El kirchnerismo recrudece la persecución a periodistas

En estas horas un periodista de La Nación está prácticamente encerrado en su casa custodiado por  la Gendarmería por la amenazas recibidas por capos del narcotráfico de Rosario.

Se trata de una de las imágenes que los argentinos veíamos por televisión no hace mucho en países de la región y nos agarramos la cabeza pensando en cómo vivía esa gente.

Frente a los primeros síntomas de la llegada a la Argentina del drama de la droga y de su comercialización y producción no solo no hicimos nada sino que, en muchos casos, se abrieron las puertas del lavado de dinero con planes oficiales para depositar dólares en el circuito blanco de la economía sin preguntar su procedencia -al mismo tiempo que se persigue y se le piden explicaciones de todo tipo a los argentinos de bien que quieren ahorrar 200 dólares- y de la importación de componentes químicos imprescindibles en el proceso productivo de drogas sintéticas.

Otro periodista, Gustavo Sasso, fue procesado en Bahía Blanca por investigar operaciones de narcolavado de Juan Ignacio Suris al tiempo que le secuestraron material fruto de sus averiguaciones, tarea que, en lugar de procesarlo a él, debería haber llevado adelante el propio juez.

El viernes por la mañana el jefe de Gabinete se rebajó a un terreno de barrabrava haciéndose el canchero gracias al juego de palabras con el apellido de nuestro colega Fernando Carnota, al que llamó “Marmota”, según su propia confesión, por el mero hecho de “criticarlos”.

Mientras, en el Congreso, se abre paso la ley de telecomunicaciones que implica la muerte de la TV por cable, fundamentalmente del interior del país en donde opinar diferente a la ola financiada desde el Estado se convertirá, al mismo tiempo en un sacerdocio y, por lo que estamos viendo ya, en un peligro.

Hace más de 20 años que planteamos la idea de que, para ampliar la competencia era bueno estudiar la posibilidad de que las empresa telefónicas pudieran ofrecer el servicio de televisión, porque ellas ya disponían de una  red de  tendido hogareño  que facilitaba su instrumentación.  Pero aquellas opiniones -que recuerdo empezamos a comentar en 1993 en Radio América (a la sazón del mismo dueño de Cablevisión en ese momento -Eduardo Eurnekián- circunstancia que nunca me perjudicó ni implicó ningún “llamado” para que “evitara” esos comentarios, en una prueba evidente de la libertad de expresión sin miedos que imperaba en esos años) tendían, justamente, a ampliar verdaderamente no solo el arco de opiniones y de pareceres sino de inversión, de tecnología y de fuentes de trabajo.

Lo de hoy se inscribe en un marco completamente contrario. Los periodistas son perseguidos, atacados, procesados. Los medios corren el riesgo de cerrarse y los trabajos pueden perderse junto con la diversidad del pensamiento y con la libertad de expresión.

En esta misma semana se anunció en Venezuela la apertura de una línea telefónica gratuita para denunciar “traidores” y en Moscú se supo el levantamiento de la señal de la CNN en la capital rusa. Es muy interesante ver cómo Putin ha forzado esta salida: lo hizo prohibiendo la emisión de publicidad en la televisión paga.

¿Son inimaginables estas mismas situaciones en la Argentina? ¿un 0800 para denunciar buitres locales o una decisión que prohíba los anuncios en los programas de cable? Hay decenas de programas de opinión en la TV por cable que se financian con publicidad del sector privado. Incluso muchos que no tienen siquiera una presencia “testimonial” de pauta oficial. Todos esos programas (junto con sus opiniones) desaparecerían de un plumazo con una disposición parecida a la tomada por el Camarada Putín.

La situación del periodismo libre en la Argentina es gravísima. A todos los disparates descriptos hasta aquí se suma el hecho de que un enorme porcentaje de expresión es protagonizado por profesionales independientes que se financian a sí mismos comprando espacios en medios privados y luego vendiendo segundos de publicidad como si fueran una agencia.

Se trata de un sistema perverso. La asfixia y el deterioro inflacionario a la que ha sido sometido este sistema hacen que muchos profesionales estén boqueando hoy en día y su capacidad de mantener abiertas esas ventanas de libertad sea cada vez más pequeña. A las múltiples amenazas que pesan sobre su trabajo se suma este estrangulamiento económico que los arrincona y los confina.

