Mucho más allá del veto

El Presidente habló hoy en Cresta Roja para explicar su postura respecto de lo que allí llamó “ley antitrabajo”, anticipando la firma de su veto. Hay varios puntos de su discurso que fueron más allá del mero marco de la ley votada en el Congreso.

El Presidente dijo que los gobiernos que ha tenido la Argentina hasta ahora, -incluido y en primer lugar el que acaba de irse-, que creían que los argentinos no podemos vivir en libertad. Que para que tengamos una vida vivible, necesitamos que el Estado poco menos nos venga a lavar los dientes. Continuar leyendo

El asalto final a la Justicia

La indisimulada embestida contra la Corte no por obvia parece tener impacto en la sociedad, al menos de una manera electoralmente decisiva o que implique un impacto en la imagen del Gobierno o de la propia presidente. Parecería que el grueso de la cuidadanía no ha alcanzado a comprender aun que una administración con poder discrecional sobre las tres jurisdicciones del Estado es en su propio perjuicio y solo en beneficio de los que mandan.

La figura del Dr. Carlos Fayt ha sido la elegida para ensayar un copamiento a como dé lugar del más alto tribunal del país. Se trata del asalto final a lo que queda como estructura semi-independiente destinada a proteger los derechos civiles contra el poder arbitrario. Parece mentira que gran parte de la gente no entienda que ese mecanismo constitucional (que el Gobierno quiere demoler) ha sido diseñado en su beneficio y para limitar el poder avasallante del presidente y de un eventual Congreso dominado por una sola fuerza.

Los constituyentes hace 162 años fueron tan inteligentes que previeron que podía pasar lo que está pasando ahora. O fueron tan observadores que quisieron evitar otro episodio como el de la dictadura rosista.

Pero parecería que una indómita fuerza idiosincrática lleva a la sociedad a caer naturalmente en estos aluviones populistas y antidemocráticos, bajo el velo, justamente, de que esa marea sin límites que todo lo atropella es la mejor definición de la democracia.

El argumento utilizado hasta ahora contra Fayt es su salud psicofísica; crear la duda de si un hombre de 97 años está en condiciones de seguir entendiendo los mecanismos de la Constitución y si cumple con la condición de idoneidad para el ejercicio del cargo

No tengo pruebas de cómo se encuentra el juez Fayt desde ese punto de vista porque no lo veo desde hace 25 años. Más allá de que son incontables los casos de lucidez –y hasta de brillantez- intelectual en gente de edad avanzada, lo que sí parece indubitable es que es nada más y nada menos que la Presidente la que ignora por completo el diseño de la letra y, sobre todo, del espíritu constitucional.

La semana pasada, en respuesta a lo que había dicho el presidente de la Corte, el Dr Ricardo Lorenzetti, en el sentido de que la misión del Poder Judicial en general y de la Corte en particular es limitar el poder de los otros dos poderes a través del control de constitucionalidad de las leyes, la Presidente dijo textualmente: “el único control es el del pueblo”.

Pocas frases pueden condensar en siete palabras una aberración tan contundente. Resulta francamente grave que la jefa de Estado trasunte semejante nivel de desconocimiento acerca de cómo funciona el sistema republicano organizado por la Constitución. Si hay algo que los constituyentes quisieron evitar fue justamente el “llamado control por el pueblo”.

La razón es muy sencilla de comprender. “El pueblo” como ente controlador no existe: no tiene una organización jurídica, no tiene procedimientos y tampoco tiene el ejercicio monopólico de la coacción. Por lo tanto la frase “el único control es el del pueblo”, no es más que un desiderátum populista. Siguiendo ese criterio también podríamos -como reemplazamos el control de constitucionalidad ejercido por la Justicia por un control único ejercido por el “pueblo”- reemplazar las cárceles convencionales por “cárceles del pueblo” como las que usaban, justamente, las organizaciones criminales de los 70 que, en la terminología de la Constitución “se arrogaban la representación del pueblo”

De todos modos, la Presidente no es la responsable última de estas inconsistencias graves con la libertad. Ella cumple con el perfecto manual del demagogo populista endulzando los oídos de la gente que parece idiotizarse cuando escucha la palabra “pueblo”. Ella  conoce perfectamente cuáles son sus limitaciones, aquellas cosas que no puede hacer y por qué no podría hacerlas. Pero también sabe que eso no le conviene a sus intereses y a sus objetivos de ir por todo, entonces se ha propuesto testear la convicción libertaria de la sociedad. Y ese examen le está dando bien. Estira y estira la soga del poder y los argentinos siguen adormecidos, embobados con alguien que les dice que “ellos” tienen el control, que no tiene de qué preocuparse porque ella está allí para defender la “voluntad popular” contra los poderes oligárquicos y concentrados.

