La reafirmación de una aspiración totalitaria

La presidente presentó el lunes una idea vieja como si fuera novedosa. En efecto, con aire festivo la Sra. de Kirchner dijo que a partir de ese momento se inauguraba una nueva modalidad de cadenas nacionales, siempre en horario central, más seguidas y frecuentes y más cortas en su duración. Dijo que había tomado esa decisión porque de lo contrario los anuncios que ella hace no salen en ninguna parte.

Esta síntesis de los expresado por la Presidente sugiere varias conclusiones. En primer lugar, la reafirmación de una aspiración totalitaria sobre la información que elimine a los medios y ponga a la Sra. de Kirchner en el rol de ser la única fuente de información nacional. Para su conocimiento, más allá de la pretensión de novedad con que la iniciativa haya sido presentada, habría que decirle a la Presidente que se trata de una práctica ya intentada en el mundo en varios de cuyos países han funcionado ministerios de propaganda con suerte diversa hasta que las fuerzas de la libertad terminaron con ellos.

En segundo lugar, la decisión presidencial lleva a una pregunta trascendente sobre la enorme corporación de medios oficiales controlados directa o indirectamente por el Gobierno. Parecería que ese conglomerado está haciendo muy mal su trabajo de momento que la mandataria textualmente dice, quejándose, que lo que ella dice “no sale en ninguna parte”. Evidentemente el concepto que la Presidente tiene de su propia corporación de medios es bastante pobre.

Hoy el Estado -es decir la Sra. de Kirchner- controla más del 70% de los medios del país entre diarios, radios y emisoras de tv abierta y por cable. Pero, aun así, dice que se ve obligada a salir ella en persona por cadenas nacionales cada vez más cotidianas, a dar las noticias que importan porque de lo contrario, los medios no lo destacan. ¿Y sus propios medios, señora? ¿Tampoco lo destacan? ¿O será que la repercusión que tienen esos medios es tan escasa que ni aun teniendo el 70% de la propiedad no alcanzan a tener una porción razonable del share de audiencia?

En otro orden de cosas, no puede ocultarse el tipo de “escuela” a la que pertenece esta práctica. Se trata de una variante más del fascismo en el que ha caído la Argentina: la presencia omnímoda del Estado que aspira a ocupar hasta el último rincón de la vida del país, con su única voz, con su única presencia.

Durante la conexión en duplex de hace algunas semanas con el Sr Putin, la Presidente deslizó la idea de ir hacia un sistema en donde los medios no existan y en donde los líderes mantengan con el pueblo una comunicación directa, sin intermediarios. Se trata de otra aspiración totalitaria en donde la opinión y el análisis libre quedaría prohibido y pasaría a ser reemplazado por un sistema de “bandos” oficiales que se convertirían en el único elemento informativo existente.

También ésta se trata de una aspiración antigua. Muchos regímenes que la humanidad recuerda con vergüenza intentaron la misma empresa con el fracaso como resultado

La estatización completa de la vida no ha funcionado en el mundo. Los iluminados que la intentaron fueron señalados como tiranos por la historia y terminaron sus días envueltos en la locura de creer que era posible gobernar a un pueblo desde un solo puño, sin opiniones disidentes, sin matices, sin colores, con su único vozarrón sobresaliendo e imponiéndose a todo lo demás

La Presidente inauguró este nuevo método para decir que habría camiones odontológicos dando vueltas por todo el país, arreglándole las caries a los argentinos, que el país fue destacado por la ONU y la OCDE por su inversión en educación y para felicitar a su hijo por el campeonato de Racing, admitiendo que había sido advertida por él para que usara la cadena nacional para cursar ese saludo “porque si no la ‘mataba’”.

