Sr. Oscar Parrilli, a cargo ahora de la nueva Agencia Federal de Inteligencia, ha dicho que la noticia es una mentira, porque “ellos” no escuchan teléfonos, ni vigilan a los argentinos… Quien hacía eso, dijo Parrilli, era Jaime Stiuso, como si semejante revelación eximiera al Gobierno de las duras acusaciones y conceptos que durante estos doce años se han vertido sobre la materia. Continuar leyendo

Las libertades individuales en peligro

De acuerdo al decreto 1311/2015, firmado por la presidenta Cristina Kirchner y el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández , se aprueba la “Nueva Doctrina de Inteligencia Nacional”. Según lo que aparece escrito allí “la inteligencia nacional debe velar por la protección y el cuidado de los argentinos, y no “espiarlos”. “El sistema de inteligencia nacional se configura como un “observatorio” abocado exclusivamente a la producción y gestión de conocimientos acerca del conjunto de problemáticas relevantes en materia de defensa nacional y de seguridad interior”.

La cuestión surge precisamente cuando se empiezan a describir qué tipo de “problemáticas” son “relevantes”. Entre las agresiones de origen externo o el terrorismo aparecen los “atentados contra el orden constitucional y la vida democrática” por parte de “grupos políticos y/o militares que se alzaren en armas contra los poderes públicos y/o el orden constitucional o se trate de grupos económicos y/o financieros -empresas, bancos, compañías financieras, etc.- que lleven a cabo acciones tendientes a la desestabilización de gobiernos democráticos mediante corridas bancarias y cambiarias, desabastecimientos, golpes de mercado, etc”.

Entramos aquí en un terreno altamente peligroso para las libertades públicas y celosamente anhelado por el tipo de gobierno al que pertenece el que preside la Sra. de Kirchner.

En efecto, esta clase de regímenes se caracteriza por suponer tramas oscuras cuyo objetivo es desalojarlos del poder. En ese sentido la operatoria de los mercados es uno de sus terrenos favoritos. Enemigos acérrimos de las libertades mínimas y del accionar libre de la autonomía de la voluntad, estos gobiernos ven en las decisiones económicas que toman los operadores parte de una actividad subversiva cuya meta es producir zozobra en la población para desestabilizarlos.

Como contrapartida a ese convencimiento anhelan construir una ingeniería de vigilancia y de denuncia para atribuir lo que no son otra cosa que torpezas propias a elucubraciones producidas en la tinieblas por quienes, a su juicio, son los enemigos del Gobierno.

No hay más que leer a George Orwell para darse cuenta de hasta dónde puede llegar la imaginación de estos fascismos en la creación de dependencias estatales para que el Gran Hermano crea que lo domina todo.

Como salido de la mente del creador de “1984” el decreto 1311 dispone la creación de varios organismos para vigilar que no se cometan estos “atentados contra el orden constitucional y la vida democrática”. En ese sentido, la “Nueva Doctrina de Inteligencia Nacional” prevé una “Dirección Operacional de Inteligencia sobre Terrorismo y Delitos Contra el Orden Constitucional” y una “Dirección Operacional de Inteligencia sobre Crimen Organizado”, con las respectivas dependencias “Dirección de Inteligencia sobre Delitos Contra el Orden Constitucional” y la “Dirección de Inteligencia sobre Delincuencia Económica y Financiera”.

La Dirección de Inteligencia sobre Delitos Contra el Orden Constitucional es la encargada de la “producción de inteligencia orientada al conocimiento de las actividades que atenten contra el orden constitucional, y de los grupos nacionales o extranjeros responsables de llevarlas a cabo”.

La Dirección de Inteligencia sobre Delincuencia Económica y Financiera es la encargada de “la producción de inteligencia orientada al conocimiento de las actividades de la delincuencia económica y financiera, así como de lavado de dinero y de las economías criminales, y de los grupos nacionales o extranjeros responsables de llevarlas a cabo”.

Con esta estructura, el Gobierno pretenderá hacerle creer a la población que cualquier movimiento inquietante de las variables económicas no son el resultado su pésimo manejo sino la prueba fehaciente de la existencia de un “golpe de mercado”, cuya definición es tan amplia y tan vaga como para que hasta un almacenero pueda ser perseguido por las fieles tropas del Gran Hermano.

El kirchnerismo no ha sido siquiera original en el establecimiento de estas estructuras de espionaje e inteligencia. Todos los sistemas que en el mundo se le asemejan (o que han seguido sus mismos códigos en el pasado) caen tarde o temprano en esta triste realidad. Está en su ADN. Sin querer, su propia lógica autoritaria (cuando no directamente totalitaria) los lleva a caer en la organización de estas estructuras paramilitares que se erigen en vigilantes de la ciudadanía.

No en vano la mayoría de los gobiernos que han imitado estas organizaciones han tenido un fuerte contenido militar. Así ha ocurrido con todos los fascismos tristemente conocidos en Europa sobre mediados del siglo XX (en Alemania, en Italia, en España, en Rusia) y así ocurre hoy con los que pretenden imitarlos, en una aspiración nostálgica de que los derechos civiles y las libertades individuales pueden eliminarse y subsumirse en la voluntad de un líder.

El decreto 1311 no es, claramente, una señal alentadora. No sabemos cuánto de estos organismos será usado por una administración que no sea estrictamente kirchnerista. Pero lo importante aquí es la confirmación de que el de la Sra. de Kirchner hace rato que dejó de ser un gobierno que ejerce una democracia clásica (si es que alguna vez lo hizo) para convertirse en un régimen que aspira a vigilar y a controlar la vida de todos.