La Constitución quería otra cosa: quería investirnos de derechos inviolables para que, con su ejercicio, las decisiones de nuestras vidas las tomemos nosotros. Para garantizarnos esos derechos puso a nuestra disposición un Poder Judicial encargado de decirle al Gobierno: “Señor, no puede traspasar esta línea”. Pero a nosotros nos ha resultado más cómodo vivir como soldados.

Otro peligro más

Hay días en que uno francamente quisiera que no hubiera nada que comentar. Que el país tuviese un día tan normal y sin anuncios preocupantes que no fuera necesario agregar nada. Pero es inútil: todos los santos días nos enteramos de una novedad que siempre pega en el mismo punto: la preocupación por la libertad.

Luego de la increíble introducción de la Secretaría del Pensamiento Nacional -cuyo solo nombre hace correr frío por la columna vertebral- la presidente presentó el día jueves la SIMEFA, un nuevo ente burocrático que se encargará de formular un ráting nacional que medirá la audiencia de los programas de TV y radio de todo el país.

En su discurso, la Sra. de Kirchner admitió desembozadamente que el Estado quiere “saber que escuchan y miran los argentinos… cuáles son sus preferencias”. Se trata de un capítulo más de esta escalofriante novela de Orwell en donde un Gran Hermano omnipresente “coordina estratégicamente” el pensamiento de todos y averigua lo que los súbditos miran y escuchan.

Más allá de este impresentable argumento, resulta obvio que el gobierno intenta un nuevo avance sobre la vida individual para avasallar el cerco de soberanía personal de los ciudadanos. Debe haber un pensamiento nacional coordinado estratégicamente por el Estado y, también el Estado, debe saber lo que escuchamos y miramos. Es la fascia en acción: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Solo falta Benito.

La ofensiva tiene como destinatarios una vez más los medios privados independientes que tienen una visión diferente a la del gobierno en materia económica, política y social. La Sra. de Kirchner jamás aceptará esas disidencias y quiere asfixiar económicamente a quienes las escriben y las comentan. Ya intentaron hacerlo con los diarios y los supermercados, apretándolos mafiosamente para que no anuncien en los medios que tienen una postura críticos hacia el gobierno.

Esa vez lo hicieron como los gángsters actúan en las películas: sin dejar nada por escrito, aplicando amenazas telefónicas y sin escribir una sola línea que permitiera encontrar una prueba documental del plan.

Ahora han salido a la luz. Es más,  es llamativo lo “pretencioso” de la postura siendo que el gobierno está teóricamente en sus últimos meses de mandato. Esta épica sería más compatible con un gobierno caracterizado por la prepotencia de los inicios, pero no por uno cuyos días finales se empiezan a contar cada vez más rápidamente. El incidente sirve para confirmar que estamos enfrente de “cuadros”, de “soldados”, de “mili… tares” no, simplemente de “militantes”.

En efecto, la movida sirve para confirmar una vez más la concepción bélica de la existencia que tiene la Sra. de Kirchner y quienes la siguen: hay un enemigo que utiliza la publicidad para financiar su ofensiva. Si cortamos ese chorro, la ofensiva caerá. Como la publicidad está regida por los rátings, la estrategia es elaborar una medición nueva para que el flujo de recursos publicitarios deje al enemigo y venga con nosotros. La presidente fue descarnadamente sincera, en ese sentido, en su presentación.

El modelo sigue lo que fue la ley de medios. Un pomposo nombre que trasmite la idea de la transparencia y la pluralidad para esconder la verdadera intención de unificar y monopolizar de modo hegemónico la palabra y, finalmente, el pensamiento, para ser coherentes con la creación de la Secretaría que a partir de antes de ayer lleva ese nombre. Se trata de un círculo que cierra y tiene una lógica impecable de dominación, pensamiento único y sojuzgamiento de la sociedad a un poder absoluto.

