La confesión brutal de un intelectual orgánico

Alejandro Dolina es lo que Antonio Gramsci definiría como un intelectual orgánico, es decir, alguien que gotea sin descanso un mantra incansable cuyo objetivo final es el cambio del sentido común medio de la gente.

El marxista italiano creía (con razón) que una vez cambiado ese eje de pensamiento colectivo no haría falta la violencia para imponer el comunismo: la gente lo pediría voluntariamente.

Se trataba de una apuesta cultural. Gramsci tenía muchas diferencias metodológicas con los que creían que el componente de la violencia física era una parte necesaria del proceso para imponer la dictadura del proletariado. Los llamaba “bestias”. Y proponía otros caminos: la conquista mental del núcleo medio de la sociedad; llegar allí por la explotación de los medios de comunicación, del cine, del arte, de la poesía, del periodismo… Conquistado ese terreno, la violencia sería innecesaria.

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