Un largo relato del Relato

No se olvidó del que le gritó. Lo buscó con la mirada y le dirigió, durante los próximos diez minutos, como mínimo cuatro acidas admoniciones. Alguien le había dicho que no olvidara mencionar algo referido a los programas de salud. Era una intervención en favor de ella, o del “modelo”, si les gusta más.

Pero no se lo perdonó. La Sra. de Kirchner no soporta que le roben el espacio de sus palabras, que alguien ingrese en el círculo sagrado de sus sentencias… ¡Cómo se atreve!

Primero preguntó qué había dicho. Después le echó en cara que no le había dado tiempo para llegar a eso. Más tarde le dijo “antes me corrías con lo de las cardiopatías, ahora yo te corro con esto: el Estado se hace cargo de las operaciones por labio leporino”. Y mucho después se la siguió recordándole que la había interrumpido.

La Presidente no puede vivir sin armar rencillas. Hasta en este ejemplo estúpido, de un más papista que el Papa que había gritado algo para congraciarse con la jefa, se nota su  incansable vocación por la confrontación y la pelea.

Aunque dedicó un largo párrafo cerca del inicio a que en la Argentina “no hay odio” sino “diferencias”, extensos pasajes de su discurso estuvieron cargados de esa cizaña ácida que azuza la división y la riega permanentemente con una ponzoña innecesaria.

Habló de “los que nos llenan la cabeza”, de médicos que leen La Nación en lugar de Página/12, de aquellos a los que les encantan las estadísticas “de afuera”, aun cuando ella misma se cansó de echar mano a referencias de organismos internacionales que le perecían favorables a su gestión; de los que integran el “Partido Judicial” (jugando con el sarcasmo de decir “Poder Judicial”, corregirse a sí misma y decir “casi digo Partido Judicial”), de que el país tenía que formar ingenieros “pero de los buenos”, en una obvia alusión indirecta -su arma cizañera preferida- a Macri. Pero no es ella la que incita a la división y al odio. ¡No, qué va! ¡Los que hacen eso son los otros, a los que mandó quedarse con el “silencio”!

El último discurso de la presidente ante la Asamblea Legislativa fue un largo (muy largo) relato del relato. Al término de esa larga exposición uno se preguntaba a qué país pertenecen los cientos y cientos de villas miseria que han proliferado en estos últimos 12 años, villas miseria que antes no existían.

Un simple viaje en micro a la costa Atlántica que tiene la perspectiva de la altura -de la cual carecen los automóviles- permite ver el espectáculo que se extiende prácticamente desde la costa del río hasta la periferia de Quilmes: un gigantesco villorio en donde las condiciones de vida dan lástima.

O la vergüenza que sigue expandiéndose en plena Capital, en medio de las drogas y las condiciones deprimentes de vida de las villas 31, 1-11-14 y todas las que nacieron como hongos al calor de la década ganada.

El largo párrafo dedicado a Aerolíneas Argentinas fue casi una tomadura de pelo: una compañía indefendible que se ha convertido en una receptora de mano de obra militante, que aumentó 21% su plantilla de empleados, lo que la coloca en el peor lugar del ránking en la proporción de empleados por pasajeros transportados (algunos ejemplos sueltos: Air Europa 2747 pasajeros volados por empleado, Delta 2000, Alitalia 1731, Aeromexico 1077, Aerolíneas, 631)

Dentro de esa extensa parrafada, se permitió decir que la compañía beneficiaba “a nosotros, los del interior, que no tenemos otra manera de trasladarnos si no es por Aerolíneas”, como dando a entender que ella es una más del “pueblo” que tiene que aguantar esas incomodidades, cuando, al revés, hace fletar aviones a costo del Estado para que simplemente le lleven los diarios a “su lugar en el mundo”, El Calafate.

Esas menciones innecesarias ponen  en cuestión todo el contenido de un discurso floreado por la demagogia.

El capítulo dedicado a la deuda resulta particularmente llamativo. Hoy el endeudamiento del país supera los 300 mil millones de dólares, más del 58% del PBI. La tan publicitada “política de desendeudamiento” sólo se cumplió en el período inicial de 2003 a 2008, cuando la Argentina acumuló un superávit fiscal financiero de US$ 12.600 millones. Luego, de 2009 a 2013, el Gobierno acumuló un déficit de 63.000 millones de dólares. Es decir, esto implica un déficit total de US$ 52.000 millones acumulado hasta 2013, período en el cual la deuda pública creció en US$ 51.000 millones. Luego, en 2014 y lo que va de 2015, el déficit fiscal se agravó de manera significativa, sumando aproximadamente US$ 66.100 millones, dejando un saldo negativo de los tres períodos de la administración Kirchner de 118.000 millones de dólares, básicamente surgido del enorme crecimiento del gasto público en comparación a la recaudación. Fueron el BCRA y los jubilados los que financiaron esta fiesta.