Más allá de esta nueva señal que confirma que la Sra. de Kirchner y su familia creen que el Estado les pertenece, fijémonos que ocurrió con los otros dos anuncios. El primero fue opacado (como si se tratara de una enorme ironía mediática) por la propia mandataria al internarse en la explicación de la nueva modalidad comunicacional y respecto del segundo, la Presidente olvidó referirse a la calidad educativa que, obviamente, debe juzgarse por los resultados. Esa calidad no ha pasado ninguna de las pruebas a la que ha sido sometida. Los chicos reprueban los exámenes regionales e internacionales de los que participan. Solo la mitad de los que entran al sistema educativo lo termina y los valores trasmitidos en las escuelas hacen dudar de si es conveniente que esas ideas estén bien o mal financiadas, siguiendo el famoso principio de que no hay peor mal que una mala idea con plata.

En algún lapso la Presidente pareció incluso pretender plantear un antagonismo entre el “Estado” y los “privados” como si el “Estado” fuera posible sin los “privados” o como si el “Estado” fuera una entidad moralmente superior a los privados o, incluso, más eficiente que ellos. La Presidente, a esta altura, debería saber que el Estado no tiene una existencia corpórea propia (a menos que la Sra. de Kirchner crea que el Estado es ella misma) sino que es una mera simulación jurídica inventada por los particulares para su propia conveniencia y para administrar de modo común las finanzas públicas pero que no tiene, al menos según la Constitución argentina, una preeminencia sobre los ciudadanos particulares; al contrario, son éstos los que la tienen sobre el Estado que debe estar a su servicio.

Tampoco desde el punto de vista de la eficiencia productiva el Estado ha demostrado ser superior a lo que la mandataria llama “los privados”. Hasta la última prenda que la presidente usa en su propia humanidad fue inventada, ideada, desarrollada y producida por “los privados”. Son “los privados” los que inventan los medicamentos, las fórmulas para que la gente viva más, los que producen nuevos elementos de confort, los que desarrollan nuevas tecnologías y nuevas aplicaciones para hacer la vida más fácil. El Estado no sirve básicamente más que para cobrar impuestos y -si cumpliera su rol como corresponde- para dar un orden jurídico razonable que facilite el trabajo, el desarrollo y la inversión. Puesto en ese rol, puede ser una ayuda o un estorbo, pero nunca será el protagonista del progreso humano.

La Presidente aspira a que el Estado sea todo en la Argentina: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”, diría Mussolini. Ella, que se asume como “el Estado”, aspira a ser dentista, maestra, locutora de noticias, editora de diarios, productora de petróleo, generadora de electricidad, confeccionista de ropa, jueza de conductas, fiscal de investigaciones, legisladora general, constructora de viviendas. La Argentina es ella y ella es la Argentina. Lo demás no existe.

La presentación del lunes de la Presidente no puede ser interpretada sino como una reafirmación de la pretensión totalizadora que ha caracterizado a todo su Gobierno, una pretensión que aspira a que solo se escuche una voz en la Argentina y que la fuerza del Estado sea utilizada para acallar toda opinión que no sea del agrado presidencial. Ahora lo hará por la fuerza. En medio de los clásicos horarios de las noticias en la Argentina, irrumpirá ella con su voz, callando a las de los otros. Es una pintura de esta época. Es una pintura de la no-democracia.

Reflexiones sobre el problema docente

Vueltos esta semana los chicos de la provincia de Buenos Aires a las aulas, es hora de que pensemos qué está ocurriendo con la educación. No solo allí, sino en el país entero. Lo primero es reconocer que este gobierno ha llevado el presupuesto educativo a niveles porcentuales del PBI nunca antes vistos: un equivalente al 6.47% de la masa global de producción de bienes y servicios del país se destina a educación. A eso hay que agregarle los presupuestos provinciales que son los que primariamente tienen a su cargo el financiamiento educativo. Se trata de una enorme masa de recursos.

