Bonasso no debería enojarse conmigo

Miguel Bonasso dice que, “en una insólita persecución extra-periodística y extrajudicial”, yo mentí sobre su testimonio la semana pasada ante el juez Ariel Lijo, que investiga el asesinato del sindicalista José Ignacio Rucci, ocurrido el 25 de septiembre de 1973.

En realidad, como cualquiera puede observar si relee mi artículo del 5 de marzo en Infobae, escrito y publicado antes de su declaración testimonial, yo me referí a todo lo que Bonasso ya escribió sobre ese crimen en algunos de sus numerosos libros.

No podía hablar de su declaración ante el juez porque todavía no había ocurrido.

Mi interés sobre Bonasso es, en realidad, muy limitado; se reduce a esos escritos dado que fueron citados por mí en el libro Operación Traviata, que impulsó la reapertura de la investigación judicial del asesinato de Rucci, hace más de seis años. Continuar leyendo

Bonasso ya señaló a Firmenich por el crimen de Rucci

El periodista y ex “oficial” montonero Miguel Bonasso puede abrir la puerta a la citación de Mario Firmenich si hoy confirma en la Justicia lo que ya reveló en sus libros: que el jefe de la guerrilla peronista le dijo, “oficialmente”, que Montoneros mató al sindicalista José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de 1973.

“De manera fría y seca, (Firmenich) nos confirma oficialmente que Rucci fue ejecutado por la Organización”, escribe Bonasso en la páginas 141 de su libro Diario de un clandestino. Se refiere a una reunión con Firmenich en una oficina del centro porteño, en un alto de los preparativos para sacar el diario Noticias.

Bonasso fue una de las fuentes citadas por mí en mi libro Operación Traviata, que impulsó la reapertura de la investigación judicial del asesinato de Rucci, hace más de seis años.

Firmenich está viviendo en Barcelona, donde da clases de Economía. Pero, sigue de cerca los vaivenes de la política argentina; al menos dos de sus hijos son militantes kirchneristas, uno de ellos en Córdoba y otro, en España.

El juez Ariel Lijo citó dos veces a Bonasso como testigo, pero el periodista, escritor y ex diputado kirchnerista nunca quiso asistir con el argumento de que no quería traicionar a sus ex compañeros implicados en el atentado contra el entonces secretario general de la CGT.

En realidad, Bonasso ya reveló varios de esos nombres: el de Firmenich, pero también el de Julio Roqué —que dirigió el pelotón que llevó adelante la emboscada— y el de Norberto Habegger, quien fue el principal asesor del gobernador de Buenos Aires, Oscar Bidegain.

Bonasso incluso reveló el nombre falso que Habegger utilizó en esa función: Ernesto Gómez, y contó que varios funcionarios de Bidegain habían sido puestos por Montoneros.

Este tema es clave para determinar si el ataque contra Rucci contó con la colaboración de funcionarios del gobierno bonaerense, como sostiene la familia de la víctima.

De acuerdo con Bonasso, Firmenich le explicó que habían matado a Rucci porque estaban enfrentados con el sindicalismo ortodoxo, un “aliado del imperialismo”, y por “su responsabilidad personal (la de Rucci) en la matanza de Ezeiza”.

Bonasso asegura en su libro que le planteó a Firmenich su desacuerdo con el ataque contra Rucci porque “su asesinato es una abierta provocación a Juan Perón”, quien había retornado al país luego de un exilio de casi 18 años y dos días antes del ataque contra su fiel Rucci había ganado las elecciones con más del 61 por ciento de los votos.

“El Pepe (Firmenich) recién se impacienta cuando argumento que una organización revolucionaria no puede producir un ajusticiamiento sin asumirlo públicamente porque, si no, equipara sus acciones a las de un servicio de inteligencia. La frase, me parece, conspira contra mis posibilidades de ascenso”, afirma Bonasso.

En aquel momento, Bonasso era “oficial” de Montoneros, que tenía un rígido escalafón militar, y figuraba como director del nuevo diario, que, según Bonasso, se financió con “misteriosas valijas repletas de billetes”, en alusión al dinero proveniente de los secuestros de la guerrilla peronista.

En aquel diario también trabajaron Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Juan Gelman, entre otros.

Videla, un producto típicamente argentino

Una de las cosas que más me llamaron la atención en las entrevistas que derivaron en el libro “Disposición Final” fue que Jorge Rafael Videla se reveló como un producto auténticamente argentino; el fruto extremo de una cultura política fratricida, que divide entre buenos y malos, entre amigos y enemigos, y que, en consecuencia, considera que cada gobierno tiene la misión de refundar el país. Una cultura autoritaria, que desprecia la búsqueda de equilibrios y consensos, así como es renuente a la tolerancia y a la evolución.