En este caso también el nuevo ente es presentado como una unidad que vendrá a “federalizar” las mediciones para terminar con los índices que solo miden Capital y GBA. El pararse sobre una anomalía verdadera le da sustento al argumento. Pero aquí no se generan las condiciones para que inversores privados multipliquen las agencias de medición, como antes existían -al lado de IBOPE- IPSA y Mercados y Tendencias. No. Aquí es el Estado el que se va a meter con lo que miramos y escuchamos.

La presidente, pensando que a lo mejor alguien le cree, puso énfasis en decir que el nuevo sistema será transparente y no gubernamental, porque se convocó a once universidades nacionales para estructurarlo. Pero, claro, olvidó decir que la “rectoría” del organismo estará a cargo de la Universidad de San Martín, cuya autoridad principal es Tristán Bauer, que, de casualidad, es el Secretario de Medios  de su gobierno.

Por lo demás, la Sra. de Kirchner quizás olvida que está entrando en un terreno en donde el resultado a entregar es una “medición”. Y el gobierno no puede exhibir en el campo de las “mediciones” antecedentes confiables. Mantuvo intervenido el Instituto de Estadísticas durante siete años y falseó los números de inflación, crecimiento y pobreza en la cara de todos. Persiguió, multó y le hizo juicio a todos aquellos que osaron informar estadísticas diferentes, hasta que la oposición en el Congreso tuvo que intervenir entregando un paraguas protector a todos ellos por la vía de publicar el llamado “índice Congreso”, para que el policía político Guillermo Moreno no pudiera emprenderla contra profesionales privados que lo único que pretendían era dar a conocer los resultados de su trabajo, apoyados en el iniciático principio de la libertad de expresión.

Resultó ser que, como por arte de magia, cuando el gobierno decidió que la estafa era tan evidente que no podía continuar, de la noche a la mañana los nuevos índices de precios (llamados IPCNu) empezaron a coincidir llamativamente con los que informaban los que antes habían sido perseguidos.

¿Pasará lo mismo ahora, con los rátings de la SIMEFA? A las consultoras económicas privadas se las había ninguneado diciendo que ninguna contaba con la parafernálica estructura que se necesita para medir bien los precios; que sólo el INDEC tenía semejante logística. Todo eso terminó con Kicillof dando números iguales a los que antes daban Melconian, Ferreres o Todesca.

Ahora también el argumento es que solo el Estado será capaz de traspasar las fronteras del Gran Buenos Aires para saber bien “que escuchan y miran los argentinos”. ¿Cuánto dibujo habrá en esos números? ¿Cuánta intención de moldear las cosas para llegar a un resultado que, paradójicamente, será lo primero y no lo último que se ponga?

El gobierno está entrando en un terreno que, desde el punto de vista de las libertades públicas, es tan grosero como peligroso. Y su espíritu de avance no se detiene. Ni el horizonte de su final lo amilana. No hay final para ellos.

Sobre el “empoderamiento”

La presidente parece haber inaugurado el reinado de un nuevo término. No pasan dos frases en sus frecuentes apariciones en cadena nacional sin que pronuncie la palabra “empoderar”. Con este concepto la Sra. de Kirchner parece querer trasmitir la idea de que su gobierno está embarcado en la tarea de trasmitirle “poder” a la sociedad, en su criterio, retirándoselo a las “corporaciones”.

La luminaria tarea del kirchnerismo, aquella que vino a abrir una senda revolucionaria en la historia del país, sería, según este idea, la que consiste en producir un enorme trasvasamiento de poder a favor de “la gente”.

Pero cuando uno analiza estos años enseguida advierte una enorme contradicción. O estamos frente a una nueva mentira que, con una elipsis del lenguaje, pretende disimular una realidad opuesta, o la presidente tiene un concepto sumamente discutible de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”.

La sociedad es la resultante de un conjunto de individuos privados que, organizados bajo un orden jurídico racional, se da sus propias normas y elige sus propias autoridades para satisfacer el costado gregario del hombre que lo inclina a interactuar son sus semejantes en una determinada porción de territorio.