Sin embargo un maestro sin antigüedad gana hoy $ 4700 por cargo (supongamos que tiene 2, son $ 9400), la estructura edilicia y de infraestructura general de las escuelas es muy deficitaria y los alumnos tienen muy malas performances en las pruebas internacionales. ¿Qué estamos haciendo mal? Probablemente todo. Porque a primera vista estamos ante un derroche de recursos que no se traducen ni en maestros bien pagos, ni en excelencia educativa ni en escuelas modernas y bien equipadas.

El porcentaje del PBI destinado a educación (por si no hicieron la cuenta) es de unos 26000 millones de dólares (el 6.47% de unos 400 mil millones de dólares). De ese dinero unos 35.000 millones de pesos quedan en órbita de jurisdicción nacional, el resto es transferido -supuestamente-  vía un sistema de transferencias automáticas (y no tan automáticas) a las provincias en concepto de coparticipación federal de impuestos. Este sistema se inventó cuando durante los 90 se provincializaron los servicios educativos y los mismos fueron transferidos por la Nación a las provincias junto con los recursos. La manera que se encontró para transferir los fondos fue la caja de la coparticipación. Algunas provincias, como la de Buenos Aires, por ejemplo, agregaron recursos recaudados de su propio presupuesto.

¿Cómo es posible que 26000 millones de dólares más lo que aportan los fiscos provinciales no alcancen para tener una educación de calidad? Es una enorme millonada. Son más de tres YPFs por año. Aquí hay algo que anda muy mal. Es muy factible que parte del problema se encuentre en el estrambótico sistema de coparticipación. El fárrago de números propagandísticos a los que nos tiene acostumbrados el modelo es muy proclive a llenar nuestra cabeza de estadísticas fantásticas, pero luego es muy difícil seguir su efectivo cumplimiento. En efecto, a partir de cierto punto de la administración Kirchner se empezó a repetir como el nuevo mantra de la hora el famoso “6,47% del PBI a educación”, pero nadie ha hecho un seguimiento escrupuloso de esos dineros. Nadie sabe en definitiva si esa fortuna está llegando a las provincias.

Si eso sucede a nivel nacional, a nivel provincial las cosas no son mejores. En ocasión del conflicto en Buenos Aires, distintos funcionarios del gobierno manejaron cifras presupuestarias referidas a educación que diferían radicalmente una de la otra, al punto de haber la friolera de $ 20000 millones de pesos de diferencia entre el que decía menos ($ 50000 millones) y el que decía más ($ 70000). En ese aquelarre de números participaron la Directora Provincial de Escuelas, Nora de Lucía, el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, la ministra de economía, Silvina Batakis, y el propio gobernador Scioli. ¿Qué puede esperarse de una administración que no sabe a ciencia cierta el presupuesto educativo que maneja?

Otro tanto cabe decir de los maestros. Con los años, la profesión se ha ido bastardeando profundamente. Sin dudas la cuestión remunerativa ha tenido que ver con ello. Pero este es uno de esos casos en donde el círculo vicioso puede cortarse sin lugar a dudas: no fue el dinero lo que le arrebató la jerarquía a los maestros sino la pérdida de su jerarquía lo que planchó sus salarios. El ideal sarmientino de un trabajo cuya nobleza excedía el mero hecho de tener un empleo cesó el día que los maestros dejaron de llamarse así para pasar a ser “trabajadores de la educación”. En ese momento toda la pompa y el respeto por el docente se derrumbó y así comenzó un proceso de pérdida de su compensación económica que, profundizado por la inflación, terminó por arruinar la carrera y el futuro de miles.

El copamiento sindical de la profesión no ha hecho otra cosa que empeorar todo. Mientras en el orden regional la ratio maestro/alumnos es de 30, en la Argentina es de 11. Eso quiere decir que en el país hay casi tres veces la cantidad de maestros que en los países vecinos; la carrera es el reinado de las suplencias. Este cóctel de recursos malgastados, recursos que no se sabe dónde están ni cuántos son, junto con un deficiente sistema de coparticipación, un desborde en el número de docentes y una desjerarquización generalizada de la profesión nos ha llevado hasta donde estamos.

