Contorsiones delirantes para justificar el robo K

Lo único que le faltaba a la Argentina era desarrollar una “tesis” a favor de la corrupción. Y ese vacío pretendió ser llenado por el periodista militante Hernán Brienza, quien intentó defender desde una postura pseudo-filosófica que tomó el formato de una columna de opinión en el diario kirchneirsta “Tiempo Argentino”.

Allí, escribió que “la corrupción –aunque se crea lo contrario- democratiza de forma espeluznante a la política”. Brienza se declara “brutalmente honesto” por decir lo que dice y continúa: “La corrupción está íntimamente ligada al financiamiento de la política. Quién no tiene recursos, no puede hacer política; ni acá ni en Estados Unidos”.

“Una campaña presidencial cuesta decenas de millones de dólares, los afiches, los spots televisivos, las entrevistas pagas, los actos, las movilizaciones, todo eso cuesta un dineral. Ir a un programa de gran audiencia para que un periodista haga preguntas condescendientes cuesta entre 150 mil y 250 mil pesos. ¿Quién dispone de ese dineral para ser entrevistado? Y lo peor es que esa operatoria está legitimada por el televidente. Si un ciudadano no ve en la televisión a su candidato, no lo conoce, no lo seduce, por lo tanto no lo vota. Para existir en política es necesario estar en los medios. La televisión lo sabe, por eso cobra derecho por silla calentada por el culo de un político”, dijo Brienza hablando de un arte que él debe de ser el primero en cultivar.

El insólito argumento central es que el robo le permite a quienes no tienen ese dinero presentarse a la política para defender “los intereses del pueblo”; del mismo pueblo, claro está, al que primeramente robó.

Dice Brienza: “Sin la corrupción pueden llegar a las funciones públicas (solo) aquéllos que cuentan de antemano con recursos para hacer sus campañas políticas. No hay que ser ingenuos. Sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes. Sin el financiamiento espurio sólo podrían hacer política los ricos, los poderosos, los mercenarios, los que cuentan con recursos o donaciones de empresas privadas u ONG de Estados Unidos.

No sabemos por qué, existiendo más de 190 países registrados en la ONU, el señor Brienza se refiere solo a los Estados Unidos, pero es más que seguro que se debe a la anticuada monserga de suponer que los Estados Unidos están interesados en influir en la Argentina. Brienza debería mirar lo que ocurrió en Venezuela, en donde no hizo falta ninguna intervención norteamericana para sumir a ese pueblo en el caos, en la miseria y en la muerte. Antes bien llegaron justamente a esa instancia por pretender demostrarle al mundo que los “yanquis” estaban equivocados. El socialismo del siglo XXI se encargó de todo: ahora todo el mundo es igual en la ignorancia, la pobreza y la escasez.

Luego agrega Brienza: “Si un diputado o un senador cuenta con un presupuesto, entre sueldos, asesores, viáticos, de 100 mil o 150 mil pesos por mes. ¿De dónde saca el dinero ese diputado para llegar a ser presidente? Está ‘obligado’ a financiar irregularmente su campaña”.

Desde ya que Brienza no cree en la posibilidad de que los diputados generen una propuesta que resulte atractiva y que alguien decida apoyarla desde la honradez y la honestidad.

El camino que Brienza propone no conduce a otro final que no sea admitir que la corrupción es correcta porque ella permite que llegue al poder la “gente del pueblo” (que según su propio argumento debió robarle al pueblo para hacerse rica y llegar a la política)

Ese razonamiento olvida, por ejemplo, que los Kirchner robaron antes que nada para ellos, situación que queda en evidencia solamente por la exponencial multiplicación de su riqueza personal declarada (sin hablar de los miles de millones de dólares que le robaron a los pobres y que los negrearon quién sabe dónde).

Es absolutamente falsa la idea de una casta de pobres robando dineros públicos para financiar su actividad política pero manteniéndose personalmente pobres, porque todo ese emolumento sustraído al pueblo se vuelca de lleno en beneficio, justamente, de defender a los más débiles. No. A los débiles se los roba y luego se los usa, pero esa gente nunca sale de su condición precaria y paupérrima. Al contrario: el arte de la política de este tipo consiste en mantenerlos en esa suerte de medianía necesitada, para que siempre dependan de la concesión de estos nouvelle princes.

Lo de Brienza da vergüenza. No porque describa algo que no es. Sino por querer convertir desde una filosofía vulgar la mugre en virtud, el vicio en nobleza, y el delito en acción popular revolucionaria.

El kirchnerismo se ha caracterizado por ser una especie de maximización de lo gramsciano: le ha cambiado el sentido común medio a la sociedad, al punto tal de que hoy alguien como Brienza pueda decir, muy suelto de cuerpo, en las páginas de un diario, que la corrupción es buena para el pueblo, porque así la gente “como uno” puede llegar al poder e impedir que solo gobiernen los ricos. Pongamos punto final a esta larga noche de una buena vez, por favor.

El 100% de todo

El “reportaje” que la presidente concedió al periodista Hernán Brienza en Canal 7 sigue dando motivos para el análisis. De todos los temas tocados por la señora de Kirchner hay uno que resulta repetitivo y, quizás por esa misma razón, vale la pena detenerse un momento en él.

Se trata de lo que Cristina define como la “repartición” del poder. Ella dijo que “del 100% del poder”, la “política” tendría, a lo sumo, el 30 o el 40% y que por lo tanto, “el verdadero poder está en otro lado”.