En esa interacción, las personas ponen en funcionamiento resortes de vida propios que, siempre de acuerdo con la ley, materializan el funcionamiento cotidiano del país, determinando su progreso, su estancamiento o su decadencia. Parte de la organización institucional supone la organización de un gobierno que se encargue de la administración común, pague los gastos y entregue las condiciones de seguridad mínimas para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida de acuerdo a cada uno de sus horizontes individuales.

Para realizarse en la vida cada individuo necesitará del otro, porque todos llegamos al mundo en alguna medida “incompletos”. La interacción con el otro nos permite “completarnos” y a partir de allí progresar.

Como resultado de esas múltiples interacciones surgirán por supuesto individuos (o uniones de individuos) más “poderosos” que otros, pero esta es, en alguna medida, la gracia de la vida: el hecho de que cada uno pueda avanzar gracias a su capacidad, a su esfuerzo, a su voluntad y al tipo de asociaciones o relacionamientos que desarrolle.

En ese sentido es correcto que en una sociedad surjan sectores fuertes, poderosos, “empoderados”, diría la presidente. El “empoderamiento” natural y espontáneo es el único “empoderamiento” democrático porque surge del ejercicio de la libertad y del uso combinado de los derechos civiles. En todo caso ese “poder” es accesible por todos, porque todos, en un ámbito de libertad y de igualdad de oportunidades, tienen la capacidad individual de construir una vida “empoderada”

Pero el sistema social que la Sra de Kirchner tiene en mente es muy diferente. Ella parte de un concepto también muy distinto de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”. Según esta idea la sociedad no es la resultante  de la vida conjunta de un grupo de individuos libres cuyo “poder” consiste justamente en vivir libremente y tejer las asociaciones que les permitan cumplir sus metas o realizarse en la vida. Al contrario, si por el imperio de la libertad y por el ejercicio normal de los derechos civiles, ciertas personas lograran formar asociaciones privadas “poderosas”, esa no sería una señal de que el poder lo tiene “la gente” o la “sociedad” sino que grupos “concentrados” le han arrebatado ese poder a los débiles por lo que es preciso la intervención del Estado para que ese “poder” regrese a la verdadera “sociedad”.

Es de ese “empoderamiento” del que habla Cristina. Cuando pronuncia esa palabra lo que busca es más poder para el Estado, con la única diferencia que lo disfraza, haciéndole creer a la gente que lo reclama para ejercerlo en su propio favor.

Para la presidente la “sociedad”, “la gente” es el Estado, y el Estado es ella. Cuando legisla para retirarle poder a los privados “poderosos” no lo hace para trasladárselo a nadie sino para quedárselo ella. Con la diferencia entre el poder que saca y la ilusión que vende hace lo que en la historia del mundo se conoce como demagogia.

No hay mejor manera de “empoderar” a la sociedad (si es que la presidente fuera sincera) que permitir un alto grado de ejercicio libre de los derechos para que justamente la ciudadanía privada que conforma la sociedad sea la realmente poderosa. El razonamiento contrario no “empodera” a la sociedad sino al gobierno, es decir a un conjunto de ciudadanos que por ejercer el monopolio de la política, se adueña de los sillones del Estado.

En realidad el “empoderamiento” de “la sociedad” como ente colectivo no existe. Para que “la sociedad” sea empoderada necesita encarnarse en alguien, porque los poderes los ejercen las personas, no las entelequias. Ni siquiera existiría el “empoderamiento” del Estado, porque el “Estado” también es un colectivo imaginario. Por eso estas historias que pueden resultar tan simpáticas a los oídos populares a primera vista (razón por la que se hacen) siempre terminan haciendo más fuertes a los burócratas y menos “poderosos” a los ciudadanos.

No sabemos si la presidente cae en esta confusión de manera inocente (es decir creyendo de verdad que su acción entrega más derechos a los individuos) o si lo hace por el cálculo político de saber que por ese camino la única que resultará con más poder será ella.

Pero quienes no pueden tener dudas sobre esto son los ciudadanos. Éstos son “poderosos” (o se hayan “empoderados”) cuando el ejercicio libre de sus derechos les permite ser independientes de los favores del gobierno. De lo contrario serán dependientes de esas dádivas y ningún dependiente estará jamás “empoderado” de nada.