El tema no parece ser de una resolución fácil como sería seguir echando dinero a un barril sin fondos. Al contrario la cuestión parecería más ligada a esa pérdida de valores sarmientinos que hace rato abandonaron el espíritu no solo de los docentes sino del país. En el estudio profundo de ese alejamiento y de las razones que lo provocaron, quizás puedan encontrarse las razones más íntimas de un problema que cada día agranda nuestra brecha de conocimiento con los demás países del mundo.

Al ministro no le gustan las pruebas

El ministro de educación Alberto Sileoni acaba de decir, frente al opaco resultado argentino en las pruebas PISA que “no es importante medir cómo nos está yendo”. Las pruebas PISA dependen de la OCDE (la organización de economía y comercio de los países desarrollados) y miden el desempeño de estudiantes secundarios en distintos países.

La Argentina, que ocupaba lugares de relevancia en la medición de América Latina a principios de siglo, ha caído sustancialmente debajo de los índices de países como Brasil, Colombia y Chile, pasando en muchos lugares del primero o segundo lugar al sexto o séptimo.

Ésta es de por sí una manifestación de decadencia y de llamado de atención. Pero que el ministro del área sostenga que las mediciones de resultados no son importantes es como si no importara lo que hacemos y para qué lo hacemos; algo así como que todo diera lo mismo.

No resulta extraño que esta postura se parezca bastante a las iniciativas que han disminuido las evaluaciones en las escuelas y en los colegios, despreciando el sistema de calificaciones como un esquema discriminatorio y cruel, y pretendiendo promover a los alumnos a través de mediciones sui generis que han terminado repercutiendo (como estas evaluaciones internacionales lo demuestran ahora) en el nivel académico y de formación de los estudiantes.

Si el criterio del ministro se extendiera a todas las actividades, la vida social sería prácticamente imposible porque nadie sabría si hace bien o mal las cosas. Si las personas no tuvieran una respuesta sobre cuál es el punto en el que se encuentran respecto de un determinado horizonte, es como si caminarán sin destino, sin brújula, como un barco a la deriva. Son los resultados de este tipo de pruebas las que nos dicen qué tenemos que corregir, cómo debemos hacerlo y con qué velocidad.

El principal drama, con todo, no han sido ni los resultados de las pruebas ni las desafortunadas declaraciones del ministro. Lo peor es la tendencia que muestra la evidencia. La Argentina está en una pendiente de declinación respecto de sus rendimientos educativos mientras que los países de la región están en la curva inversa.

Esta brecha, de no repararse, sin dudas traerá complicaciones competitivas para nuestros jóvenes porque estarán en una situación de desventaja en un mercado que es global, pese a los esfuerzos de encierro del gobierno.

A la hora de perder trabajos o de acceder sólo a aquellos de menor calidad y de menor paga, será el momento de acordarse de estas vivezas demagógicas que le quieren hacer creer a los estudiantes que las calificaciones y las evaluaciones son poco menos que funcionales a las dictaduras.

Sin una prueba que nos diga cómo estamos no sabremos si nuestras políticas son correctas o incorrectas y si estamos en una buena o mala senda. Es probable que, justamente, como la realidad que nos devuelve ese espejo nos está diciendo que estamos haciendo todo mal en materia educativa (área en la que el presupuesto se aumentó de manera astronómica), el ministro prefiera cerrar los ojos, creer que todo está bien y seguir en sus trece sin cambiar un ápice su rumbo.

Si es así no será él seguramente el que sufra las peores consecuencias: Sileoni, en mayor o menor medida, es un hombre hecho. Pero los chicos que él cree cautivar con su mensaje de laxitud demagógica son los que quedarán en el camino, con un menor nivel de vida y presos de algún otro demagogo que quiera seguir estafándolos en el futuro.