No solo el Gobierno puede ejercer una influencia decisiva en el futuro de la libertad de expresión en la Argentina. Está claro que la capacidad de daño del Estado en ese sentido es fortísima. Pero el sector privado también puede tener una responsabilidad fundamental si no renuncia al financiamiento del periodismo independiente.

Si esa voluntad existiera y el Estado la persiguiera, entonces, se habría perfeccionado definitivamente la consagración de un Estado policial en el país en donde las bocas deberían cerrase y la única salida sería el exilio.

¡Qué enorme paradoja que en el medio de una pretendida democracia, los periodistas deberíamos pensar en el mismo tipo de futuro que tuvieron los muchos que escaparon de la última dictadura! ¿Será entonces que vivimos en un país de apariencias pero en el que las realidades siguen siendo tan oscuras como entonces?

Un mundo sin periodistas y sin opinión

A la Presidente le van quedando pocos caminos para el disimulo. En cada vez más aspectos de la vida nacional la sinceridad sin remedio va aflorando, sin contención, con la fuerza de las palabras y de los hechos.

El pasado jueves, sin tapujos, en su videoconferencia con Putin, habló de que la información debía recibirse sin intermediarios, en un alusión sin anestesia a un mundo sin periodistas. Es a lo que aspira la Sra. de Kirchner: a que la prensa libre desaparezca.

Más allá de que es materialmente imposible concebir un mundo en donde la información circule sin medios, porque eso supondría el imposible escenario de los protagonistas directos contando lo que ocurre, lo cual, obviamente deriva en la perogrullesca conclusión de que esos éstos no contarían lo que no les conviene y solo transmitirían “sin intermediarios” lo que los favorece, el hecho de que la Presidente lo revele como un horizonte cuya persecución la desvela denota una clara intención antidemocrática cuando no directamente totalitaria.

Que el marco decorativo de sus afirmaciones haya sido el presidente ruso, quien en sus palabras calificó  la información como una “arma temible”, es por demás sintomático. Rusia figura en el puesto 144 en el informe sobre libertad de prensa en el mundo que verifica su vigencia en 180 países. Resulta obvio que un autócrata como Putin, un representante genuino de la imperialista KGB, considere “temible” la información: debe resultar definitivamente temible que gracias a la acción de periodistas libres sus ciudadanos y el mundo conozcan sus intenciones y sus planes. Como la Sra. de Kirchner debe considerar temible que otros periodistas libres revelen los suyos.

Por lo demás es la “intermediación” la cuna de la opinión. No habría opinión sin intermediación, por lo que proponer la supresión de un necesariamente implica proponer la supresión de la otra. Y esta aspiración también es compatible con un régimen que pretende ejercer un control completo sobre la vida social.

Un sistema de esa naturaleza no es compatible con el ejercicio de la prensa libre y la libre expresión de las ideas. Más tarde o más temprano la máscara de la democracia caerá y deberá confesarse como lo que es: un régimen autoritario, por decir lo menos.

La empatía internacional de la Argentina también va tornando coherentes estas confesiones. Que el país se alíe a Venezuela, a Irán, a Rusia o a China no es una casualidad, es una consecuencia natural del encuadre que el gobierno kirchnerista le ha dado a su poder.

Se trata de un poder que no se conforma con que la gente ande por allí, tomando decisiones en libertad, todo debe estar controlado por el Estado. Como en Rusia, como en China, como en Venezuela. Tampoco en esos lugares se puede opinar libremente y también allí se aspira a que la gente reciba la “información” sin intermediarios, directamente del Estado.

Se pretende presentar ese escenario como un avance de la democracia. “No hay intermediarios, esta es una comunicación directa entre el pueblo y el Estado, su encarnación”. No hay lugar aquí para interpretadores, investigadores o buscadores de noticias. Mucho menos para buscadores de verdades. Aquí hay una sola verdad: la que el Estado, a través de la nomenklatura de sus funcionarios, le hace llegar al pueblo, que la recibe sin “intermediarios”.