Por un Gobierno controlado

En 1976 se publicó la extraordinaria novela de Irving Wallace “El Documento ‘R’”, una historia de intriga y suspenso que cuenta el intento de concretar una conspiración para derogar la Ley de Derechos de los Estados Unidos y que está dirigida entre bastidores por el FBI.

En un trasfondo de creciente violencia, Wallace pone frente a frente dos fuerzas opuestas: por una parte, aquellos que tratan de modificar la Constitución para que el gobierno pueda imponer sin miramientos un programa de “ley y orden”; por otra, quienes creen que tras la Enmienda XXXV se oculta un plan de mayor alcance que tiene por fin subvertir el proceso del gobierno constitucional y reemplazarlo por un estado policíaco.

La Constitución de Estados Unidos es un documento difícil de modificar. Una enmienda es un cambio al documento aprobado en 1788. Tal y como lo especifica el Artículo V de la Constitución, existen dos formas de enmendarla. Una de ellas no ha sido utilizada nunca.

Uno de los dos métodos de enmendar la Constitución es que ambas cámaras del Congreso; la Cámara de Representantes y el Senado aprueben una propuesta para realizar el cambio. El voto debe alcanzar una mayoría de dos tercios en ambas cámaras. Una vez que la propuesta sea aprobada, se dirige a los estados. Treinta y ocho de las 50 legislaturas estatales deben aprobar la enmienda, es decir tres cuartos de los estados de la nación. Otra vía para lograr un cambio en la Constitución es si dos tercios de los estados convocan una convención constitucional en la que propondrían la(s) enmienda(s). De ahí en adelante, las propuestas de enmienda se decidirían por las legislaturas o convenciones estatales. Estados Unidos nunca ha recurrido a este método para enmendar su Constitución.

Lo cierto es que la historia de Wallace suponía la existencia de una nomenklatura fascista en la nación que pretendía derogar el diseño constitucional de 1787 y cambiarlo por otro en donde el centro del poder de decisión de la sociedad no estaría en los individuos sino en el Estado.

Parafraseando la historia de Wallace, podríamos decir que los argentinos nos encontramos frente al “Factor R”. Tan solo esa letra sirve para diferenciar la dramática decisión que tarde o temprano tendremos que tomar. La ambigüedad de mantener en lo formal una Constitución que pone al hombre libre en el centro del protagonismo social y, en lo real o sustancial, una realidad que retiene a ese protagonista para reemplazarlo por el Estado, no va más. Ese doble discurso ya no resiste. Es preciso que la sociedad resuelva esta disyuntiva que la mantiene postergada desde hace más de 80 años.

Se trata de elegir entre un sistema con un gobierno controlado (justamente por la sociedad, a través de los jueces, de los organismos independientes del poder ejecutivo y de la prensa) o con un gobierno controladoR , es decir que tiene en su puño la capacidad de regimentar la vida de todos a fuerza del dictado indiscutido e indiscutible de sus disposiciones.

Es hora de que la Argentina elija definitivamente si quiere tener un gobierno completamente desligado de la ley, sin control social y por encima de la Constitución, en donde los funcionarios vigilan a los ciudadanos, o si, al contrario y como establece la Ley Fundamental, la sociedad se inclina por vivir en un sistema en donde el gobierno está sujeto a severas limitaciones que le impiden avanzar sobre el círculo de soberanía individual que la Carta de Derechos reserva a los ciudadanos.

Como se ve por la simple enunciación teórica de los sistemas en pugna, se trata de dos concepciones completamente antagónicas de la vida. La cuestión no se limita simplemente a elegir un tipo de organización social; se trata de elegir una forma de vivir, una forma de ver el mundo, una forma de interrelacionarse con los semejantes y, como país, una forma de relacionarse con los demás países.

La conveniencia de la nomenklatura estatal hizo que millones de individuos se convencieran de que no pueden solos; de que no hay manera de cumplir los sueños individuales porque los “intereses de los poderosos” siempre se interpondrán en el camino y que sin la intervención milagrosa del Estado, estarían desahuciados. Esa minusvalía, esa profunda carencia de autoestima y de postración hizo que enormes franjas de la sociedad estuvieran de acuerdo en entregar su libertad a cambio de que el Estado les proveyera de una manutención mínima: renunciaron al cielo, por tocar el cielorraso.

Eso hizo que nos convirtiéramos en un país de techos bajos, chato, gris, sin protagonismo, intrascendente, como si para nosotros no estuvieran preparadas las grandes cosas, las grandes empresas.

Pero incoherente e hipócritamente hemos mantenido una Constitución escrita por un conjunto de visionarios que creía que los argentinos no tendríamos techo, si dejábamos volar nuestros sueños y le poníamos pasión, esfuerzo y trabajo a nuestros anhelos. Ninguno de esos Padres Fundadores nos creyó tan pusilánimes como para entrar en una transacción con un conjunto de vivos que nos vendió el paquete de la “seguridad económica” a cambio de quedarse con nuestras libertades. No creímos nunca que con nuestras libertades podíamos superar con creces lo que nuestros “protectores” nos ofrecían; transamos por migajas.

Este choque cultural ya no puede sostenerse. Y creo que detrás del 18F y el merecido recuerdo a la memoria del fiscal Nisman, muchos argentinos estarán mostrando que ya no quieren las consecuencias de aquella pusilanimidad. Creo que muchos de los que salieron a la calle  lo hicieron para pronunciarse por eliminar el “Factor R”, dejar atrás el gobierno “controladoR” y pasar a tener un gobierno “controlado”.