Resulta recurrente este concepto en la concepción política de la presidente. En alguna medida, se trata de un capítulo más de su costado victimizante, según el cual, ella siempre está en el peor de los lugares (es la presidente más criticada, la más insultada, a la quieren derrocar, le hacen las cosas difíciles porque es mujer y tantas otras quejas que ha lanzado al aire como paraguas abiertos).

También el dicho puede considerarse coherente con su célebre objetivo de “ir por todo”: siempre creerá que le falta algo para lograr el completo dominio que persigue.

Pero analicemos con algún detenimiento el concepto en sí. En primer lugar surge el aspecto “estadístico”. ¿De dónde sacó la presidente la supuesta existencia de un 100% de “poder”?, ¿qué es, para la señora de Kirchner, el 100% del poder? Recordemos que la presidente comparó ese supuesto total contra lo que sería el “share” de la “política” (que ella ubica entre el 30 y el 40%).

Como no hay dudas de que la “política” tiene el 100% del poder para hacer la ley (porque claramente ningún ciudadano que no se organice políticamente tiene posibilidades de llegar al Congreso, que, a su vez, es el único con capacidad legislativa); de juzgarla (porque sólo la “política” tiene legitimidad constitucional para elegir a los jueces); y de ejercer la administración del país (porque sólo la “política” a través del Poder Ejecutivo tiene el enorme poder de dictar decretos, resoluciones de la AFIP, circulares del BCRA, todo tipo de reglamentaciones y demás instrumentos con capacidad de darle vuelta la vida como una media a una persona de la noche a la mañana), habrá que concluir, entonces, dos cosas: 1) que la presidente se refiere a otros “ámbitos” de “poder” que la Constitución pone fuera del área que ella misma organiza y, 2) que el poder que la Constitución organiza no le resulta suficiente; no la conforma.

Respecto de la primera conclusión no se puede decir otra cosa más que nos referimos al campo de acción de los ciudadanos privados, es decir, de los individuos supuestamente libres a quienes la Ley Fundamental les dio las prerrogativas y derechos necesarios como para que organicen sus vidas como mejor les agrade y les convenga.

Y respecto de la segunda, que la presidente tiene como objetivo de su gobierno hacer ingresar a lo que ella llama “la política” (es decir, a ella misma) en ese terreno que la Constitución les reservó a los ciudadanos.

Las conclusiones son obvias porque si la “política” ya tiene el 100% del poder que le corresponde (porque ningún privado puede inmiscuirse en lo que ella decide soberanamente y, si lo intentara, el Estado le respondería como los cañones les responden a las hormigas) es obvio que estamos hablando de otras “esferas” de poder distintas a las que tienen que ver con los quehaceres primarios del gobierno.

Y no hay dudas que esas esferas son privadas. “Privadas” en toda la extensión de la palabra: privadas porque son de exclusiva responsabilidad del sector privado y también porque el Estado esta “privado” de invadirlas.

Lo que la presidente parece sugerir a partir de su queja es que “la política” (es decir el Estado, es decir, ella) debería tomar también esa “parte” del poder que la Constitución les reservó a los habitantes.

Parecería que la presidente se sentiría más conforme si la “política” (es decir el Estado, es decir, ella) pudiera decidir lo que se produce, a qué precio se lo vende, los gustos de la sociedad, qué se lee, dónde se lo puede leer, si se debe ahorrar y cómo se debe ahorrar; cómo informarse y en dónde, si se puede viajar o salir del país, de qué modo hay que vestirse, qué se debe comer, cuánto se debe ganar y de qué manera hay que pagarlo, etcétera, etcétera. Que todos estos resortes estén aún en manos privadas (si bien con severísimas restricciones impuestas, justamente, por la política) la molesta.

A esta concepción responde el constante sonsonete de que “los poderosos son otros”, no el Estado. Pregunto: si a la presidente le apasiona el poder, ¿por qué se dedicó a una actividad que no lo tiene? Debería haber permanecido ejerciendo su exitosa gestión como abogada en lugar de abrazar una actividad “secundaria” como la política, que es un sello de goma que no domina nada.

Ese cuento de la existencia de una “jabonería de Vieytes”, ahora llamado “circulo rojo”, que es el verdadero centro de poder contra el cual el Quijote justiciero del Estado se enfrenta todos los días, a costa de los enormes sacrificios personales de la propia presidente, es un verso inverosímil.

El Estado puede aplastar como a una cucaracha a cualquier ciudadano. Bastarían un par de firmas en otras tantas resoluciones para mandar al muere a quien intentara enfrentarlo. Dispone de la inteligencia, de los medios, de los instrumentos para destruir a quien quiera en cuestión de segundos.

Pero parece que todo ese poder no conforma aun a la presidente. Ella necesita más. Necesita todo. Cualquier cosa menos que el “todo” es nada.

Por eso quizás le convendría ir con la verdad y decirle a la gente que persigue un Estado “totalitario”. Totalitario en el sentido etimológico de la palabra, sin connotaciones ideológicas. Un Estado que haga todo y que haya aspirado por completo toda esfera decisión individual. Solo así se sentiría conforme.

Si la palabra “totalitario” suena algo fuerte sugiero reemplazarla por “todolitario”, es decir, un Estado omnipresente que haya absorbido todos aspectos de la vida nacional. En esa utopía Cristina viviría feliz . Nadie leyendo lo que elige libremente, nadie comprando lo que decida por sí, nadie poniendo un precio por su cuenta. El Estado en todo. Ella en todo. El ansiado 100% de todo. “No quiero solo el 30 o el 40% del poder para administrar tu vida. Quiero tu vida. Solo con ese 100% de tu existencia estaré contenta. Allí no habrá más enemigos y reinaré por siempre”.