En última instancia, cuando el Estado necesite de “empleados comunicadores”, ellos serán “intermediarios permitidos” que funcionarán bajo la aprobación y las directivas de la nomenklatura (6,7, 8)

Esta es la manifestación filosófica del “modelo”. Esta palabra, que hasta ahora estuvo intencionadamente dirigida a trasmitir una idea “económica” del gobierno, es en realidad la que cobra un verdadero sentido con estos sinceramientos. El modelo es un modelo ideológico (que por supuesto tiene un costado económico, como es innegable) pero que en realidad se define por estas otras profundidades que hacen a las ideas y creencias en donde se cimienta y enraíza.

Esas ideas y creencias están en las antípodas de la Constitución. Este modelo se ha propuesto derogar de hecho la Constitución y lo está consiguiendo con la increíble complicidad de la Justicia, que no logra cumplir su rol de dique de contención para proteger las libertades públicas.

Un mundo sin periodistas, sin opinión y sin intermediarios es lo que busca Putin, la Sra. de Kirchner, Maduro, los Castro o el régimen chino. En esos regímenes hay una sola verdad: la que emana del Estado. Toda otra opinión es considerada antinacional, como también ayer lo dijo expresamente la Presidente (“Para que los rusos conozcan a la verdadera Argentina y los argentinos conozcan a la verdadera Rusia y no las que nos quieren mostrar los medios internacionales y algunos medios que, bueno, los tenemos que llamar de alguna manera ‘nacionales’”). También aquí afloró la sinceridad brutal: ya basta de decir demagógicamente “la presidente de los 40 millones de argentinos” cuando la propia Sra. de Kirchner considera no-argentinos a algunos compatriotas.

No se ha visto todo aun. Seguramente las próximas semanas traerán más discursos con sinceridades inevitables. El tiempo se agota y las cosas deben quedar claras.

El ofensor ofendido

Uno se refriega los ojos frente a las declaraciones. Vuelve a leerlas para ver si no leyó mal. Pero no. Todo está bien leído. No hay errores. Lo dicho fue dicho.

“Cuando se habla de una Argentina violenta se quieren reeditar viejos enfrentamientos”, fueron las palabras de la Sra. de Kirchner en la inauguración del mural de Carlos Mugica para referirse al documento de la Iglesia sobre la “enfermedad de la violencia” que padece la Argentina.

“¿Se quieren reeditar?”, ¿quién los quiere reeditar? O mejor dicho, ¿quién los quiso reeditar? O mejor aún ¿quién los reeditó ya?

A la presidente le convendría repasar el fraseo de algunos “cantitos” de La Cámpora, o de algunos de sus ministros, legisladores, funcionarios y allegados oficiosos al gobierno. O incluso el contenido de más un discurso suyo.

¿Quien convocó públicamente por primera vez a odiar, sino Luis D’Elía?, ¿quién sino Juan Carlos Molina habló de “ellos” y “nosotros”, para decir que “para ‘ellos’, ‘nosotros’ somos basura, chorros, negros…”?, ¿quién es el que crea enfrentamientos allí?¿quién trajo a la Argentina ese idioma clasista y racial tan ajeno a nuestra tradición?

¿Quienes son los que hablan de “cipayos”, “gorilas”, “oligarcas”?, ¿quienes son los que, aquí y allá, andan metiendo esos rótulos en la frente de la gente?

¿Quiénes fueron los que empapelaron la ciudad con los nombres, apellidos y las fotos de ciudadanos argentinos bajo el título “Estos son los que te roban el sueldo”? ¿Quién elogió a los barras como la “pasión del fútbol”?

¿Quién revolvió el pasado como quien urga en la materia fecal pensando encontrar allí algo que le convenga a sus intereses?, ¿quiénes parecen justificar la violencia delincuencial vendiéndola como una consecuencia de la tarea “excluyente” que la sociedad burguesa habría hecho deliberadamente con anterioridad?

¿Quién inventó Tecnópolis para oponerse a La Rural?, ¿quién el Encuentro Federal de la Palabra para oponerse a la Feria del Libro?, ¿quién en Centro Cultural Nestor Kirchner para oponerse al Teatro Colón?, ¿quién repiqueteó con un nuevo revisionismo histórico cuyo último objetivo era defenestrar a algunos argentinos?