El BCRA tiene patrimonio neto negativo, está técnicamente quebrado. La deuda por LEBACS (los instrumentos que se emiten para aspirar los pesos que se emiten sin respaldo alguno) es astronómica y ha crecido geométricamente. Si no se emitieran, por otro lado, la brecha entre el dólar oficial y el libre superaría el 100%.

En muchos pasajes, como es habitual, confundió al Estado con el Gobierno, cuando no directamente con ella misma. Hasta en el insignificante ejemplo del plan “Ahora 12″ cuando les recordó a los que compran en los “shoppings paquetes” (otra innecesaria chicana clasista) que es el gobierno el que financia esas cuotas: “se lo pagamos nosotros”, dijo. No, señora: eso es un gasto del Estado, es decir de nuestros propios bolsillos; no de los suyos.

Más adelante dijo: “No se puede ser tan estúpido, tan colonizado, tan subordinado intelectualmente, tan chiquito de neuronas. Por favor, cómo no van a venir los chinos, ¿qué miedo le tienen?” Me pregunto qué habría dicho ella, los militantes de La Campora o Carta Abierta si un tratado, no similar, igual, hubiera sido firmado por otro gobierno con cualquier administración norteamericana.

La Presidente cambió radicalmente su cara y su tono cuando se refirió particularmente a la Justicia y cuando advirtió la presencia de carteles que proponían una apertura de los archivos clasificados de la causa AMIA: “A los que ponen cartelitos para que hable de la AMIA. De la AMIA hablo desde el año 94. Seguiré hablando en la ONU reclamando justicia”. Volvió a la carga con su acidez preferida: la del partido destituyente, a quien acusó de independizarse de la Constitución.

La Sra. de Kirchner se preguntó “¿con cuál Nisman me quedo?”, “¿con el que me imputó o con el que me llamaba para felicitarme?”. Pregunta: ¿no sería Nisman -si estuviera vivo- el que debería preguntar “¿con qué presidente me quedo, con la que acusaba a Irán desde la ONU o con la que firmó un acuerdo de entendimiento con los acusados?”

La Presidente deja el lugar de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso con un perfume desagradable. En la organización pululaban personajes con distintivos color punzó que identificaban a los hombres del Ejército, encargados de la organización y de los permisos. Un perfume venezolano.

¿Alguien imagina los exabruptos del kirchnerismo si semejante ocurrencia la hubiera ideado otro gobierno? Hasta me parece escuchar a los intelectuales de Carta Abierta poniendo el grito en el cielo y pidiendo explicaciones por la militarización del edificio símbolo de la democracia.

Quizás sea una metáfora terminal de un sincericidio simbólico. ¿Qué perspectiva de diálogo, de consenso, de intercambio de ideas, de horizontalidad, puede entregarle a la sociedad un movimiento político que se niega esas muestras de civilización para sí mismo? ¿qQé democracia puede promover una facción que reivindica para sí misma la verticalidad y la obediencia de una barraca militar? ¿Qué ámbito de diálogo y de consenso -en donde se reconozcan justamente las diferencias- puede promover un partido en donde todo confluye en la decisión, en el poder y en  el dedo de una persona a la que se le reconoce la única capacidad de conducción y a quien se tiene como la única fuente de razón?

Ni aquellos que quieren gritar una apostilla de apoyo son perdonados. La furia de la mirada se clavará en los ojos del irreverente. ¿Qué democracia puede florecer en un país gobernado por una creencia que impone una voz única, un mando único, un criterio militar de la existencia? La última aparición institucional de la Presidente en el Congreso estuvo adornada por todo ese cotillón. Un cotillón de voces únicas, de dueños únicos y de criterios únicos. Tal como les gusta a los militares que la cuidaron y a los militantes que la vivaron

El gobierno cívico-militar

Desde que comenzó la alianza del gobierno con el Ejército y con su jefe, el general César Milani, quedó más clara la concepción castrense del kirchenrismo. Toda la postura del gobierno y de la presidente -e incluso de su esposo- respecto de los Derechos Humanos no ha sido otra cosa más que la confesión de una estrategia de populismo electoral para conquistar la simpatía política de un sector de la sociedad pero no la convicción de una concepción civil del gobierno, sino todo lo contrario: el kirchnerismo es un movimiento militarizado y, como consecuencia, tiene una inclinación natural hacia las Fuerzas Armadas.

Experimenta respecto de ellas las sensaciones de amor-odio que existe entre quienes comparten una visión del mundo. No se distinguen entre sí porque interpreten la vida de modo radicalmente diferente sino simplemente porque, de modo circunstancial, uno puede ocupar el lugar del poder y el otro no. Pero en tanto se logre compatibilizar esa posición y se pueda alcanzar un acuerdo más o menos civilizado para compartirlo, el kirchnerismo y los militares son perfectamente homogéneos.