Videla y los militares llevaron al extremo la división de la Argentina entre amigos y enemigos: “Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la Justicia ni tampoco fusiladas”, afirmó sobre el acuerdo básico de la cúpula militar que tomó el poder, hace treinta y ocho años. No sólo para “ganar la guerra contra la subversión” sino para “disciplinar a una sociedad anarquizada, volverla a sus cauces naturales”; reconstruirla como si fuera de plastilina y pudiera ser modelada por la fuerza.

Sería hermoso que el relato kirchnerista fuera cierto, al menos en este punto; que Videla y los militares hayan sido una anomalía o más bien la expresión de solo una parte de la Argentina, esa gente mala, egoísta, a la que solo le preocupan sus intereses particulares: la prensa hegemónica, el campo, la Iglesia, las clases medias (cuando no votan como tienen que hacerlo), el empresariado que no es nacional ni popular, el radicalismo, el peronismo ortodoxo o moderado, el sindicalismo “burocrático”…

Sin embargo, la realidad supera al relato. La “juventud maravillosa”, de la que el kirchnerismo se postula como legítimo heredero, no tomó las armas luego del golpe del 24 de marzo de 1976 para defender la democracia y los derechos humanos, respaldados por los partidos, sindicatos, medios de comunicación y organizaciones sociales que defendían los intereses populares.

No ocurrió así. Los militares desplazaron a la presidenta Isabel Perón con el apoyo de buena parte de la sociedad, que estaba harta de la inflación, el desabastecimiento, la violencia de derecha e izquierda (en 1975 hubo 1.065 muertos por razones políticas), la fragilidad del gobierno y de la Presidenta y las denuncias de corrupción. Tanto fue así que no hubo protestas callejeras ni huelgas en las fábricas o los comercios.

La prensa reflejó ese respaldo social: no solo La Nación y Clarín, como ahora machacan los voceros del kirchnerismo; también La Opinión, de Jacobo Timerman, un diario considerado de centro izquierda que apoyaba abiertamente al almirante Emilio Massera, y el vespertino La Tarde, dirigido por su hijo, el actual canciller Héctor Timerman.

Buena parte de los empresarios y del Episcopado respaldaron el golpe de Estado. Pero también el Partido Comunista, que alababa a las “palomas” de la dictadura, como Videla, y proponía un gobierno cívico-militar. Las guerrillas recibieron el golpe con entusiasmo: ya existían antes del 24 de marzo de 1976; el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) no había abandonado las armas durante los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo, entre 1973 y 1976, y Montoneros, de origen peronista, había vuelto a la clandestinidad luego de la muerte del presidente Juan Perón, el 1° de julio de 1974.

Tanto el ERP como Montoneros jugaron al golpe, a “fascistizar” al Ejército, seguros de que una nueva dictadura convencería a los sectores populares de que eran ellos quienes defendían sus intereses. Para concretar el sueño de la revolución socialista, habían creado “ejércitos populares”, con grados y uniformes. Esto no es una interpretación, son hechos; se pueden consultar los documentos de la época y las declaraciones de los jefes guerrilleros, como Mario Firmenich y Mario Santucho.

Fueron muchos los actores que condujeron al poder a los militares, cuya dictadura fue un desastre: miles de detenidos asesinados y desaparecidos según el macabro método llamado “Disposición Final”, crisis económica y hasta una guerra perdida contra Gran Bretaña y sus aliados por las Islas Malvinas. La memoria es importante pero luego de conocer la verdad, toda la verdad.

Verbitsky, una persona de “autocrítica” fácil

Réplica a otro artículo en Página 12 sobre la lucha armada, Montoneros y la responsabilidad de cada cual.

Maestro del marketing de sí mismo, Horacio Verbitsky insiste en cubrirse con mortajas ajenas para blanquear o mejorar algunos tramos de su currículum y alimentar un presunto estatus de superioridad moral. Si antes fueron Rodolfo Walsh o Emilio Mignone ahora es Juan Gelman quien viene a cumplir esa tarea. Por eso, en otro artículo en Página 12, Verbitsky nos relata una noticia sobre aquel pasado: también él, al igual que Gelman y Walsh, hizo una autocrítica sobre la lucha armada de Montoneros, que ocurrió en la misma época en la que sucedían los errores y las desviaciones.

Verbitsky dice, textual: “La autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía, aunque a Reato le moleste su mención) fueron contemporáneas a los hechos y prosiguieron después”. La construcción de esa oración es muy llamativa porque el sujeto está en singular y el resto, en plural, pero filtra la intención del autor, que es destacar que él compartió la actitud que atribuye a Gelman y a Walsh. Y no es que eso me moleste: yo no protagonicé aquella etapa de nuestra historia y sólo trato de cumplir con mi trabajo, que es reconstruir lo que pasó acercándome lo más que puedo a la verdad histórica.

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