La presidente en uno de sus inefables tuits dijo que algunos que visitan a Francisco en Roma deberían leerlo más. ¿Lo ha leído ella? ¿Quién se ausentó de todos los Tedeums presididos por Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires mientras el hoy Papa era Cardenal de la Argentina?

¿Quién trasmitió la idea del campo como la última basura de la Argentina?, ¿quién estigmatizó a Roca, a Alberdi a Sarmiento y a otros tantos argentinos que fueron importantes para muchos argentinos?, ¿quién la emprendió contra ciudadanos privados para tratar de vincularlos artificialmente con la dictadura militar?, ¿quién creó aquella imagen tremenda de la gente que “secuestró los goles”, como antes secuestraba personas?, ¿quién ha llamado “zánganos” a los opositores?, ¿y quién “papagayos” a los defensores de la seguridad jurídica y del clima de negocios?

Pero lo más inaudito de todo es que estos procedimientos no fueron una consecuencia inadvertida e indeseada de una política sino la aplicación consciente y perseguida de un plan pensado y llevado a cabo de acuerdo a las enseñanzas divisionistas de Laclau.

¿Quién creo “Justicia Legítima” para llevar la grieta también al seno de la Justicia el enfrentamiento de la calle?, ¿quién martilló cuatro años con el latiguillo “Clarín miente” y con la idea de que había que crear un conglomerado de medios partidarios (fondeado con dineros de todos los argentinos) para contrarrestar aquella “influencia”?, ¿quién pronunció, con la cara llena de furia, la frase “vamos por todo”, como si nada debiera quedar en pie de lo que perteneciera a todo aquel que no fuera kirchnerista?, ¿quién ha trasmitido la idea de que todo el mal que sufren algunos argentinos se debe a la “culpa” de los otros argentinos?, ¿quién ha estimulado la bronca de unos contra otros?

El reguero de división, de rencor -en muchos casos de odio directo- que se ha creado en estos años solo puede ser comparado al tiempo de Rosas o a los últimos años del Perón de los 50.

Es tan incontrastable la realidad que ha ocurrido desde el punto de vista de la división social en la Argentina en los últimos años que la pretensión de la presidente de endilgarle también esa culpa a los demás raya con el cinismo. El mismo que cualquier podía advertir en D’Elía pidiendo amor luego de convocar al odio.

Dicen que la presentación de los abogados de Apple en su millonario juicio contra Samsung fue muy sencilla. Parado frente al jurado, el abogado de la “manzanita” dijo: “Seré muy breve: solo voy a limitarme a preguntar cómo era un teléfono Samsung antes del iPhone”

En este caso en que la presidente pretende echar un manto de dudas sobre quién creó el clima de enfrentamiento en la Argentina, también sería muy útil responder la simple pregunta: ¿Como era el clima social de la Argentina, hace 15, 18 o 20 años? ¿Cómo era antes de los Kirchner?

La Argentina antes de los Kirchner tenía muchos inconvenientes. Pero con gran esfuerzo iba dejando que el tiempo opere sobre sus viejas heridas y apostando a que un pasado negro quedara definitivamente atrás. La prédica de las Bonafini de este siglo enterró aquel intento de paz. Ese odio repugnante, visceral, intransigente triunfó. A los codazos se hizo espacio en los huecos elevados del poder y desde allí se enseñoreó en el rencor, en la rabia y en la negativa a cualquier reconciliación. En esas almas solo reside una inconmensurable sed de venganza y una incontenible vocación por no dar el brazo a torcer.

El documento de la Iglesia no es ningún descubrimiento. La violencia de la Argentina actual no es algo opinable: es la triste realidad, un puerto de llegada al imperio de una terminología, de una postura, de una propuesta frente a la vida. El gobierno no quiso tenderle la mano a nadie que no fuera propio. Bajó desde las alturas un lenguaje de intolerancia a la diferencia que es tan evidente como las mentiras económicas. Ningún discurso que convierta en ofendido al ofensor borrará esa realidad que todo argentino imparcial y de sentido común conoce y sufre todos los días, desde hace 11 años.