Ambos son verticales y no reconocen más que una voz de mando. La disidencia es castigada; la opinión libre no existe. Sus estamentos se dividen en grados y su terminología es llamativamente parecida.

Se trata de un modelo que el chavismo ha llevado a su máxima expresión en Venezuela, en donde, claramente existe un gobierno cívico-militar. Más de la mitad de los ministros de Maduro son militares. El presidente de la Asamblea es militar y la presencia de las armas en la vida de todos los días es completamente evidente.

Aquí, desde hace un tiempo, la presidente inició un movimiento que comprende la participación de La Cámpora, las madres de Plaza de Mayo (línea Bonafini) y del ejército para desarrollar la idea de las fuerzas armadas al servicio del “proyecto nacional y popular”. No es necesario remarcar el perfume a fascismo que emana de esa idea.

Estas tareas han comenzado por lugares emblemáticos también: las villas miseria. Y allí se ha anotado el nuevo actor del melodrama televisivo argentino, Luis D’Elía, cuyo involucramiento, en un cóctel que combina fuerza, armas, uniformes, villas miseria, marginalidad e inteligencia militar, tampoco es casual.

Este último componente -la inteligencia militar- es un tema vidrioso y altamente preocupante. Que los militares se dediquen al espionaje interno para proporcionarle datos al gobierno sobre ciudadanos potencialmente “molestos” en combinación con la formación de una alianza clasista con los que la presidente y D’Elía llaman “negros” o “morochos” es de una peligrosidad mayúscula.

Se trata de un proyecto orquestado y pensado, no surgido por casualidad. Aquí se persigue la instalación de un modelo de sociedad regimentada, atemorizada y vigilada por la presencia militar y por la formación de milicias populares reclutadas entre los marginados del propio modelo económico que el gobierno impuso.

La división clasista y racial de los argentinos es funcional a esta idea, porque parte de su fuerza se extrae y se basa en que una parte de la sociedad crea que la otra parte la excluye y que es el Estado (encarnado en el gobierno y eventualmente en los militares del proyecto nacional) el que está allí para defenderlos.

En esa línea el ejército, La Cámpora y Bonafini, empezaron a trabajar en la Villa La Carbonilla de La Paternal. Está previsto que hagan trabajos de urbanización en el asentamiento durante los próximos tres meses. La ley de seguridad interior les prohíbe intervenir en cuestiones vinculadas con la seguridad del lugar. Estarán allí de lunes a viernes, de 8 a 15, para abrir calles, terminar de instalar las cloacas y construir espacios comunes. La iniciativa en La Paternal es la primera en territorio porteño, pero, además de en La Carbonilla, efectivos del Ejército desarrollan actividades similares en Florencio Varela desde principios de año.

Tanto el ministro de Defensa, Agustín Rossi, como Estela de Carlotto salieron a respaldar estas iniciativas, como si fueran alfiles al servicio de una causa, igual que un ejército mandaría a sus coroneles a sostener una cabecera de playa. De nuevo las similitudes entre el accionar del kirchnerismo y la estrategia militar.

Resulta francamente sorprendente que, luego de 30 años de democracia, la Argentina vuelva a caer en esta concepción fascista de la vida, propia de los años cuarenta. Se trata de un retroceso cronológico enorme; de una declaración de guerra a la modernidad, al progreso, al civismo y a la libertad.

Para llevar a adelante este proyecto la presidente ni siquiera se ha detenido frente a los antecedentes muy discutibles del general Milani. El Jefe del ejército está sospechado de haber participado en la desaparición de personas durante la dictadura militar y también está acusado ante la Justicia por enriquecimiento ilícito.

En este sentido, no puede dejar de mencionarse que este ambicioso intento de proyectar un modelo de sociedad determinado, se hace en un momento de debilidad política del gobierno. La presidente no está proponiendo esta alianza entre “los pibes de la liberación”, el ejército, las Madres y las villas miseria en su pico de gloria: lo está haciendo con su poder en decadencia y con su imagen pública seriamente deteriorada.

Esto demuestra que la presidente no se da por vencida. No renuncia a la concepción de país que quiere imponer aún más allá de su propio límite político. En alguna medida es cierto que, más allá de los negocios, de la corrupción y del dinero, la Sra. de Kirchner se ve a sí misma como una revolucionaria de Champs Elysees que cree posible legarle al país una dictadura de clases de la mano de Louis Vuitton.

No sé cómo será posible detener esto. La típica confianza argentina del “no pasa nada” es muy funcional a que el objetivo pueda conseguirse. Detrás de los que consideran que no de qué preocuparse porque el poder de los Kirchner “ya está fritado”, se haya probablemente el mejor aliado para que ese poder resurja.